Reportaje

Sueños barridos

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 8 minutos
Barrenderos inmigrantes en Trípoli, Libia (Dic. 2014) |  ©  Karlos Zurutuza
Barrenderos inmigrantes en Trípoli, Libia (Dic. 2014) | © Karlos Zurutuza


Trípoli | Diciembre 2014

Cada día, y siempre enfundado en el característico buzo naranja de los empleados de limpieza, Saani Bubakar empuja su carro por las angostas callejas de la ciudad vieja de Trípoli.

“Soy de una aldea muy pobre de Níger donde ni siquiera hay agua corriente”, relata el joven de 23 años durante una pausa. “Nuestros vecinos nos dijeron que uno de sus hijos estaba trabajando en Trípoli así que me animé a venir yo también”.

Bubakar volverá a Níger pronto, no por las condiciones laborales sino por el caos en Libia

De los 250 dinares libios que recibe al mes (unos 125 euros), Bubakar manda más de la mitad a su familia. El alojamiento, dice, corre a cargo del municipio. “Somos 50 en un apartamento cerca de aquí”, explica el nigerino. Asegura que volverá a Níger “pronto”, no tanto por las precarias condiciones laborales sino por el caos en el que está actualmente sumida Libia.

Hay dos gobiernos y sendos parlamentos: uno con sede aquí, en Trípoli, y otro en la ciudad de Tobruk, a 1.200 kilómetros al este de la capital. Este último cuenta con el reconocimiento internacional tras ser elegido en unos comicios celebrados el pasado 25 de junio, pero que solo contaron con un 10 por ciento de participación.

Se trata de un escenario en el que luchan distintas milicias agrupadas en dos alianzas paramilitares: “Amanecer de Libia”, liderada por las brigadas de Misrata, que actualmente controlan Trípoli, y “Operación Dignidad”, dirigida por Khalifa Haftar, un antiguo general del ejército libio.

La población y, sobre todo, los trabajadores extranjeros son víctimas del fuego cruzado. “Lo peor es trabajar de noche ya que los combates en la ciudad empiezan en cuanto se pone el sol”, apunta Odar Yahub, compañero de trabajo y apartamento de Bubakar.

Dice que volverá a Níger en cuanto haya reunido la cantidad suficiente para casarse. No será pronto: “Llevamos cuatro meses sin cobrar, y sin que nadie nos haya dado una explicación”, se queja el joven de 22 años, nada más descargar su cubo en el camión de recogida.

Si bien la mayoría de los barrenderos son de origen subsahariano, muchos de ellos llegaron desde la lejana Bangladesh. Es el caso de Aaqib, que prefiere no dar su nombre completo. Lleva cuatro años trabajando en el barrio de Souk al Juma, al este de la capital, y mantiene a su familia en Bangladesh mandando la casi totalidad de los 450 dinares libios (225 euros) de su sueldo, a pesar de que tampoco ha cobrado los últimos cuatro meses.

“Claro que he soñado con ir a Europa, pero muchos han muerto en el mar”

“Claro que he soñado con ir a Europa pero muchos han muerto en el mar”, explica Aaqib, de 28 años. “Únicamente iría en avión, y con los papeles en regla”, añade. Para ello necesitaría recuperar su pasaporte, hoy en manos de su contratante. Todos los trabajadores de limpieza entrevistados aseguraron que su documento de identidad estaba confiscado.

Indefensión total

Desde su despacho, Mohamed Bilkhaire, ministro de Empleo del Ejecutivo de Trípoli, dice no sorprenderse ante la aparente contradicción entre un 35% de desempleo según sus datos, y el que todos los trabajadores de limpieza sean inmigrantes.

“Los árabes no barren por razones socioculturales, ni aquí ni en Egipto, Jordania, Iraq… Necesitamos extranjeros que se encarguen de ello”, acota Bilkhaire, que ocupa su puesto desde hace dos meses. Respecto a los salarios de los trabajadores de limpieza, el ministro asegura que el salario mínimo en Libia es de 450 dinares, y que toda cantidad inferior se debe a “subcontratas ilegales que hay que perseguir”. Sobre los pasaportes dice que “se guardan como garantía, porque la mayoría de los trabajadores extranjeros quieren cruzar a Europa”.

