Opinión

Asesinado por el Estado

Saverio Lodato
Saverio Lodato
· 11 minutos

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¿Carlo Alberto dalla Chiesa? ¿Quién era ese? ¿Por qué fue asesinado? ¿Qué representó realmente su sacrificio? ¿Valió la pena? ¿Quién hace que valga? ¿Atesoran los italianos sus enseñanzas? Las lápidas envejecen. Y no pueden decir mucho.

Las lápidas, por su naturaleza, son avaras en palabras y de tono lacónico, y son bastante puñeteras a la hora de indicar un nombre o alguna fecha. El tiempo corre. Sicilia e Italia están muy lejos de ser lo que eran entonces.

Y hace unos días Rita, una de los tres hijos de Dalla Chiesa, ha lamentado en Facebook que la lápida en recuerdo del sacrificio de su padre se encontrara en estado de abandono. El alcalde de la ciudad, Leoluca Orlando, ha ordenado de inmediato arreglarla y limpiarla, restituyendo así decoro a un lugar de paso obligado en el centro de Palermo que, sin embargo, y éste es el punto, no ha sido nunca lugar de efectivo recogimiento y memoria.

En Palermo, de Carlo Alberto dalla Chiesa, queda un recuerdo casi desvanecido.

Tanto Dalla Chiesa como Falcone fueron asesinados con sus esposas, algo contrario a las normas mafiosas

Los jóvenes no conocen su historia, no saben que con aquel atentado en la calle Carini se alcanzó por primera vez el vértice de una escalada de violencia criminal que en los años sucesivos tendría innumerables réplicas; creen, en esencia, que el verdadero inicio de la lucha contra la mafia se sitúa diez años más tarde, con los sacrificios de Falcone y Borsellino en sendos atentados. De lo contrario, no se entendería por qué del aniversario de la emboscada del 3 de septiembre de 1982 que costò la vita al carabiniere Dalla Chiesa y a su joven esposa, la enfermera Emanuela Setti Carraro, se hace un seguimiento melancólico, poco participativo, poco apetecible para los medios de comunicación que hoy, 33 años después, tienen otras cosas en que pensar.

Sin embargo, hay algo particularmente siniestro que conecta el atentado de la calle Carini y el de Capaci, y es el hecho que en ambos casos se abrió fuego también contra la esposa, la de un carabiniere y la de un magistrado, desdeñando el viejo adagio mafioso que imponía excluir a mujeres y niños de los ajustes de cuentas: el binomio Dalla Chiesa-Setti Carraro anticipó de hecho en diez años el binomio Falcone-Morvillo (binomio éste que permanecerá, a despecho de la separación en el cementerio de los pobres restos de ambos, a decisión dictada por el deseo irrefrenable de “ojo del mundo” de María, una de las hijas de Falcone).

Dalla Chiesa, en sus “cien días” de misión en tierra siciliana, nunca fue querido por los palermitanos

Si bien, después de aquellos sucesos, una avalancha de cadáveres, igualmente “ilustres”, excelentísimos, sepultó Sicilia, aquella modalidad de ejecución no volvió a repetirse. ¿Fueron casos aislados? ¿Caprichos de las coincidencias de la Historia? ¿Dalla Chiesa no podía ser asesinado solo? ¿Falcone no podía ser asesinado solo? Decenas de investigaciones, y de opinadores, han explicado que no, no podían ser asesinados solos, porque la advertencia debía ser enorme, asumir una dimensión casi bíblica, con el objeto de que los vivos no tomaran nunca más el ejemplo de Dalla Chiesa y de Falcone. Siempre nos ha parecido una tesis estrechamente emparentada con la frase que dice: “Lo hecho, hecho está”. En otras palabras, no nos ayuda a comprender quién ordenó aquello. Y por qué la “regla” fue vulnerada.

