Opinión

Madres que regalan hijos (II)

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 9 minutos

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[Continuación del artículo publicado el 14 Dic]

El fenómeno de las madres subrogadas, en su versión moderna, ha suscitado múltiples interrogantes respecto a la reacción de los niños, una vez que se les informa de la transacción de la que han sido objeto. A una persona adoptada, la verdad siempre la choca, pero los niños que fueron dados en adopción de esta manera viven el choque de forma distinta a los que fueron abandonados por madres desconocidas.

Todos los casos con los que hemos contactado se han declarado traumatizados por la verdad: “Me encantaba ir donde mi tía para jugar con mis primas. Pero mis padres no me daban permiso para dormir en su casa. Luego entendí que temían que allí me enteraría de la verdad o que mis padres verdaderos me recuperarían. Yo tenía 12 años. Mi prima me rogaba que pasara la noche con ella. Mi padre lo aceptó a regañadientes. Cuando se había ido, mi prima dijo que era un vejete senil. Yo respondí que su padre era un viejo sordo. Ella me respondió de forma seca que el sordo era mi padre verdadero. Me sentí hundir en un torbellino violento. Su padre la pegó, pero el mal ya estaba hecho”, dice Aissa.

«Yo tenía dos apellidos y dos entradas en el registro civil. Me sentía desgarrada, despedazada»

Habría preferido ignorar la verdad: Mi padre adoptivo me había dado oficialmente su apellido, y mi padre biológico había hecho lo mismo. ¡Yo tenía dos apellidos y dos entradas en el registro civil! Mi hermano me animaba a denunciar a mi padre adoptivo para recuperarme. Yo me sentía desgarrada, despedazada: tenía unos padres adoptivos que me querían y que me habían dado todo. Y padres biológicos que se atribuían un derecho sobre mí tras haberme manipulado como un objeto. No comprendía por qué mis padres habían esperado que alguien me pusiera al corriente si querían denunciar. Ellos sabían desde siempre que yo llevaba un apellido distinto. Los llegué a odiar. Los evitaba durante mucho tiempo. Rechazaba que ellos pudieran hacer daño a quienes yo amaba. Elegí volver con mis padres adoptivos, y los otros no me han perdonado nunca que haya rechazado retomar mi identidad verdadera. Pero un niño no es un peón de ajedrez».

Efectivamente, es imposible borrar el pasado. “Es verdad que mis padres verdaderos eran más flexibles, mis hermanas eran libres mientras que yo vivía con un padre muy autoritario. Pero no lo dudé en ningún momento: mis padres son quienes me han criado”.

Parece ser que los padres adoptives sobreprotegen mucho a sus hijos, como afirma Amal: “A los 12 años me he encontrado un extracto de mi acta de nacimiento, que mi madre tenía escondida. Me sentí rota. Pero no me planteé abandonar a mis padres. Eso, aunque me habían educado con gran severidad, muy distinto a mis hermanas, que disfrutaban plenamente de su libertad”.

«Cuando te enteras, piensas que tus padres verdaderos no te quieren tanto como a tus hermanas»

Tras el choque, el rencor: “Yo no le he perdonado a mi madre que me haya donado a su hermana. Soy madre y no lo entiendo. Mi madre tuvo tres hijos antes de mí y una niña después. ¿Por qué tenía que ser justamente yo? Cuando te enteras de la verdad – dice Aissa –, tú piensas que tus padres verdaderos no te quieren tanto como a tus hermanos y hermanas. Y los padres adoptivos cambian de actitud, empiezan a desconfiar. Se dicen que se arriesgan a que tú vuelvas con tus padres. Nuestra relación se fue deteriorando. En cada conflicto, yo me decía que era normal, porque no era realmente su hija”.

Importa mucho la manera en la que se le informa al niño. “Un día, mi padre verdadero me llevó a una mezquita y en el camino de vuelta me fue explicando todo. No recuerdo que fuera un gran choque ni algo traumático. Pero sí me perturbaba”. Con la verdad, se rompen la seguridad y la confianza y se instala la duda: “Mi relación con mis padres adoptivos se fue falseando desde que lo supe”, dice Amal.

Porque como dice Aissa: “Cuando el niño es hijo de padres desconocidos, se hace a la idea, convencido de que su madre estuvo obligada a abandonarlo y que ha tenido suerte de haber evitado el orfanato; en mi caso, mi madre me donó con toda su voluntad. Yo me siento traicionada, un trompo, girando sin referencias, sin identidad. Tú perteneces a una familia, tienes tíos, tías, primas… Y un día, tu madre se convierte en tu tía, tu tía se convierte en tu madre, tu padre es tu tío, tus primas son tus hermanas… Te vuelves esquizofrénica”.

