Opinión

El radical perdido

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 16 minutos

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Así que vuelven las generales, cual nueva temporada de serie en Netflix.

Mirando los movimientos estratégicos y tácticos del PSOE de Sánchez, la política española presenta semejanzas con lo que fue en Francia el pulso entre socialistas y comunistas, a partir de los años setenta y durante veinte años. Parece como si Sánchez quisiera hacer en cinco meses la jugada que el Partido Socialista francés hizo en diez años al Partido Comunista para reducirlo.

El “programa común” de gobierno unió en 1972 al Partido Comunista francés (PCF) con el Partido Socialista (PS) renovado de Mitterrand. La frase “La solución es el programa común” se convirtió en mantra de los dirigentes comunistas: el futuro gobierno de coalición comunistas/socialistas lo cambiaria todo; se estrenaba con éxito en las alianzas municipales. En un giro dramático, el PCF rompió el pacto en 1977, viendo al PS deslizándose hacia posiciones derechistas y amenazando con sobrepasarlo electoralmente.

En 1981, el socialista Mitterrand ganó las elecciones presidenciales, con el comunista Marchais quedándose en un 15% (por el “voto útil”). Hubo coalición: ministros comunistas con carteras importantes y comunistas en puestos relevantes de la administración publica. También se injertó en la radiotelevisión publica una cuota de periodistas comunistas (uno acabó presentando el tiempo en el telediario).

En 1997 hubo un gobierno de socialistas con comunistas ya en puestos decorativos: el PC tenía un 4%

El gobierno decidió nacionalizaciones, jubilación a los 60 años, quinta semana de vacaciones… hasta 1984, cuando se impuso la tendencia de Jacques Delors, entonces ministro de Hacienda… antes de ser ese presidente de la Comisión europea icónico para el bloque liberal. Salieron los comunistas y Mitterrand nombró a Laurent Fabius primer ministro de un gobierno con políticas precursoras de Tony Blair.

Fabius perdió las generales en 1986, llegó la “cohabitación” entre el presidente Mitterrand y el jefe del gobierno de derechas Jacques Chirac, hasta que Chirac perdió frente a Mitterrand las presidenciales de 1988 (el mandato presidencial era de siete años hasta 2002, mientras el de diputados era y sigue siendo de cinco). Con un partido comunista reducido al 11% de los votos, Mitterrand inauguró el gobierno de “apertura”, con el anticomunista Michel Rocard de primer ministro y ministros de derecha “centristas”… predecesores de Rivera y Ciudadanos.

La reducción nacional de la influencia comunista relegó el PCF a una influencia local residual, dependiendo cada vez más del partido socialista. Mitterrand cuidó de mantenerlo, como satélite captando el voto “radical”. La dimisión del secretario general comunista Marchais en 1994 abrió paso a Robert Hue, precursor de Errejón en ser muleta del PS a cambio de cargos.

En 1997, el socialista Lionel Jospin ganó unas generales adelantadas por el presidente Chirac, a quien todas las encuestas predecían una holgada victoria. Hubo entonces otro gobierno con comunistas, ya en puestos decorativos: el PCF estaba en un… 4%. En 2002, el candidato comunista a las presidenciales se estrellaba con un 3,4%: la irrelevancia del PCF era definitiva.

Volvamos a España, hoy. Como predijo Ilya U. Topper en 2014 en M’Sur, Podemos, que entonces tenia un discurso marcadamente radical, es hoy en día una fuerza moderada. Pablo Iglesias dijo en 2016 que solo se puede proponer un programa socialdemócrata hoy en Europa.

Pretende retraer la izquierda a sus raíces históricas, pues el derrumbe, hace treinta años, del proyecto comunista también se llevó por delante al proyecto socialdemócrata.

Con la marginalización de los comunistas, las clases obreras han perdido sus partidos políticos

Del Labour británico al adjetivo “obrero” del PSOE, la socialdemocracia representó la clase obrera con un proyecto de reparto de riqueza, dejando el gran capital al mando de las economías, al contrario del proyecto comunista. Hasta que Tony Blair, Delors, Clinton, Schroeder y demás Renzi, caras visibles de la conversión “socialista” a la ideología de Reagan y Thatcher, aplicaran políticas de recortes llamándolas “progresistas”.

Los partidos socialistas han pasado a formar parte de los aparatos de Estado, organizando en su seno la promoción de nuevas elites, con satélites que permiten acortar plazos hacia los sillones, como el Partido Verde en Francia o el probable partido de Errejón en España.

