Letizia Battaglia
«Hoy no podría fotografiar a la mafia: está en todas partes»
Alejandro Luque
Palermo | Abril 2015
“No me has preguntado del amor, no me has preguntado por la familia”, espeta Letizia Battaglia al término de la entrevista que tiene lugar en el salón de su casa, rodeados de sus fotografías en gran formato colgadas de las paredes y bajo la atenta mirada de su perro, Pippo. La artista, una leyenda del fotoperiodismo nacida en Palermo en 1935, liba de su cigarrillo electrónico mientras desgrana recuerdos de su asombrosa trayectoria. Casada a los 16 años, se dedicó al periodismo al divorciarse y mudarse con sus tres hijas a Milán. De vuelta a Sicilia, junto a su compañero Franco Zecchin fue testigo para el rotativo L’Ora de las guerras de la mafia, que registró en más de 600.000 instantáneas. Es su archivo de sangre, como ella lo llama. La leyenda evoca que solía llegar la primera a la escena del crimen, antes incluso que la policía.
Después de tantos años como fotógrafa, ¿cree que haya algo que no se deba o no se pueda fotografiar?
No. Se debe fotografiar todo, registrar lo que hay en el mundo. Pero con mucho respeto hacia la dignidad de aquellos a los que fotografiamos. Sin abuso.
Hoy los medios son muy distintos a los de su época. Casi no se muestra la sangre, no se muestra la muerte. ¿Por qué?
«Se debe fotografiar todo, registrar lo que hay en el mundo, pero con mucho respeto»
Tal vez por un poco de hipocresía, no sé. El horror hay que mostrarlo. Los niños comprendo que los cubran, pero… En mis tiempos era complicado hacer aquellas fotos, pero era también justo mostrar aquella realidad. ¿Por qué no fotografiar la muerte? La muerte es importantísima, extraordinaria. Y cuando viene de una mano violenta, terrible, siento el deber de contar que en el mundo existen estas cosas. No se debe esconder nada.
Hay quien cree que una imagen nunca miente. ¿Lo piensa así?
No, la fotografía puede mentir. Tengo la experiencia de cuando salía con Franco Zecchin, mi compañero, íbamos al mismo lugar y cada uno hacía su foto, eran siempre distintas. Las suyas tenían un poco de ironía, las mías tenían más pasión quizá, con más cercanía psíquica con el objeto fotografiado. Recuerdo una vez que fuimos a fotografiar una situación dramática en un pueblo siciliano, San Vito Lo Capo. De la misma situación yo retraté una lágrima corriendo por un rostro [habla de la fotografía Una vita molto infelice, 1980], y él tomó una imagen muy cómica de aquella miseria, de aquella situación. Como ve, la fotografía puede contar cosas distintas de la misma realidad.
¿Y cómo puede alejarse un fotógrafo del objeto de su trabajo? ¿Cómo se vuelve a casa después de una jornada como las suyas, sin traerse el sufrimiento consigo?
¿Quién dice que no sufría? El fotógrafo comparte el dolor, y creo que mis fotos lo muestran claramente. Han pasado años y no logro olvidarme. No se puede volver a casa como si nada. Una tras otra, son experiencias trágicas que te marcan. No puede ser de otro modo.
Hubo veces en que fue testigo de hasta cuatro y cinco asesinatos en un solo día. Imagino que la cabeza se llena de pesadillas…
Se llena de tristeza. Y sin embargo queríamos seguir ahí, no queríamos permitir el olvido, el horror de olvidar.
Usted nunca habla de miedo, ¿no lo ha conocido?
Siempre lo he tenido, siempre. Debes superarlo por un deber de resistencia, si no, no puedes soportar las presiones de la mafia. El miedo… Tienes que alzar la frente y mantener la cabeza alta. Así el miedo no avanza.
«Tienes que alzar la frente y mantener la cabeza alta. Así el miedo no avanza»
¿Y dónde se encuentra el coraje?
En la Justicia. Siempre he tenido esta idea en mi cabeza, toda la vida. Que la Justicia debía imponerse.
Esa idea, ¿se la enseñó alguien?
La aprendí un poco de mi familia, un poco de las cosas que he visto, porque viví también la guerra. Yo era una niña en aquellos años, en Trieste, pero aquello me hizo reflexionar muy pronto sobre qué es la violencia. He visto a los alemanes dispararse con los yugoslavos en la calle. La violencia no debería formar parte del mundo.
