Entrevista

Raúl Santos

«Mi abuela fue capo de los contrabandistas de Gibraltar»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 10 minutos
Raúl Santos (Sevilla, 2011)  | © Antonio Acedo / El Correo
Raúl Santos (Sevilla, 2011) | © Antonio Acedo / El Correo

“Mi abuela introdujo los preservativos en España”, afirma Raúl Santos mientras liba de su cigarrillo y se lleva una cerveza a los labios. A simple vista, su cabello pelirrojo y su aire Lennon le permitirían pasar por guiri.

Pero este joven cineasta nació en Algeciras en 1978, y aunque actualmente reside en Nueva York, se ha dado a conocer como cineasta con una cinta muy vinculado a su tierra natal: La Roca, premio Eurodoc al Mejor documental en el último Festival de Cine Europeo de Sevilla.

El director sonríe al recordar cómo empezó todo: “Mi madre me mostró por skype una vieja foto donde yo aparecía, con sólo tres años, disfrazado de policía nacional: mi hermano iba de bobby, mi primo Joselito de guardia civil, y mi prima Leti de señora… El guardia civil tenía una llave gigante en la mano, mientras mi hermano y yo intercambiábamos banderas. ¿Qué quería decir todo aquello? Mi madre me lo explicó: 40 días antes de la foto, se produjo el acontecimiento más emocionante de la Historia de España, la apertura de la verja. ¿Y mi prima? Iba de Carmen Ward, la primera española que cruzó la frontera”.

Esta revelación le llevó a preguntarse, acaso por primera vez en su vida, acerca de sus orígenes y la influencia que el entorno geográfico había tenido sobre su familia. Fue entonces cuando comenzó a indagar en la figura de su abuela.

“Llegó a ser el capo de los contrabandistas”, asegura con mal disimulado orgullo. “Trabajaba en Gibraltar, pero vivía al otro lado de la frontera, de modo que cruzaba de un lado a otro varias veces al día”, explica Santos. Sabía que, aunque se llenara la faja de café o de medicamentos, nadie iba a cachearla. Empezó a recibir un duro por cada maleta que introdujera. Con el tiempo hemos averiguado que eran valijas cargadas de penicilina, que una red de médicos distribuía luego por la Península. Ayudó a salvar vidas, pero no llegó a saberlo nunca”.

A través de sucesivas indagaciones, tirando del hilo de la memoria, el director descubrió también una historia de amor demediada por la dichosa verja. “Gibraltar tuvo su Romeo y su Julieta”, afirma Santos. “Hubo un tiempo, entre los años 40 y los 60, en que la gente de uno y otro lado vivía conectada, sin ningún problema. Nadie miraba pasaportes para entrar o salir. Podías tener amigos y enterarte sólo al cabo de mucho tiempo de que era llanito [gibraltareño]. No eran infrecuentes las familias mixtas, los niños bilingües. Pero ambos gobiernos provocaron la separación, hicieron lo posible por destruir aquella convivencia”.

Tal vez por eso, si algo tenía claro Raúl Santos desde mucho antes de gritar “¡acción!” era que los políticos estarían excluidos de su cinta. “Los protagonistas son el tipo que fue encargado de abrir la verja, contrabandistas que vivieron aquella época, un guardia civil, familias separadas, hijos a los que sus padres veían crecer a través de unos prismáticos… Cuando me puse a vender la película en Estados Unidos, me di cuenta de que la mayoría de la gente pensaba en Gibraltar como en una isla. Tuve que explicarles que la situación era tan potente como el Muro de Berlín, sólo que la caída vino siete años antes”, agrega.

La llegada de Raúl Santos al cine vino precedida de éxitos en otros campos. “Empecé trabajando en publicidad, viví en Madrid y me fue bien. Hasta que monté mi propia empresa y empecé un largo periplo por Londres, París, Berlín, finalmente Estados Unidos… Allí me dí cuenta de que era infeliz haciendo publicidad, y de que estaba atado porque las cosas me habían ido muy bien. El gran giro fue conseguir una beca de la Junta de Andalucía, creada para evitar la fuga de cerebros y tratar de que el talento autóctono revierta en Andalucía. Gracias a ella me lancé a crear mi productora, que trabaja con un 95 por ciento de andaluces”.

No obstante, cuando llegó la hora de afrontar el desafío de La Roca, una producción de 200.00 euros, Santos se vio solo y sin ayuda. “Nadie, ni en Estados Unidos ni en España, abrió la puerta, de modo que tuve que financiar la película íntegramente por mi cuenta. El apoyo lo encontré en el equipo, que se volcó de una forma increíble. Me decían: ‘No te preocupes, si no puedes pagarme ahora, ya hablaremos más adelante’. Todos tenemos que llenar la nevera, pero hay cosas más allá de eso que nos mueven”.

Tampoco fue fácil abordar el rodaje de un tema que sigue siendo delicado a ambos lados de la barra fronteriza.“El proceso fue un infierno”, evoca Santos. “Yo en Gibraltar soy el enemigo, que alguien se te abra en esas circunstancias requiere paciencia y confianza. Y en España, sencillamente, he sido tachado de antipatriota”.

