Crítica

Sicilia en peso

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos
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Vincenzo Consolo
Conversación en Sevilla

Y cuando usted se creía al tanto de las últimas novedades, cuando pensaba que había leído todos los libros (y sí, tal vez descubrió también que la carne es triste), de pronto cae en sus manos esta rareza, esta hermosa anomalía del mercado editorial. Tan rara que, en el momento en que escribo estas líneas y usted las lee, tal vez no sepamos dónde acudir para comprar un ejemplar, pues por el momento carece de distribución. Un libro valioso de por sí como objeto, con ese formato que caracteriza a las joyitas de La Carbonería, ese papel generosísimo, esa tipografía amable y el retrato del autor realizado por Tony Soto para la portada.

Pero además, hablamos de Consolo. Es decir, estamos ante un libro especialísimo, casi clandestino, de un autor casi inencontrable hoy en Italia, no digamos en España. Bueno, recientemente fue rescatada su primera novela, La herida de abril (de la que adelantó un extracto M’Sur). Pero el hecho de que sus otros títulos permanezcan en las tinieblas de las librerías de saldo, o ni siquiera eso, nos recuerda qué loca, qué perdida anda la bolsa de valores del mundillo literario.

Esta Conversación se puede leer con la naturalidad de alguien que llega a una mesa de amigos y pega el oído

¿Qué es, de qué va –como diría alguno– esta Conversación en Sevilla? Pues, como su título indica, se trata de una larga charla -en realidad más de una- con Vincenzo Consolo (Sant’Agata di Militello, 1933 – Milán, 2012), mantenida, registrada y transcrita por su principal valedor en España, el profesor Miguel Ángel Cuevas. El escritor siciliano visitó la capital hispalense en varias ocasiones, y hasta fue objeto de un homenaje en su Universidad con motivo de su 70 cumpleaños (aunque, retrasado un año por problemas presupuestarios, hubo de titularse 70 + 1). El caso es que, inconscientemente o a sabiendas, Consolo regaló en dichos encuentros todas las claves de su obra.

Esto convierte Conversación en Sevilla –evidente guiño a la Conversación en Sicilia de Vittorini– en una guía privilegiada para acercarse no solo a sus libros, sino también a su posición moral y a su pensamiento, si es que una cosa y otra fueran distintas. Pero creo que también puede leerse sin la sujeción de los referentes bibliográficos, con la naturalidad de alguien que llega a una mesa de amigos y pega el oído, porque quien habla es alguien lúcido, interesante, de una finísima erudición.

Consolo recuerda su descubrimiento del mundo griego en la isla natal, las ruinas de la Arcadia

Comienza Consolo recordando su descubrimiento del mundo griego en la isla natal, y el choque que le produjo llegar a la conclusión de que de éste solo quedaba una escenografía, las ruinas de la Arcadia. Hace una defensa de la memoria como esencial para la literatura, reformula la idea pasoliniana de progreso y desarrollo, y salta a reflexionar sobre el silencio del escritor en relación con su irrenunciable libertad.

Algo más para iniciados, ma non troppo, son sus ideas sobre la lengua italiana, pero éstas sí fundamentales para entender que la obra de Consolo va más allá de su contenido, que su riqueza está también en la faena de arqueología lingüística, en la búsqueda de un ritmo poético, de una música, cosas que pueden pasar desapercibidas al lector distraído –o perderse en la traducción– pero que sin duda pueden entretener mucho a quien se atreva a bucear en ellas.

En estas páginas encontramos al Consolo erudito capaz de citar a Homero en griego, pero también al hombre atribulado: “Se me tiene por un escritor, un intelectual, pesimista: yo no creo serlo, creo ser realista…”. Al autor que se presta a comentar su obra libro por libro, con la excepción –qué pena– del último, El pasmo de Palermo, y de su suculento libro de ensayos A este lado del Faro, imprescindible para cualquiera que quiera trascender la imagen de postal de Sicilia.

Al ocuparse de mi novela favorita de entre las suyas, De noche, casa por casa, la historia de la llegada del satanista Aleister Crowley a Cefalú –sí, compañeros del metal, el mismo al que Ozzy Osbourne dedicó su temazo Mr. Crowley–, se detiene en un detalle que me pasó por alto en su día, un episodio que me pareció solo un alarde de habilidad descriptiva, pero cuya explicación me estremeció: “En la obra se describe la construcción de una tinaja, fruto de ciencia y cultura, de cultura campesina; el fascista no sabe lo que significa construir una tinaja, sabe solo destruirla y derramar su aceite, fruto del olivo, el árbol de la diosa de la razón, de Atenea”.

Tal vez todo Consolo esté ahí, tal vez el alma de Sicilia, como quien levanta la isla en peso

Está, finalmente, el breve retrato de sus amigos Leonardo Sciascia y Lucio Piccolo, el poeta primo de Lampedusa. Los recuerdo a los tres juntos en una foto de Ferdinando Scianna: tres hombres de otro tiempo, casi de otra galaxia, sin duda irrepetibles.

La anécdota central es esa en que, después de que Consolo se cansara de llevar saludos de uno para otro sin conocerse en persona, logró urdir una cita. “Sciascia”, dijo entonces Piccolo, “yo lo invito a hablar de estos pueblos nuestros, tan llenos de historias medievales, tan fascinantes”, a lo que Sciascia respondió. “Eso le toca a Consolo”. Piccolo dijo que aún era un muchacho. El muchacho creció y escribió Lunaria, Retablo, La sonrisa del ignoto marinero

La guinda del volumen es un relato inédito en español de título irresistible: Las grandes vacaciones oriental-occidentales. Tal vez todo Consolo esté ahí, tal vez el alma de Sicilia, como quien levanta, por decirlo a la manera de Virgilio Piñera, la isla en peso.

Una última recomendación: lectores perezosos, absténganse. Vincenzo Consolo no es un escritor oscuro por el gusto de serlo, no es, como dijo alguien, de los que regalan su literatura dejándose el precio puesto, para que se vea qué caro es. Pero tampoco es un entertainment. La banalidad no tiene espacio en sus páginas. La frivolidad tampoco. Sí la inteligencia, y el juego, y el corazón, y la esperanza. Regalen este libro, si logran encontrarlo, a alguien que amen. Regálenselo a ustedes mismos y huyan a alguna playa solitaria para leerlo bajo algún sol homérico. Seguramente se lo merecen.

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