¿Extraña algo de los años difíciles? ¿Cabe alguna nostalgia de aquellos tiempos?
Nostalgia… No, no, he tenido una vida plenamente vivida, no siento nostalgia. El futuro es de lo que tengo nostalgia. El pasado ha sido lo que fue, con errores, con cosas bellas y feas. No, no volvería atrás. Lo único que me disgusta es que no hemos tenido ningún resultado en la lucha contra la mafia. Eso es lo que me disgusta.
Ser mujer en Palermo, en los 70 y los 80, ¿hacía el trabajo más fácil, o más difícil?
Más fácil. Porque yo tenía una buena relación con las mujeres pobres, con problemas. Mi deber, como te he dicho, era tener la cabeza alta y no tener miedo, y tirar para adelante, adelante… Incluso ahora, con 80 años. ¿De qué puedo llorar? Sobre el pasado no se llora, es ridículo, inútil, hay muchas otras cosas que hacer. No, no me gusta ser alguien que no agradece. Agradezco cuanto he tenido, el cielo, la tierra, todo lo que me han dado, aunque haya tenido un montón de problemas… ¡No quiero ni acordarme!
Acercarse a aquellas mujeres jóvenes, ¿era una llave para entender mejor lo que ocurría?
No, yo nunca he tenido llaves. Siempre he ido con el instinto, con el corazón, con el amor. Me ha gobernado siempre el amor, por el mundo, por los más humildes. Siempre he tenido más simpatía por las mujeres que por los hombres. Me parecen más creativas. Y no hacen la guerra.
Sicilia está llena de monumentos a los caídos de la mafia, pero no hay tantas mujeres en ellos, aunque muchas fueron víctimas de aquella lacra. ¿Falta un recuerdo para ellas?
«En Sicilia, la mafia se llama Cosa Nostra, pero ahora está un poco de gira por el mundo»
Sí. Y falta un reconocimiento por el niño asesinado que fotografié, y que no he querido publicar nunca, al que mataron solo porque había visto algo, un homicidio de la mafia… ¡Tanta gente merece monumentos! Pequeña gente que ha resistido a la mafia, en silencio, teniendo miedo, sin morir pero muriendo poco a poco, porque su propia vida obstaculizaba la prepotencia mafiosa. En Sicilia se llama Cosa Nostra, pero ahora está un poco de gira por el mundo. Y las mujeres han sufrido siempre por la violencia de los hombres. Los hombres administran mal el mundo. Estamos en un caos total en este momento: mira África, todo el continente está queriendo venir a Europa, porque nosotros los hemos reducido de esa manera, los hemos colonizado, hemos saqueado el oro y los diamantes. Yo les diría: venid, venid, así tendremos muchos niños chocolateados. Creo que es justo que vengan… ¿Pero qué decíamos?
El reconocimiento a las mujeres…
Sí, sí, yo hago una revista que se llama Mezzocielo, y hablamos a menudo de esas mujeres que han resistido a la mafia. No sé qué honores se podrían hacer, no creo ni en las placas, ni las estatuas… La nuestra no es una sociedad justa, honesta, verdadera, si fuera así no habríamos permitido que la mafia llegara a este punto. El gobierno italiano, el siciliano, todos podían haber organizado una lucha contra la mafia y derrotarla, la policía, la magistratura… Podríamos haberlos vencido hace cien años, cuando eran cuatro catetos venidos del campo. Ahora llevan corbata, se han vuelto importantísimos, están en la banca, en la industria, tienen grandes capitales en el exterior, hoteles… Se han vuelto potentados, políticos. Hoy no podría fotografiar a la mafia, porque no puedo verla. Está en todas partes.
«Andreotti ha sido reconocido culpable en 1978, gracias a una foto mía: era un mafioso»
Y cuando ha hecho usted política, como concejala de Palermo y diputada en el Parlamento regional, ¿cómo se ha sentido?
Mira, yo he trabajado con un hombre muy bravo, Leoluca Orlando, que me permitió hacer todo lo que quería. De manera no ortodoxa, hacía las cosas que me parecían buenas para la ciudad, pero nunca entré realmente en el juego de la política. Para mí la política era hacer las cosas, aquí en Palermo, como si hubiera tenido que hacerlas en Zurich o en Barcelona. Eso era para mí la política, no esto que está sucediendo en Europa.
