Reportaje

Los últimos de la fila

Daniel Iriarte
Daniel Iriarte
· 9 minutos
Campesino en Koprivshtitsa, Bulgaria (2006) |  ©  Daniel Iriarte
Campesino en Koprivshtitsa, Bulgaria (2006) | © Daniel Iriarte

Sofia | Noviembre 2006

«Si está usted en un local y alguien entra rodeado de cuatro guardaespaldas, por norma general ése ya no es un lugar seguro». Son palabras de un folleto que se les entrega a los turistas en el aeropuerto de la capital de Bulgaria. Indican que algo va mal en el país.

La mafia no se detecta a simple vista en las calles de Sofía, pero deja rastro: varias cafeterías y bares de la ciudad lucen una pegatina que prohíbe la entrada con armas de fuego y casi todos los edificios oficiales, hoteles grandes y centros comerciales tienen detector de metales en la puerta.

«Aunque hasta la fecha ningún peatón inocente ha muerto en un tiroteo, es cuestión de tiempo», continúa el folleto, titulado Sofia insider’s guide.

Las estadísticas no invitan al optimismo: al menos 150 personas han sido asesinadas en relación con asuntos mafiosos en los últimos seis años, sin que se haya condenado a nadie. En octubre de 2005, era abatido a tiros en plena calle Emil Kyulev, el segundo hombre más rico del país y directivo del grupo financiero más importante de Bulgaria, el DZI-Rosexim, sin que hoy se sepa todavía el motivo exacto.

Los profesionales del crimen en Bulgaria aprovechan su condición de país bisagra con cinco fronteras

No obstante, el crimen organizado, señalado por la Unión Europea como una de las grandes asignaturas que tienen que resolver, no parece ser uno de los problemas que preocupan a los búlgaros: «Nunca en mi vida he pasado miedo en Sofía», afirma Desislava Ivanova, especialista financiera de la Compañía Nacional de Telecomunicaciones, que goza de un cierto poder adquisitivo para los niveles búlgaros.

Los profesionales del crimen en Bulgaria aprovechan su condición de país bisagra con cinco fronteras —entre ellas, la serbia y la turca— y costa en el Mar Negro. Algo de lo que se aprovechan las organizaciones delictivas, que, según el Ministerio de Interior, controlan la prostitución, a menudo forzosa, y el contrabando de tabaco, armas, coches de lujo, moneda falsa y drogas. Entre éstas, destaca la heroína asiática, que entra desde Turquía y cruza los Balcanes por carretera.

Una porción no desdeñable de los beneficios de las mafias proviene de negocios legales, como inmobiliarias, aseguradoras o grupos financieros, por lo que desmantelar estas redes es sumamente complicado.

Corrupción omnipresente

Las organizaciones criminales se ven beneficiadas por una corrupción muy extendida en el sector público, especialmente en la administración de Justicia.

«¿Corrupción? Claro que me preocupa, sólo hay que leer los periódicos. Está en todas partes», comenta Alexandar, un arquitecto de 50 años que expresa el sentir mayoritario de los búlgaros. Son notorias las pequeñas corruptelas, normalmente el pago de tasas inexistentes, para servicios que van desde los visados en el aeropuerto hasta los billetes en los tranvías.

Numerosos carteles en las dependencias públicas indican qué tasas son legales y cuáles no

Numerosos carteles (en búlgaro e inglés) en todas las dependencias públicas indican qué tasas son legales y cuáles no, y hay un teléfono para comunicar tropiezos de este tipo, lo que da una idea del alcance del problema. Pero parece que las medidas no bastan: el propio presidente, Georgi Parvanov, pidió en mayo la creación de una oficina especial anticorrupción independiente del Gobierno y dio ejemplo haciendo públicos detalles de sus ingresos y propiedades.

Parvanov exigió mayor transparencia respecto a los fondos de los partidos políticos y las fortunas personales de sus miembros, insistiendo en que «nadie puede ser intocable, ni siquiera el Gobierno o el Parlamento». Pero en los 15 años de democracia búlgara, ningún alto cargo político ha sido juzgado por corrupción.

A dos meses de la entrada en la Unión Europea, los búlgaros no muestran demasiado entusiasmo por su futuro político. Sólo cuatro de cada diez ciudadanos acudieron a votar en las elecciones presidenciales de octubre, en las que el socialista Georgi Parvanov obtuvo un segundo mandato. Algo que se daba por hecho antes de abrirse las urnas: las diferencias internas de los partidos de centro-derecha, a favor de la Unión Europea, restaron apoyos al candidato consensuado, Nedelcho Beronov, y acarrearon votos a la coalición de extrema derecha Ataka (Ataque). Este partido está encabezado por Volen Siderov, cuyo discurso duro, antieuropeísta y xenófobo («Bulgaria para los búlgaros») promete mano dura frente a los numerosos problemas del país.

