El zoco de las esposas
Soumaya Naamane Guessous
Casablanca | 2001
En 2004, la edad legal para casarse se elevó a los 18 años. Pero el matrimonio de menores continúa practicándose. En 2013 representaba el 11% del total de matrimonios. Este fenómeno afecta principalmente a la población rural. Sin embargo, la tasa de escolarización de las niñas campesinas ha aumentado significativamente del 63% al 90% entre 2004 y 20014. La implantación de Dar Taliba, un centro de acogida para las campesinas, ha aumentado el porcentaje de niñas que asisten a las escuelas secundarias, lejos de los hogares de los padres. Gracias a la escolarización, el matrimonio infantil, que continúa alimentándose de la pobreza de las familias, disminuirá en los años venideros.
En un artículo titulado Celestinas tradicionales, dije que la profesión de casamentera había desaparecido. ¡Error! La profesión sigue existiendo, solamente cambió de rostro. Durante una investigación en la región de Bni Meskine sobre los smasrya (intermediarias), los agentes que proporcionan a los habitantes de la ciudad mano de obra infantil, he descubierto que también se recurre a ellos para buscar chicas para casarse. Una visita inspiradora al mercado informal del matrimonio de adolescentes, con una abundante oferta.
En los douars (aldeas) de la región de Elbrouj, muchas madres han casado a sus hijas utilizando los servicios de las casamenteras. Las chicas más apreciadas son de la región de Frita, El Attaouya y Demnat.” Son sumisas, trabajadoras y fuertes; además, sus padres raramente van a visitarlas” cuenta una mujer acompañada de una frágil niña de 13 años entregada por una intermediaria. “ Es la mujer de mi hijo, es dulce como la miel”. La dulzura es aquí sinónimo de sumisión.
“En estas regiones puedes tener una nuera con o sin intermediario. Vas a un douar, tocas a la puerta, entras, bebes, comes, te enseñan a las chicas, sales y vas a la siguiente casa.» Vamos a comprobarlo in situ.
“Para un hombre viejo es mejor una de más edad. Una niña de 14 años le daría problemas»
Un zoco, un comerciante a quien le preguntamos:” Buscamos chicas casaderas. Conoce usted algún semsar (agente)?” Nos citan en un café con un humeante té aromático y zlaga, pestiños crujientes. Estoy acompañada por mi marido y Sanaâ, una de mis alumnas que da clases en la región. Por primera vez en mi vida voy a mentir durante mis encuestas y montar un teatro: Sanaâ quiere casar a sus dos hermanos. Yo estoy buscando una esposa para mi tío viudo, de 70 años. Mi objetivo es demostrar que el mercado matrimonial existe y que a los padres campesinos no les importa la edad mínima para casar a sus hijas que la ley fija en 15 años (ahora a los 18 años).
Llega el semsar. Es un joven padre de familia, para nada sorprendido por nuestra solicitud. La práctica es común. Sanaâ le explica que sus hermanos son jóvenes y que necesitan chicas de 14 a 17 años. Yo quiero para mi tío de 70 años una virgen sumisa. El semsar reflexiona: “Para un hombre viejo es mejor una de más edad. Una niña de 14 años le daría problemas. Mejor que tome una de 18 años. Dadme una hora”.
Paseamos por el zoco dominado por la presencia masculina. Un zoco como tantos otros: miseria y pobreza de una región que solo tiene una tierra árida para sobrevivir. Sin producción artesanal, sin industria, sin inversión, sin trabajo. Sin esperanza… y con muy poca lluvia. El intermediario regresa con un apuesto joven, bien arreglado, con un teléfono móvil en la mano, que nos acompaña a su casa. «Es una gran familia», dice el intermediario. «No pasan hambre, comen bien».
La chica no se ha arreglado: la seducción se hace mediante el trabajo
Conducimos de douar en douar. De repente, una casa cuya altura y longitud de paredes refleja una rara holgura en el campo. Sin agua ni electricidad, pero cómoda. Nos reciben tres mujeres. Tres generaciones: La Hajja, dueña de la casa, su nuera y su hija de 14 años. Contrariamente a lo que pensaba, a mi marido y al intermediario se les admite en la casa aunque el cabeza de familia se ha quedado en el zoco. La hija y su madre preparan el té. La Hajja nos hace compañía. Le pregunto si la chica que nos sirve el té es la casadera. “Si, pero yo también tengo otra hija. Ella es muy buena, hadga (trabajadora) y prudente”.