En estos años del primer ministro Giulio Andreotti, recuerdo aquella foto suya que lo incriminó. Pero nunca pagó, ¿no?
No, no, ¡no! Andreotti ha sido reconocido culpable en 1978, gracias a una foto mía. Pero como habían pasado los años y la acusación había prescrito, no ha sido condenado. Después de 1978, no ha sido posible encontrar pruebas, pero que era un mafioso lo sabían todos. Los propios mafiosos y quienes están cerca de los mafiosos, los pobres, los que no tienen coraje… Tú ibas al mercado de la Vucchiria en Palermo y la preguntabas al chico del bar, ¿qué es Andreotti?, y te decía: “Un mafioso”. Lo sabíamos todos en Italia, solo en el gobierno italiano querían ignorarlo.
La memoria es muy importante para usted, pero, ¿tiene futuro la memoria, como diría Sciascia? ¿Qué la amenaza?
El olvido, la distracción. Poco a poco perdemos pedazos de nuestra memoria. Creo que ahora, más que ayer, mis fotografías y las de mis colegas tienen un sentido. Porque no puedes olvidar a la mujer con la sangre, a ese hombre, a ese otro hombre, a tantos hombres asesinados… Esto se olvida fácilmente. Pero gracias a la fotografía y a la gente que sigue luchando, que cuestiona el sistema político-mafioso… Hay tanta gente valiente, pero hay tanta gente que no lo es… por miedo, por desatención, por comodidad. Recuerdo cuando hace años los obreros parados salían a la calle con un cartel que decía “Con la mafia se trabajaba. Hoy con las instituciones políticas, no”.
¿Qué siente cuando se vende en las tiendas de Palermo la camiseta con la cara de El Padrino?
«Parte de la policía, de la magistratura, de los intelectuales, de la burguesía, han sido afines a la mafia»
Es ridículo, qué cosa más miserable. Esto sí, me crea un dolor profundo, no saben… Recuerdo que mi hija con 13 años no sabía que habían matado al presidente [del Gobierno regional, Piersanti] Mattarella. Fui a recogerla esa mañana a la escuela y le pregunté si habían dicho algo al respecto. “Nada”. ¿Cómo, no te han dicho…? Si los maestros no explican lo que pasa, no sé qué podemos hacer. En Corleone hay un bar que se llama Il Padrino, lo sabes, ¿no?
Sí, muchos españoles van allí de turismo. ¿Usted cree que los escritores han tenido una buena actitud ante la mafia?
Han hecho poco. Podrían haber hecho mucho más.
Los periodistas lucharon más, ¿no? Algunos murieron incluso, como Mauro Rostagno, Peppino Impastato…
Peppino Impastato no era ni periodista, era un pobre chico con una radio de cuatro duros… Los periódicos han hecho más, el mío, como ahora Saverio Lodato, en Antimafia Duemila, nacida solo para luchar contra la mafia. Lodato escribía antes para el periódico L’Unita, el periódico comunista. Es muy duro, escribe sin miedo. En fin, hace falta decir que una parte de la policía, de la magistratura, de los intelectuales, de la burguesía, han sido afines a la mafia. Si no mafiosos, sí afines… Si hubiéramos sido una buena sociedad resistente…
«Hemos vivido gracias a la mafia sin justicia, porque el sistema mafioso tocaba a todo y a todos»
¿Por qué los escritores no hicieron más?
¿Por qué, según tú? Querían publicar sus libros, llevarse bien con los editores… Por conveniencia, todo es por conveniencia. Llegabas a ser profesor gracias a ciertas intrigas de la Universidad. Hemos vivido gracias a la mafia sin justicia, porque el sistema mafioso tocaba a todo y a todos.
¿Ningún intelectual lo hizo bien?
No, no hubo… Vincenzo Consolo, ¿lo conoces?
Sí, pudimos hablar hace años, en Sevilla.
Y uno que no conoces, Michele Perriera, maravilloso ser que extrañamos tanto. Escribía para la Sellerio, hacía teatro, un teatro fuerte, extraordinario. No ha tenido justicia. En América he sido invitada a estar un mes en una universidad, y un experto en literatura mundial me ha dicho que Perriera debería considerarse el mejor dramaturgo europeo de su tiempo. De Consolo no eran solo sus libros, era la persona, estaba empeñado en luchar contra la mafia. No estaba mudo. No quería hacer carrera. Hoy coges a Roberto Alajmo, y no te dice nada contra la mafia. ¿Lo conoces, has hablado con él?
