Reportaje

Marcha fúnebre para un niño que fue a comprar pan

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 14 minutos
Cortejo fúnebre de Berkin Elvan (12 Marzo 2014) |   © Ilya U. Topper
Cortejo fúnebre de Berkin Elvan (12 Marzo 2014) | © Ilya U. Topper

Estambul | 12 Marzo 2014

«¡Berkin Elvan, inmortal!» El grito sale de decenas de miles de gargantas. Ondean banderas rojas, banderas negras, banderas amarillas, siglas de decenas de organizaciones, partidos, sindicatos. La calle es un hervidero. En las barandillas hay atadas, con lazos blancos, barras de pan.

«Tayyip Erdogan, asesino». El primer ministro de Turquía da un mitin a esta misma hora en Mardin, el Kurdistán turco, buscando votantes para las municipales del 30 de marzo, pero en Okmeydani, un barrio de clase medio baja, no lejos del centro de Estambul, no rascará papeletas. Aquí se ha congregado la otra Turquía. Aquella que desde las protestas de Gezi en junio y julio pasados ya sólo tiene un objetivo: acabar con la hegemonía del AKP, el partido islamista en el poder.

«AKP asesino». El grito se repite. Y se repiten las consignas de Gezi: «Taksim en todas partes, en todas partes resistimos». «Berkin en todas partes…»

Berkin Elvan tenía 14 años aquel 16 de junio que le enviaron a ir a por pan. Se quedó atrapado en el fuego cruzado entre la policía y los manifestantes que libraron una de las típicas batallas de aquel verano: adoquines y petardos contra gas lacrimógeno, cañones de agua a presión, balas de plástico. Un bote de gas le dio a Berkin en la cabeza. No despertó en el hospital: se quedó en coma. Nueve meses. El martes murió.

«Consideran que alguien que tira piedras a la policía merece morir por un disparo»

«¡Catorce, quince, dieciseis!» Berkin pasó en coma su decimoquinto cumpleaños y su peso normal de 46 kilos había bajado a 16 cuando le falló el corazón. Los gritos arrecian mientras la muchedumbre abandona el cemevi, el templo aleví de Okmeydani, donde lo lloró su familia, y se encamina hacia el cementerio. La sala del cemevi rebosa de coronas de flores: un funeral de Estado, se diría. Destaca una con la firma de Kemal Kiliçdaroglu, el dirigente del partido socialdemócrata CHP, contrincante laico del AKP.

Erdogan no ha tenido ni una palabra para el «niño de cejas negras», como lo llama cariñosamente la prensa de oposición, que parece haber declarado un día de luto nacional. El AKP ha callado. «Es que consideran que alguien que tira piedras a la policía merece morir por un disparo», dice Pinar Yasaroglu, publicista, que ya participó en Gezi «todos los días».

Berkin es la octava víctima mortal directa de las protestas – la cifra varía según se incluyan causas más o menos probadas – y hasta ahora, ningún policía ha sido condenado; sigue en libertad condicional aquel que le descerrejó un tiro a bocajarro a Ethem Sarisülük en Ankara. Siguen sin condenarse los que, registrados por cámaras de vídeo, apalearon hasta la muerte a Ali Ismail Korkmaz en Eskisehir.

Quien sí se ha pronunciado es el presidente, Abdullah Gül: expresó sus condolencias a la familia y subrayó la necesidad de «trazar una línea roja para que no vuelva a haber oportunidad de sentir ese dolor». Añadió unas palabras sobre la necesidad de la policía de tener más cuidado. El gobernador de Estambul, Hüseyin Avni Mutlu, prometió reducir la mano dura.

Es la mayor marcha desde el cortejo fúnebre del turco-armenio Hrant Dink,  asesinado en 2007

En efecto: no hay policía en el camino hacia el cruce de Sisli. La marcha corta una autovía, hace suyas las avenidas, paraliza el centro de Estambul. Nada ocurre. Los coches pitan en señal de solidaridad. Desde las ventanas de bloques de pisos, colegios, oficinas, se asoman, gritan, saludan decenas de personas, hacen la señal de la victoria. «¡Berkin Elvan, inmortal!»

Es difícil calcular cuántos son: un mínimo de 30.000 se pueden apreciar en cualquier tramo recto de avenida. Pueden ser 50.000. O el doble. De todas partes se unen nuevos manifestantes, la cuenta se pierde. La prensa hablará de cientos de miles, incluso hay quien pone la simbólica cifra de un millón. En todo caso, dicen, es la mayor marcha desde el cortejo fúnebre de Hrant Dink, el periodista armenio-turco que fue asesinado frente a su oficina en 2007 y cuya muerte despertó Turquía de un prolongado letargo.

«Berkin se ha dormido. ¡Turquía despierta!» fue el grito que ya ayer sonaba por las calles de Estambul, donde en todas partes grupitos de vecinos colocaban velas, una foto del joven y una barra de pan en cualquier murete… antes de caminar hacia Taksim o hacia el barrio asiático de Kadiköy, donde la policía repartía gas lacrimógeno y agua a presión.

Nadie duda de que también hoy se repetirá el rito: los activistas está dispuestos a marchar a Taksim de nuevo, terreno vetado a todo acto político desde que la policía destruyó el campamento del parque Gezi y recuperó la plaza, tras quince días de independencia. Pero la gente no ceja en su empeño. Llegar a Taksim es la consigna, tanto en las dos protestas contra la ley mordaza de internet, que se produjeron en febrero, como el 8 de Marzo, cuando miles de feministas marcharon por los derechos sexuales. La policía siempre bloquea la simbólica plaza. El 8 de Marzo fue el único día que no acabó en una marea de gas, agua y adoquines.

Hoy acabará así, nadie lo duda. «Iremos. Porque es nuestra plaza, es simbólica, allí siempre celebramos el 1 de Mayo, y no pensamos esperar hasta que la policía nos dé permiso», asegura una mujer. «Primero acabará el cortejo, iremos luego», tercia un joven con el chaleco rojo del Frente Popular, una rama del grupo ultraizquierdista DHKP/C, según aclara. Junto con varios compañeros forma una cadena humana para separar a los adolescentes exaltados de la marcha y los cuatro blindados de la policía que bloquean la avenida en el barrio de Osmanbey.

En un primer momento, los vehículos han retrocedido ante el asalto de los jóvenes, que pronto se colgaron de palas y puertas, amonestados por los mayores. Pronto se aclara que fue una retirada táctica para dejar pasar el coche fúnebre por una calle lateral. La tensión sigue en el aire. Y no bien el féretro ha alcanzado el cementerio cuando llega la orden de carga.

Chorros de agua a presión, gas, balas de plástico, lo de siempre. Pero con inusitada dureza. Decenas de miles se quedan atrapados en un barrio rodeado por blindados, buscan una salida. «La policía dispara a matar», se queja un experimentado reportero. Esto es lo que el gobernador Avni Mutlu llama reducir la mano dura.

«Sé que puedo morir cualquier día en la protesta. Pero no abandonaremos»

A Pinar Yasaroglu no le sorprende. La joven ha estado todos los días en Gezi y no cree que esto vaya a acabar pronto. ¿Las elecciones del 30 de marzo? No se atreve a vaticinar el resultado: las encuestas siguen dando mayoría a los candidatos del AKP. «Pero no importa: nosotras seguiremos saliendo a la calle. Sé a lo que me expongo, sé que puedo morir cualquier día en la protesta. Pero no abandonaremos», promete.

Las elecciones son sólo el primer hito en un año que se intuye cargado. Habrá presidenciales en agosto, en fecha aún por determinar, y ya está claro que Erdogan no puede cumplir su sueño de reformar la Constitución, confiriendo mayor poder al presidente, y luego postularse al cargo, reemplazando a su viejo compañero de camino Abdullah Gül, ahora convertido en rival. ¿Rival? Hay quien piensa que la obvia distancia entre los dos, con Erdogan atacando la oposición en discursos furibundos y Gül contradiciéndole con elegancia de hombre de Estado no es más que el viejo juego del poli bueno y el poli malo.