Le pido hablar apartadas de los hombres. La Hajja llama a su hija de 17 años: “Dile buenos días y ve a ayudar a la cocina”. Luego se dirige a nosotras: «¿Te gusta? ¡Ella está bien!» Quiero asegurarme de que esta familia está dispuesta a casar a sus hijas antes de cumplir los 15 años. Insisto en querer a la pequeña de 14 años: «Ella es buena, que Dios te la guarde, pero mis hermanos son jóvenes y tu hija es mayor. Quiero tu nieta”. La señora suspira, decepcionada por no poder casar a su hija.
«Ella nunca contesta. No es insolente como las chicas de la ciudad. Se pasa el día trabajando»
Su nieta se afana a nuestro alrededor: limpia la mesa, ordena los zapatos que dejamos en la puerta de la habitación, limpia los vasos, sirve la comida, ordena los zapatos de nuevo, estira las mantas sobre los colchones, sacude los cojines para colocarlos mejor … ella está tal como la vimos en el primer momento. No se ha cambiado. No se ha arreglado: la seducción se hace mediante el trabajo.
Mientras que la madre pregunta mi opinión sobre su hija, exaltando sus méritos, la Hajja habla de lo trabajadora que es su hija, que nunca sale. Se establece una verdadera competencia entre la suegra y la nuera. Les repito que quiero a la pequeña. Escudriño a la chica, una belleza que apenas acaba de emerger, una tez clarita, cabello espléndido, ojos brillantes, mejillas relucientes de frescura, un cuerpo lleno de promesas. ¿Su edad? No la sabe: «13 o 15 años. » Su madre le regaña: “¡Pero habla! Estás a punto de casarte. Ella es así, nunca levanta la voz. Su padre es duro, ella nunca contesta. No es insolente como las chicas de la ciudad. Se pasa el día trabajando, no ve la televisión. Ella me ayuda a criar a mis seis hijos”.
Le pregunto a la niña si quiere casarse. Ella se sonroja, baja la cabeza. La abuela se molesta: «Por supuesto que ella quiere». Responde a la señora, burra. »
¿Está su padre de acuerdo en casarla sin acta matrimonial? «Sí, a la hermana mayor la ha casado a los 14 años. Las chicas no tienen nada que decir. Tan pronto como llega su zman (destino), se casan. ¿Qué van a hacer quedándose aquí? Las chicas están destinadas al marido y a los suegros. Cuanto más tiempo esperan en casa, más se marchitan”. La Hajja mira a su hija y suspira. Ha acusado la flecha de su nuera. «Nos gusta la niña. Volveremos si Dios lo quiere. Mi hermano debe ver a la niña y tu marido ver al pretendiente», dice Sanaâ. La madre exclama: «¿Por qué verlo? Vuestras caras reflejan que sois buenas personas. ¡Volved! La chica es vuestra «.
«Os daré 15 chicas si queréis. Son educadas, sumisas, no hablan y aguantan todo sin quejarse»
Dejo a esta familia con quien compartí la comida, abrumada por haber mentido y dado una falsa esperanza a esta chica empujada cruelmente hacia una madurez temprana. El intermediario propone volver a ver al padre de la niña. Vuelta al Zoco. El padre no está. Su tío paterno nos recibe. Rico, poderoso: «Bienvenidos, con o sin matrimonio, estáis en vuestra casa”. Mi marido propone volver con el pretendiente. El tío se escandaliza: «Innecesario. Sois buena gente. Quiero ser amigo vuestro. Si mi sobrina no os agrada, está mi hermana, mis otras sobrinas, mis primas… Os daré 15 chicas si queréis. Son educadas, sumisas, no hablan y aguantan todo sin quejarse. Os daré 15 chicas atadas a una cuerda por un anillo en la nariz. Y si levantan la cabeza, se la bajaré”. ¡Creo estar soñando! Le digo al tío que la niña no tiene edad legal para contraer matrimonio y que es difícil tener el certificado de matrimonio. Él se ofende: «¿No hay acta? ¡No soy un crío! Habrá acta. El cadí y los adul (notarios) son mis amigos”. Le pregunto si eso ya lo ha hecho antes «¡Que Dios maldiga a Satanás!”, responde. “He casado a mi hija y mi sobrina a los 14 años”.
