Opinión

La guerra de los necios

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Hace unos días, Canal 10, una emisora de televisión israelí, emitió un reportaje de investigación sobre el ataque israelí contra Líbano en 2006, más conocido como “Segunda Guerra del Líbano».

Aunque no profundizaba mucho, reflejaba muy bien lo que ocurrió realmente, y los tres principales protagonistas israelíes hablaban libremente sobre el tema.

La imagen que se daba era muy perturbadora, cuando menos. Se podría decir que era alarmante.

La principal conclusión era que en aquel entonces todos nuestros líderes se comportaron de una manera descaradamente irresponsable y estúpida.

Recapitulando: la II Guerra del Líbano duró 34 días, desde el 7 de julio al 14 de agosto del 2006.

El comando del ejército supo inmediatamente que uno de los prisioneros estaba muerto

La provocó un incidente fronterizo: las fuerzas de Hizbulá, en el sur del Líbano, cruzaron la frontera y atacaron a una patrulla rutinaria de Israel. El objetivo era capturar soldados israelíes con el fin de efectuar un intercambio de prisioneros, la única manera de conseguir que el gobierno israelí liberara a los prisioneros árabes.

En el ataque, dos soldados israelíes fueron arrastrados hasta el territorio libanés. Todos los demás murieron, pero se suponía que los prisioneros estaban vivos. En el reportaje se ve como el comando del ejército supo inmediatamente que al menos uno de los prisioneros estaba muerto, y se supuso que el otro también lo estaba. De hecho, ambos murieron en acción.

La reacción habitual en estos casos es responder con un ataque de represalia «para restaurar la disuasión», como el bombardeo, desde el aire o con artillería, de una base de Hizbulá o de un pueblo libanés. Pero esta vez no. Esta vez el gabinete israelí comenzó una guerra.

¿Y por qué?

En el reportaje no dan una respuesta convincente. La decisión se tomó de inmediato, después de un mínimo de deliberación. Uno tiene la sensación de que las emociones y las ambiciones personales jugaron un papel importante.

El reportaje de televisión consistía casi exclusivamente en los testimonios de las tres personas que realmente tomaron la decisión y llevaron a cabo la guerra.

El primero era el primer ministro, Ehud Olmert, que había llegado casi sin querer a ese puesto hacía solo unos pocos meses. Había sido viceprimer ministro por debajo de Ariel Sharon, que le había dado este título vacío como compensación por no haberle dado un Ministerio importante. Cuando de pronto Sharon entró en un estado de coma permanente, Olmert consiguió hábilmente sucederle.

Olmert había sido un funcionario político, sin serle leal a nadie, saltando de partido en partido

A lo largo de su vida, Olmert había sido un funcionario político, sin serle leal a nadie, saltando de partido en partido y de patrón en patrón, de la Knesset a la municipalidad de Jerusalén y retrocediendo, hasta que logra la ambición de su vida: el cargo de primer ministro.

En ningún momento había adquirido ninguna una experiencia militar en absoluto. Siempre se había escabullido del verdadero servicio militar y al final realizó algún servicio corto en el departamento judicial del ejército.

Pero es que el ministro de Defensa, Amir Peretz, tenía aún menos experiencia militar. Un activista laboral de profesión, el ex secretario general del enorme sindicato Histadrut, se convirtió en el líder del Partido Laborista. Cuando su formación se unió al nuevo gobierno de Olmert, Peretz pudo elegir un Ministerio y se llevó el más prestigioso: el de Defensa.

Esta combinación de dos líderes del gobierno sin ninguna cualificación militar es algo inusual en Israel, ya que es un país que está constantemente en guerra. El país entero se echó a reír cuando Peretz fue pillado por un fotógrafo mientras observaba un ejercicio militar con unos prismáticos con las tapas de las lentes todavía puestas.

La tercera persona en el trío fatídico era el jefe del Estado Mayor, Dan Halutz, que se suponía que iba a compensar las deficiencias militares de sus dos superiores civiles. Era un soldado profesional, un oficial de buena reputación. Pero, por desgracia, era un general de la fuerza aérea, un expiloto de combate, que nunca había dirigido las tropas de tierra.

