Opinión

Ba El Hadj y el ramadán (I)

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 10 minutos

opinion

Casablanca | 1999

 

Una tienda de alimentación al por mayor. Un mostrador mayor. Una caja registradora mayor. Un patrón de volumen mayor. Un almacén mayor. Pequeños chavales flacos, escuchimizados, sucios, con la mirada apagada, con la infancia y la adolescencia sacrificadas. Aplastados bajo el peso de los sacos y las cajas que transportan sobre sus frágiles hombros, mientras que todos los clientes los requieren a la vez. El patrón se ha ganado dos títulos: uno es “Ba”, o sea padre, adquirido por la edad y sobre todo por el respeto que le confiere su buena reputación. El otro es “El Hadj” y se debe a sus múltiples peregrinaciones a La Meca, porque es un buen musulmán.

«Cuando estás chafado, siempre de equivocas a tu favor, nunca en contra”

Ba El Hadj disfruta con el contacto de cada billete y cada moneda que entra en su caja. Y tiene una crisis de nervios con cada pieza de calderilla que sale de la caja. Llega un visitante. Ba El Hadj se pone de mal humor. “Otra vez el tipo gafe este. Tiene malos ojos”:
El visitante: “Buenos días, Ba El Hadj”.
Ba El Hadj: “Ahlan, ahlan, qué alegría de verte. Justo estaba pensando en ti. Vivirás mucho tiempo, tienes buen aspecto. Me traes suerte. Te aprecio mucho, hijo de mi tierra”.
El visitante: “He venido a desearte un buen ramadán”.
Un cliente cuenta la vuelta. “Me faltan 16 dirham. Calcúlalo otra vez”.
Ba El Hadj cierra los ojos, se concentra y gruñe: 115 + 72 + 69 +… = 925 dirham”.
El cliente: “¡Calcúlalo con boli y papel!”
Ba El Hadj: “¿Me tomas por ladrón? ¿A mí, el hadj?”
El cliente saca una calculadora del bolsillo y anuncia la suma.
Ba El Hadj pone cara de estar de acuerdo. “Que Dios me perdone. El ramadán me deja chafado. Aquí tienes la vuelta”.
El cliente: “Qué curioso. Cuando estás chafado, siempre de equivocas a tu favor, nunca en contra”.

«Es un drama, lo de prohibir el alcohol: 40 días antes de ramadán, 30 durante y 15 después…»

Ba El Hadj se gira hacia su visita: “¿Has visto a ese hijo de p…? Duda de mi honradez”.
El visitante, ingenuo: “¿Y por qué no usas una calculadora con rollo de papel para expedirle el ticket al cliente? Ahí ya no habría errores”.
Ba El Hadj: “¿No habría errores? Si yo diera la vuelta siempre correcta, todavía sería el pequeño ayudante que era a mis doce años. Me vine del pueblo con nada más que un par de babuchas y una chilaba. Dios dice: ‘Siempre que haya descuido entre el vendedor y el cliente’, es decir siempre que el vendedor engañe al cliente”.
El visitante, escéptico: “Estás seguro de que Dios dice eso? ¿Viene en el Corán?”
Ba El Hadj: “Si no era Dios, era el profeta”.
El visitante, desconcertado: “¿De verdad ha dicho eso? Me sorprende… ¿Cómo te va el ramadán?”
Ba El Hadj: “Ay, hijo. El ramadán se va y vuelve con más fuerza cada año. Pero nuestras vidas se consumen. Echo mucho de menos el vasito con cubitos de hielo”.
El visitante, divertido: “¿Eso es todo? Bébete tu harira con un cubito de hielo y cierra los ojos, así soñarás que estás bebiendo otra cosa”.
Ba El Hadj: “Estás de coña. Pero es un drama, eso de prohibir el alcohol. Cuarenta días antes de ramadán, treinta días durante y quince días después. ¡Un calvario!”

El visitante, compasivo: “Haz lo que algunos: pásate al kif o toma pastillas para drogarte. Ya sabes, el qarqubi o la bola hamra, que se pueden comprar en farmacias. ¡Mejor que lo de los cubitos de hielo! El efecto te dura toda la jornada. Te lo pueden buscar los enfermeros de un hospital o te pueden dar una receta falsa”.
Ba El Hadj, indignado: “¡No he caído tan bajo! Ni siquiera bebo alcohol en público nunca. En mi familia, nadie sabe que bebo. Yo soy un hombre discreto. Dios dice que el pecado que se comete en secreto está ganado y perdonado”.
El visitante, decepcionado: “¿De verdad Dios dice eso?”
Ba El Hadj: “Tú, que me estás dando lecciones ¿no te molesta el ayuno a ti?”
El visitante, sincero: “Sí, pero me adapto”.

«Soy comerciante. Debo mostrar que soy un buen musulmán. Mantengo mi imagen de marca»

Ba El Hadj: “Yo también me adapto. Rezo más que de costumbre, ya ni suelto el rosario. Cambio el traje por la chilaba, el fez y las babuchas. No me salto ni una oración. Rezo en varias mezquitas distintas, para que me vea el máximo número posible de testigos. Soy comerciante. Debo mostrar que soy un buen musulmán. Mantengo mi imagen de marca. Lo bueno es que la gente empieza a llenar la mezquita antes de la hora del rezo y se van bastante tarde. Así, uno puede hablar de negocios y dar consejos a los malos musulmanes. Reservo la mayor parte de la jornada a la religión.
El visitante, estupefacto: “¿Pero por qué te empeñas tanto con lo religioso, cuando de todas formas rezas durante todo el año?”
Ba El Hadj: “Hijo, ramadán es el mes en el que Dios perdona todos los pecados cometidos los demás once meses. Si no pido perdón ahora, me arriesgo a llegar al más allá con toneladas de pecado”.

Suena el teléfono. “Aló, sí, El Hadj al habla. ¿Tienes la mercancía? Muy bien. Tráemela cuanto antes. No olvides camuflar las fechas de caducidad pegando encima etiquetas con fechas falsas. Están en las últimas. Ten cuidadín. El chocolate que me mandaste estaba podrido. Pero lo he vendido todo”.
Ba El Hadj confía, con afecto, a su visitante: “Hijo de mi tierra, a ti no te oculto nada. Tengo un primo que se las arregla muy bien. Me trae productos de alimentación caducados que pasan por Ceuta, de contrabando. Saco más del 300 por ciento de beneficio. Es gracias a él que he podido comprar las otras dos tiendas.
El visitante, pálido: “¡Pero eso es pecado!”

«¡Trabajar con el estómago vacío! A mí me llega mi salario cada fin de mes”

Llega un nuevo cliente, soñoliento: “Buenas, tengo hambre, sed, sueño, me aburro, el tiempo no pasa”.
Ba El Hadj: “¿Ya no trabajas?”
El nuevo cliente: “Casi nada. ¡Trabajar con el estómago vacío! A mí me llega mi salario cada fin de mes. No me pagan por ser eficaz. ¡Yo soy funcionario!”
Ba El Hadj, rezumando moral: “Te equivocas, hijo mío. Ser creyente significa respetar sus obligaciones laborales”.
El nuevo cliente: “Pero yo me comporto correctamente. Predico el islam, repito las palabras del profeta, me convierto en ulema. Tengo incluso un rosario que saco todos los años para darme aires de buen musulmán”.
Ba El Hadj: “Eso está bien, hijo”.
El nuevo cliente: “Estoy demasiado nervioso para trabajar. No atiendo a los ciudadanos para no cometer un pecado”.
El visitante, confuso: “¿Qué pecado?”
El nuevo cliente: “El de pelearse, hermano”.
El visitante, chocado: “Pero yo pensaba que el buen musulmán se domina durante el ayuno”.

El nuevo cliente: “Un bonito discurso. Para mí, ramadán es el mes de la paz. ¡Dejo en paz a todo el mundo! Incluso a mi mujer, las cosas como son. No le hablo hasta que se ponga el sol. Si me provoca, se arrepentirá. Hago aparición en la oficina para dos o tres horas y me hundo entre los papeles. Recibo a tres o cuatro personas para hacer ver que todo está bien. Me programo para recitar: ‘Vuelva dentro de tres días. El jefe no está, y tiene que firmar, le faltan a usted más documentos, timbres, fotocopias compulsadas’. Hago un servicio a la comunidad manteniéndolo ocupado, si no, la jornada le parecería muy larga. Hacia el mediodía, me eclipso para prepararme para el rezo y ya no aparezco más hasta el día siguiente. Hasta luego. Voy a darme una vuelta para que la puesta de sol llegue un poco antes”.

«Un buen musulmán debe tener un sello en la frente para que se vea que se arrodilla para rezar»

El visitante, escandalizado: “¡Un hipócrita, este funcionario!”
Ba El Hadj: “No, para nada. Dios dice que nadie se debe infligir daño a sí mismo, ni forzarse”.
El visitante, boquiabierto: “¿Estás seguro? Para mí, la fe no está en las apariencias, sino en el corazón, en la actitud, la seriedad, el trabajo, la preocupación por el bien común, el…”
Ba El Hadj: “Ah, sidi. Estás delirando. Un buen musulmán debe mostrar su devoción para que los otros lo tomen como ejemplo. Debe tener un sello en la frente para que se vea que se arrodilla para rezar. Yo no consigo tenerlo. Qué pena. Me froto la cabeza contra la alfombra todo lo que puedo, y nada”.
El visitante, atónito: “Tú no te concentras en la oración sino en tu frente?”
Ba El Hadj: “Bueno, yo rezo. Es lo que importa”.
El visitante, sorprendido: “La oración viene de la meditación, que mejora la eficiencia. Entre nosotros, se quiere ser eficiente en el engaño. El trabajo se reduce al mínimo. Es un atentado a la economía. ¿Has pensado en la frustración del ciudadano mal atendido por quienes se escaquean del trabajo, bajo el pretexto de que ayunan? ¿Has pensado en todo el dinero que se pierde a causa de las libertades que se toman los creyentes oportunistas?”

«¿Has pensado en todo el dinero que se pierde a causa de los creyentes oportunistas?»

Ba El Hadj, con una sonrisita: “Tú, que eres intelectual ¿te has dado cuenta de que le he sisado siete dirham al funcionario? No ha contado la vuelta. Dios, ¡multiplica los clientes como él!”
El visitante, horrorizado: “¡No! Pero me he dado cuenta de que un cliente se ha ido con una caja sin pagar. Tú le has hecho reverencias y lo has acompañado hasta la puerta”.
Ba El Hadj, en susurros: “Chitón. ¿Estás loco? Este trabaja para los de los impuestos. Si yo no hiciera eso, me arruinaría con inspecciones sorpresa. Incluso dono una parte de la zakat a su equipo”.
El visitante, indignado: “La zakat es una limosna destinada a los pobres. ¿Por qué habría que darla a los funcionarios?”
Ba El Hadj: “Si no se la diera, ya estaría en la ruina. Son las reglas: yo como, tú comes. Tú impedirme comer, tú no comer conmigo”.
El visitante, como soñando: “Yo no…”

[Continuará · Lee aquí la continuación: Ba El Hadj y el ramadán (II)]

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© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Femmes du Maroc  ·  Diciembre 1999 | Traducción del francés: Ilya U. Topper

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