El ejemplo más reciente fue la insinuación de Erdogan de «bloquear Facebook y Youtube» tras las elecciones, algo que seguramente tampoco gustará nada al sector joven de los votantes del AKP (el uso de las redes sociales en las zonas urbanas de Turquía es tan alto como en los países más modernos de Europa). Gül lo negó rotundamente al día siguiente: «No se contempla». ¿Una manera de erosionar a su primer ministro o de salvarle?

Gül se ha mantenido limpio en la batalla de barro que un sector hasta ahora cercano al AKP ha emprendido contra Erdogan: desde hace un mes no paran de aparecer vídeos anónimos en los que se escuchan conversaciones del primer ministro con todo tipo de personajes: ministros, gerentes de medios de comunicación, su propio hijo, Bilal Erdogan. A éste le pidió, supuestamente, hacer desaparecer de forma inmediata una enorme suma de dinero negro (un pequeño resto no pudo ocultarse, admitió Bilal: unos 30 millones de euros).

Erdogan denuncia un complot del «falso maestro de Pensilvania», el predicador Fethullah Gülen

Por supuesto, Erdogan ha negado la autenticidad de la grabación, tildándola tan pronto de «montaje» como de «doblaje». Pero ha admitido otras: una llamada a una emisora para modificar el telediario otra a un ministro para «seguir de cerca» un juicio contra un conglomerado empresarial poco dócil. Y no tuvo empacho en denunciar que sí, efectivamente, se le habían grabado sus conversaciones.

¿Quién? «El falso maestro de Pensilvania», es lo más cerca que Erdogan llega a nombrar a su gran enemigo, durante tantos años su aliado: Fethullah Gülen, predicador islamista exiliado en dicho estado norteamericano. Fue la red Gülen, conocida como Cemaat o Hizmet, quien aupó a Erdogan al poder y lo mantuvo en el trono, mediante sus medios de comunicación, sus empresas, sus escuelas de preparación para exámenes, donde salen muchas de las mentes brillantes de las nuevas élites religiosas. Y por supuesto, mediante su amplia presencia en la policía y la Judicatura.

Gezi pudo ya alejar a los dos bandos islamistas – apenas se distinguen en su ideología, sólo en su táctica: Erdogan es brusco, Gülen sutil – por la escasa imagen de estadista que proyectaba el primer ministro. Cuando anunció en otoño cerrar la red de academias privadas para exámenes, en gran parte en manos de simpatizantes gülenistas, el viejo predicador recogió el guante. O eso cree que la opinión pública de Turquía, pese a que Gülen niega haber dado ninguna orden a sus contactos en la Fiscalía para que lanzaran, el 17 de diciembre, la amplia investigación de corrupción que acabó con la dimisión de cuatro ministros, y prisión preventiva para los hijos de dos de ellos.

La respuesta de Erdogan fueron reiteradas purgas que dejaron descabezada la Judicatura y la policía. Pero alguien de dentro debió de guardar decenas de conversaciones, que van saliendo a la luz como un goteo calculado para hacer el máximo daño en vísperas de las elecciones. Una conspiración, trona Erdogan en todos los mitines. Pocos lo dudan. Pero la oposición cree que tal conspiración es menos grave que la inmensa red de corrupción urbanística, clientelismo de empresas, amenazas fiscales y reparto arbitrario de licitaciones con los que Erdogan – o esa es la imagen que dibujan las supuestas conversaciones – ha ido convirtiendo Turquía entera en un patio de propiedad privada.

La lucha a muerte entre los dos bandos religiosos ha dado una inesperada alegría a un tercer bando : los militares. Siempre habían denunciado como un único gran montaje los macroprocesos de Ergenekon y Balyoz que el año pasado acabaron con condenas, a menudo perpetuas, a dos centenares de militares, pero también académicos y periodistas, por supuestas conjuras golpistas.

