Quien haya construido una casa nueva y no la haya habitado, quien haya plantado una viña y no la haya recolectado, quien tenga una muchacha prometida y no la haya tomado, vaya con la esposa, con las uvas, al hogar y disfrute de cada posesión por un año antes de unirse a los otros en la guerra. Al fin, el que tenga miedo, el que sea blando de corazón quede en casa y no derrita el coraje de sus hermanos en la guerra. He leído estas reglas en los libros sagrados y he tenido el deseo de pertenecer a un pueblo antiguo de buen corazón con la juventud. Porque he dejado la cosecha en flor, la casa sin techo y a la muchacha en el tren. Bajo la noche soy un centinela sobre la cumbre, en una garita de una guerra insomne. La metralla arrasa el hielo a la luz de la luna espero a que un temblor me sacuda el frío para hacerlo sin vergüenza. Tengo miedo del cielo, de que no haya día tengo miedo del suelo, de que me trague vivo tengo miedo del aliento que asciende blanco en la oscuridad y que me convierte en una diana, tengo miedo, señor: ¿por qué esto a mí? ¿Por qué no tengo derecho a vivir y debo en cambio rezar de rodillas? No me basta el mañana, yo quiero toda la vida acostumbrarme a los años, ir a la noche de los hijos e incluso a sus tumbas en esta noche de blasfemia. Quiero tener sueño junto a la muchacha cuando tenga los cabellos blancos. ¿Por qué te debo rezar de rodillas para vivir, explotar hasta la escoria la vida que me llena? Quien de nosotros tendrá derecho a esto no será el más justo, ni el mejor, podría merecerlo yo, señor, apaga tus estrellas con las nubes para dejarme invisible a la mira y a las imprevisibles esquirlas, pero incluso si no puedes protegerme o no quieres no dejes mi cuerpo sobre las piedras y no les des mis ojos a los cuervos. No me pidas cuentas de la cólera contra ti, no sé rezar mientras lloro. Cuando hiela no salen las lágrimas, lloraré en primavera. |