Con esa mutación y la marginalización de los partidos comunistas, las clases obreras han perdido sus partidos políticos, en los que formaban la gran mayoría de sus militancias y que hacían diputados o ministros a obreros o empleados.

Hoy, aplicar el programa del gobierno francés de 1981 expondría a ser tachado de peligroso y bolivariano; nadie del PSOE o del IBEX dormiría por las noches. Pero ni siquiera Podemos propone tal programa.

En 1981, el gobierno francés nacionalizaba Thomson, Dassault, Suez, la siderurgia, la industria farmacéutica y TODA la banca. Hoy, ante el gigante Inditex y su dueño Ortega, Podemos no prevé expropriarlo para devolver a los trabajadores de España y del mundo el fruto de su trabajo y dignidad, derechos laborales y respeto de los derechos humanos en las maquiladoras asiáticas. Solo reclama que este señor pague sus impuestos.

Podemos no prevé expropriarle Inditex a Ortega, solo reclama que este señor pague sus impuestos

Entonces, ¿en qué se diferencia Podemos de la “izquierda amable” de Errejón, Carmena o Baldoví? Más allá de que estos quieran ser satélites del PSOE, aceptando si hace falta la “operación Chamartín”, el encarcelamiento de políticos catalanes, recortar las pensiones…

Podemos se singulariza por la ambición de Pablo Iglesias de que su partido devenga una fuerza plebeya. Pretende recuperar la representación de las categorías populares. Pero entonces, ¿porqué la izquierda radical no consigue recuperar ese papel de “partido de masas”? Aquí, otra vez, vuelvo a Francia, con recuerdos personales.

Hasta bien entrados los años ochenta, el partido comunista francés representaba y organizaba amplias partes del pueblo. Como todos los partidos comunistas, su proyecto era la “dictadura del proletariado”.

La profunda escisión entre comunismo y socialdemocracia, ahondada con el enfrentamiento en bloques de la guerra fría, no quita que lo que el PCF ganó para las categorías populares, participando en el gobierno de liberación nacional entre 1944 y 1947 y luego gobernando miles de municipios, fue implementar reformas típicas del “Estado de Bienestar” socialdemócrata, empezando por la seguridad social.

Coherente con la estrategia de “dictadura del proletariado”, con la idea de preparar la clase obrera a ejercer el poder, el PCF desarrollaba un ambicioso programa cultural hacia amplias partes del pueblo. La figura de esa estrategia fue Louis Aragon, escritor surrealista, que ligó íntimamente su vida y su obra a esa ambición: elevar al pueblo francés buscando que se apropiara de la cultura más exigente, difundiendo en las organizaciones obreras la literatura, el arte contemporáneo y lo mejor de la producción cultural mundial.

Organizaciones comunistas y sindicatos difundían dibujos de Picasso (militante comunista), carteles políticos ilustrados por obras de Matisse, Monet, Van Gogh… Miles de comités de empresa regalaban novelas de autores arropados por Aragon (incluso de derechas como François Nourissier, al que Aragon defendió hasta el punto de dimitir del jurado Goncourt cuando no le concedieron el premio). Los alcaldes comunistas regalaban a todos los alumnos libros de historia que trataban de la revolución, del progreso, de la resistencia contra los nazis… Ver en una casa el dibujo de Don Quijote y Sancho de Picasso aun delata la cultura comunista de su inquilino.

Nuestro héroe de tebeo era Rahan, un hombre prehistórico que difundía sabiduría, progresismo y buen rollo

En la inmensa fiesta anual del diario L’Humanité se estrenaban obras de teatro contemporáneo, balés y operas, flamenco del bueno… Recuerdo un desfile de moda de Saint-Laurent ante más de cien mil personas, un mágico viernes por la noche. Había exposiciones de nivel internacional, una librería efímera más grande que cualquier salón oficial de editores. Los cantautores se hacían populares cuando, escogidos por la revista Les lettres françaises (director: Louis Aragon, director gráfico: Pablo Picasso), se programaban en absolutamente todos los municipios comunistas, con las entradas de sus conciertos compradas por los comités de empresa. El PCF promovía la música clásica, con giras de artistas soviéticos y LP grabados en Alemania Oriental. También artistas del mundo en un marco internacionalista: Paco Ibañez, Quilapayun y Victor Jara, Mikis Teodorakis, Miriam Makeba… Y por supuesto los coros del Ejercito rojo.

