Opinión

Infidelidades desiguales

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 6 minutos

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La relación amorosa se construye entre dos. Tú me perteneces, yo te pertenezco… Y aunque el pacto de fidelidad sigue siendo sagrado, con el tiempo, el cuerpo, exclusividad de la otra persona en la pareja, a veces rompe ese pacto. La pareja, hecha frágil, tiembla de forma inevitable.

En nuestra sociedad son sobre todo los maridos los que son adúlteros. Al mismo tiempo, las repercusiones de estos actos sobre los hombres no son tan dramáticos porque se benefician de la indulgencia de la sociedad, pero también de la Justicia, que les otorga circunstancias atenuantes. “Pobre hombre, su mujer no le satisfacía. ¿Qué quiere usted, que se vuelva mujer?” llegó a decir un abogado, de cuyo nombre no queremos acordarnos, durante un discurso en el tribunal. Es un hecho: el marido siempre recibe una condena inferior a la de la esposa, a la que los jueces tildan de prostituta y renegada de la fe.

Cuando caen las máscaras

El destino crea la ocasión fatídica. “Al pasar por delante de su oficina, lo he visto con otra. Le he seguido y he descubierto su piso”, nos cuenta una Sonia, todavía trastornada. Las mujeres evocan la ‘nía’, la buena fe, o a Dios, que así castiga al traidor. Por casualidad, una mujer se hace amiga de otra en un hamam y descubre que comparten el mismo hombre. “Con los hombres hay que ser vigilante. Al registrar sus bolsillos encontré un recibo de un alquiler a su nombre. En la dirección indicada descubrí esposa e hijos”, advierte Soumia.

Una mujer se hace amiga de otra en un hamam y descubre que comparten el mismo hombre

También el coche puede revelar secretos. “Siempre lo registro. Encontré incluso la factura de una discoteca de cuando él supuestamente estaba de viaje de negocios”, agrega. Porque son las mentiras las que despiertan las sospechas. “Mentía. Yo jugué a hacer de detective. ¡Sus reuniones de negocios se celebraban en un piso que había alquilado con sus amigos!”

Cuidado también con los cambios repentinos de actitud. “Él me pedía nuevas prácticas en la cama. Una noche me preguntó donde estaban los preservativas, cuando nunca los había utilizado. Tenía una amante”. Cuidado, señores, el instinto femenino es poderoso. ¿El teléfono? ¡Un traidor! ¿Facebook, Whatsapp, Tango…? Enemigos acérrimos que un día harán caer más de una máscara. “En su teléfono encontré vídeos pornográficos filmados con su amante”, nos confiesa una Alia boquiabierta. “¡Para no hablar de los mensajes!”

La cónyuge traicionada es siempre la última en enterarse: los amigos comunes prefieren callarse para evitar romper la pareja. Al menos cuando se trata de la mujer. Si es el marido, la información circula a alta velocidad, a veces incluso por carta anónima. El colmo es que si los hombres del círculo se proclaman garantes del honor del marido, las mujeres no se quedan atrás. Los amigos también se sienten afectados si uno de ellos acaba siendo engañado. “Si el honor de un hombre de mi círculo estuviera en juego, yo lo informaría para evitarle la humillación”, opina Fahd. Así, la mujer lleva el sello de la infidelidad toda su vida, ella sola.

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El discurso religioso es discriminatorio respecto al perdón. Un alfaquí, en la radio, responde a un hombre perplejo frente al adulterio de su esposa: “Hay que repudiarla, pero antes, reúne a tu familia, a la suya y a vuestros amigos y hazle la ‘chouha’.” Ahí va el marido y le responde: “Pero yo también la engaño a ella”. “Es haram (ilícito), pero si tienes mucho vigor, Dios te perdonará. Repúdiala y prohíbele ver a tu prole. Una mujer adúltera no puede educar a sus hijos. Si tú le perdonas, ella volverá a comenzar”, responde el alfaquí. Alucinante.

Otro de su grey le dice a una mujer que se queja de la infelidad de su marido: “Ujti al muslima (mi hermana musulmana). Quizás tú no le satisfagas. Encuéntrale otra esposa. Dios de recompensará porque habrás evitado que un musulmán cometa un pecado”. Cuánta paradoja.

La esposa, al contrario del marido, suele perdonar, habitualmente siguiendo los consejos de su círculo, “porque todos los hombres son promiscuos”. Y ella debe ser prudente. Ella intenta lamerse las heridas, asfixia su orgullo e intenta mal que bien reconstruir la relación, dejando que el tiempo haga su trabajo. Algunas tienen esta voluntad, pero el rencor persiste y conlleva agresividad e incomprensión. La herida sigue supurando, el fantasma de la otra está siempre presente. “En la cama ya no soy la misma. Hay un cuerpo de mujer entre él y yo”, se lamenta Houria.

«Lo más duro era afrontar a mi familia y a mis amigos que me condenaban por perdonar a mi mujer»

Pero un nuevo comienzo no se puede concebir sin el esfuerzo del marido adúltero, que debe mostrar su buena fe. Y cuánto más la esposa se entregue en cuerpo y alma a la pareja, más difícil es el perdón. “Me he deslomado durante 40 años por mi familia sin existir para mí misma. Él me ha destruido. ¿Perdonar? ¡Nunca!”, se rebela ella.

El marido, por su parte, raramente hace borrón y cuenta nueva. Debe demostrar a su círculo que es un hombre, uno de verdad. “Yo trabajaba mucho, viajaba, salía con mis amigos. No le hacía mucho caso a mi mujer. Ella no resistió a la tentación. Le he perdonado con dificultad. Lo más duro era afrontar a mi familia y a mis amigos que me condenaban. Cinco años más tarde, no me arrepiento de haber elegido esta opción”, asegura Tarik. Una excepción que confirma la regla.

Soluciones

Los más pragmáticos intentan comprender el por qué de las cosas, entonan el mea culpa, se culpabilizan. Porque al final es el cúmulo de insatisfacciones el que empuja a la otra persona de la pareja, falta de atención, vulnerada en su sexualidad, a convertirse en agresiva y a buscar una compensación fuera del hogar. El diálogo sin pasión, que podría llevar al otro a corregir el tiro, no es lo más habitual. Muchos hombres justifican la infidelidad por prudencia, pretextando que así evitan como pueden el divorcio, para proteger a sus hijos.

Pero el perdón depende sobre todo de la calidad de la relación de pareja. Una aventura siempre es condenable, pero si errar es humano, debe considerarse así por ambas partes, hombre o mujer. La mejor solución sigue siendo, evidentemente, el diálogo.

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