censura


"El origen del mundo", cuadro de Fouad Bellamine | © Rodolfo Pérez
«El origen del mundo», cuadro de Fouad Bellamine | © Rodolfo Pérez

Desde la década de 1990 se han dado a conocer numerosos casos en los países islámicos y fuera de ellos en los que teólogos o políticos musulmanes han exigido silenciar o prohibir obras artísticas -libres, filmes, dibujos… – por considerarlos «contrarios al islam».

El primer caso se dio en 1989. En aquella fecha, el teólogo y dictador iraní Ruholá Jomeini condenó a muerte por ‘blasfemia’ al escritor británico Salman Rushdie, nacido en el seno de una familia india chií. El motivo: Rushdie había publicado una novela, titulada Los versos satánicos, en la que hacía referencia a una antigua polémica teológica respecto al origen de dos versículos del Corán, borrados de la versión actual por haber sido «inspirados por el demonio». La quema de libros y los ataques a librerías en Gran Bretaña generalizaron la idea de un islam en guerra con la libertad de expresión.

Desde inicios del siglo XXI han aumentado en Europa central los crímenes contra personas que critican de forma satírica el islam. El asesinato del cineasta holandés Theo van Gogh en 2004 fue el caso más grave, seguido de amenazas a la parlamentaria Ayaan Hirsi Ali, colaboradora del filme Submission, rodado por Van Gogh, que mostraba a mujeres maltratadas sobre cuyos cuerpos se habían caligrafiado versos del Corán.

Ninguna de estas reacciones violentas se puede justificar a través de la charia o la teología islámica. Las autoridades de Al Azhar, considerada la máxima escuela teológica del islam, declararon incorrecta la fetua de Jomeini contra Salman Rushdie, aunque no por el fondo sino por la forma: Rushdie no había recibido un juicio con oportunidad de retractarse.

Los crímenes contra los editores, traductores o vendedores del libro de Rushdie, así como el asesinato de Theo van Gogh son contrarios al concepto de la charia, porque ésta sólo se puede aplicar a musulmanes o apóstatas del islam —como son considerados por los más extremistas Rushdie e Hirsin Ali— y nunca contra miembros de otras religiones.

La crisis de las caricaturas de Mahoma en 2006 puso de relieve el aspecto fundamental del debate: la división de las sociedades mediterráneas entre defensores de la libre expresión y partidarios de la censura religiosa. Mientras que el Vaticano condenó la «ofensa de los sentimientos religiosos», al igual que los portavoces de las iglesias libanesas, tres revistas árabes —una egipcia, una jordana y una yemení— publicaron las caricaturas; destacados periodistas marroquies y argelinos renunciaron a hacerlo por juzgarlo una provocación innecesaria, pero se pronunciaban en contra de cualquier legislación que prohibiera hacerlo. Los conflictos diplomáticos y las protestas violentas silenciaron este debate en las sociedades musulmanas antes de que pudiera darse.

Un incidente en noviembre de 2007 mostró que los políticos iraníes siguen considerándose los defensores supremos de la fe e intentan imponer su visión del islam en el mundo: el embajador iraní en México exigió la retirada de la obra de un artista marroquí, Fouad Bellamine, de una exposición en Puebla; consistía en una serie de fotos de una mujer desnuda con la vulva tapada por la silueta de un templo. Bellamine, uno de los pintores más laureados de Marruecos, retiró la obra.