Mahoma


Nombre de Mahoma en la Hagia Sofia en Estambul | © I.U.T. / M'Sur
Nombre de Mahoma en la Hagia Sofia en Estambul | © I.U.T. / M’Sur

El profeta Mahoma es la figura central del islam, aunque no posee carácter divino. Se trataba de un hombre común y corriente que fue —según la visión del islam— elegido por Dios para transmitir la palabra divina a la humanidad. Se convirtió así en el último de una larga lista de profetas que habían difundido el mensaje de la salvación, desde Noé y Abraham a Moisés, David o Elías hasta Jesucristo. No tiene naturaleza divina pero se le considera el último y definitivo de los enviados; tras él no puede venir otro. De ahí que reciba también el sobrenombre de «sello de los profetas».

La biografía de Mahoma (sira) ha sido transmitida con gran número de detalles por los cronistas dedicados al hadith, los textos que anotan los hechos y palabras de Mahoma. La propia historiografía islámica distingue entre datos fiables, probables y dudosos, según la lista de personas que transmitieron estos relatos oralmente antes de que fueran anotados. Estas ‘cadenas de transmisión’ de la información se conocen como isnad. Aunque hoy día se suele aceptar el compendio biográfico de Mahoma como una realidad histórica, sería más preciso calificarlo de leyenda áurea, al no existir testimonios independientes ni hallazgos arqueológicos al respecto.

Acorde a la sira, Mahoma —su nombre era Mohamed Abu Kasem ben Abdala— nació en La Meca, en Arabia Central, alrededor del año 571 d.C. en el seno de la influyente tribu Qoraich. De origen humilde, se convirtió en guía de caravanas y se casó a los 25 años con Jadiya, una rica comerciante. A los 40 empezó a tener experiencias espirituales, acompañados de convulsiones, que finalmente se concretaron en la visión del arcángel Gabriel. Éste —así se narra el momento fundacional del islam— le enseñó un libro y le ordenó: “Lee”.

Aunque analfabeto durante toda su vida, Mahoma era de repente capaz de recitar íntegramente el texto que le fue enseñado y lo transmitió a sus primeros discípulos tras el fin de la visión. Durante experiencias similares a lo largo de una década fue recibiendo y memorizando otros capítulos de aquel libro divino, hasta completar un cuerpo de 114 suras o capítulos, ordenados más tarde de mayor a menor en el Corán.

Hégira

La tribu de los Qoraich veía con malos ojos la actividad sectaria de Mahoma, ya que sus prédicas se dirigían contra los ritos religiosos del santuario central de La Meca, conocida como la Caaba. Este santuario atraía grandes cantidades de peregrinos de toda Arabia y constituia así una importante fuente de ingresos para la ciudad.

Mahoma emigró finalmente a la ciudad de Medina, situada unos centenares de kilómetros al norte, donde fue acogido por la importante comunidad judía. Este traslado, ocurrido en el año 622, se conoce como hégira (del árabe hiyra, emigración) y constituye el año cero para la era musulmana.

En Medina, Mahoma fundó su primera comunidad de creyentes y empezó una larga guerra con los habitantes de Meca que ocho años más tarde terminó con la conversión de éstos al islam. Fue en Medina donde Mahoma promulgó, incluyéndolas en el Corán, las leyes precisas —sobre todo referido al matrimonio y la herencia— que hasta hoy rigen la vida de gran parte de las sociedades islámicas. En esta época convirtió la nueva religión en una base para la organización social de la comunidad y en estandarte para la lucha contra los enemigos políticos e incluso incluyó, según los exegetas musulmanes, algunas leyes adaptadas a circunstancias personales o familiares de su círculo íntimo.

El peregrinaje a la Caaba o hayy (se pronuncia hadch), un antiguo rito árabe —probablemente cristiano — fue integrado entre los preceptos de la nueva fe como un deber de todo buen creyente. Mahoma en persona la realizó poco antes de su muerte en 632 d.C. Tras la muerte del fundador, cuatro califas —Abu Bakr, Omar, Othman y Alí— se sucedieron a la cabeza de la comunidad de fieles, lo que dio lugar a los primeros cismas. En lo sucesivo, la historia del islam estuvo esencialmente ligado a expansión política de determinados reinos.

¿Fiabilidad histórica?

«Nadie que estudia el islam de forma seria, se atrevería utilizar como fuente los dichos atribuidos a Mahoma y sus seguidores para esbozar una imagen de la primera fase del islam y sus enseñanzas originales. La crítica histórica moderna nos hace estar vigilantes ante una visión tan antediluviana». Esta frase la escribió el arabista húngaro Ignaz Goldziher, hasta hoy uno de los expertos más respetados de este campo, en 1900.

Hoy, sin embargo, la inmensa mayoría de los historiadores y arabistas mantiene precisamente esa «visión antediluviana» y acepta todos los detalles de la leyenda áurea islámica, únicamente descartando los (muchos) elementos milagrosos. En realidad, la veracidad histórica de la vida de Mahoma o su mera existencia nunca ha sido demostrada por fuentes independientes ni hallazgos arqueológicos.  Los textos árabes más antiguos sobre la historia del islam fueron escritos en los siglos IX, X y XI – de dos a tres siglos más tarde que los hechos narrados – y los manuscritos  de esa época tampoco se conservan, sino sólo se conocen por citas. Así, la historiografía islámica seria no empieza hasta los siglos XII-XIII d. C.

Sólo algunos historiadores, como los españoles Ignacio Olagüe y Emilio G. Ferrín o el alemán Günter Lüling ponen en duda toda la historia oficial del islam y buscan su origen como movimiento renovador entre los cristianos de La Meca, que durante generaciones fue evolucionando hasta estandarizar una forma ortodoxa, que fijó un texto sagrado único y elaboró la biografía estandarizada de su fundador.