Opinión

El zoco de las esposas (II)

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 14 minutos

opinion

Casablanca | 2001

 

Soumaya Naamane Guessous explora el hábito de casar a chicas menores de edad en las aldeas de Marruecos, bajo el disfraz de una mujer que busca a una esposa adolescente para un familiar. Lee aquí la primera parte de la investigación.

(…)

La misma región otro día, otro mercado. Otro escenario. Mi marido deja el coche lejos del zoco. Voy a pie, con chilaba y pañuelo en la cabeza, acompañada por una mujer de 50 años, también vestida a la manera tradicional. Hablo con acento del campo. Un intermediario: “Es para servir en su casa o para casarse?” Le digo que vivimos en un pueblo cerca de Settat y que mi hermana quiere casar a su esposo y a su hijo. Ni siquiera se sorprende. Un taxi nos lleva hasta la aldea.

Cinco familias nos reciben, mucho menos acomodadas que las de la semana anterior. Los intermediarios nos ofrecen familias que se adaptan a nuestro perfil de pretendientes. No parecemos ricos. Nos ofrecen familias de nuestro nivel. Y están listas para proporcionarnos a niñas menores de 15 años, incluso para un hombre casado. Ninguna pregunta para saber si la chica tiene garantías de vivir decentemente. Solo una madre inquiere si la esposa cuyo marido quiere volver a casarse es estéril. El mismo discurso sobre la sumisión de las chicas, su educación y sobre el hecho ventajoso de no tener que visitar muy a menudo el hogar paterno.

Voy más lejos aún, impulsada por el deseo de poner el dedo en la llaga. A una madre que me presenta a sus hijas de 13 y 14 años, le propongo: «La mayor para el esposo de mi hermana; la más joven para mi sobrino”. La madre duda, el padre acepta. La madre tiene miedo de hablar. Ella susurra: «Si no la golpeáis». El padre responde violentamente: “Si ella se lo merece, que la peguen. Levántate y tráenos lben (leche agria)”. El padre acepta y discutimos sobre el dinero. ¿El coste del matrimonio? 1000 dirham [unos 100 euros] de sdaq (arras), un cordero (700 dirham), un traje de novia, un pañuelo y zapatos (400 dirham), babuchas para el padre y la madre (100 dirham), henna (25 dirham), una bolsa de panes de azúcar (340 dirham). El precio de venta de sus hijas sale a 2.565 dirham. ¡Ah, y no olvidemos los 10 dirham del intermediario! Ese mismo hombre que en mi presencia le había dado consejos a mi marido: “¿Por qué no tomas tú una o dos esposas? Son jóvenes y bonitas!” Mi marido prometió pensárselo…

Prometo volver junto con mi marido, que me propone continuar la investigación y probar otras casas, pero esta vez sin la ayuda del corredor.

Treinta kilómétros más lejos. Junto a la mujer que me acompaña llego a una aldea. Toco la primera puerta donde no hay ningún perro bloqueando el paso. «Hola, somos huéspedes de Dios. Estamos buscando una esposa”. Una mujer sonríe, sin sorprenderse en absoluto, y nos deja entrar.

Las cinco chicas llegan corriendo, empujadas por sus madres para no perder su oportunidad

Monto el mismo show: Busco una esposa para el marido de mi hermana y otra para su hijo. La acogida y la exposición de las chicas son iguales. Busco chicas de menos de 15 años. Ella me presenta a su hija que tiene 16 y le advierto que mi sobrino quiere una persona joven a la que pueda educar bien. Envía a buscar a dos de sus sobrinas y a tres sobrinas de su marido. Las cinco chicas llegan corriendo. Sin aliento, empujadas por sus madres para cumplir con su destino antes de perder su oportunidad. ¡Bendita inocencia! Tengo ganas de chillar ante la idea de que se casarán a esta edad, desfloradas salvajemente, experimentando una sexualidad que solo las hará sufrir. Entregadas a la autoridad de las suegras, niñas en un cuerpo que aún se está desarrollando, llevando todo el peso de una casa, sin ninguna garantía.

Nuestra anfitriona se impacienta: «Elige. Son muchachas mahquq (bien preparadas). Sus padres y hermanos les hablan solo a bofetadas. Han aprendido a trabajar a golpes. Mira esto. Tú, ¡muéstrale las quemaduras!” La niña muestra sus cicatrices bajando la cabeza para sofocar una risa. «Se alejaba de la casa cuando sacaba a los animales a pastar. La quemé en las piernas. Su padre es duro. Pero ella se ha vuelto prudente. Tiene miedo. Cuando era pequeña, tan pronto su padre cogía el palo se meaba en las bragas. ¡La educación es buena para las chicas!”

