Opinión

Amor prohibido, violencia legal

Sanaa El Aji El Hanafi
Sanaa El Aji El Hanafi
· 6 minutos

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Un joven egipcio le propone matrimonio a su amada en el patio de la Universidad de Al Azhar en El Cairo. Alegre, la chica se lanza a abrazar a su novio. La Universidad toma una decisión: expulsa a la estudiante. Luego se retracta y se “contenta” con prohibirle participar en los exámenes. Al chico, en cambio, lo expulsan dos años de su universidad.

Bien. ¿Qué habría pasado si el chico la hubiera acosado o asaltado? ¿Si le hubiera robado el móvil o le hubiera desfigurado la cara? Con certeza, ni la Universidad habría reaccionado, ni la sociedad se hubiera indignado de esta manera.

La bloguera egipcia Ghada Abdel Aal debate el caso de dos hombres de los que uno degolló a su mujer y a sus hijos y el otro golpeaba hasta la muerte a su hija porque había salido con alguien a quien él no conocía. Y aunque ambos criminales confesaron sus actos, mucha gente se mostró favorable a absolverlos o a aplicarles atenuantes (porque la mujer y los hijos en el primer caso y la hija en el segundo “merecían que les cortaran el cuello”).

La sociedad se muestra aterradoramente selectiva ante los problemas de la violencia y el amor: en los crínenes de asesinato, acoso, robo y violación siempre se encuentra alguien que defienda a quienes los cometen.Pero que una chica abrace a su novio, así sea después de prometerle matrimonio, eso merece los peores castigos. Por parte de la universidad, por parte de la sociedad y por parte de los portavoces de una moralidad perversa.

No se te exige ser coherente, solo hace falta que finjas ser lo que a la sociedad le guste

En Arabia Saudí, la joven Rahaf rechaza la cultura social y las conductas tradicionales que se imponen a las mujeres. La chica quiere partir y vivir en libertad. Y por eso se ve sometida a castigos psíquicos y físicos por parte de su familia. Cuando decide huir y consigue asilo en Canadá, a la familia se le absuelve, bajo presión de su clan, de su comunidad, del régimen teocrático y de la vigilancia social.

La máquina de propaganda saudi nos hizo creer a todos al principio que el motivo de la fuga de Rahaf tenía que ver con que ella había abandonado el islam. En realidad, acorde a varias entrevistas que la joven dio a varios medios de comunicación canadienses, el asunto no tenía nada que ver con haber abandonado el islam: ella huía de las conductas sociales que se imponen a las mujeres saudíes.

No obstante, y suponiendo que el asunto tenga que ver con que Rahaf abandonó el islam ¿debatimos sobre la decisión de cambiar de religión, con argumentos, lógica y razón, o le imponemos a cualquiera que mantenga la religión de sus padres, por la fuerza, mediante la violencia? ¿Es la devoción una convicción que debe brotar del interior de la persona o es solo una forma social que debemos preservar?

Por otra parte, no nos indigna vivir en sociedades en las que la prédica religiosa abunda y se multiplica, y escasean los valores y las actitudes cívicas. No se te exige ser coherente con tus convicciones, solo hace falta que finjas ser lo que a la sociedad le guste. No se te exige ser sincero. Solo que no choques con lo que proyecta tu comunidad. No se te pide ser libre ni maduro, solo que lo parezcas, acorde a lo que la sociedad espera de ti.

¿Qué devoción es la que exigimos a los demás, sin que brote de una convicción verdadera?

¿Cómo podemos forzar a la gente, mediante la ley, la prohibición y el asesinato, que finjan tener una fe determinada?

¿Qué valor tiene ser devota en una sociedad que no te permite elegir otra cosa?

¿Qué valor tiene la devoción si no nace de la libertad de elegirla? ¿Qué valor tiene ser devota en una sociedad que no te permite elegir otra cosa? En realidad no puede haber fe verdadera ni devoción sincera si no hay libertad. Ser devoto solo reviste un valor verdadero en un país que te garantiza el derecho a ser religioso o no serlo. Ser devoto en un país en el que no tienes derecho a no ser religioso no es otra cosa que adaptarse a lo que hay.

En la tercera historia, esta vez de Marruecos, una mujer besa a un hombre. Se le condena a una pena efectiva de 4 meses de prisión. En los países que respetan a las personas se le otorga al marido en un caso así el derecho a pedir el divorcio. Pero nadie, ni hombre ni mujer, entra en la cárcel por un delito llamado “engaño en el matrimonio”. Desde luego, es fácil imaginar que no se habría dictado sentencia de cárcel si hubiera sido el marido el que hubiera besado a otra mujer.

El objetivo aquí no es defender las relaciones sexuales fuera del matrimonio para personas casadas. El problema es, simplemente, un problema individual en el que no puede interferir el código penal. La única persona que puede meterse en el asunto y elegir si quiere separarse o continuar la relación es el marido o la esposa afectada. Ni el Estado ni la ley tienen nada que hacer en el asunto, mientras no se trate de un caso de abuso sexual ni violencia. La ocurre en la vida sexual de los adultos (mientras que no intenten aprovechar el asunto algunas mentes enfermas para justificar una relación sexual entre un adulto y un menor) es un asunto totalmente personal que no pueden juzgar ni el Estado ni la ley.

En resumen, el amor entre adultos es una libertad personal.
El sexo entre adultos es una libertad personal.
La devoción es una libertad personal.

En lugar de castigar el amor, la razón y la fe deberíamos castigar a los asesinos, a los acosadores, a los criminales, a los violadores y los ladrones. Son ellos quienes nos hacen daño. Pero con ellos a menudo somos permisivos y frecuentemente les encontramos excusas.

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© Sanaa El Aji | Primero publicado en Al Hurra · 17 Ene 2019 | Traducción del árabe: Ilya U. Topper

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