Con Beirut no se puede
Alberto Arricruz
Dirección: Mounia Akl
Género: Largometraje
Reparto: Nadine Labaki, Yumna Marwan, Saleh Bakri, Nadia Chancel
Guion: Mounia Akl, Clara Roquet
Produccción: Abbout Productions, Cinéma Defacto et al.
Duración: 106 minutos
Estreno: 2021
País: Líbano
Idioma: Árabe levantino (subtitulado español)
El Festival de Cine de Sevilla está dedicado al cine europeo, por eso en su edición 2021 podemos ver en selección oficial a una película libanesa: un poco como cuando en el certamen de Eurovisión gana un travesti israelí o compite un grupo australiano.
Cierto que la obra de la directora Mounia Akl está coproducida con españoles y franceses, lo que permite clasificarla como europea. Eso nos da la posibilidad de recibir en la capital del Guadalquivir aires de aquel pequeño país tan cercano y tan lejano, y tan parecido en la pantalla a cualquier provincia mediterránea de Francia o España. Y oír ese árabe de peculiar melodía, sembrado de palabras francesas como flores en la lengua, casi un reflejo de nuestro español sembrado de palabras árabes.
Y es que la realidad del Mediterráneo no para de ofrecer muestras de que el “choque de civilizaciones” niega todo lo que es común a los pueblos que comparten el Mare Nostrum. No solo Líbano se parece a la Costa Brava (aunque uno llega al final de la peli sin entender el título), o a la costa valenciana o a cualquier costa de cualquier país mediterráneo. La familia que en la película vive, siente, ama y se desgarra, actúa como lo haría cualquier familia española o francesa o italiana o griega en las mismas circunstancias.
Costa Brava, Líbano nos trae ecos de la lucha sin descanso del pueblo libanés contra la corrupción, el nepotismo y la crisis social y económica: ¿A nadie le suena eso en Francia o España? Claro que Líbano se va hundiendo cada vez más hondo en la crisis, y cuando parece haber tocado fondo, aún sigue hundiéndose. (Los que tildaron al izquierdista griego Tsipras y su partido Syriza de traidores al pueblo por haberse plegado en 2015 al dictado alemán en vez de salirse de la Unión Europea, deberían interesarse en lo que le está pasando ahora al pueblo libanés).
Vemos en la película una familia viviendo en autosuficiencia en el campo, lejos de Beirut
Vemos en la película una familia viviendo en autosuficiencia en el campo, lejos de Beirut (de la que parecen brillar las luces, de noche, en el horizonte) y ajena a toda comunicación, ni internet ni teléfono móvil. Las hijas no parecen tener escuela. Y es que, lo entendemos progresivamente, el hombre ha instalado a su familia —pareja, hijas y madre—, en ese campo para cortar con Beirut, esa metrópolis insoportable y desesperante. Su compañera, por amor, ha dejado su vida de cantante famosa y sumamente popular. Llevan años allí. La hija mayor adolescente pareciendo no conocer nada de Beirut, ha crecido en un espacio-tiempo singular.
Pero si intentas escapar de Beirut, Beirut acaba alcanzándote. La familia ve como la ciudad se les va viniendo encima e invadiendo sus vidas en autarquía. En el terreno vecino, expropiado por el Estado a la hermana que vive en Latinoamérica, se abre nada menos que un centro de tratamiento de toda la basura que agobia la ciudad. Después de que el presidente de la República venga a largar un discurso inaugurando una estatua gigante con su efigie, y como era de suponer, el pretendido centro ultramoderno resulta ser un vertedero a lo grande, incumpliendo cualquier norma básica.
Después del presidente y la basura amontonándose, Beirut sigue invadiendo a la familia con internet, tabaco para la abuela que tiene prohibido fumar, un teléfono móvil, un joven director del vertedero cuya vecindad provoca en la hija mayor el despertar de su deseo adolescente… Y la música, las estupendas canciones de la mujer que sigue siendo inmensamente popular en todo Líbano, hasta el punto de que la plantilla del vertedero difunde sus canciones… provocando la ira y el rechazo del hombre. También vienen de Beirut los manifestantes, esos que llevan años denunciando sin cesar a la clase política decadente y degenerada, esa que se mantiene negando elecciones y amenazando con otra guerra civil para acallar el movimiento popular.
Claro, esa irrupción caótica de aquello de lo que esa familia ha huido, y que también ha suprimido de su vida, hace que salte por los aires la aparente armonía eterna de ese islote que el hombre había conseguido crear, lejos de Beirut la odiada. Odiada y deseada.
Cada uno de los apenas diez actores de la película es buenísimo y se merece todos los premios
Cada uno de los apenas diez actores de la película es buenísimo y se merece todos los premios de interpretación, incluso las dos chicas, la adolescente y la niña de diez años que hacen de hijas de la pareja. La dirección es buena y avanza con precisión, la fotografía es estupenda y la producción consigue con pocos medios una alta calidad.
Entonces ¿qué le falta a la película para no aburrirnos en las casi dos horas de proyección? Para ser apoyado por Sundance y ser programado en todos los festivales intelectuales del mundo, ¿de verdad hay que contarlo todo de forma contemplativa y aburrida?
Uno sueña con unos diálogos al estilo y nivel de Berlanga, viendo la secuencia inaugural con el presidente de la República bufón y su estatua gigante. Se añora, por ejemplo, un tratamiento del tema al estilo de Costa-Gavras, experto en pelis de denuncia política que sigues como un thriller.
También, sabiendo que la sala vecina proyectaba la ultima entrega de Jacques Audiard —de esos directores que siempre te darán una película que te enganche, como Eastwood o Cronenberg— uno puede soñar con que, para hacer cine intelectual, no se renuncie a contar una historia capaz de seducir y llevarse al espectador, ofrecerle al fin y al cabo el placer del cine.
Diálogos, relato, suspenso… Algo le falta, a mi parecer, a Costa Brava, Líbano. De todas formas, no imagino que nadie pueda salir de la sala de cine sin haberse enamorado totalmente de la actriz Nadine Labaki.
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