Opinión

Hacia el hijo único

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 9 minutos

opinion

Casablanca | 2011

 

·

La población marroquí vivió una explosión demográfica en los años sesenta: de menos de diez millones a más de treinta millones en el día de hoy. Las parejas procreaban sin contar. La mujer era una máquina reproductora y su matriz funcionaba hasta el final de la ovulación, cinco o seis años antes de la menopausia. La mejor mujer, se decía, es la que lleva una niña en la espalda, otra en el pecho, otra de la mano y otra en el vientre.

Cuantos más hijos tenía la pareja, más orgulloso y admirado estaba por los que la rodeaban. El marido demostraba así su virilidad y la esposa, su feminidad. Si era estéril, si solo daba a luz a niñas o no paría cada año, la mujer estaba bajo la amenaza del repudio o la poligamia.

Antes del desarrollo de la ginecología, las mujeres usaban la medicina tradicional para «destapar» su útero y parir con regularidad. Se tragaban todo tipo de productos a base de hierbas, con efectos nocivos para la salud. Utilizaban métodos técnicos, con la ayuda de qablas: productos introducidos en el útero, manipulación del cuello uterino, masaje en la parte inferior del abdomen para recolocar un útero supuestamente fuera de lugar… El fqih [teólogo] les daba amuletos, productos para beber, comer o para fumigar. La mujer quemaba plantas o animales secos en el brasero y pasaba por encima para hacer penetrar el humo en su vagina.

El fqih podía decretar que la mujer era víctima del mal de ojo o del taqf, prácticas de brujería destinadas a volverla estéril. Le daba varios productos para fumigar u otros rituales para cancelar el efecto de la brujería.

Las mujeres han entendido que la feminidad no está relacionada con el funcionamiento de su matriz

Pero las mujeres a veces se cansaban de los embarazos seguidos, los abortos involuntarios, los partos, muertes infantiles y enfermedades relacionadas con partos difíciles, sin asistencia médica. Usaban productos para retrasar un embarazo o para abortar, en detrimento de su salud. La sexualidad de la pareja se convertía en una amenaza para la mujer.

La invención de la píldora anticonceptiva liberó a las mujeres del miedo a los nuevos embarazos y separó las relaciones sexuales de la fertilidad.

Las mujeres daban a luz para «ponerle peso a las alas del marido, hacerle gastar todo su dinero para evitar que se fuese con otras mujeres». ¡Hoy han comprendido que se estaban sobrecargando a ellas mismas!

En los años sesenta, una mujer tenía un promedio de 7 hijos. Hoy en día, el promedio es 2,2 hijos por mujer. El perfil de madre ha cambiado. Los embarazos múltiples se consideran una amenaza para la salud de las mujeres, la belleza y la juventud femenina. Las mujeres han entendido que la feminidad no está relacionada con el funcionamiento de su matriz, sino con su bienestar: ser hermosas y deseables. Para ello, es necesario cuidar el cuerpo y la salud. Tener un gran número de hijos exige la disponibilidad total de la madre, hasta el punto de que se descuida, se pone nerviosa, se vuelve frágil físicamente y psicológicamente.

Las mujeres, que antes se aislaban en sus casas, se han liberado y hacen vida fuera del hogar. Trabajan, realizan actividades de ocio, cumplen tareas fuera del hogar: van de compras, acompañan a los niños a la escuela y sus lugares de ocio… También comparten actividades con el esposo, con amigos, practican deportes, pasean por la calle por placer…

La vida se proyecta fuera del hogar y ya no se limita a las tareas domésticas. Por lo tanto, el número de embarazos es limitado. Las mujeres han sido las primeras en querer controlar su matriz, a veces tomando la píldora a escondidas del marido. Se dieron cuenta, mucho antes que los hombres, de que viene bien limitar el número de sus hijos.

Los cambios que ha sufrido la sociedad conducen a una disminución muy rápida de natalidad. El número de hijos se fija con antelación en las parejas y no puede superar dos: «Dos, y ya es mucho», dice Wafaa, 32 años, abogada, a punto de casarse.

«Yo no quería más de uno, pero mi marido quería el segundo. Mi madre tenía nueve»

Antes, una pareja debía obligatoriamente tener hijos varones: «Mi madre tenía seis hijas antes de tener un hijo. Yo tengo dos hijas. Ni mi marido ni yo queremos tratar de tener un hijo varon”, dice otra. Tener muchos hijos se percibe ahora como vergonzoso: «¡No quiero arrastrar por la calle a un equipo de fútbol entero! ¡Es ridículo!» dice el novio de Wafaa, ingeniero. Muchas mujeres han sufrido por criarse con un gran número de hermanos. «Yo no quería más de uno, pero mi marido quería el segundo. Mi madre tenía nueve. ¡Yo sufría! » Una ruptura con el patrón tradicional.

