Reportaje

Flamencos sin fronteras

Lebrijano y Dorantes

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos
El Lebrijano
El Lebrijano

En la trayectoria profesional de Juan Peña, El Lebrijano (Lebrija, Sevilla, 1941), hay un hito indiscutible: el espectáculo Encuentros, que en 1983 sumó al rajo gitano de su voz los aires andalusíes de la Orquesta de Tánger, con la inestimable colaboración de José Manuel Caballero Bonald en tareas de letrista.

La mezcla resultó ser un filón, y dejó para la posteridad temas como El anillo (Chibulí) que pueden ser considerados ya clásicos contemporáneos de este arte bajoandaluz.

Ha pasado más de un cuarto de siglo desde entonces, la carrera del cantaor tomó sus derroteros azarosos, pero con motivo de la Bienal de Sevilla ha querido volver a explotar esa veta, presentando Casablanca, un espectáculo donde recupera el repertorio de su disco homónimo (1998) y en el que se hace acompañar de músicos como Faiçal Kourrich o Josef Boud.

“Soy el primero que hizo fusión en el mundo”, se jacta el artista, “y si la llego a registrar ahora estaría tendido en las Bahamas, porque ahora hay fusión en todo: en la moda, en la gastronomía… Hasta le he escuchado a Ferrán Adriá decir que ha fusionado el potaje de garbanzos”. Una opinión cuanto menos curiosa, teniendo en cuenta que el flamenco es la música mestiza por excelencia, y que, según algunos expertos, su alianza con la música andalusí no es sino la reunión, más o menos forzada, de lo que acaso alguna vez estuvo unido.

Aunque consta que El Lebrijano hizo fortuna, asegura que los puristas del flamenco lo condenaron “por herejía” y fue apartado de los grandes festivales. En cualquier caso, admite que “no todo es fusionable. Hay músicas que no tienen nada que ver con el flamenco, y que no tiene mucho sentido asimilar con éste. Tenemos que estar abiertos porque vivimos en un mundo abierto, pero sin perder las coordenadas de nuestros maestros porque lo nuestro es una herencia oral y hay que volver a los orígenes. Lo contrario es el desmadre”, asevera.

Antes de reivindicarse como pionero del flamenco andalusí, Juan Peña fue un activo defensor de los derechos de los gitanos. Su disco Persecución (1976), en colaboración con el poeta Félix Grande, fue un acontecimiento que andando el tiempo le permitió ser el primer flamenco que abriera las puertas del Teatro Real de Madrid. Y memorable fue también su grabación del himno gitano Gelem Gelem junto con el grupo búlgaro Rom ot Kotel, en el disco Sueños en el aire (2001).

Por todo ello, la expulsión de gitanos decretada por el presidente francés Nicolás Sarkozy se le antoja “como gitano, como andaluz y como defensor de la libertad, una barbaridad”. “Algo habrá que hacer, salir a la calle o algo. He pensado en hacer un disco más fuerte que Persecución”, agrega, para bromear a renglón seguido diciendo que “seguro que Carla Bruni ya ha regañado a Sarkozy. Alguna noche en blanco va pasar, seguro”.

Pero El Lebrijano no es el único de los miembros de su estirpe, la de los Perrate de Utrera, que gusta de fusiones y trasvases. Su sobrino David Peña Dorantes también ha desembarcado en la Bienal 2010 con una propuesta que mira de reojo a Oriente sin descuidar sus raíces. Sin muros es el elocuente título de su nuevo espectáculo, que plasmará muy pronto en disco, el tercero de su carrera.

«Yo quiero un mundo sin fronteras, donde todas las puertas estén abiertas, un mundo sin odio, sin llaves, donde nadie muera en nombre de Dios”, escribe el artista en su programa de mano. “Una tierra limpia, un mar donde jugar, quiero besar a alguien de otro color, quiero una tierra donde la guerra sea de mentira, y el hambre sea dulce…»

Con la colaboración de cantaores como José Mercé, Esperanza Fernández, Miguel Poveda, Arcángel, Enrique Morente, El Pele o su propio tío, pero también con el contrabajista francés Renaud García-Fons o la cantante israelí Noa —con la que compartirá escenario el próximo mes de diciembre en Madrid—, Dorantes ha querido conformar un repertorio que reivindica “el uso de la música y la creatividad para proclamar que hay que ser solidario, dialogar y entenderse, sin fronteras”. Y todo ello desde los postulados del arte jondo. «Yo soy flamenco hasta el tuétano, haga lo que haga. Soy como el inglés que aprende español y que se le sigue notando el acento. Mi lenguaje es el flamenco», asegura.

Según cuenta el propio Dorantes (Lebrija, 1969), la colaboración con Noa fue de lo más casual. “Yo la descubrí hace ya muchos años, creo recordar que en un programa de televisión, y me quedé asombrado. Quería que cantara en mi nuevo disco, mi mánager envió algo de lo que he hecho a su mánager en España, y por lo visto quedó convencida al instante”, dice.

Según Dorantes, la cantante de Tel Aviv “se quedó pillada” al escuchar el piano de raíz jonda del  sevillano, y de ahí a plantear una colaboración sólo hubo un paso. “Ella quería hacer algo entre latino y mediterráneo, y en ese sentido nos movemos por una zona de inquietudes muy parecida”, agrega.

Del arte de Noa admira sobre todo “la capacidad para expresar que tiene su voz, y la inteligencia con la que la administra, así como esos efectos que obtiene dándose porrazos en el pecho… Tiene una fuerza increíble y a la vez un gusto exquisito”, asevera.

Dorantes es consciente de que Noa se enfrenta a menudo con públicos hostiles que no le perdonan ni que sea israelí ni que tienda la mano a colegas palestinos. “Sabéis que nunca he entrado mucho en esos temas, yo trato de hacer mi arte y respeto que cada cual tenga su manera de pensar”, afirma.

Desde que debutó con su álbum Orobroy (1998), quedó patente que Dorantes era un pianista un paso más allá del flamenco convencional. Su sonido se nutre de fuentes muy diversas, desde lo clásico a los sonidos célticos, brasileños o búlgaros, creando una gama melódica altamente estimulante. En esa dirección ahondó con su segunda entrega, Sur (2002), y parece dispuesto a perseverar en ella con este nuevo proyecto.

También se ha manifestado Dorantes respecto a la cuestión de los gitanos en Francia, y con la misma indignación que la mayoría. “Me recuerda a cuando la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos. Me da rabia. Hay que dejarse de pamplinas, porque la convivencia es posible. Y la mejor forma de combatir este tipo de actitudes es la música”. Finalmente, sugirió alguno de los temas de su repertorio que dedicaría a Sarkozy, como Sin muros ni candados o Libertad entre rejas. «Y añadiría uno que no existe: Respeto«, concluye.