Opinión

Llegaron los rusos

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Cuando llegó la enorme ola de inmigrantes desde la Unión Soviética en 1990 estábamos contentos.

Para empezar, porque creemos que toda inmigración es algo bueno para el país. Creo que esta es el caso por lo general.

En segundo lugar, porque estamos convencidos de que este grupo específico de inmigrantes llevaría a nuestro país por la senda correcta.

Esta gente, nos dijimos a nosotros mismos, se ha educado en un espíritu internacionalista durante 70 años. Acaban de derrocar un cruel sistema dictatorial, así que deben ser demócratas fervientes. Muchos de ellos no son judíos, tan solo familiares (lejanos a veces) de judíos. Así que aquí tenemos cientos de miles de nuevos ciudadanos laicos, internacionalistas y no nacionalistas, justo lo que necesitamos. Añadirían un ingrediente positivo al cóctel demográfico que es Israel.

Además, dado que la comunidad judía del país anterior a la fundación del Estado (la llamada “yishuv”) estaba formada en gran parte por inmigrantes de la Rusia zarista y del principio de la revolución, seguramente los nuevos inmigrantes se mezclarían con facilidad con la población general.

Los inmigrantes «rusos» en Israel son una comunidad separada que vive en un gueto

O eso creíamos.

La situación actual es todo lo contrario.

Los inmigrantes de la antigua Unión Soviética – todos denominados como “los rusos” en el habla popular – no se han mezclado para nada. Son una comunidad separada que vive en un gueto creado por ellos mismos.

Siguen hablando ruso. Leen sus propios periódicos rusos, todos ellos fanáticamente nacionalistas y racistas. Votan a su propio partido, liderado por Evet (ahora Avigdor) Lieberman, moldavo de nacimiento. Prácticamente no tienen contacto con otros israelíes.

En sus primeros dos años en el país, votaban principalmente por Yitzhak Rabin, del partido laborista, pero no porque prometiera la paz, sino porque era un general y se les presentaba como un militar excepcional. Desde entonces han estado consistentemente votando a la extrema derecha.

La gran mayoría odia a los árabes, rechaza la paz, apoya a los colonos y vota a gobiernos de derechas.

Dado que actualmente constituyen casi el 20% de la población israelí, este es uno de los principales componentes del movimiento de Israel hacia la derecha.

¿Por qué, Dios mío?

Hay varias teorías, probablemente todas ellas correctas.

Una vez oí decir a un oficial ruso de alto rango: “Durante la era soviética, los judíos eran solo ciudadanos soviéticos como todos los demás. Cuando la Unión se rompió, todo el mundo se retiró a su propia nación. Los judíos se quedaron en el vacío. Entonces se fueron a Israel y se volvieron más israelíes que todos los otros israelíes. Incluso los no judíos de entre ellos se volvieron súperpatriotas israelíes.”

Debo de ser de los pocos que han estado simultáneamente en la lista negra de la CIA y la KGB

Otra teoría dice así: “Cuando el comunismo colapsó en Rusia, no había nada más que el nacionalismo (o la religión) para tomar su lugar. La población estaba imbuida de actitudes totalitaristas, un desprecio por la democracia y el liberalismo, un anhelo por líderes fuertes. También estaba el extendido racismo de la población “blanca” del norte de la Unión Soviética para con la gente “oscura” del sur. Cuando los judíos (y no judíos) rusos vinieron a Israel, se trajeron esas actitudes con ellos. Tan solo sustituyeron a los despreciados armenios, chechenos y demás por los árabes. Esas actitudes se han alimentado diariamente con los periódicos y cadenas de televisión rusos en Israel.”

Me di cuenta de estas actitudes cuando visité la Unión Soviética por primera vez en 1990, durante la era del glasnost de Mijail Gorbachov. No podía visitarlo antes porque mi nombre era borrado regularmente de las listas de la gente invitada a ver las glorias de la patria soviética. No sé porqué. (Curiosamente también me borraron de las listas de los dignatarios invitados a las fiestas de la embajada estadounidense el 4 de julio, y algunos años tuve verdadera dificultad en conseguir el visado para Estados Unidos. Quizás porque me manifesté en contra de la guerra de Vietnam. Debo de ser uno de los pocos en el mundo que se pueden enorgullecer de haber estado simultáneamente en la lista negra tanto de la CIA como de la KGB.)

Fui a Rusia para escribir un libro sobre el final de los regímenes comunistas en Europa del este (se publicó en hebreo bajo el título de “Lenin ya no vive aquí”.) A Rachel y a mí nos gustaba mucho Moscú, pero tan solo necesitamos unos días para asombrarnos del racismo desenfrenado que vimos en todos los lugares a los que fuimos. Los ciudadanos de piel oscura eran tratados con un desprecio manifiesto. Cuando fuimos al mercado y bromeamos con los vendedores, todos ellos gente del sur con la que entablamos relación inmediatamente, nuestro joven y simpático traductor ruso, de cara seria, se distanció de nosotros con bastante evidencia.