El hijo como garantía para la vejez se convierte hoy en un pozo sin fondo.

Casados o no, los jóvenes se han dado cuenta de que los hijos ya no son una garantía para los padres: «Antes, los hijos cuidaban a sus padres cuando eran pobres, enfermos o viejos. ¡Eso se acabó! Ahora, los hijos casados luchan para cuidar de sí mismos. Si logran mantener a sus propios hijos, no está mal», dice Ali, de 29 años, banquero.

Los padres invertían poco en sus hijos ya que la vida era más simple. Los casaban alrededor de la edad de la pubertad. Hoy en día, el cuidado de los hijos se ha prolongado considerablemente debido a los estudios, la formación, el desempleo y el precio excesivo de la vivienda que obliga a los jóvenes a prolongar la duración la fase de vivir en casa de sus padres. «A los 16 años trabajaba para ayudar a mi padre. Me casé a los 21 años y he cuidado de mi esposa, hijos y padres. ¡Hoy, los hijos permanecen enganchados su padre hasta que les salen canas! » Además, las chicas se casan más tarde (27 años en promedio) y permanecen dependientes de los padres. Financieramente autónomos, siguen siendo una carga moral para los padres.

La elección del hijo único se considera a regañadientes como una decisión prudente. Los jóvenes son conscientes de los cambios sociales y cada vez deciden no tener más de un hijo. No se trata principalmente de parejas pobres, sino de empleados de nivel medio con una renta mensual que supera los 10.000 dirhams (unos mil euros). ¿Una elección? No, una obligación: “Con mi salario y el de mi mujer, es imposible para nosotros tener un segundo hijo, aunque soñamos con ello”. La razón principal es el deseo de tener cierta calidad de vida: viviendas dignas, bien amuebladas y equipadas con tecnología moderna. “Las necesidades han cambiado. Ya no se trata de tener un techo y comer, sino de tener un hogar agradable y cómodo”, dice Wafaa.

Antes, los niños dormían en la habitación principal de la casa; hoy deben tener habitación propia: «Mi hijo debe tener su privacidad, para descansar y concentrarse en sus estudios, sus juegos, su ordenador… Y eso requiere medios”. La calidad de vida incluye un guardarropa para bien surtido para padres e hijos, salidas, viajes y ocio.

La educación pública es deficiente, y el colegio privado puede costar la mitad del presupuesto familiar

La escolarización es el argumento más fuerte a favor del hijo único y una fuente de gran ansiedad y estrés para los padres. La prioridad de los padres es dar una buena educación al niño, lo que obliga a buscar una enseñanza de calidad. Pero la educación pública es deficiente, de ahí la obligación de acudir a los colegios privados, ya sin alternativa. La pareja es realista: hace las cuentas y se convence de que no podrá pagar la educación de más de un hijo. El coste de la matrícula y los pagos mensuales pueden alcanzar la mitad del presupuesto del hogar, y hasta tres cuartas partes. “¡Si tengo un segundo hijo, no podré pagar su educación. A menos de sacrificar nivel respecto al primero y privarlo de una buena educación”.

En los países donde la educación pública es satisfactoria, los padres matriculan a sus hijos en el colegio del barrio, lo que evita el problema de tener que acompañarlos. En el caso de Marruecos, las familias se ven obligadas a matricular a sus hijos en instituciones privadas lejos de sus hogares, elegidas en función de su calidad o por ofrecer la mejor relación calidad-precio. A las tarifas de la enseñanza se suma el transporte en autobús escolar, en taxi o el estrés del tráfico cuando los padres se ocupan del traslado: “Incluso el transporte público es deficiente. Además, la inseguridad es tal que no puedo meter a mi hija en un autobús. Los padres sufren una presión que afectan su bienestar”.

Además de la enseñanza formal, las parejas jóvenes valoran la estimulación de sus hijos a través de actividades extraescolares: deportes, baile, música … Actividades muy caras, en comparación con el poder adquisitivo: “Juntos, mi mujer y yo cobramos 14.000 dirham (1400 euros) y pagamos una hipoteca de 4.000 dirham por mes, así como un crédito de coche de 2.400. Mi hija está en preescolar y pagamos 1100 dirham mensuales: nos quedan 6.500 dh al mes. Chaga las cuentas y dígame si puedo tener un segundo hijo, a menos que gane la lotería. Mi hija tiene solo 5 años y ya estamos agobiados pensando en cuando vaya al instituto, en las clases complementarias, en las actividades extraescolares… ¡Ni siquiera me atrevo a pensar en que vaya a la universidad! Si la enseñanza pública fuera buena, tendríamos menos estrés y menos gastos”.

·

© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Famille · 2011 | Traducción del francés: Amine Zekraoui

¿Te ha interesado esta columna?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos