El inmigrante tocaculos
Ilya U. Topper
¿Qué habría sido el niño Aylan de mayor? Tocaculos en Alemania. El chiste es de Charlie Hebdo, la revista satírica francesa, y si ustedes no se acuerdan, el niño Aylan es el crío sirio que murió ahogado en una playa turca en julio pasado. Lo de los culos se refiere a la nochevieja pasada en Colonia, donde un millar de hombres acosaron a toda chica que se les pusiera delante. Hombres que parte de la prensa no ha dudado en identificar como “refugiados sirios”, por inverosímil que parezca.
La viñeta le ha acarreado al semanario su habitual cuota de acusaciones de xenofobia, racismo, indecencia y el típico etcétera de reacciones entre la gente que nunca lee Charlie Hebdo y que no sabe que su autor, Riss, firmó en 2007 una obra extremamente mordaz contra la pretensión de Nicolas Sarkozy de “limpiar” el país de inmigrantes.
¿Por qué, nosotros, europeos, hemos sido capaces de convertir a niños inocentes en criminales?
Hay dos maneras de leer la viñeta. Denuncia cómo la imagen de “los sirios refugiados” ha cambiado en seis meses. Si en julio, la foto del pequeño Aylan (o Alan) simbolizaba el sufrimiento de “los refugiados”, ahora los titulares sobre acosadores en Alemania subrayan el “peligro de la invasión” de esos mismos refugiados. Así de fácil es manipular la opinión pública de todo un continente.
Fue la foto de aquel niño – ni la de los cientos de niños sirios que se ahogaron antes, ni la de los cientos de niños que se han ahogado después, todos los días, hasta hoy – la que obligó a los políticos europeos de adoptar posturas y postureos, de prometer la apertura de fronteras y cuotas de acogida (aunque callaron la ley internacional que obliga a acoger a los refugiados). Y lo que ha desencadenado la alarma no han sido las agresiones cotidianas que desde hace décadas cometen “hombres de aspecto árabe o norteafricano” contra las chicas de su entorno, en sus barrios, sino una noche de fiesta en Colonia, en el centro de la ciudad.
Esta es la segunda lectura posible de la viñeta, y es aún mucho más dolorosa: Si hubiera sobrevivido aquel crío sirio, y hubiera llegado a Alemania, es perfectamente posible que veinte años más tarde habría sido uno de aquellos acosadores. En otras palabras: los miles de niños sirios que sobrevivieron y que ahora están en varios países europeos, podrán convertirse en estos acosadores. Tal y como les ha ocurrido a los que llegaron hace una o dos décadas.
Ésta es la alerta que lanza Riss. Descalificar a su autor es fácil. Lo incómodo es preguntarnos dónde nosotros, europeos, hemos fallado, cómo nosotros hemos sido capaces de convertir a niños inocentes en criminales.
Si la guerra en Siria continúa, el pequeño Aylan habría podido acabar en un gueto de Colonia
Digo nosotros, ciudadanos de países más o menos democráticos, cuyos Gobiernos son responsabilidad nuestra, como nuestra es el devenir de los niños que vemos crecer, sean del origen que sean. Salvo si ustedes creen en la predisposición genética al delito de las “razas inferiores”, cosa que descarto.
Del escándalo de la Nochevieja en Colonia sólo ha quedado clara una cosa: no parece que los acosadores y ladrones, todos «de aspecto árabe o norteafricano”, fueran refugiados, ni mucho menos sirios, ni recién llegados. Los detenidos hasta ahora son casi todos argelinos y marroquíes, algunos ya con varias detenciones anteriores. Es decir, inmigrantes (aunque formalmente se presenten pidiendo asilo para evitar la deportación) que probablemente lleven años en Alemania.
Cualquiera que haya visto de cerca a refugiados y a inmigrantes que llevan año en el país que han elegido para vivir, sabe diferenciar los estados de ánimo de estos colectivos. Los refugiados recién llegados lograron salvar la vida: están agradecidos. Los inmigrantes buscaron una vida mejor y demasiado a menudo, no la encontraron. Están frustrados.