Los militantes que vendían cada domingo L’Humanité Dimanche traían la revista infantil “Pif gadget”. El perro Pif era una creación del dibujante español Cabrero Arnal, cuyo éxito popular permitió una revista semanal de alto vuelo. Nuestros héroes de tebeo eran Rahan, un hombre prehistórico que difundía sabiduría, progresismo y buen rollo en todas las tribus que se encontraba, el partisano «Grêlé 7/13” que azotaba, cual Zorro, a los nazis en la Francia ocupada, el doctor Justice que iba por el mundo repartiendo vacunas y hostias de karate a los malos, el “capitán Apache” resistiendo a los yanquis, los “pioneros de la esperanza” en su nave espacial… Los “rigolus”, gorditos, rojos y siempre alegres, vivían en la parte Este de un planeta donde los “tristus”, enfadados y verdes, copaban el Oeste; los convertían en rojos difundiendo alegría… Y Corto Maltés, que se publicó primero en “Pif gadget” a partir de 1970. Cada semana descubríamos un chisme (gadget) ideado para dar a conocer algún principio científico de forma lúdica.

Nuestra contracultura llevaba igualdad, justicia social y liberación humana, laicidad y ateísmo

Vivíamos en esa contrasociedad, que en mi caso se superponía a la contrasociedad española exiliada comunista. Al contrario de la contrasociedad hoy construida por los islamistas en la población de origen inmigrante de países musulmanes, o por las iglesias pentecostales en las categorías populares de origen africana, nuestra contracultura llevaba las ideas de igualdad, justicia social y liberación humana, laicidad y ateísmo, confianza en el progreso y la ciencia.

Con el “eurocomunismo”, intento desesperado de los Partidos Comunistas francés, español, italiano y algunos más de desvincularse del desastre que eran la Unión Soviética, China y las “democracias populares”, el PCF abandonó oficialmente la “dictadura del proletariado” en 1976. Pero, como lo apuntó entonces el filosofo Louis Althusser, dejando la “dictadura del proletariado” sin definirse más que por el “socialismo democrático”, el movimiento comunista dejaba, fundamentalmente, de diferenciarse del resto de la socialdemocracia.

Eran otros tiempos.

El éxito popular de la película “Tout le monde n’a pas eu la chance d’avoir des parents communistes” (No todos han tenido la suerte de tener padres comunistas), con Josiane Balasko de militante comunista enamorándose de un corista del Ejército Rojo, marcó en 1993 el paso de esos tiempos a la categoría de pasado mítico para relatos nostálgicos.

En 2015, cuando el cantante popular Marc Lavoine publicó la historia de su padre, comunista al que acompañaba de noche a pegar carteles, su libro encabezaba inmediatamente las ventas, ganándole al reaccionario y muy publicitado columnista Eric Zemmour (se llevaría otro disgusto en 2018, cuando El árabe del futuro IV de Riad Sattouf saltó a liderar las ventas en un solo día, ganándole también). La ‘fête de l’Humanité’, con un PCF reducido a menos del 3% de votos, sigue siendo cada año la mayor concentración popular mundial de la izquierda “radical”, atrayendo durante tres días de septiembre a centenares de miles de personas.

Es decir: se ha desvanecido el comunismo, pero ahí está su huella, profunda.

El movimiento comunista es cosa del pasado. Pero puede que, como lo escribían Marx y Engels en “El manifiesto del partido comunista”, su fantasma siga recorriendo Europa. En palabras del teórico francés Saúl Karsz, el hundimiento del comunismo deja vacío el lugar de la “Gran Ideología”, pero ese vacío no se ha vuelto a ocupar: “la Gran Ideología brilla por su ausencia”, dice Karsz, esparciendo su intensa luz.

El universo cultural comunista era muy distinto del que surgió del Mayo 1968 estudiantil. Ahora, la herencia ideológica de esa extrema izquierda del 68, que quería difundir la espantosa “Revolución cultural” china y que degeneró en terrorismo en Italia, Alemania, también España y con algunos brotes en Francia, esa herencia es hegemónica en las izquierdas, sean socialistas (donde contraen matrimonio con el liberalismo económico) o “radicales”.

La izquierda “radical” conserva aún el “antiimperialismo” de la URSS e incorpora la simpatía al islamismo

En ese corpus ideológico y cultural heredado del 68 estudiantil, hay para bien y para mal: altermundialismo, libertad sexual – hoy movimiento LGBTQI+ etc. -, ecologismo, antirracismo “interseccional”, nueva inmigración sublimada como deber histórico de redención de los pueblos “blancos”, crítica de las ideas de la Ilustración por ser occidentales… La izquierda “radical” conservando aún –eso sí, en el subconsciente– el “antiimperialismo” de la URSS de la guerra fría.

