José María Álvarez
«Estambul me cura de la imbecilidad de Occidente»
Alejandro Luque
Las referencias eruditas a la pintura, la música y la literatura, un erotismo gozoso y desafiante de toda censura, y un hedonismo en cierto modo nostálgico de tiempos pasados son algunas de las señas de identidad de José María Álvarez (Cartagena, 1942), uno de los nombres destacados de aquella renovadora ola novísima que descubriera José María Castellet a principios de los 70 con su antología Nueve novísimos.
Celebrado por su poemario Museo de Cera (1974), Álvarez ha publicado reciéntemente Los decorados del olvido (2003), Sobre la delicadeza de gusto y pasión (2006) o Bebiendo al claro de luna sobre las ruinas (2008). Pero no sólo ha seguido cultivando el verso, sino que ha ido publicando a lo largo de los últimos 30 años novelas, diarios, ensayos y libros de conversaciones ―sin olvidar sus legendarias traducciones de Stevenson, Kavafis, Eliot, Shakespeare― mientras daba rienda suelta a su insaciable pasión viajera: Estambul ―él escribe Istanbul―, Venecia, Alejandría, Roma, París, son presencias constantes en su obra.
Estos escenarios mediterráneos vuelven a asomar en Los obscuros leopardos de la luna, su último poemario, que acaba de ver la luz en el sello Renacimiento. Furibundo antiizquierdista, las opiniones de Álvarez reflejan siempre su modo de ir a la contra, aunque a menudo rocen el escándalo en un tiempo en el que no es fácil escandalizar.
No hace mucho, le pidieron una poética y usted remitió a lo que dijera en Nueve novísimos. ¿Se ha movido tan poco su idea de la poesia desde entonces?
Sí, la ruleta rusa, sin duda, en cuanto a lo que podemos conseguir. Cada vez estoy mas seguro de que lo unico que podemos hacer es eliminar de lo que se nos ocurre aquello que es indudablemente malo. De todas formas, somos excesivamente generosos con nuestros errores.
No quiero insistir demasiado en la vieja cuestión novísima, pero le preguntaría qué ha quedado, en su opinion, de aquel movimiento o fenómeno poético.
Imagino que Gimferrer, Azúa y, según dicen por ahí, yo. Y, por supuesto, Luis Antonio de Villena, que debió estar en aquel libro. Y también Juan Luis Panero, que tampoco estaba.
¿Celebró ―y prometo que acabo con la cuestión― el premio Nacional de Castellet?
Claro.
¿De qué modo cree que condiciona el Mediterráneo su visión del mundo y del arte?
Absolutamente. No sólo por lo que personalmente me fascina en ese mundo, sino por todo lo que la Literatura y el Arte ahí nacido me han regalado.Yo soy un hombre del Mediterráneo, hasta el último poro.
Tiene usted una muy estimable colección de conchas marinas. ¿Qué le dicen si las arrima al oído?
Oigo a Homero, a Safo, a Teócrito. Y huelo el mar.
Muchos españoles descubrieron a Kavafis gracias a usted. ¿Cree que se ha leído bien? ¿Le parece ―como opinan algunos― que en España se le ha “saqueado” en exceso?
Se le ha leído. Saquear, en Literatura, sólo sucede si se copia, no si ese espíritu late en uno.
Ha dicho: “Necesito a Istanbul como el diabético su insulina”. ¿De qué le cura la vieja Constantinopla?
Me cura de tanta imbecilidad in crescendo como azota a Occidente. Pero no menos me cura Alejandría.
Venecia, en cambio, es para usted “una enfermedad”. ¿No ha encontrado remedio?
En el sentido en que Barrès habla de los enfermos de Venecia. Si, es algo que se nos inocula y que nos convierte en hijos suyos, nos hace desearla, necesitarla continuamente. Yo he vivido mucho en Venezia y cada vez me siento más enfermo, la necesito más.
Y París, dice, “es mi mujer”. Matrimonio bien avenido, puesto que sigue allí…
Claro. París es mi casa. Tengo casi todo lo que me gusta y muy generosamente. París tiene mucho, como dije en un poema, de la esposa, mientras que Alejandría por ejemplo tiene mucho de una querida.
Ha escrito también unos poemas bellísimos sobre Sicilia, y coincide con Lampedusa en el amor por Shakespeare (y tal vez también por Stendhal) y que ambos se vestían en Londres. ¿Qué más tiene usted de Gatopardo?
Podría hablar de Sicilia casi como hablo de Istanbul. Se respira aire de dioses. De Gatopardo acaso tenga ciertos rasgos de fin de raza.
Me ha fastidiado, porque tenía que ir precisamente ahora a El Cairo, a un encuentro, y me parece que se suspenderá. No sé qué puede suceder. El problema con todas esas naciones está en lo que cualquier proceso pueda favorecer el integrismo. Es muy delicado.
Usted tuvo una gran amistad con Emilio García-Gómez. ¿Qué habría opinado él de esa profunda división entre Occidente y Oriente, entre Europa e islam, que reflejan hoy los medios de comunicación?
Don Emilio vivió un mundo que, aunque también era un caos, no había llegado a los extremos de barbarie y de abolición de la inteligencia que es este nuestro. Supongo que se sentiría desolado.
Conociendo su nula simpatía por Zapatero, por la Alianza de Civilizaciones ni la pregunto…
Rodríguez Zapatero es un pobre hombre sin formación ninguna y sin idea alguna, de una vileza ilimitada.
Alguna vez ha dicho que Sevilla le inspira, e incluso escribió un poema dedicado a sus vírgenes. ¿Se vería pronunciando un pregón cofrade?
Nunca doy pregones, pero Sevilla es la ciudad española que más amo.
¿Le perdonarán los capillitas un poema erótico con la Esperanza de fondo? ¿No teme usted ninguna persecución ultracatólica?
Me he pasado mi vida de fatwa en fatwa.
La pregunta… de Pepe Serrallé
José María, en tu poesía siempre están presentes las nínfulas, las jovencitas que ejercen sobre el hombre maduro una atracción erótica irresistible… ¿Sigues en contra de cualquier legislación que regule el sexo?
Por supuesto. Pero la degradación, el empobrecimiento de la sexualidad, es una de las pretensiones de nuestro tiempo.