¿Por qué –esta es la pregunta que queda– dicho tratamiento fue reservado solo para ellos? Una pregunta que tal vez pueda resultar útil hoy, a pocas horas del día del aniversario. Vayamos a los hechos. Dalla Chiesa, cuando estaba vivo, en sus “cien días” de misión en tierra siciliana, nunca fue querido por los palermitanos. Fue ridiculizado, vilipendiado, obstaculizado. No gozaba de buena prensa. Era visto él, piamontés, él, graduado de la Armada, él, azote de las Brigadas Rojas, él que había investigado la ejecución de Aldo Moro, él que hablaba en voz alta en una ciudad de silencios atávicos, él que “hacía marcaje al hombre”, como se diría futbolísticamente, complicándole la vida a los representantes de los potentados, hombres de negocios, políticos y cargos sicilianos, fue visto, decíamos, como un cuerpo extraño. Simpatía cero, o poco más, incluso por parte de la sociedad civil.

¿Por qué? Bastará recordar que, en aquel momento, las filas del poder democristiano estaban en manos de un señor elegantemente vestido de negro que respondía al nombre de Giulio Andreotti. Y que su corriente, aquellos valientes muchachos también llamados los “andreottianos de Sicilia”, tenía en Palermo su casa madre, la sede central de la compañía.

Y que la economía siciliana, por el contrario, estaba representada por los primos Nino e Ignazio Salvo, por el poder de los Cassina, por los cuatro “caballeros cataneses” del empleo, los Costanzo, los Rendo, los Finocchiaro , los Gracia, mientras, sobre todos, planeaba la sombra negra de Vito Ciancimino, en aquel tiempo en la flor de sus años delictivos.

Dalla Chiesa se vio cayendo en paracaídas sobre el cráter de un volcán en plena actividad

A todos esos, sin excepción, desde el primer día de su llegada, Dalla Chiesa declaró una guerra abierta y sin escatimar golpes. Con los hechos, antes incluso que con las palabras. Y no olvidamos, para completar el cuadro, el tristemente famoso “clan de los corleoneses”, viejos conocidos de un general que, precisamente en Corleone, había dado décadas antes sus primeros pasos investigativos.

Para empeorar las cosas, además, estaba todo lo que había pasado “antes” de su llegada. Habían sido asesinados el jefe de la patrulla móvil de Palermo, Boris Giuliano, el juez Cesare Terranova, el presidente de la Región Siciliana, Pier Santi Mattarella, el capitán de la compañía de carabinieri de Monreale, Emanuele Basile, el fiscal jefe de Palermo, Gaetano Costa, el jefe de cirujía vascular del Hospital Cívico de Palermo, Sebastiano Bosio, el empresario Pietro Pisa, el secretario del PCI siciliano, Pio La Torre.

Dalla Chiesa, en resumen, se vio cayendo en paracaídas, también por su nobilísima investigación, sobre el cráter de un volcán en plena actividad.

Al final, otra cosa que recordamos, pero de inconmensurable alcance si se quiere comprender qué pasó hace 33 años, es que en Roma, Dalla Chiesa había sido distinguido con el título de “prefecto”, pero los poderes efectivos de prefecto de verdad, llamado a afrontar a la mafia en la madriguera del lobo, no le fueron concedidos nunca. Incluso cuando él mismo los reclamase vistosamente.

Advirtió al Senado por carta que se lo pondría muy difícil a la corriente siciliana de Andreotti

Hay otro, digámoslo así, detalle. Dalla Chiesa no tuvo ningún problema para hacer saber al hombre de negro, Giulio Andreotti, que se lo pondría muy difícil a su corriente siciliana en tanto seriamente sospechosa de confabulación con la trama mafiosa. Todo está, negro sobre blanco, en una carta a Giovanni Spadolini, presidente del Senado en aquel momento. Las medidas fueron rápidamente aplicadas.

Me habló abiertamente a primeros de agosto de 1982, un mes antes de su muerte. Me cité con él para una entrevista que publicaría en el diario L’Unità en recuerdo del fiscal Gaetano Costa, que él había conocido en Villa Whitaker, en la sede de la Prefectura de Palermo. En aquel periodo del año, dicho sea para refrescar la memoria, las víctimas de la mafia en Palermo eran ya ochenta y dos.

Dalla Chiesa estaba solo. Hablaba como una persona consciente ya de su propia soledad. No tenía alrededor, no siquiera siendo prefecto de un Palermo en guerra, a ningún secretario, ningún colaborador, ni siquiera un bedel.

¿Quién encarnaba, en aquel momento, al Estado?