Nos vamos. Prometemos volver. ¿Cómo explicar el entusiasmo del tío y todos los padres que hemos conocido? ¡Ha sido tan facil! ¿Por qué este deseo de deshacerse de las niñas a edad tan temprana? Todas las niñas son un peligro en potencia que amenaza el honor de las familias.
¿Por qué casarse a los 13 años, cuando el padre es rico y ella tiene toda su vida por delante?
El intermediario desaparece. Regresa con otro padre. Conducimos hacia otro douar. Una casa grande. Una chica nos recibe. El salón es relativamente lujoso. La dueña nos da la bienvenida. Los hombres hablan de la lluvia y la cultura. Las mujeres, del matrimonio. La chica que nos recibió aparece con otro vestido, peinada y perfumada. Equipada con un cubo de agua y una escoba, comienza a limpiar el patio, como si bailara un vals. Después de la escoba, agarra un cepillo y frota el azulejo con una fuerza que revela la intensidad del sueño de casarse, en un momento en que se supone que las niñas de su edad juegan a las muñeca después de un día de clase. Ella golpea los azulejos y, de vez en cuando, nos mira discretamente para asegurarse de que apreciamos su habilidad. Desaparece, luego regresa con una fregona y otro cubo de agua, continúa puliendo el suelo, sin descanso. Ella lo limpia, lo seca, lo humedece nuevamente para secarlo. Me da pena. ¿Por qué casarse a los 13 años, cuando el padre es rico y ella tiene toda su vida por delante?
Después de beber y comer, me retiro con las mujeres. La anfitriona no sabe su edad. Se casó a los 13 años y muy poco después dio a luz. Su hija mayor se casó a los 14 años, hace un año, y ya tiene un hijo. Nuestra anfitriona tendría, pues, 29 años, su esposo más de 60. Ella está embarazada por séptima vez. La más joven es una niña: “Su salud es delicada porque es una niña de laghyal”. Eso quiere decir que la madre ha amamantado a su hija mientras estaba embarazada, y se cree que esta leche es perjudicial para el bebé amamantado. En realidad, la pequeña tiene síndrome de Down. No tengo valor para decírselo. Le aconsejo de todos modos espaciar sus embarazos para preservar su salud y la de sus hijos. “Mi marido se niega a llevarme a un médico y a comprarme la píldora» responde ella.
«Tuve seis niñas antes de tener un niño. Mi esposo tiene negocios, quiere chicos para que le ayuden”
Una mujer se junta con nosotras, acompañada de una chica embarazada. La primera debe estar en los cuarenta, la segunda no tiene más de 15 o 16 años. Están casados con el mismo hombre, el hermano del dueño de la casa. La mujer mayor tiene una cara tatuada y manos decoradas con henna. La joven tiene cejas finamente depiladas y esmalte rojo en las uñas. Dos generaciones, dos estilos, pero el mismo destino. El marido trabaja en Italia y viene tres veces al año. La mayor justifica el segundo matrimonio de su marido. “Yo no tengo hijos”. Le pregunto si ella es estéril. «No. Tuve seis niñas antes de tener un niño. Mi esposo tiene negocios, quiere chicos para que le ayuden”. La niña mira tímidamente su barriga y suspira: “Yo espero que mi vientre le de niños”. La mujer mayor nos pregunta si queremos ver a su hija, candidata al matrimonio. Ella no sabe su edad, 12 o 14 años. Otra chavalilla, otra inocencia.
La anfitriona elogia las cualidades de estas chicas, una vulgar publicidad como para cualquier producto: «Elige la que más te guste. Tienen la misma educación. No hacen más que trabajar. Jamás salen. Mi marido es muy severo; tan pronto como lo ven, huyen. No se quejan de hambre ni de sed”. Incluso se menciona el argumento de la fertilidad: «En nuestra familia, las mujeres son muy calientes. Están embarazadas ya desde la noche de bodas. Todas nuestras hijas dieron a luz el primer año”.
¡Es realmente como un zoco de ganado! La madre agrega, mirando a su hija: «Habla con las señoras, te llevarán a la ciudad. ¡Una oportunidad! No como tu pobre hermana que está casada en la inmundicia. Iré a verte. Nunca he visto la ciudad, excepto en la televisión. Nosotros no salimos. Mi hija está casada desde hace un año y mi marido se niega a llevarme a verla. Si vives en la ciudad, iré a verte e iré al médico para ligarme lo del vientre”.