«Alajmo escribe con ironía, con elegancia, pero la elegancia no sirve contra la mafia»
Sí, en un par de ocasiones.
¿Y qué te dice contra la mafia? No dice nada.
Creo que está más interesado en ser el cronista de la ciudad…
Lo hace con ironía, con elegancia, pero la elegancia no sirve contra la mafia.
¿Y Sciascia?
Sciascia, no, él sí que hizo, aunque no ha entendido nada. La vieja mafia era importante en sus libros, pero cuando la mafia llegó a la ciudad, con el tráfico de drogas, no logró entenderla. No percibió cómo era de diferente, de ambiciosa, de cruel. La mafia de los 70 era una mafia de pueblo que odiaba la ciudad, que vino a destruirla, y la destruyó. Con sus cuchillos, con sus pistolas, destruyó el crecimiento de tantas jóvenes criaturas. ¿Sabes a cuántos artistas he visto morir, cuántos intelectuales? La cultura ya no era un mérito, la política lo bloqueó todo. El teatro venía hecho por cretinos, ignorantes que eran amigos de los políticos.
Sicilia es tierra de grandes fotógrafos. ¿Eso es gracias a la luz, al aire…?
No lo sé, pero es cierto, podría nombrarte muchos. Hay uno maravilloso que vive en Nueva York, hijo de una siciliana, que es estupendo, ganó el premio Guggenheim, Thomas Roma, maravilloso personaje. Nadie lo conoce aquí. Y está Scianna, Sellerio, además de todos los que han venido de fuera.
¿Qué consejo le dio a su hija Shobba cuando ésta empezó a fotografiar?
Que se fuera, que se fuera lejos. Y se fue. Hoy mismo llega de la India, vive seis meses al año allí. Es muy gentil, espiritual, viva, alegre. La echo de menos, porque tengo 80 años, querría tenerla más cerca, pero me gusta que no se haya quedado bloqueada en Palermo. Es bonito explorar el mundo, yo lo he hecho todo lo que he podido. Podía haberme ido a cualquier parte para ganarme el pan, pero me quedé aquí.
Usted también se fue a París…
Porque estaba desesperada de cómo estaban aquí las cosas. Caí en una depresión profunda y me fui un año. Amo París, pero siempre estaba encerrada, metida en un bar, en un café… no aceptaba que Palermo siguiera en manos de la mafia.
«“No puedo hacer una película así sin ti”, me dijo Wim Wenders»
¿Y la experiencia de su película con Wim Wenders, Palermo Shooting, cómo la recuerda?
Maravillosa, una persona gentil, muy profunda en el trato con la gente. Cuando me llamó fue una sorpresa. “No puedo hacer una película así sin ti”, me dijo. ¿La has visto?
Sí, sí, la compré aquí mismo, en Palermo.
¿Se vende aquí? Está bien. ¿Siempre vienes a Palermo?
Sí, aunque tengo debilidad por Siracusa, también. Pero Palermo tiene demasiado magnetismo.
En Siracusa, aunque digan que si la mafia esto o lo otro, son menos bárbaros. Messina no me gusta, está urbanísticamente caótica. Amo también la Sicilia de Noto, de Capo Passero… La que se vuelve moderna sin gusto, me desagrada.
Cuando se dice que hoy se ha perdido el verdadero periodismo, ¿qué cree?
Sí, sí. Hoy será otra cosa, pero aquel elegante, correcto, ya no existe. Los periodistas han tenido siempre jefes, dueños de periódicos con políticos alrededor, no han sido nunca libres. Alguna excepción ha habido, pero rara.
¿Tiene futuro la profesión?
Alguien deberá contar la historia de este mundo mísero. Hay algunos valientes, que cuentan las cosas complicadas, difíciles de este planeta. A muchos los matan. Pero no me gusta el que se hace hoy, no me gusta… Es horrible cuando la vida no avanza, cuando avanza la muerte. Pero yo sigo. Cuando a menudo me encuentro con los jóvenes, todos quieren sentir cosas buenas, saber que existen los buenos propósitos. Y vivir una vida digna, honorable.