Según datos de FRONTEX, la agencia de fronteras de la Unión Europea, de entre los más de 42.000 emigrantes que desembarcaron en Italia durante los cuatro primeros meses de 2014, 27.000 llegaron desde Libia.

En un informe de junio de este año, Human Rights Watch (HRW) aseguraba que miles de inmigrantes permanecen retenidos en centros de detención libios donde son víctimas de torturas y violaciones constantes. “Los detenidos nos han descrito cómo los guardias registran a mujeres desnudas y atacan a brutalmente a los hombres”, apuntaba en el informe Gerry Simpson, alto investigador de HRW para los refugiados.

En referencia a los trabajadores con contrato, como en el caso de los barrenderos, Hanan Salah, investigadora de HRW para Libia explica que “la desaparición del sistema judicial en muchas regiones del país lleva a que condiciones laborales abusivas queden impunes ante la ley”.

“Hay días que ni siquiera nos pagan, pero otros en los que puedo sacar hasta 50 euros”

Shokri Agmar, abogado tripolitano, habla de una “indefensión total”: “El principal problema de los trabajadores extranjeros en Libia no es el mero desamparo legal sino el hecho de que carezcan de una milicia que les proteja”, explica Agmar desde su despacho en Gargaresh, al oeste de Trípoli.

Ese es, precisamente, uno de los distritos donde se congregan a diario un gran número de inmigrantes en espera de ser recogidos para trabajar en labores de construcción.

Aghedo llegó desde Nigeria hace tres semanas. Para este joven de 25 años, Trípoli no es más que una escala entre una extenuante odisea a través del desierto del Sahara, y una peligrosa travesía por mar hasta Italia. “Hay días en los que ni siquiera nos pagan, pero otros en los que puedo sacar hasta 100 dinares (50 euros)”, explica Aghedo, que sostiene una pala con su mano derecha.

Aghedo jamás baja la guardia porque tiene que distinguir entre dos tipos de furgoneta: las que le ofrecen un trabajo, a veces remunerado, y las de la milicia local, que le llevarán a uno de los temidos centros de detención.

“Sé que podría trabajar de barrendero pero muchos de ellos llevan meses sin cobrar y tardaría demasiado tiempo en reunir el dinero para un pasaje en una de las barcas”, añade el joven, siempre atento a la carretera.

Egipcios en Libia

egipto-emigrantes

Libia lleva décadas siendo un país de inmigrantes. Según cifras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), al menos hasta el inicio de la guerra civil en 2011 fue el Estado norteafricano con más trabajadores extranjeros: un 10,5 por ciento de la población total. En 2009, estos inmigrantes enviaron a casa una suma total de mil millones de dólares, un 1,7% del PIB libio.

Entre los inmigrantes, los egipcios ocupan un lugar destacado, quizás alrededor del 17 por ciento, según cifras de 2001, referidos a trabajadores temporales. Al estallar la revolución libia en 2011, la OIM trabajaba con estimaciones de 1,2-1,5 millones de egipcios residentes en Libia, casi un tercio de los 4,7 millones de egipcios que viven en el extranjero.

En marzo de 2011, con la guerra civil libia empezada, unos 65.000 egipcios salieron hacia Túnez y otros 85.000 volvieron directamente a Egipto, una cifra que pronto se incrementó hasta superar los 200.000 retornados. Otros muchos se quedaron. El secuestro de trabajadores coptos egipcios por parte de una rama local del ISIL y su asesinato en la segunda semana de febrero los pone de nuevo ante el dilema de huir o quedarse. La entrada de Egipto en el conflicto libio no facilitará su situación.

Libia siempre ha sido uno de los primeros destinos de los emigrantes egipcios, incluso por delante de Arabia Saudí en 2009. También uno de los más fáciles: desde 2006 bastaba con un carné de identidad para quedarse a vivir. Eso sí, estaba bajo en la lista de preferencias, a la altura de Italia, muy por detrás de Arabia, Kuwait y Emiratos.

La gran mayoría – el 85 por ciento – de los egipcios residentes en Libia eran de áreas rurales y sólo el 15 por ciento tenía educación universitaria. Un 37 por ciento trabajaba en la construcción, un 19 por ciento en agricultura o pesca y grupos menores en industria o comercio. Casi todos eran hombres, normalmente con edades entre 20 y 30 años.

I. U. Topper / M’Sur