Una niña cruza discretamente el pasillo. Pido verla. “¿La quieres para el soltero o el casado?” “Para el soltero”. La madre protesta.  “Es una niña aún, solo quiere jugar, no le servirá de ayuda a tu hermana”. Mi supuesta hermana (la mujer que me acompaña) interviene: «Ya le impediré yo jugar; yo también soy dura». Le pregunto la edad. Pero durante toda la investigación, ninguna niña ni sus padres han dado una edad exacta. Aunque “la edad la pone en el libro familiar», el analfabetismo impide que se retengan los números. ¡Ni siquiera las niñas que han estado en la escuela saben su edad!

La niña tiene entre 10 y 12 años. Insisto en llevármela para mi sobrino. El padre no está: se le llama a su tío. “Es lo mismo”. Él quiere saber la edad de mi sobrino y dónde vive, y concluye: “Te la daré el año que viene”. Mi hermana cambia de táctica: “Necesito ayuda. Dámela ahora para que se vaya acostumbrando. Te juro que mi hijo no la tocará”. El tío se lo piensa. Le digo que somos personas de bien que no le faltará de nada. Y acaba por dar su bendición:  Mbarek mas’ud (felicidades). Mientras jugamos con su destino, la niña sueña despierta, indiferente, jugando con un pico del caftán de su madre. Prometemos volver

Otra aldea. Otros hogares abren sus puertas a los invitados de Dios. Para los ricos, el certificado de matrimonio no es un problema. Los pobres se ofrecen para celebrar el matrimonio y esperar hasta la edad legal o un parto para legalizarlo.

¿Y los funcionarios?

El día del zoco, los funcionarios preparan una carpa donde reciben a clientes. Cinco adul (registradores) de diferentes aldeas afirman que una niña puede casarse a partir de los 14 años. El padre o tutor presenta una solicitud para el matrimonio junto con un certificado médico que acredite que la niña es apta para casarse: ya puede ser desflorada y quedarse embarazada. ¿Cómo es que los médicos aprueban el matrimonio precoz cuando la medicina aconseja no hacerlo? ¿Los médicos son conscientes de que por el precio de una consulta (40 dirham) destruyen una vida? Estos certificados emitidos se oponen a la deontología. ¡Es un crimen! La emisión de estos certificados es un acto ilegal que debe ser castigado por la ley.

«El acta de matrimonio se otorga cuando cumplan 15 años. Es ilegal pero respetamos las costumbres»

El juez debe ver a la niña para evaluar su madurez física: «A los 14 años hay niñas que tienen cuerpos de mujeres”. ¿Y la mente? ¿Quién puede medir su madurez? El matrimonio se registra, pues, pero el certificado de matrimonio solo se otorga cuando la niña cumple 15 años y un día … ¡acorde a la ley! Un funcionario precisa: “Está prohibido, pero respetamos las costumbres locales. Es una iniciativa personal de los jueces en el interés de la familia”. Otro apunta: “Hay muchísimas niñas casadas por ûrf (matrimonio tradicional sin acta). Cuando dan a luz, se les expide un certificado de matrimonio, incluso si no tienen 15 años. El hecho de que hayan dado a luz demuestra que son capaces de casarse».

En cuanto al matrimonio de niñas menores de 14 años, las funcionarios tienen la solución: «Cásenlas sin acta de matrimonio y luego presenten una queja contra el esposo por violación o fornicación con la niña». El padre debe decirle al juez que quiere es-solh (conciliación) y que el culpable está listo para casarse con la niña. ¡El juez estará obligado a registrar el matrimonio!»

Estamos muy lejos de cierto Plan de Acción que preveía elevar la edad mínima del matrimonio a 18 años para proteger a las niñas. ¿Cómo puede una ley proteger a estas niñas cuando sus padres no intentan protegerlas? Hay muchas madres que se aprovisionan así de mano de obra: buscan niñas para sus hijos que trabajan en la ciudad o en Italia, ya que la región es un punto de emigración hacia esos destino.Las madres explotan duramente a estas novias para reemplazar a sus propias hijas, empleadas como sirvientas domésticas en la ciudad.

No es extraño que una madre busque niñas para sus hijos para calmarlos: «Mi hijo iba a Elbrouj y salía con malas mujeres. Le traje una niña para protegerlo de las enfermedades y el s·hur (la brujería, a veces realizada por una pareja que quiere mantener el amor del hijo). Si ella no le gusta, él la cambia. Noi tiene, por cierto, acta de matrimonio”.

El problema surge cuando la niña, casada por el ûrf, se queda embarazada. Sin un certificado de matrimonio, el esposo no puede reclamar la paternidad. «Mi nuera dio a luz antes de cumplir 15 años, y fue en el hospital, debido a complicaciones. Dije que era mi hija y que daba a luz a un hijo natural. Tuve que sobornar a los enfermeros para que no declarasen el parto», explica una mujer.