La artista que pensó en quemarlo todo
Rodeada de alumnos de un instituto de Catania que ha venido hasta Palermo para hablar con ella, Letizia Battaglia no tiene nada de abuelita bondadosa: los provoca, los interpela, a poco que se descuiden es ella la que los entrevista a ellos. Y les lanza mensajes muy claros: «Yo creo en una revolución, no armada, naturalmente, pero es evidente que el pueblo se debe rebelar. Yo no veré la verdadera democracia. Seréis vosotros quienes veréis esa belleza», dice.
La periodista relata sus orígenes en el oficio. «Empecé a fotografiar no por pasión, sino porque tenía que ganarme mi modo de ganarme la vida. Había dejado a mi marido y huido a Milán, donde empecé a colaborar con L’Ora. Pero entonces escribía, hasta que me dijeron que pagaban mejor si los reportajes incluían fotos. Y me compré una maquinita», evoca. «Cuando llego en 1974, me piden que haga crónica, es decir, la basura, los palacios, la miseria, la riqueza, la belleza, … Y es ése el momento en que la mafia comienza a desencadenarse. La mafia del pueblo llega a la ciudad y quiere ganar dinero con la construcción. Luego empieza el tráfico de droga, y se vuelven locos con la sed de poder, y empiezan a matarse entre ellos. Yo me siento obligada a fotografiar, todavía sin ninguna pasión, por pura disciplina. La mafia se conecta con el poder, con los políticos y los policías corruptos, y todos los que se oponen son asesinados. Fue como una guerra civil, entre nuestra gente corrupta y nuestra gente valiente».
«Cuando matan a Michelle Reina, secretario de la Democracia Cristiana en Palermo, siento que no solo debo limitarme a fotografiar», prosigue. «Mis fotos llegaron a América y recibieron el premio más importante, el Eugene Smith. Y yo lloré, no podía parar de llorar cuando fui a recogerlo. Éramos pobres, nos trataban mal, nuestras fotografías daban asco, aunque ahora estén en los museos… Tras el Smith, dejé la fotografía y entré en la política como asesora. Durante cuatro años por fin podía hacer cosas por mi ciudad, no solo denunciar a la mafia».
“Nunca he hecho nada para un público. Era mi deber, y trataba de hacerlo bien”, comentan cuando le preguntan si alguna vez fue consciente de que estaba haciendo historia con sus fotografías. “Pero hay que saber quién era Pasolini, quién era Leonardo da Vinci, quién era Matisse… Cuando vas a hacer una foto, todo viene en tu ayuda. Es dificilísimo trabajar en las condiciones que yo lo hice, entre la policía, la mujer que se desmaya… Nunca trabajas pensando que será un documento histórico, solo piensas en hacer un buen trabajo. Si queréis dedicaros a esto, recordad lo que os digo. Y lo más importante es no meter tus fotos en Facebook. Todo ahí es demasiado banal”, sentencia.
Antes de marcharse, Battaglia desvela por qué decidió alterar sus imágenes históricas, las de la víctima de la miseria y la mafia de los 70 y los 80, introduciendo mujeres desnudas en aquel proyecto que dio en llamarse Siciliana, y que fue cariñosamente criticado por amigos suyos, como Ferdinando Scianna. “Durante muchos años, me invitaban a hacer exposiciones. Yo volvía a imprimir mis viejas fotos y llegó un momento en que pensé que me estaba volviendo un poco loca”, recuerda. “Me fui un año y medio en París, solo porque allí había una habitación que podía pagar con poco dinero. Pero estaba obsesionada con todos esos cadáveres, soñaba con quemar todas mis fotografías. Incluso lo hice en un pequeño filme, Fine della storia, un título sacado de una frase de Pasolini, en el que jugaba a hacerlo realmente. Pero en París no hice nada, no quedé con nadie. Estaba deprimida”.
“A la vuelta a Palermo me pregunté cómo podía destruir mis fotos”, prosigue. “Metiendo algo, me dije. ¿Qué meto? Mujeres. No modelos, mujeres normales. Amigas. Una actriz, mi nieta, muchas mujeres, delante del muerto asesinado, por ejemplo. Eso me calmó. No sé si el resultado es bueno, pero llegué a un punto de mi vida en que no trabajaba por encargo, entendí que el periódico para el que empecé a trabajar ya no existe y que ahora hago lo que quiero. Como una artista”
«He tenido un montón de problemas, he estado en todos los follones», concluye. «Pero he sido siempre libre dentro de mí, no he tenido jefes, no he estado sometida a nada ni a nadie. Y me siento en paz. La felicidad es esa, estar en armonía contigo mismo».
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