La segunda vuelta, entre Parvanov y Siderov, convirtió al derechista en el ganador moral de las elecciones, con un inesperado 24,5% de los votos. Todo un salto hacia adelante respecto a las legislativas de 2005 —que dieron a Ataka el 9% de los votos—, traducido en 22 escaños en el Parlamento, donde es actualmente la cuarta fuerza.

El economista Asen Marinov cree que «dadas las posibilidades, quizá el resultado haya sido el mejor posible: no había grandes opciones».Con el movimiento del ex rey Simeón desaparecido de la escena y otros políticos respetados sin ánimos de presentarse, era muy difícil aglutinar una oposición a Parvanov.

El ex primer ministro búlgaro Philip Dimitrov —que apostaba por el moderado Beronov— cree que la subida de Ataka no amenaza realmente la convivencia entre búlgaros eslavos y minorías como la turca (un 9,5% de la población) o la gitana (un 4,7%).»Es verdad que algunos líderes de Ataka están jugando con ideas etnocéntricas. Pero el apoyo que consiguen no está relacionado con ello. Quienes les votan están buscando una forma de expresar su desencanto con el Gobierno, con el presidente, con la mayoría parlamentaria… pero no creo que nadie piensa en serio que vayan a ganar», declara Dimitrov.

Es palpable la existencia de un racismo galopante, especialmente hacia los gitanos

Clive Leview-Sawyer, editor del diario anglófono Sofia Echo, señala que «Siderov levanta la voz en temas de los que el ‘establishment’ político prefiere no hablar. Puede que no sea más que un populista gritón, pero su perorata —las influencias perniciosas de rumanos y turcos— evidentemente encuentra eco en un amplio sector», no necesariamente de bajo nivel cultural o económico.

Es palpable la existencia de un racismo galopante, especialmente hacia los gitanos: «Oh, ya sabe, roban y todo eso. No me gustan nada», se expresa Kalina, una agente turística de 35 años. Según Antonina Zhelyazhkova, presidenta del Centro Internacional para los Problemas de las Minorías y las Relaciones Culturales (IMIR), «con el comunismo, las minorías vivían mejor, porque existían políticas de integración —el ingreso en el ejército o las brigadas de construcción— que los dirigentes demócratas no quisieron retomar para evitar ser tachados de procomunistas».

«La barrera es sobre todo educativa y económica, es una cuestión de falta de oportunidades», explica Asen Marinov. Según datos del sociólogo Nicolai Genov, el 91% de los gitanos y el 73% de los búlgaros de etnia turca tiene unos ingresos por debajo de las 100 levas (menos de 50 euros) al mes y un estatus social muy bajo. «Hay un proceso de creación de guetos», afirma Asen. «Existen zonas en las que los colectivos gitanos no pueden pagar la luz, pero donde la compañía eléctrica no puede entrar a cortar el suministro por miedo a agresiones. Eso hace que otros grupos gitanos se acerquen a vivir ahí, creando bolsas de miseria muy difíciles de eliminar».

Las acusaciones de corrupción contra el Movimiento de Derechos y Libertades, socio de coalición del Gobierno socialista, han contribuido a enrarecer el ambiente, dado que sus bases se componen en gran parte por búlgaros turcos, incluso si el partido «hace lo que puede para incluir en su cúpula visible al mayor número posible de personas de etnia no turca», en palabras de Dimitrov. El ex primer ministro cree que «hay que dejar claro que se trata de acusaciones contra el partido, no contra los turcos, pero es una distinción que algunos populistas no hacen».

El sector turístico crece rápidamente y fomenta el ‘boom’ inmobiliario

Los datos económicos de los últimos años son favorables: el paro desciende regularmente (aun así, supera el 9%), existe un ‘boom’ inmobiliario asombroso y el sector turístico se desarrolla a pasos agigantados. El mercado bursátil creció un 35% en 2005 —la tendencia continúa en 2006— y el crédito hipotecario casi se dobló, hasta el punto de que el Banco Nacional de Bulgaria tuvo que endurecer enormemente los requisitos de solvencia para contener el crédito al sector empresarial. Aun así, el salario mínimo continúa siendo de 75 euros al mes y el sueldo medio ronda los 150.

Pero muchos búlgaros ven el futuro con optimismo. «Por supuesto que la entrada en la Unión Europea será positiva. Como mínimo, sabré qué estoy comiendo», asegura Desislava, haciendo referencia a los controles alimentarios cuya implantación es una de las exigencias fundamentales de Bruselas, aparte de la lucha contra el crimen y la corrupción, la garantía de la independencia judicial y el control de los fondos estructurales comunitarios, especialmente los referidos a la agricultura.

Asen Marinov, en cambio, introduce una nota autocrítica: «Somos muy conscientes de los obstáculos. Pero la mayor dificultad que tiene Bulgaria es que aquí todo el mundo mira solamente por sí mismo, y así es muy difícil construir nada».