Reportaje

El documental predica en el desierto

II edición del Douz Doc Days

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos

Douz | Diciembre 2012 · Especial para M’Sur

“Aquí, en Douz, las películas se proyectan en una tienda nómada. Ahora que los cines están desapareciendo, hemos vuelto a los tiempos de los hermanos Lumière”. Son palabras de Hichem Ben Ammar, conocido cineasta e impulsor del Douz Doc Days, una cita con el cine documental que se celebró el pasado mes de diciembre en la localidad de Douz, a las puertas del desierto del Sahara, y que en sólo dos ediciones y con un presupuesto limitado –unos 40.000 euros– ha logrado una más que aceptable consolidación.

Del 26 al 30 de diciembre han desfilado por la mencionada tienda y por la Casa de la Cultura de la ciudad algunos de los trabajos más recientes de directores veteranos y de jóvenes valores, poniendo de manifiesto algunas significativas paradojas: al tiempo que el país estrena libertades tras la larga noche de la dictadura, la crisis del cine clausura salas a un ritmo endiablado. Sin embargo, por más que menguan las posibilidades de proyectar, se hacen más películas que nunca gracias a las facilidades para acceder a medios técnicos.

“En 1956 teníamos un centenar de salas de cine. Hoy en todo el país sólo contamos con 14, de las cuales seis o siete están a medio rendimiento”, lamenta Ben Ammar, quien no obstante celebra que después de la revolución del 14 de enero que acabó con la tiranía de Ben Ali “hemos pasado de hacer un largo documental al año a diez en 2011, y 20 este año pasado”. En este sentido, el director aspira a que el Douz Doc Days crezca al mismo tiempo que el desarrollo del género en Túnez, aunque modestamente afirma que “de momento, sólo somos un proyecto. En tres ediciones tal vez llegamos a ser un festival”.

En cualquier caso, lo visto en Douz indica claramente los asuntos que más interesan hoy a los tunecinos: la Revolución y sus efectos, las condiciones de miseria en las que viven algunos sectores de la población, el drama de los refugiados, la modernidad confrontada a las formas de vida tradicionales, la identidad nacional… Y también la propia memoria, las verdades que permanecen ocultas después de casi 25 años de dictadura.

“Hoy el peligro son los partidos islamistas, que apuestan por una clara regresión”, explica Mounir Bouaziz, experimentado director que presentó el documental de inspiración feminista Une vie en dents de scie. “La batalla no ha terminado para nosotros, después de Bourguiba y Ben Ali. De la misma manera que los partidos de izquierda se han unido para las próximas elecciones, el cine tunecino está conjurado frente al integrismo. Sabotearon una proyección en el hotel Africa, una exposición en La Marsa… Pero no vamos a ceder en una sola de las libertades conquistadas”, añade.

El festival es un punto de encuentro que, además, sirve para crear público

De aliento feminista es también Militantes, el último trabajo de Sonia Chamki, una directora en la estela de las grandes pioneras del cine hecho por mujeres en Túnez, como Moufida Tlatli, Nejia Ben Mabrouk, Selma Baccar o Kalthoum Bornaz. “La mujer hasta ahora se ha dedicado en nuestro país a labores técnicas, pero sigue sin haber muchas directoras. Teniendo el doble de diplomas que algunos hombres, necesito esperar el doble de tiempo: no puedo hacer un largo de ficción antes de hacer media docena de cortos y documentales”, lamenta Chamki.

“Tras la revolución no ha habido cambio, están las mismas personas que antes tomando las decisiones, y la mayoría son hombres”, denuncia la cineasta. “En cualquier caso, iniciativas como el Douz Doc Days me parecen estupendas, porque hasta ahora nos ha sido más fácil mostrar nuestros filmes en festivales internacionales que a los tunecinos”, concluye.