Cualquier refugiado, si es forzado a quedarse años en el país de acogido, sin opción de volver, puede pasar a formar parte del colectivo inmigrante, con todas sus frustraciones. Si la guerra en Siria continúa diez años más, el pequeño Aylan habría podido acabar efectivamente en un gueto de estos de Colonia donde se juntan quienes quedan fuera de la sociedad: jóvenes de origen inmigrante. Quien dice Colonia dice Banlieue de París, dice Londres y dice incluso algunos barrios de Madrid o Barcelona, donde el gueto es más reciente y menos nítido: aún en formación.
No todos los hijos de inmigrantes acaban en el gueto, acosando a las chicas que vean pasar. Ni mucho menos. Pero basta que un pequeño porcentaje acabe así para que todos “los árabes” (así se les llama en Francia, despectivamente: por mucho que sean nativos nunca se les dirá franceses) se lleven la fama. Una fama que a todos acaba convirtiendo en acosadores potenciales, los apartará de la sociedad de la gente decente y los acabará empujando al gueto hasta que adopten las maneras del gueto: se vive de trapicheos y la vida sexual es acosar a las chicas.
Porque para un joven “árabe” nacido en el gueto sólo hay dos vías: ser un buen chico, casarse con la prima lejana que los padres han escogido y convertirse en padre de familia cuanto antes… o buscar escarceos con “las blancas”, las de fuera del gueto. Las de dentro son tabú: carne de casamiento que no debe tocarse. Salvo si rompen las normas y follan. Pero entonces es que son putas y se les desprecia. Y es muy raro que alguna lo haga. Las chicas del gueto, si tienen amantes, es fuera del gueto, nunca dentro. No son tontas.
El chico “árabe” en cuestión fracasa, porque no tiene ni idea de ligar, no sabe cómo se seduce
Así, quien no está dispuesto a pasar por el aro y casarse a los veinte años, o quien no tiene con quién, no tiene otro objetivo en la vida que un ligue con una chica “blanca”. Esas que parecen tan liberadas sexualmente, o eso es lo que dicen ellas, la publicidad, la televisión. Chicas fáciles ¿no? Y resulta que no. Nosotros sabemos por qué no: porque el chico “árabe” en cuestión no tiene ni idea de ligar, no conoce las reglas de hacer contacto (miradas, palabras), no sabe cómo se seduce.
Eso nos pasa a todos a los quince años, sí. Pero si tu entorno son chicas a las que no debes seducir porque son “decentes” y sólo puedes probar con las otras, y fracasas, es fácil llegar a la conclusión: fracasas porque ellas te rechazan. Porque ellas son demasiado orgullosas, porque tú eres un árabe y lo serás siempre. Uno no tiene la culpa. La culpa la tienen ellas.
Esto crea frustración y rabia. Contra uno mismo y contra ellas. (La rabia del hombre contra la mujer que le rechaza no es sólo del gueto: es una reacción muy común dentro de los parámetros del sistema patriarcal europeo). Una rabia que deriva en desprecio: ellas no valen nada. Si todavía interesan es porque verles tetas y culo invariablemente dispara la libido, pero nada más. Lo mejor que se puede hacer es aprovecharse de ellas, tocarles las susodichas en cuanto se pueda, y si se enfadan, mejor: justo castigo por su altivez.
El machismo irredento es parte de la cultura del gueto y se dirige contra “las blancas”
Este es el camino mental que recorren cientos, miles, quizás millones de jóvenes hijos de inmigrantes en Europa. Desde hace décadas. Es una espiral, porque cuánto más uno se empeña en esta postura de macho irredento, más inverosímil es que alguna chica acaba haciéndole caso. Y al haberse convertido en una postura frecuente, ahora todo joven con aspecto de “árabe” es de entrada sospechoso de ser un macho irredento y tiene que hacer doble esfuerzo en cualquier bar o reunión para demostrar que es una persona normal, con los mismos méritos de ser pareja de escarceo que cualquier hombre de tez blanca.
Este machismo irredento es parte de la cultura del gueto y se dirige contra “las blancas”. No es parte de la cultura marroquí, siria, iraquí, turca o cualquier otra que haya tenido la discutible suerte de considerarse “musulmana” en bloque. Por supuesto, el patriarcado, es decir el machismo generalizado, es unos grados más fuerte en las sociedades de estructura política dictatorial – todas las del sur del Mediterráneo – que en las que llevan décadas de vivencia democrática. El respeto a una mujer como individuo, no como parte de una categoría social de esposa, madre o hermana, es inseparable de la conciencia de ser individualmente responsable por la propia vida, no pieza de un sistema familiar, de clan, de partido único o de monarquía absolutista.