Amal añade: “La doble identidad desestabiliza. ¿Con quién identificarse? Qué modelo seguir, el de los padres adoptivos o el de los biológicos? Yo comencé a pelearme con mi madre adoptiva, y a la menor escaramuza, yo me iba con mi madre de verdad. Sentía que ninguna de las dos me amaba com una madre de verdad y estaba enfadada con mis hermanas, que no habían sido donadas. Ya nada es como antes. Habría preferido ignorar la verdad. Desde entonces siento ya no soy una persona sino dos. No sé a quién agradecerle ¿la que me dio a luz? Y entonces ¿por qué me donó? ¿Y la que me ha criado? ¿Por qué me ha arrancado a mis orígenes?”

«Mi madre se convirtió en mi hermana, mi padre era mi cuñado, mi abuela era mi madre…» 

Es sobre todo la confusión de referencias lo que afecta a las personas, como explica Jamal: “Yo vivía en paz, cuando todo se volvió difuso. Una pesadilla: mi madre se convirtió en mi hermana, mi padre era mi cuñado, mi abuela era mi madre y mis tíos y tías eran mis hermanos y hermanas. El hijo de mi madre adoptiva, que yo creía que era mi hermano, se convirtió en mi sobrino. ¡Qué confusión! Ya no sabía cómo comportarme con cada uno de ellos. Había que reinventar todo con estos nuevos datos”. Una vez superado el choque, estos niños se enfadan con su entorno: “Ya no quería ver a nadie de mi familia. Todos hipócritas. Ellos lo sabían. Yo no”, dice Amal. Y añade: “Ya no les tenía confianza: mi entorno me había traicionado”.

Estas personas están todas de acuerdo en que se les debería haber informado desde la más temprana edad. No perdonan el largo silencio que consideran una mentira. Se sienten desengañados.

Afortunadamente, el tiempo acaba atenuando el rencor. “Con el tiempo y la edad, me he apaciguado”, dice Aissa. “Cuando era estudiante, me enamoré. Mi padre adoptivo rechazó que me casara antes de terminar mis estudios. Mi madre adoptiva sabía que yo estaba enganchada a aquel hombre y que acabaría casándome con él. Pero mi padre adoptivo no vino a la boda. Fue mi verdadero padre quien me casó, bajo mi identidad verdadera. Esto me acercó un poco a él. También era un poco una revancha de mis padres contra mi padre adoptivo”.

Todas las personas que han aportado estos testimonios afirman que ellas no podrían jamás donar un hijo suyo. “Prefiero que mi madre me eche la ‘sakhte’ (maldición) antes de separarme de mi hija. Yo soy madre. No lo entiendo”, dice Nacira.

Donar un hijo se percibía como una buena acción y un signo de solidaridad

Hoy nos cuesta imaginar que una madre pueda quedarse embarazada con la finalidad de donar al niño, porque el contexto ha cambiado. Para empezar, antes se les consideraba a las mujeres máquinas de procrear, y era normal que ofrecieran uno de sus productos a quienes ellas amaban. Además, tal acto se percibía como una buena acción y un signo de solidaridad entre miembros de la misma familia. Una solidaridad que se difumina hoy, en un mundo en el que se desarrolla el individualismo. Y finalmente, al ser los métodos anticonceptivos tradicionales bastante ineficaces, no todo embarazo era deseado.

Hoy día, gracias a los anticonceptivos, tener un hijo es un acto más voluntario, de reflexión, programado. Embarazo y parto se viven como momentos de felicidad. Antes se les consideraba como algo natural, una fatalidad que era parte de la rutina, una faena añadida. Hoy día, la llegada de un hijo se vive con tanto entusiasmo y tanta pasión que sería inconcebible donarlo.

Dicho esto, reconozcamos que estas madres subrogadas han demostrado una generosidad ejemplar. Merecen toda nuestra admiración por haber donado una parte de ellas mismas, sin contraprestaciones. Su único motivo era ofrecer un poco de felicidad a una pareja desafortunada a la deriva. Así han contribuido a impedir la ruptura de muchas parejasy han permitido a muchas mujeres de evitar la poligamia o el repudio. Una bella lección de generosidad.

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© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Femmes du Maroc · Octubre 1998 | Traducción del francés: Ilya U. Topper

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