Por otro lado, el Douz Doc Days sirve también para crear público. Además de las películas a concurso, se pudieron ver en la Maison de Culture ciclos dedicados a un animal tan familiar en la ciudad como el caballo –desde Hidalgo de Joe Johnston a L’etalon noir de Carroll Ballard, pasando por Cheval de guerre de Spielberg–, hasta obras de autor como Fata Morgana de Werner Herzog o el impresionante documental Nostalgia de la luz, del chileno Patricio Guzmán, en el que los vecinos del Sáhara tunecino pudieron asomarse por un momento al horror y la belleza del desierto de Atacama.

Hacía falta esta descentralización; todo está demasiado concentrado en la capital”, comenta Fethi Saïdi, otro corredor de fondo que ha mostrado en Douz trabajos como Bah Bah et moi o Separations, y que no obstante se muestra muy crítico con las nuevas propuestas que están surgiendo en el país: “La mayoría de las cintas son más reportajes que películas, carecen de construcción cinematográfica y de capacidad para reflejar con distancia”, asevera. ¿Demasiado Facebook y poca filmoteca?, le preguntamos. Sonríe: “Eso lo has dicho tú, no yo”.

Reflexiones como ésta se sucedían en corrillos a lo largo de todos los días del Festival, poniendo de manifiesto que, a pesar del buen clima reinante entre la vieja guardia y los nuevos autores, las distintas generaciones se miran con cierto recelo. Los mayores quieren hacer valer sus galones –para eso sacaron su trabajo adelante bajo censura y presiones de todo tipo– mientras que los jóvenes piden pista y alardean de dominio de las nuevas tecnologías y las redes sociales aplicadas a su labor.

“Facebook y Twitter son sólo un plus”, rebate la joven Fatma Laâzibi, autora del reivindicativo filme Zwewla, mais on rêve. “Hay dos formas de adquirir la educación cinematográfica: académicamente, o por tu propio interés. Nosotros tenemos algo que los mayores no tenían, internet, y eso nos permite satisfacer nuestra curiosidad de mil maneras, a la vez que mostramos nuestros trabajo sin intermediarios”, dice.

Hasta Douz llegaron directores consagrados, pero también estudiantes y advenedizos

Lo cierto es que la brecha entre los trabajos de la generación anterior y filmes como Babylon –premiados en el prestigioso festival de Marsella– o el fresquísimo We are here, de Abdallah Yahia, parece ensancharse por momentos. Para el presidente del jurado, Mahmoud Ben Mahmoud, director del aclamado filme Le professeur, hace falta tiempo: “Hay muchos realizadores, pero es difícil saber quién es de verdad un autor. Habrá que estar atentos a las próximas ediciones del festival. La libertad de expresión ha permitido a los chavales hablar de cosas que antes estaban prohibidas. Sus cámaras se han lanzado a testimoniar la realidad, pero no la analizan: no existe aún un punto de vista”, sentencia.

“En Túnez hemos trabajado siempre en los márgenes, hemos hecho durante décadas documentales de encargo, pero no de autor”, prosigue el cineasta. La televisión no se preocupa por la creación, y aunque no hay censura política, sí la hay en un sentido moral: la religión, la sexualidad, la libertad de conciencia siguen siendo fuertes tabúes. No es un problema de Gobierno, sino de una sociedad conservadora que no permite todavía imágenes de shock en televisión”.

No sólo hubo cineastas reconocidos en Douz. Hasta el festival se acercaron también estudiantes y directores advenedizos que sueñan con realizar algún día sus proyectos, aunque  son conscientes de que no tendrán las cosas fáciles. Con su humilde cámara Kodak desechable, Hasma Sa Zagouane toma fotos a su alrededor con una sonrisa de oreja a oreja: ha venido desde Mahdia sólo para ver películas y encontrar cómplices cinéfilos. “Mi padre, que es agricultor, no quiere que practique cine, cree que es sólo un pasatiempo, que no es algo importante en mi vida. Yo le tengo mucho respeto, es el guía de mi familia. Pero yo tengo que desarrollar mi pasión, que es el cine”, declara.

Por el momento, el documental tunecino seguirá predicando en el desierto. Al menos en Douz, obtiene su eco.