Mis amigos y yo llevamos quedando cada viernes desde hace unos 50 años. Cuando los rusos empezaron a llegar, nuestra “mesa” estaba en el Café Kassit de Tel Aviv, el mitológico lugar de encuentro de escritores, artistas y gente del estilo.

Un día me di cuenta de que un grupo de jóvenes inmigrantes rusos habían establecido una “mesa” por su cuenta. Movido por la simpatía – al igual que por la curiosidad – me uní a ellos de vez en cuando.

Al principio funcionó. Entablé algunas amistades. Pero luego ocurrió algo curioso. Se distanciaron de nosotros, dejando claro que para ellos tan solo éramos unos bárbaros incultos de Oriente Medio, desmerecedores de asociarse con gente educada con Tolstoi y Dostoievski. Pronto desaparecieron de nuestra vista.

Israel se esforzó para traer judíos de todo el mundo pero no hizo nada para integrarlos

Me acordé de esto el viernes pasado cuando estalló una acalorada discusión en nuestra mesa. Teníamos una invitada, una joven científica “rusa” que acusaba a la izquierda de indiferencia y una actitud condescendiente con la comunidad rusa que la había llevado a dirigirse a la derecha. Una activista por la paz destacada reaccionó con furia, sosteniendo que los rusos ya habían venido al país con una actitud cercana al fascismo.

Yo estaba de acuerdo con ambas.

La actitud de Israel hacia los nuevos inmigrantes ha sido siempre un poco extraña.

Líderes como David Ben-Gurion han tratado la inmigración sionista como si fuera un mero problema de transporte. Se esforzaron mucho para traer judíos de todo el mundo hasta Israel, pero una vez que estuvieron aquí, los dejaron para que se las arreglaran ellos solos. Por supuesto que se les daba asistencia material, se les proveía de alojamiento, pero no se hizo prácticamente nada para integrarlos en la sociedad.

Esto fue así para la inmigración en masa de los judíos en los años 30, los judíos de oriente en los 50, y los rusos en los 90. Cuando los judíos rusos mostraron una marcada preferencia por Estados Unidos, nuestro gobierno presionó a la administración estadounidense para que les cerrara las puertas en la cara, así que prácticamente se les forzó a que vinieran aquí. Cuando vinieron, los congregaron en guetos en vez de persuadirles de que se extendieran y asentaran entre nosotros.

La izquierda israelí no fue una excepción. Cuando algunos esfuerzos débiles de llevarlos al campo de paz no tuvieron éxito, se los dejó totalmente solos. La organización a la que pertenezco, Gush Shalom, distribuyó una vez 100.000 copias de nuestra publicación insignia (“Verdad contra verdad”, la historia del conflicto) en ruso, pero cuando tan solo recibimos una única respuesta, nos desalentamos. Obviamente, a los rusos no les importaba un bledo la historia de este país, sobre la cual no tienen ni la menor idea.

Para comprender la importancia de este problema uno necesita visualizar la composición de la sociedad israelí tal como es (he escrito sobre esto anteriormente). Consiste en cinco sectores principales, casi de la misma talla, como aparece a continuación:

Los árabes y muchos asquenazíes pertenecen al campo de paz, los demás son de derechas

a. Judíos de origen europeo, llamados asquenazíes, a los que pertenece la mayoría de la élite cultural, económica, política y militar. La izquierda se concentra aquí casi por completo.
b. Judíos de origen oriental, a menudo llamados (erróneamente) sefardíes, de países árabes y musulmanes. Son la base del Likud.
c. Judíos religiosos, que incluyen los ultraortodoxos haredíes, ambos asquenazíes y orientales, al igual que sionistas nacional-religiosos que incluyen a los líderes de los colonos.
d. Ciudadanos árabe-palestinos, mayoritariamente ubicados en tres bloques geográficos grandes.
e. Los “rusos”.

Algunos de estos sectores se superponen hasta un pequeño grado, pero la imagen es clara. Los árabes y muchos de los asquenazíes pertenecen al campo de paz, todos los demás son firmemente de derechas.

Debido a esto es absolutamente imprescindible convencer al menos a algunas secciones de los judíos orientales, los religiosos y – sí – los “rusos” para crear una mayoría por la paz. En mi opinión, esta es la tarea más importante del campo de paz en este momento.

Al final del furioso debate de nuestra mesa, intenté calmar a las dos partes:

“No es necesario luchar por compartir la culpa. Hay de sobra para todos”.