¿Siguen siendo las relaciones, pues, tan tensas? “Todavía sigue siendo infrecuente la gente de un lado que tiene amigos en el otro, y sí es habitual ver por la carretera a gente que grita a los coches con matrícula de Gibraltar. Hay un grupo gibraltareño de pop que tiene bastante éxito, Taxi, y en sus conciertos nunca falta gente que entona consignas reivindicativas. Eso por no hablar del día de la victoria de España en el Mundial de fútbol: un montón de gente fue a las puertas de Gibraltar con banderas y silbatos para celebrarlo”, enumera.

Para Santos, “existen alrededor de Gibraltar dos planos, el humano y el político. A la política le interesa que exista esa identificación nacionalista, tienes más apoyo si muestras un enemigo y sacas una bandera por la que luchar, o usas el idioma como arma en vez de cómo herramienta de comunicación… Los partidos mueven eso todo el rato. En el plano humano, en cambio, no existe, o no debería existir, esa tensión. Y creo que la película invita a pensar que no había razones para pensar tan mal del otro”, comenta.

¿Y su postura como ciudadano? Santos da el último sorbo a su cerveza y sonríe de nuevo: “Como ser humano, participo en política y me interesa todo. Pero me niego a entrar en cuestiones de soberanía ni nada por el estilo. Como artista, me da exactamente igual la bandera que ondee sobre el peñón”, apostilla.

Algo más que una película de espías

La imagen de Gibraltar en el cine casi siempre ha estado sujeta a las tensiones territoriales que el peñón históricamente ha desatado, y con no poca frecuencia ha servido como escenario de filmaciones bélicas y relatos de espionaje e intriga. Parece ser que la primera cinta de ficción inspirada en este enclave fue la titulada precisamente Gibraltar [rebautizada luego como Tánger, 1938], dirigida por Fyodor Otsep y protagonizada por un oficial inglés de la base que se hacía pasar por traidor con el objeto de desenmascarar a unos terroristas que llevaban armas a Palestina.En un registro muy diferente, The captain’s paradise [El paraíso del capitán, 1953], con Alec Guinness e Yvonne de Carlo bajo dirección de Anthony Kimmins, narraba la historia de un marino del Estrecho que tiene un amor en cada puerto: concretamente, uno en Gibraltar y otro en el Marruecos españolIncontables son, por otra parte, las producciones en torno a la Segunda Guerra Mundial que tiene a Gibraltar y sus estratégicas aguas como telón de fondo. En Danae [La mujer que vino del mar, 1957], de Franceso de Robertis, con Sandra Milo y Vittorio de Sica, una bella muchacha italiana sabotea las acciones de los ingleses en la bahía gibraltareña. Tras I was Monty’s Double [Yo fui el doble de Montgomery, 1958], de John Guillermin, y Sink de Bismarck [¡Hundid al Bismarck!, 1959], un trabajo de pura y dura propaganda británica dirigida por Lewis Gilbert, se estrenó otro filme titulado Gibraltar (1963), con Pierre Gaspard-Huit al frente y Juan Luis Buñuel, hijo del genio de Calanda, como ayudante de dirección. La buena marcha de este trabajo animó al director a rodar en el mismo año Alerte a Gibraltar [Misión en el Estrecho], con producción franco-italo-española: una vez más, una historia de espías, con guión de Méndez-Leite, que se desarrolla entre la Roca y Tánger. Y sólo habría que esperar un año más para el rodaje de The high bright sun [Persecución implacable, 1964], de Robert Thomas, con el galán Dick Bogarde en el papel principal.

Este encasillamiento en el género de espionaje se rompería con dos comedias: Operation Snatch (1962), de Robert Day, y la española Proceso de Gibraltar (1967), de Eduardo Manzanos, que tiene lugar alrededor de un desopilante proceso judicial. Por su parte, The sailor from Gibraltar [El marino de Gibraltar, 1968], dirigida por Tony Richardson con guión de Marguerite Duras y protagonizado por Vanessa Redgrave, es la historia de una mujer en busca del amor perdido que sirvió como exponente del naciente free cinema. Mención aparte merece la polaca Katastrofa w Gibraltarze [The crash of Gibraltar, 1984], sobre la muerte del primer ministro polacao en el exilio, Wladyslaw Sikorski, en julio de 1943.

La Roca no tardaría en reaparecer como escenario de la guerra fría, nada menos que de la mano de James Bond. Fue en The living daylights [Alta tensión, 1987], con Timothy Dalton en el papel de 007. También comienza en la Roca la alemana Der Skipper (1990), de Peter Keglevic, en la que un marino embarca a dos chicas en su nave sin sospechar que le traerán muchos problemas.

En el ámbito del documental, además de Una ciudad española llamada Gibraltar (1970), de Esther Cruz y Luis Torreblanca; la Historia de Gibraltar (1971) de Wilhelm Ziener, y Gibraltar, Rock of Ages (1985), desataca la cinta Death on the Rock [Muerte en la Roca, 1989], de Thames Television, que denunciaba la intervención de la SAS en la muerte de tres miembros del IRA en el peñón. Otras producciones más recientes son Tarifa Traffic: death in the straits of Gibraltar (2003), de Joakim Demmer, sobre la inmigración en el Estrecho; Operación Algeciras (2004) de Jesús Mora, donde se narra el plan español de atentar con buzos contra un objetivo británico; o Gibraltar (2011) de Ana García, que narra el regreso de la directora a la colonia donde nació para casarse y rememorar su historia familiar.