¿Él, en completa soledad? ¿En toda su determinación, en su tenacidad, en su capacidad de análisis y de juicio, que lo lleva incluso a prever, en aquella entrevista, que iba a darse el arrepentimiento entre los mafiosos? ¿O la plétora de todos aquellos que querían su fin, y que aquel día escogieron permanecer a la sombra? ¿Qué estudiaban silenciosamente los movimientos, para comunicarlos diligentemente y en tiempo real a los interlocutores de aquellos “poderes romanos” que hacían el doble juego?

Dalla Chiesa –y es esto lo que queremos decir– se sentía el Estado, en el sentido de representarlo, de servirlo. Exactamente como Falcone. Y tenía razones para ello, en vista de su brillante currículum de hombre al servicio de la Ley. Pero se daba el pequeño detalle que el Estado, el auténtico, aquel que lo había mandado a Sicilia con bombo y platillo, cuando la temperatura criminal se había recalentado excesivamente, en el fondo lo quería muerto.

Justo como Falcone y Borsellino.

Tras asesinar al general, alguien entró en la Prefectura e hizo desaparecer los documentos de la caja fuerte

No fue casualidad que mientras las fuerzas del orden se lanzaron entre ulular de sirenas y luces a la escena del crimen, en la calle Carini, donde junto a Dalla Chiesa y Emanuela murió el fiel chófer, el agente Domenico Russo, sombras furtivas entraran furtivamente en la Prefectura, violentaran la caja fuerte del general, hicieran desaparecer para siempre los documentos más candentes que él mismo había reunido en sus “cien días” en Palermo. Y que recogían nombres, apellidos y direcciones de la Sicilia criminal de entonces.

Historia esta, dicho sea como inciso, que se repetiría con los diarios de Falcone y la agenda roja de Paolo Borsellino. En el lugar de la emboscada, luego, apareció esta leyenda: “Aquí yace la esperanza de los sicilianos honestos”. Palabras premonitorias de lo que ocurriría en adelante.

Ahora quizás, 33 años después, sería el momento de decir que Carlo Alberto dalla Chiesa fue asesinado por la pinza del Estado-Mafia y de la Mafia-Estado que tenía todo el interés, en Roma como en Palermo, de verlo muerto.

Mucho ha durado, de hecho, la vomitiva bagatela que ha hecho de banda sonora en estas décadas de un Carlo Alberto dalla Chiesa “asesinado por la mafia”.

La mafia, es cierto, hizo su parte. Pero aquel atentado representó mucho más. Fue el intento desesperado de restablecer un orden de cosas que veía a todos los poderosos cogidos del brazo, y que por tanto no podía contemplar la posibilidad de figuras ejemplares, elementos incontrolados, personalidades institucionales “fuera del tiesto” que entraban inevitablemente en colisión de las instituciones romanas.

¿Por qué al Estado de hoy le fastidia el proceso que se celebra en Palermo sobre la Negociación Estado-Mafia?

El director colectivo del atentado de la calle Carini incluyó en el guion también la eliminación de Emanuela Setti Carraro para hacer comprender que no serían tolerados más motines. Esa es la razón por la cual no fue respetado el viejo adagio mafioso. Los actores secundarios eran ahora otros.

Diez años después, ¿la historia se repite?

El director colectivo de Capaci y de la calle D’Amelio fue obligado a repetirse. Con el asesinato de Francesca Morvillo y la hecatombe de la calle D’Amelio. Es justo y necesario lustrar las lápidas.

Pero quizá no debería ser suficiente para nuestra conciencia de hoy. Sería mucho mejor, por ejemplo, intentar entender por qué al Estado de hoy, 33 años después de la calle Carini, o 23 de Capaci y calle D’Amelio, le fastidia tan profundamente el proceso que se celebra en Palermo sobre la Negociación Estado-Mafia.

Y estaría bien que quien conoce de estas cosas, habiendo tenido la desgracia humana de tener que pasar por ellas, emplease alguna palabra de ánimo para todos esos magistrados palermitanos que están en primera fila y en profundo aislamiento, justo porque ya han comprendido todo lo que había que comprender. Y que, de manera sacrosanta, querrían poder probar a discutir sobre ello.

Sobre todo para evitar que otras lápidas, con el paso del tiempo, necesiten también una apresurada restauración.

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