ateos
En un mapa de las religiones, cristianismo, islam, judaismo y otras creencias minoritarias se reparten el mundo… sin dejar manchas blancas en el mapa. Pero esto sólo es parte de la realidad. En todos los países existen también colectivos —mayores o menores según las circunstancias históricas— que rechazan adherirse a religión alguna.
El ateísmo es la convicción de que no existe un dios supremo. Entra en contradicción directa con las religiones monoteístas, por lo que declararse ateo está sujeto a tabúes sociales en los países con mayor influencia del clero. En otros, la mayoría islámicos, toda manifestación pública de convicciones ateas se considera blasfemia y se persigue como delito.
Por otra parte, el ateísmo fue la ideología oficial en la Unión Soviética y numerosos países del bloque comunista. Hoy ha sido abandonado como tal y vuelven a surgir movimientos que amalgaman patriotismo y religión.
El agnosticismo es la opinión de que no es posible saber si existe un dios o no. El agnóstico no niega esta posibilidad, pero al no tenerla por segura, actúa como si no existiera o trata la cuestión con indiferencia.
A estas convicciones hay que añadir una tercera, que cabría calificar de ‘pasotismo’: en todos los países, grandes colectivos de personas que declaran en los censos su afiliación a una u otra religión, en realidad mantienen una forma de vida agnóstica: cumplen los ritos sociales más comunes, pero no respetan los dogmas de la religión a la que teóricamente pertenecen y a menudo ni siquiera los conocen. Para ellos, la religión es poco más que una tradición heredada o una costumbre, pero no una fe, o bien una fe que se vive acorde a las convicciones personales, a menudo muy distintas del dogma oficial.
Diferente es el laicismo: no se trata de una convicción personal respecto a la existencia de dios sino de una ideología política. El laicismo proclama que ninguna religión debe formar parte de la vida pública del Estado; las autoridades no deben privilegiar ninguna fe sobre otra y la práctica de cualquiera de ellas debe ser permitida, pero en un ámbito privado. Muchos defensores del laicismo son profundamente creyentes —incluso sacerdotes— pero rechazan imponer o extender su fe a través de los instrumentos del estado, como son colegios públicos, actos oficiales, subvenciones…
Los fundamentos del laicismo —la separación clara entre Iglesia y Estado— fueron puestos en la Revolución Francesa de 1789. Aun así, hoy sólo contados países lo aceptan como base para el tratamiento de la religión; entre ellos destacan Francia, Turquía y Azerbaiyán.
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