«Me casé a los 14 años. Mi marido trabaja en Italia. Su madre encontró otra esposa y me echó de su casa»

Las chicas paren normalmente en casa, sin asistencia médica. Las familias políticas no declaran el nacimiento a las autoridades por temor al Majzén (las autoridades) o la falta de medios para corromperlo. Lamia, 16 años: «Me casé sin ningún acta. Trabajé como una burra; me pegaban mi marido y su familia. Me escapé dejando a mi hijo detrás. Mi padre no pudo hacer nada, no tenía dinero ni conocidos, yo no tenía acta de matrimonio para plantarles cara. Se necesitan testigos para demostrar mi matrimonio y la paternidad de mi marido. No teníamos dinero para transporte, testigos ni tarifas judiciales”. Un ejemplo común de incumplimiento de la ley y falta de protección infantil. Es tan fácil echar a la calle a una niña, casada y sin acta.

Muchas niñas se encuentran embarazadas cuando dejan el hogar conyugal. Cuando los niños nacen, no tienen estado civil. El proceso de lograr que los padres reconozcan a los niños es largo, complicado y costoso. La familia rara vez denuncia. La sequía ha agotado los recursos de la población rural. El costo de trasladarse al tribunal y el presupuesto para sobornar están fuera de su alcance. Pero las familias se apañan como pueden: «A mi hija, su padre no la ha reconocido. Mi padre la ha declarado como hija suya».

Las leyes se incumplen con la complicidad de un Majzén que mantiene en perpetua psicosis a estas poblaciones indefensas para dominarlas mejor. En las áreas rurales, la corrupción y la injusticia están en su apogeo. Por otro lado, no es raro que las autoridades registren a un niño como hijo de padre desconocido. El problema surge cuando la madre quiere escolarizar al niño: «Me casé a los 14 años. Mi suegro prometió redactar más tarde el certificado de matrimonio. Mi marido trabaja en Italia. Su madre encontró otra esposa y me echó de su casa. Estaba embarazada. Mi hijo tiene 6 años, no tiene papeles. No puede ir a la escuela. Le declararé hrami (bastardo)».

El límite de edad para contraer matrimonio a los 15 años crea dramas en una población que todavía no se adhiere a los principios modernos. Los demócratas demandan que esta edad se fije a los 18 años. Si se mantiene este principio, existe el riesgo de fomentar el abuso. Por lo tanto, es necesario pensar en medios de apoyo para que los padres tomen conciencia de los peligros a los que están sometiendo a sus hijas.

Se deben priorizar tres puntos: una justicia rigurosa, la planificación familiar y la valorización de las niñas mediante la escolarización.

A las niñas que trabajan en el servicio doméstico, sus familias las valoran porque traen dinero a casa. A aquellas que no trabajan se las desprecia porque «son inútiles».

La sequía ha devaluado el trabajo infantil: muchas mujeres campesinas ya no tienen ganado que puedan pastorear por las niñas. El butano reemplaza el fuego que las niñas alimentan al recoger ramitas, los campos ya no son productivos. En cuanto a la escuela, no promete ningún futuro para la mayoría de los padres.

El sistema escolar debe revisarse y adaptarse a las necesidades de la población rural

Para salvar a estas niñas, el sistema escolar debe revisarse y adaptarse a las necesidades de la población rural. La escuela debe ser un lugar de escolarización pero también de formación manual. Hace falta hacer ver a los padres la utilidad de que sus hijas vayan a la escuela, ya que hay algunos que dicen: «¿Ella aprendió a leer y después ¿qué? No nos trajo nada. Solo gastos innecesarios. Las chicas no aprenden nada en el colegio”. Hay que convertir la escolarización en algo que vean de forma más concreta. Las chicas deben aprender a escribir y leer, pero además tener acceso a talleres manuales. Así rentabilizarían la escuela en la opinión de sus padres: podrían vender sus productos en todos los zocos en los que ahora no existe artesanía de fabricación local. Al producir algo concreto y traer dinero a casa, los padres las valorarán más. Justificarán que se queden viviendo en el hogar paterno hasta los 15 o 18 años.

Las escuelas secundarias también deberían acercarse a la población rural, porque incluso los afortunados que asisten a la escuela no pasan de la escuela primaria. Muchos padres sueñan que sus hijos prolonguen sus estudios, pero la distancia de las escuelas secundarias los disuade. Y aquellos que no van a la escuela dicen: «¿De qué sirve ir a la escuela? De todas formas no pasarán de la primaria». Solo de esta manera podremos frenar los matrimonios tempranos y el fenómeno de las jóvenes criadas.

Durante mi investigación, me sentí impotente, inútil, desarmada frente a tanta miseria y crueldad. Me encontré en un mercado de esclavos del tercer milenio. ¡Es urgente tomar medidas!

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© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Femmes du Maroc  ·  Junio 2001 · Recogido en Les femmes dans le Maroc d’hier et d’aujourd’hui (Ed. Marsam, Rabat, 2014)
| Traducción del francés: Mimunt Hamido Yahia

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