Crítica

Ingeborg en Siria

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 4 minutos

Chaos
Dirección: Sara Fattahi 

Género: Largometraje
Intérpretes: Raja, Hebe, Jaschka Lämmert
Guión: Sara Fattahi
Produccción: Little Magnets Film
Duración: 94 minutos
Estreno: 2018
País: Austria
Idioma: árabe levantino, alemán (subtítulos en inglés)

 

Si ustedes cometen el error que yo cometí – la sinopsis que se van a encontrar en internet allana esa vía – de fijarse primero en el nombre de la cineasta, Sara Fattahi (Damasco, 1983), y creer que por lógica, aquí tenemos un historia sobre tres mujeres refugiadas sirias, se van a quedar decepcionados. El filme no trata de eso.

Es verdad: dos de las tres protagonistas hablan en árabe levantino: damos por hecho que son sirias. La tercera directamente no habla: solo camina por Viena, deambula por un museo, contempla un caravaggio, toma un metro, dobla una esquina, está en una casa vacía. Es rubia. Probablemente, usted, lector, solo se enterará en los créditos que es el fantasma de Ingeborg Bachmann.

De las dos mujeres áraboparlantes – Raja y Heba, pero no sé cuál es cuál –, una vive en un país europeo; hacia el final intuimos que Suecia. Pinta, o más bien crea cuadros a partir de dibujos con lápiz y un collage de trozos de tela. Fuma. No está bien. En los diálogos con alguien que no vemos, pero que podría ser su sicóloga, o una entrevistadora, nos cuenta que sueña mucho y mal, consecuencia de haber perdido a su hermano, creemos que en la guerra. Pasó un tiempo en el psiquiátrico (como Ingeborg Bachmann). Es bipolar. Pinta sus sueños.

La otra mujer vive en una casa que, por un breve momento de panorama desde la ventana, intuimos que debe de estar por ahí abajo, pongamos Damasco. Le mataron el hijo, tras prenderlo, y lo tiraron al río. El río con el que sueña la pintora. Pero no es el mismo chico, se llama distinto; Sara Fattahi ha renunciado a trazar aquí un diseño de tapiz con hilos cruzados.

Sara Fattahi ha renunciado a prácticamente todo lo que pudiera crear una historia

Sara Fattahi ha renunciado a prácticamente todo lo que pudiera crear una historia. No hay diálogos, solo entrevistas, y mucho, mucho silencio. Silencios muy largos con planos muy largos, interminables, de la cocina, la ventana, el cojín, el árbol, los pájaros, el metro, el pasillo, el collage, el bosque, las manos, el pelo, el museo. Si cada plano durase lo habitual en una cinta de acción estadounidense, esto sería un cortometraje.

Que el monólogo en alemán durante el cameo de una cuarta mujer que intuimos es la propia cineasta – si hemos buscado su fotografía en internet – es de Ingeborg Bachmann, se le escapará, lector, si usted no es asiduo de la autora austríaca; lo captará si ha leído Malina. Que el poema final lo es también, lo sabrá entonces; es uno de los más conocidos de Bachmann y probablemente el mejor que ha escrito en su vida: Ein Toter bin ich der wandelt

Soy un muerto ambulante / dado de baja en todas partes / desconocido en el imperio del prefecto / superfluo en las ciudades doradas / y en las tierras verdecentes // finiquitada hace tiempo / receptora de nada // salvo viento, tiempo, sonido // yo que no puedo vivir entre humanos // …

El poema se llama Exilio, y probablemente exprese mejor que toda una película cómo se siente una siria refugiada en Europa. Lo extraño es que Ingeborg Bachmann pudo escribir estos versos cuando nunca vivió la guerra ni el exilio.

Quizás la película, recién presentada en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, se resuma en este final. O en la imagen del fantasma de Bachmann ante la parada de metro Dr. Karl-Lueger-Platz, dedicado a un alcalde de Viena (1897-1910) que hizo carrera propagando la expulsión de los judíos. No queda de nosotros tan lejos Siria: en la guerra, dice la refugiada, los verdugos intentan erradicar primero tu memoria.

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