Crítica

En el anillo de Saturno

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos

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Sacro GRA
Dirección: Gianfranco Rosi.

Un premio es un arma de doble filo que, a la vez que atrae la atención sobre una obra o un autor determinados, condiciona de un modo violento la mirada sobre estos. Y un León de Oro es un arma muy grande y muy pesada de manejar. El máximo galardón de la Mostra de Venezia es a un tiempo la bendición y la maldición que le ha caído a Gianfranco Rosi con su documental Sacro GRA, al que le han llovido las críticas debido precisamente al hecho de haberse convertido en centro de atención.

Procede hacer esta precisión porque la pregunta elemental -¿se merece el codiciado León?- tal vez sea una pérdida de tiempo. Lo que cuenta es que el filme parte de una buena idea, reflejar la vida en el extrarradio de Roma, en ese monstruoso cinturón llamado Grande Raccordo Anulare, que Fellini comparó con el anillo de Saturno; que cuenta con personajes atractivos, y que la indagación sobre ellos es lo bastante profunda y humana; que estéticamente es un trabajo impecable; y que, lejos de caer en fáciles tremendismos, deja que la ironía y hasta el optimismo oreen la atmósfera de la cinta mientras se cuentan realidades no precisamente fáciles.

El espectador tal vez encontrará recurrentes los personajes de las prostitutas y del conductor de ambulancias, mientras que cederá a la fascinación de otros tan singulares como el médico de palmeras, el pescador de anguilas, el noble venido a menos o el sabio barbudo que perora sin cesar a su hija colgada de internet.

No obstante, la familiaridad con los primeros, tan habituales en los programas más sensacionalistas de televisión, siempre dispuestos a enseñar miserias íntimas o escabrosas situaciones, me parece engañosa: aquí no se cede a la tentación morbosa, sino que se buscan encarnaciones simbólicas con fuerza y verdad. En ese sentido, tiene más mérito el hallazgo de la hetaira madura que cantiñea para ahuyentar sus fantasmas, o del enfermero que cuida de su madre con alzheimer, que los de los citados especímenes irresistibles.

Por otro lado, el ejercicio de exhibir ese lado de Roma radicalmente excluido de las postales, pero que forma parte de la Ciudad Eterna tanto o más que el centro histórico –150.000 habitantes de éste frente a los tres millones de su periferia– es llevado a cabo con sensibilidad y notables aciertos técnicos, cuidando mucho de que la cúpula de San Pedro no asome más que por algún comentario aislado. El contraste con cintas como Vacaciones en Roma o incluso con Caro Diario es significativo, y nos permite reflexionar sobre la manera en que una ciudad puede vivir y crecer al margen de sus tópicos, aunque el precio a pagar sea cierto abandono material y espiritual.

Asimismo, la circunstancia de que las historias individuales no tengan ni un principio ni un final sugieren una estructura similar a las del propio anillo de la autopista, un flujo constante de día y de noche en el que todo machadianamente pasa, y todo queda.

¿Quiere todo esto decir que Sacro GRA es intachable? No. Se echa de menos algo más de arrojo, quizás no limitarse a exponer una galería humana, sino plantear preguntas de calado sobre el fenómeno del GRA, e incluso lanzar desafíos de futuro a quien corresponda. Claro que esta sería, en todo caso, una opción privada del director.

Rosi ha confesado que se hizo acompañar de Las ciudades invisibles de Italo Calvino durante el proceso de rodaje. No puede ser una casualidad que Julio Cortázar, en Los autonautas de la cosmopista –el viaje literario, junto a su esposa, por la autopista París-Marsella– recurriera también a Marco Polo, como Calvino, y al humor, para desarrollar la odisea cotidiana del conductor moderno. Pero Rosi ha hecho algo más: ha visto la ciudad donde otros solo ven asfalto. ¿No valdrá eso para perdonarle el pecado mortal de haber ganado un León de Oro?