Crítica

La importancia de los porqués

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 3 minutos
Babylon
Babylon
Dirección: Ismael Chebbi, Youssef Chebbi, Ala Eddine Slim.

Premiada en el prestigioso Festival de Marsella, exhibida en espacios tan ilustres como el MoMA neoyorkino, la cinta Babylon posee muchos ingredientes para atraer la atención: una dirección colegiada y joven –Ala Eddine Slim, Ismaël y Youssef Chebbi–, un tema controvertido –los campos de refugiados tunecinos, cuya capacidad se desbordó con la insurrección libia– y una propuesta estética muy arriesgada, consistente en mostrar la vida cotidiana de estos seres dramáticamente desarraigados durante 120 minutos, sin traducir una sola palabra y sin subtitular uno solo de sus testimonios.

No pasan diez minutos de metraje antes de que se evidencie el naufragio de la empresa. Nada que objetar a la técnica de cámara al hombro, que nos introduce de inmediato en la sofocante atmósfera del campo, ni a la estructura narrativa del guión, donde se exhiben distintas situaciones de violencia, desesperación, solidaridad y esperanza comprendidas en un proceso que abarca la instalación del campo, sus rutinas –con sus no pocos sobresaltos– y finalmente su desmantelamiento.

El problema es que la ausencia de traducción no denota sólo una actitud estética, sino también ética. Más que Babilonia, el filme tunecino debería haberse titulado Babel (si no le hubiera pisado el título Alejandro González Iñárritu), por su modo de recrearse en la mutua incomprensión, de desplegar ante nuestros ojos el caos de lenguas, razas y nacionalidades que se amalgaman en el campo. Pero en esa voluntad de sugestión, olvidan que el documental debe testimoniar. Y para hacerlo, debe trasladar al público, como en la vieja exigencia del periodismo, el qué, el dónde, el cuándo y el quién, para tratar de alcanzar los porqués.

Podría objetarse que Babylon es, como se ha celebrado, un deliberado ejercicio posmoderno de huida del dogmatismo, un modo de exaltar la libertad del espectador mostrándole la realidad desnuda. Y ahí está la trampa: la realidad que se muestra tal cual a veces necesita ser decodificada, expresada en toda su complejidad. Despojados de sus historias, anulados en sus palabras, los hombres hacinados junto al puesto fronterizo de Ras Jdir no son mostrados tal cuales son, sino reducidos a una suerte de animalidad en la que su única identidad pasa por alimentarse y sobrevivir. La vida puede ser dura y empujarlos a semejante estado, pero el arte no debe confundir a las personas con su situación.

Agotados después de dos horas de estetización del sufrimiento sin tratar de responder a una sola pregunta, llegamos al final de la película con la sensación de haber presenciado una exposición obscena. El campo tunecino ya no existe, pero nos tememos que otros muchos se abrirán en cualquier lugar del mundo en los próximos años. Los autores de Babylon son jóvenes: tienen toda la vida para contar la historia que no quisieron contar aquí.