Entre los liberados del caso Ergenekon hay asesinos confesos y fundadores de escuadrones de la muerte

Ahora, cambiada la Judicatura, reemplazados jueces y fiscales, el AKP deriva toda responsabilidad hacia los gülenistas y se felicita por la puesta en libertad de decenas de condenados, por defectos de forma. Eso sí, entre los agraciados no sólo se hallan generales de conducta intachable, escritores y periodistas de izquierda, sino también asesinos confesos y fundadores de escuadrones de la muerte.

Crece el caos político en Turquía. Tras el socialdemócrata CHP, también el ultranacionalista MHP, probablemente el partido mejor situado para pescar votos en el caladero del AKP, se ha constituido en adversario rotundo de Erdogan. El partido prokurdo izquierdista HDP, que absorbe en la práctica al BDP, ha estado más callado: como si siguiera apostando por Erdogan como única figura capaz de resolver la cuestión kurda (porque una alianza CHP-MHP no lo hará).

Y sin embargo, pese a la corona de flores de Kemal Kiliçdaroglu, las unicas banderas de un partido mayor presentes en la marcha fúnebre de Berkin Elvan son las del HDP, con cierta lógica, porque la familia de Elvan es kurda, dicen. Kurda y aleví y de barrio modesto: una mezcla que condena al ninguneo por parte de todas las ideologías oficiales: la kemalista, la islamista, la económica. Y sin embargo, hoy el «niño de cejas negras» tiene un entierro más multitudinario que se ha visto en años. Mayor que el del ex primer ministro islamista Necmettin Erbakan, el mentor de Erdogan.

La figura del niño muerto por culpa de la policía ha podido aglutinar a cientos de miles de turcos, precisamente porque se trata de alguien que ni siquiera estaba involucrado en las protestas, asegura Pinar Yasaroglu. «Era un chaval que sólo fue a comprar el pan, no hace falta ser de ninguna ideología concreta para vivir ese dolor; aquí puede haber gente de todo tipo». Eso sí, entre cincuenta o cien mil personas, sólo hay una mujer con el pañuelo islamista, símbolo al que tanto esfuerzo le dedica el AKP en aras de la «libertad religiosa». Turquía puede ser plural, pero los bandos están nítidamente trazados.

En Tunceli ha fallecido un policía por paro cardíaco tras inhalar grandes dosis de gas lacrimógeno

La noche se prolonga entre chorros de agua, nubes de gas, adoquines. La policía vuelve a tomar, tras Taksim e Istiklal, el barrio de Cihangir, feudo de clase media educada e izquierdista. Tampoco cesan las batallas en Ankara, Izmir, Mersin y decenas de otras ciudades.

Poco antes de la medianoche llega la primera noticia amarga desde Tunceli (Dersim), ciudad aleví y zaza-kurda en el centro de Anatolia: ha fallecido un policía por paro cardíaco tras inhalar grandes dosis de gas lacrimógeno. Y luego dicen que el gas no mata, pensarán los manifestantes, pero no lo dirán: hay conciencia que en el otro bando también están los hijos del pueblo, y ´desde los primero días de Gezi, el grito «Policía hijos de puta» es tabú, no se sabe si por respeto a la policía o a las putas. Quizás por ambos: las feministas de Gezi impartieron talleres creativos para hallar insultos no sexistas. Lo que ahora se grita es: «Policía, vende chucherías, búscate la vida honradamente».

Es medianoche cuando llega el segundo golpe: ha muerto un joven en Okmeydani, el barrio de Berkin Elvan. Según reconstruye la agencia DHA, un grupo de simpatizantes del AKP se presentó allí, armado de palos, para lanzar consignas islamistas. Hubo una refriega con un grupo «de ideología opuesta» y sonaron tiros. Dos heridos, un muerto. El titular del diario islamista Yeni Safak, que atribuye el homicidio a «los manifestantes» deja poco lugar a dudas de que el muerto, esta vez, es del bando del AKP. Mañana tendrán un mártir.

Faltan dos semanas para unas elecciones que no supondrán el fin del caos político, antes al contrario. En una farola de Okmeydani se agita al viento un cartel impreso con la advertencia: «Retrato robot del asesino de Berkan Elvan. Peligroso y agresivo». Muestra la cara del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan.