Crítica

Abrir camino

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos

leguineche-caminoManu Leguineche
El camino más corto

Género: Reportaje.
Editorial: Plaza & Janés.
Páginas: 528.
ISBN: 9788401451409
Precio: Descatalogado.
Año: 1978.

Sonaba música en un bar de Madrid, dos norteamericanos locos se tomaban cañas con un estudiante que, según confesión propia, no entendía de motores, ni hablaba demasiados idiomas, ni sabía de medicina ni de cocina, más allá de los huevos fritos. Al día siguiente, el estudiante acompañaba a la tropa – dos todoterrenos y un proyecto: dar la vuelta al mundo – camino de Algeciras, atravesaría desde Marruecos a Iraq, de allí a India…

Así recuerdo yo el arranque de El camino más corto, uno de esos libros que caen en tus manos, no puedes parar de leer hasta el final, y que dejas con la sensación que durante esta noche en vela, el que se ha recorrido el mundo entero eres tú. Imagino que si hay que buscar algún motivo por qué hoy día hay una respetable cantera de periodistas españoles por las guerras del mundo – no siempre trabajando para medios españoles, eso es harina de otro costal – en más de un caso encontraremos en sus memorias de adolescencia este libro de tapas blandas y un todoterreno en la portada, impreso en 1978. Y el nombre de Manu Leguineche.

No fue mi caso: cuando encontré el Camino en alguna estantería de la que no me acuerdo, ya llevaba tiempo con los sueños muy elaborados. Vivir para contarlo. Para mí, el libro fue un curioso reencuentro. Con las mil leyendas que mi padre solía desgranar alrededor de una hoguera (en Marruecos): de Egipto, de los altiplanos de Irán, del desfiladero de Khyber que da paso de Afganistán a las llanuras del Pányab y la inmensa India, de los vuelos sobre las selvas de Birmania y los bares de Tailandia, Kuala Lumpur y Singapur. Ahí se acababa el períplo de él. Leguineche llegó más lejos: alcanzó el Pacífico. Nunca coincidieron, aunque quién sabe si se intercambiaron el pomo de la puerta en alguna taberna de Bangkok o de Calcuta: estuvieron los mismos años. Los primeros sesenta.

El Abuelo, le decían. Y eso que tan mayor no era, solo había empezado pronto

Luego, por supuesto, Leguineche dio la vuelta al mundo varias veces más, en todas las direcciones y atravesando todo tipo de guerra, a la manera del gran Joseph Kessel (al que, según leo, admiraba). Fue uno de los primeros que lo hacían escribiendo en español,  pero hizo escuela: poco a poco empezó a nacer la tribu. Éstos que siempre se encuentran en los vestíbulos desvencijados de los hoteles cuando alrededor patrullan milicianos con kalashnikov. Fue por supuesto Manu quien acuñó la palabra y se le reconoció ser el primero. El Abuelo, le decían. Y eso que tan mayor no era, sólo que había empezado muy pronto. En Argelia a los 21 años o a los 19, según la fuente.

Las cifras bailan cuando uno busca en internet la fecha en la que Manu fue a su primera guerra y cuándo embarcó en aquel todoterreno de la Trans World Expedition de Harold Stephens y Al Podell. Una expedición que también ha desaparecido prácticamente de esa memoria de la humanidad que algunos llaman internet, aunque fue no sólo la ruta en vehículo más larga que se recorrió nunca, sino también la última vuelta al mundo en coche. Hoy ya no se podría hacer. Imagínense hoy atravesar Libia en cuatro por cuatro. O Iraq, Siria, Afganistán. El mundo era distinto entonces.

Entonces: 1965. Hace falta tener el libro a mano o recordar que fue durante esta vuelta al mundo que a Manu le tocó cubrir, casi por casualidad, la guerra de Cachemira, que cayó por esa fecha. Y la de Laos después. Guerras no faltaban entonces en Indochina.

Además de entretener, cuenta algo, no se queda en una serie de fotos hecha con el móvil

El libro las cuenta. Desde luego, las primeras decenas de páginas son aventura en estado puro: impagable la escena de cuando ‘el jefe’ de la expedición resuelve mediante arco y flechas la difícil tarea de sacar el coche de un arenal repleto de minas en el que se metió en alguna parte entre Marruecos y Argelia. Pero tras las aventuras vienen también las coordenadas geopolíticas, históricas, culturales, todo lo que necesita un periodista para que su historia, además de entretener, cuente algo, no se queda en una serie de fotos hecha con el móvil, o frases igual de planas, que hoy día pueblan los blogs de muchos que se hacen llamar viajeros.

Sí: este libro es periodismo. Del mejor, del más divertido, del que se lee de un tirón. Como el periodismo debería ser. Un único largo reportaje en primera persona (los grandes como Manu se pueden permitir hacer reportajes en primera persona). Y como los mejores reportajes, tiene su guinda en la frase final. No voy a decirla. Busque el libro en alguna estantería.  En las de las librerías, no, me indica internet: edición agotada. Localice, pues, el camino más corto hacia un anticuario. Y se encontrará, tal y como dice el lema en la primera página, a usted mismo, viajero.