Se incorpora, a partir de la revolución iraní de 1979, la simpatía al islamismo, conforme esa corriente ha ido expandiéndose, con los hijos del Mayo 68 viendo en ella el aliento de la Revolución cultural de Mao que adoraban. (Apunte: en 1970, el PCF expulsó a uno de sus máximos dirigentes, Roger Garaudy, quien después se convirtió al islamismo “que protege la mujer”, negó la realidad del genocidio judío por los nazis, fue invitado de honor en Irán, Siria… veinte años antes de la amistad “antiimperialista” entre Hugo Chávez y el presidente fascista iraní Ahmadinejad).

Volvamos a la pregunta: ¿Cómo representar hoy al pueblo desde la izquierda?

Si comparamos los resultados de La France insoumise (equivalente francés de Podemos) entre las elecciones presidenciales de 2017 (20%) y las europeas de 2019 (8%), vemos que el gran resultado de 2017 se debe al voto popular, con un gran componente en tierras de influencia laica comunista. En 2019, tal voto pasa a la abstención, que azota especialmente a La France insoumise.

No es verdad que el pueblo francés sea de Le Pen y de la extrema derecha, como lo creen tantos activistas españoles convencidos de que la manifestación de enero 2015 “Je suis Charlie” era un momento racista. La componente progresista del pueblo y de la clase obrera sigue ahí, pero cuando no se siente representada se queda en casa. Y se queda en casa porque no se reconoce en el conglomerado ideológico heredado del Mayo 68, cuando ese conjunto ideológico es masivamente compartido por la militancia de las organizaciones de izquierdas.

Se ríen los mismos que defienden la imposición del velo y promueven el feminismo “interseccional”

Hace poco, vi rebotar en Twitter y Facebook un video donde un español entrevistado, hablaba de “musulmania”, creyendo que existe tal país o alguna parte del mundo así llamada. Ese vídeo ha sido compartido miles de veces con comentarios despectivos de “izquierda radical”. Ante alguien que expresa torpemente su inquietud ante la reestructuración de su vecindad, forzada por el integrismo islamista con la generalización del velo o hiyab por las calles, ante el terrorismo islamista que bien azota España y Francia… Ni el entrevistador ni los tuiteros progre se interesan por lo que intenta expresar. Comparten, satisfechos: mira qué imbécil racista ¡jajaja! Que borrica la gente del pueblo, esa que no lleva muy lejos la carrera escolar, que sabe de geografía lo poco o nada que habrá podido viajar, que según la portavoz de ERC mira “Sálvame” cuando los catalanes (superiores) miran el telediario… Se ríen esos mismos que defienden la imposición del velo islamista como una bella libertad, que promueven el feminismo “interseccional” (hasta nombrar así una secretaria de Podemos), que pretenden oponerse al “supremacismo del norte” como la dirigente andaluza Teresa Rodríguez…

Curiosamente, la ideología de la “diversidad” construida hace cuarenta años por el odiado partido demócrata americano es hoy el armazón del pensamiento de la “izquierda radical”. Debería esa “izquierda radical” leer mejor uno de los dirigentes de Podemos, Vicenç Navarro, profesor de políticas publicas en la universidad John Hopkins, cuando analiza por qué la clase obrera le da la espalda a la izquierda en EE.UU. En una columna reciente (publicada en Publico en julio pasado), Navarro decía: “La estrategia de la izquierda estadounidense, a través del Partido Demócrata, fue enfatizar las políticas antidiscriminatorias de género y de raza, encaminadas a la integración de las mujeres y minorías en el establishment político-mediático del país. Se seguía una estrategia basada en lo “políticamente correcto”, es decir, con unas prácticas y un lenguaje antidiscriminatorio focalizados en políticas públicas de afirmación identitaria (repito, fundamentadas en el género y la raza).”

En 1953, cuando la clase obrera se rebeló en Berlín Este, el Ejército Rojo aplastó las manifestaciones sin piedad. Todos los intelectuales progresistas y comunistas consideraron entonces que se trataba de un brote fascista de ese pueblo alemán quizás aun un poco nazi. Bertolt Brecht también defendió la represión. Pero, frente a las declaraciones de gobernantes y demás intelectuales, llegó a ironizar: “¿No seria más sencillo que el gobierno disolviera el pueblo y escogiera a otro?”

El pueblo sigue ahí, en España como en Francia o Italia, no acepta desaparecer. Y como la idea comunista, cual fantasma, no para de volver (véanse los chalecos amarillos). Dejemos entonces de despreciarlo, para empezar. Eso también, sí se puede.

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© Alberto Arricruz |  Septiembre 2019 · Especial para M’Sur

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