En Israel, todos los anteriores jefes del Estado Mayor habían venido de las fuerzas de tierra, habían sido miembros de infantería o comandantes de tanques con experiencia. El nombramiento de Halutz para este puesto era algo extraordinario. Las malas lenguas insinuaron que el exministro de Defensa, una persona de origen judío-iraní, había preferido a Halutz porque su padre también era un inmigrante de Irán.

Sea como fuere, el jefe del Estado Mayor, que llevaba menos de un año en el cargo, no tenía cualificación para dirigir una fuerza de tierra.

Por lo tanto, lo que pasó fue que los tres dirigentes de la II Guerra del Líbano eran nuevos en el cargo y bastante inexpertos en la dirección de una guerra en tierra. De los tres, dos no tenían experiencia alguna en asuntos militares.

Después de decidir ir a la guerra, y antes de que empezara, Dan Halutz vendió sus acciones

El jefe del Estado Mayor tuvo otro infortunio más. Como se supo luego, pocas horas después de haber tomado la decisión de ir a la guerra, y antes de que se disparara el primer tiro, había dado instrucciones a su agente de bolsa para que vendiera sus acciones. En el reportaje de televisión explicaba que había querido dar la instrucción algunos días antes, cuando nadie soñaba con una guerra, y que por alguna razón técnica se retrasó. Pero al igual que la foto de Peretz con los prismáticos tapados, el asunto de Halutz con las acciones arrojó una sombra sobre él.

Por supuesto, Olmert fue declarado luego culpable de aceptar sobornos y de otros delitos y fue condenado a prisión, aunque está a la espera de la apelación.

Hace 24 años tuvo lugar la I Guerra del Líbano, que fue dirigida por el ministro de Defensa, Ariel Sharon, bajo los auspicios de Menachem Begin.

En ese momento, el propósito era destruir las bases palestinas en el sur del Líbano. Esta guerra tenía un objetivo, un plan operativo claro y un liderazgo militar y político eficiente. Desde luego, terminó en un desastre, cuando la masacre de Sabra y Shatila conmocionó al mundo.

Después de ocurrir esta atrocidad, se creó una comisión de investigación y Sharon fue despedido del Ministerio de Defensa (pero no del Gobierno) y los comandantes militares fueron castigados.

A pesar de esto, la campaña de Israel se consideró un logro militar excelente. Sólo unos pocos se dieron cuenta de que en realidad fue un desastre militar: en el frente oriental, frente a Siria, ninguna unidad israelí alcanzó su objetivo previsto, mientras que en el frente occidental las tropas israelíes llegaron a Beirut sólo después del plazo establecido, y porque rompieron el alto el fuego que impuso la ONU. (Fue entonces cuando conocí a Yasser Arafat en la parte occidental de la ciudad, que estaba bajo sitio.)

La I Guerra del Líbano tuvo un efecto inesperado y duradero: el surgimiento de Hizbulá

Líbano I tuvo un efecto inesperado y duradero. Las tropas palestinas abandonaron efectivamente el país y se reasentaron en Túnez (donde Arafat siguió con la lucha hasta los acuerdos de Oslo), pero en vez de la amenaza palestina empezó a crecer otra, mucho peor, en Líbano. La población chií, hasta entonces aliada con Israel, se convirtió en un enemigo mortal y muy eficiente. Hizbulá («Partido de Alá») se convirtió en una fuerza política y militar poderosa, lo que finalmente condujo a la II Guerra del Líbano.

Con todo, la I Guerra del Líbano fue una obra maestra estratégica comparada con la segunda.

En la segunda no hubo ningún plan operativo en absoluto y tampoco hubo un claro objetivo de guerra, un requisito fundamental para que cualquier operación militar tenga éxito.

La guerra comenzó con un bombardeo masivo de objetivos tanto civiles como militares, centrales eléctricas, carreteras y pueblos, el sueño de cualquier general de las Fuerzas Aéreas. Se tomaron decisiones sólo para revocarlas después, se comenzaron operaciones que después se cancelaron. Se bombardearon y destruyeron objetivos sin ningún motivo, excepto el de aterrorizar a la población civil y «grabarles en la memoria» la lección de que no valía la pena provocar a Israel.

Hizbulá reaccionó aterrorizando las ciudades y pueblos israelíes con misiles. En ambos lados hubo víctimas y destrucción aunque la parte que más sufrió fue, desde luego, el sur y centro de Líbano.

Como Hizbulá no se rindió, en Israel aumentó la presión para lanzar un ataque terrestre. No tuvo ningún resultado. Después de que la ONU decretara un alto el fuego, los dirigentes israelíes decidieron hacer un último esfuerzo y lanzaron un ataque terrestre después de la hora límite. En él, 34 soldados israelíes murieron para nada.

Una gran parte de la operación la llevaron a cabo soldados de la reserva, que fueron reclutados con prisa. Cuando los reservistas llegaron a sus bases, se encontraron con que los almacenes permanentes de emergencia estaban desprovistas de muchos materiales de guerra esenciales. Siendo civiles uniformados, se quejaron públicamente. Era obvio que el mando del ejército había descuidado los almacenes durante años. Los mismo ocurrió con el entrenamiento: muchas tropas de reserva no habían realizado los ejercicios anuales de entrenamiento desde hacía años.

¿Pasa esto con todas nuestras guerras, sólo camuflado mediante la censura y un tácito acuerdo?

Cuando al final se puso fin a los combates, los logros del ejército israelí eran cero. Algunas aldeas libanesas justo al lado de la frontera habían sido conquistadas y hubo que volver a abandonarlos.

Esta vez, los fracasos no se pudieron camuflar. Se creó una comisión civil de investigación que condenó a los líderes. Peretz y Halutz tuvieron que dimitir mientras que Olmert fue acusado de corrupción poco después y también tuvo que dejar su puesto.

Desde el punto de vista del gobierno israelí, la II Guerra del Líbano sí que tuvo éxito.

Desde entonces la frontera entre el Líbano e Israel ha estado relativamente tranquila. Si hubo algún objetivo de guerra discernible, fue el de aterrorizar a la población civil libanesa mediante matanzas y destrucción generalizadas. Eso efectivamente se logró. Hassan Nasralá, el líder destacado de Hizbulá (que fue nombrado después de que su predecesor, mucho menos capaz, fuera «eliminado» por el ejército israelí en un «asesinato selectivo») admitió públicamente con una franqueza inusual, que no habría ordenado la toma de prisioneros si hubiera sabido que desembocaría en una guerra.

Sin embargo, cuando uno escucha a los tres líderes israelíes en el reportaje de televisión, uno se queda impresionado por la flagrante incompetencia de los tres. Empezaron una guerra en la que murieron cientos de israelíes y libaneses y se destruyeron casas sin ninguna razón, llevaron a cabo una guerra sin un plan claro y tomaron decisiones sin tener ni idea de lo que estaban haciendo. Se mostraban muy poco respecto unos a otros cuando hablaron en la televisión.

Cualquier israelí que escuche estos testimonios se ve forzado a preguntarse a sí mismo: ¿Es esto lo que pasa con todas nuestras guerras, las pasadas y las futuras? ¿Es que hasta ahora sólo se ha camuflado mediante la censura y un tácito acuerdo?

Y una pregunta mucho mayor: ¿No ha sido esto lo que ha pasado en la mayoría de las guerras de la historia, desde el antiguo Egipto y Grecia hasta nuestros días? Ya sabemos que la Primera Guerra Mundial, con sus millones de víctimas, se inició por culpa de políticos idiotas y llevada a cabo por militares incompetentes.

¿Está la humanidad condenada a sufrir esto para siempre? ¿Es esto todo lo que los israelíes podemos esperar? ¿Algunas guerras más llevadas a cabo por el mismo tipo de políticos y generales?

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