«Dame una semana. Hay una rubia divorciada. Debo asegurarme de que sea estéril”
Volvemos a casa de los hombres. Le pregunto a nuestro anfitrión por qué las chicas no están en la escuela. «Innecesario. Cuando terminan la primaria, se quedan en casa», responde. «No hay escuela secundaria aquí. Mis hijos dejaron la escuela, aunque eran brillantes». ¿Y el certificado de matrimonio? «Eso es asunto mio. Eligid la que más os guste”. Nadie ha hecho preguntas sobre el pretendiente, su situación, las condiciones en las que vivirán estas chicas. Prometemos regresar.
Visitaremos otras tres casas. La misma bienvenida, el mismo lenguaje, la misma exposición de las chicas, la misma desolación… Vuelta al zoco. El intermediario nos asegura que nos ha presentado a las mejores familias, pero que todavía tiene más chicas para mostrar. Le aprieto más las tuercas para conocer sus límites: «Para mi tío de 70 años es mejor encontrar una mujer divorciada o viuda de 18 años, pero estéril. Me niego a que él tenga hijos. Quiero que sea gorda, rubia, con ojos verdes o azules. «El agente se rasca la cabeza y reflexiona:» Está bien. Dame una semana. Hay una rubia divorciada. Debo asegurarme de que sea estéril”. Sin comentarios.
Prometemos regresar con los pretendientes y sus madre para elegir. No hay problema en volver a ver a todas las familias que nos han recibido: «Tus hombres tomarán a las esposas que el destino les otorge. Cuando vas al mercado, tampoco compras las primeras verduras que ves. Te das una vuelta, eliges y acabas comprando lo que Dios te otorgó. El matrimonio es similar”.
Dos kilómetros más lejos hay una tienda. Un hombre nos pide que lo acerquemos a un pueblo cercano. Durante el trayecto le pregunto si tiene hijas en edad de casarse. “Ya he casado a varias. Tengo sobrinas. No salen ni son contestonas. Si no os gustan, os puedo mostrar otras. ¿Queréis también a criadas para el trabajo en casa?” Le pido dos niñas de cinco o seis años. “Tengo hasta veinte, si queréis”.
¿Para qué te sirve ella? ¿Para comer tu pan? ¡Mándala a trabajar para alimentar a sus hermanos!”
La casa de su hermano, un edificio muy modesto. Una mujer embarazada. Una orden: “Tráenos a Khadija”. Cuando llega Khadija, yo solo tengo ganas de una cosa: que los ministros de Derechos Humanos, de Protección Familiar, de Educación y de Justicia estén presentes para ver de cerca una realidad que desconocen. Una niña frágil, tembleque, que se agarra al caftán de su madre. “Esta tiene ocho años. Pero está mal alimentada. Dale a comer fruta y verdura y se pondrá fuerte”.
Hago ver que prefiero a una niña más pequeña. “Trae a Zohra”, ordena el tío. A la madre no le parece bien: “Zohra siempre está pegada a mí, les va a molestar mucho con lo que llora”. El tío no negocia. “Tráetela a la fuerza. ¿Estamos de broma o qué? ¿Para qué te sirve ella? ¿Para comer tu pan? ¡Mándala a trabajar para alimentar a sus hermanos!” Una niña aterrada avanza a pasitos cortos, con la cabeza gacha. Tiene cinco o seis años. El tío agarra con violencia la cara de la cría y la gira por la fuerza para mostrármela, como haría un tratante de ganado. “Serán 250 dirham al mes (25 euros)”. “No, damos 150”. ¡Trato hecho! Prometemos regresar pronto.
Me voy de esta region, atónita ante esa facilidad de tener hijas y de deshacerse de ellas. Sin embargo, me quedo algo escéptica respecto a las chicas casaderas. Me pregunto si los padres no se habrán embalado al ver que recibían una visita de gente de ciudad obviamente rica. Habrá que volver bajo un disfraz distinto, sin señales visibles de riqueza.
[Continuará]
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© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Femmes du Maroc · Junio 2001 | Traducción del francés: Mimunt Hamido Yahia
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