Pero ¿no se ha convertido el acoso sexual contra las chicas en Marruecos o Egipto en una lacra insportable, totalmente al margen de la cuestión de la inmigración? Exacto: se ha convertido. Es algo reciente. No ocurre en los pueblos tradicionales marroquíes – no hay frustración cuando todos creen en las mismas normas sociales – sino en las ciudades, con su población desarraigada, hija del éxodo rural, debilitada por desempleo, desestructuración, falta de servicios públicos, de derechos ciudadanos. En todo el Magreb se ha formado una especie de segunda sociedad, siempre sobreviviendo con lo mínimo, sin ver cumplida ninguna ilusión, siempre enormemente frustrada.
Si el adolescente frustrado antes gritaba las palabras tetas y culo, ahora añade un verso del Corán
La relación de estos enormes barrios de desposeídos con la población de clase media – cuando la hay – no es mejor que la de un gueto de la banlieue de Paris con la Place de la Concorde. Cabe concluir que el éxodo rural es un fenómeno no tan distinto a la migración transnacional. No es la etnia la que separa: es la clase social, la vivencia económica y cultural.
No es casualidad que haya sido en estos barrios de desposeídos de Casablanca o de París donde los pescadores de almas de Al Qaeda y Daesh hayan reclutado a sus primeras decenas de ‘bombas humanas’. Para un imam hábil es fácil transformar la frustración, la rabia y el desprecio que un joven “árabe” siente contra “las blancas” en orgullo: si ellas son malas, yo soy el bueno. Y lo soy porque soy musulmán. Es un fenómeno generalizado: donde un adolescente frustrado antes le gritaba a las chicas alguna frase con las palabras tetas y culo, ahora añade un verso del Corán para humillar con más saña.
Decir que el yihadismo es consecuencia de un dolor de huevos es exagerar lo justo. Lean ustedes el párrafo que Sayyid Qutb, el ideólogo de los Hermanos Musulmanes y el padre espiritual de gran parte del islamismo del siglo XX, dedicó a las chicas norteamericanas que conoció en Washington y Colorado: destilan pornografía y odio a partes iguales.
Decir que el yihadismo es consecuencia de un dolor de huevos es exagerar lo justo
La misma experiencia que tuvo Qutb en América en 1950 se repite hoy en toda Europa. Poco hemos aprendido nosotros, y mucho los pescadores de almas. Uno sólo puede rezar que los miles de pequeños Aylan que han sobrevivido al Mar Egeo no acaben cayendo en sus manos. Por supuesto, los que caen son una minoría, pero el destino de tantos otros, que acaban incendiando París sin motivo o se pasen el día acosando a las blancas, tampoco es nada bonito. Y quienes expresan así su frustración de un viaje que empezó con mucha ilusión y acabó en profundo fracaso, no sólo se cierran a sí mismo toda salida: también se la cierran a todos los demás que tengan “aspecto árabe o norteafricano”.
Incluso se la cierran a los que vienen después. El pequeño Aylan posiblemente no habría muerto ahogado si no fuera porque Europa ya se ha creado la imagen de que todos los que llegarán son unos tocaculos. Los políticos que cierran fronteras se escudan en que la población no soportará a los nuevos. Es decir, se escudan en el racismo alimentado por casos como el de Colonia. La dolorosa viñeta de Riss es una verdad de dos filos.
¿Uno sólo puede rezar? También podemos tomar conciencia de que somos ciudadanos y es nuestra la responsabilidad. Pero no: por supuesto, ningún ayuntamiento se atreverá a destinar recursos públicos a hacer talleres de ligoteo y explicar a los adolescentes las reglas básicas para seducir mediante el respeto y desde la igualdad. Todos prefieren subvencionar los documentales que se hacen para defender que una chica musulmana decente lleva velo en clase. Fundamental. No vayan a confundirse “ellas”, las chicas tabú del gueto, y las chicas blancas, esas que están para ser acosadas.
Así nos va. Luego dirán ustedes que los indecentes son Charlie Hebdo.
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