Opinión

Lobos y gallos

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 11 minutos

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La noticia anduvo esta semana por la prensa francesa: el gabinete de ministros, por orden del presidente de la República, Emmanuel Macron, declara disuelta la agrupación ultranacionalista turca “Lobos Grises”. Ankara responde con una nota diplomática indignada, aclarando dos puntos. Primero: no existe tal agrupación. Segundo: se tomarán severas represalias.

En el primer punto, Ankara tiene razón. “Lobos grises” es un término que desde los años ochenta se utiliza en Europa para describir a los ultranacionalistas turcos, pero en Turquía nunca ha existido una organización que se llame así, ni tampoco la hay en otros países. París ha disuelto un grupo inexistente.

Lo que sí existe —desde 1968 en Turquía y desde 1978 en Alemania— es una fundación llamada Hogares idealistas (Ülkü Ocaklari), que corresponde a ese mismo perfil: proclama la lucha heróica, hasta la última gota de sangre, por la patria turca bajo la bandera del islam. Una comparación con el fascismo clásico, es decir el italiano de inicios del siglo XX, no anda descaminada. Su logotipo es un lobo gris y sus miembros —y mucha gente en ese ámbito— saludan en los mítines políticos juntando los dedos en lo que se conoce como ‘saludo del lobo’, tal y como lo describe el decreto francés. Pero en turco no es habitual llamar “lobos” a sus seguidores, solo el saludo se llama así; a las personas se los conoce como ülkücü: idealistas.

El texto francés se equivoca al atribuirles la bandera de las tres medias lunas: esa no es de los ülkücü sino del partido político MHP, fundado por la misma persona que creó los ‘Hogares’: Alparslan Türkeş (1917-1997). La fundación se considera organización juvenil del partido, o el MHP brazo político de la fundación. Van juntos.

El decreto francés es un disparo al aire para provocar fuego de respuesta y revelar la posición del enemigo

Pero el decreto francés no ha prohibido la fundación Hogares idealistas: no menciona siquiera el nombre, y por supuesto tampoco el del MHP. Tampoco veta el uso de la bandera ni el saludo del lobo (que sí está prohibido en Austria desde 2019 en analogía al saludo nazi). Se limita a hablar de una “agrupación de hecho” llamada Lobos Grises, impulsada en las redes sociales con mensajes violentos por un tal Ahmet Çetin, personaje ya denunciado por altercados en una manifestación.

Es decir, la decisión francesa no significa nada ni tiene consecuencias. Será cierto, como dice la nota de Ankara, que el decreto “es una manifestación definitiva de la psicología contradictoria” de Francia? O como ha dicho en anteriores ocasiones el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, de la necesidad de que Macron se haga unas pruebas de salud mental?

Por supuesto que no. El decreto francés es un disparo al aire para provocar fuego de respuesta y revelar la posición del enemigo, además de hacerle gastar munición. Una táctica clásica que forma parte de la guerra entre Francia y Turquía desatada en los últimos años. Una guerra diplomática, pero con armas reales. Si nos gusta la Historia podemos verlo como una reedición de la pugna por la hegemonía en el Mediterráneo que antes enfrentaba el Imperio otomano con potencias europeas, con Francia ahora tomando el lugar de lo que entonces eran España y Venecia.

Eso no me lo estoy inventando yo: eso lo sugieren varios vídeos del Ministerio de Defensa turco para celebrar, el 27 de septiembre pasado, el aniversario de la batalla de Préveza en 1538, Haireddin Barbarroja contra Andrea Doria; con victoria otomana (les duró treinta años, hasta Lepanto). Pero este discurso es para los votantes. Las guerras de hoy no se hacen disparando cañones sino vendiéndolos.

Francia es el tercer mayor exportador de armas del mundo, con material por valor de 8.300 millones de euros en 2019, un 8% del tráfico global de armamento. Vende a Emiratos Árabes, Egipto, Qatar e India. Y para seguir vendiendo un producto, alguien tiene que gastarlo, obviamente. O al menos debe creer que lo necesita. La industria de Francia depende de que haya guerras en la región donde se hallan sus clientes. Eso es innegociable.

A la industria de Francia le hacen falta clientes, y para que haya clientes, hacen falta guerras

Porque la industria de armamento de Francia no es un negocio más: es doctrina del Estado desde Charles de Gaulle, decidido a mantener la soberanía del país frente a cualquier potencia mundial. Para ello, el país necesita producir sus propias armas: no se las puede comprar a un potencial enemigo. Económicamente es insostenible desarrollar y fabricar armas de última tecnología para un único país: solo es rentable si además se vende parte de la producción. Hacen falta clientes. Y para que haya clientes, hacen falta guerras. Eso es más que negocio: es política.

Por eso viene bien a Francia mantener la guerra en Libia entre el Gobierno reconocido por la Unión Europea en Trípoli y el general rebelde Jalifa Haftar. Para conseguir a buen precio el petróleo libio no haría falta: París se lo podría comprar a cualquiera que ganara la contienda. Pero los dos países que apoyan a Haftar son Egipto y Emiratos; no es casualidad que sean los mejores clientes de Francia. En el otro bando están Qatar —cliente también— y Turquía.

El eje Trípoli-Turquía-Qatar se conoce como el de los Hermanos Musulmanes: se apoya en ese movimiento internacional de ideología islamista para hacer frente a la ideología islamista del eje Haftar-Egipto-Emiratos, capitaneado por Arabia Saudí. Las dos ideologías son idénticas, solo cambian los nombres de sus jefes. Pero eso a Francia no le importa: lo fundamental es que se enfrenten cual gallos de pelea.

El segundo frente está justo al norte, en el Mediterráneo oriental, donde Turquía se ha propuesto buscar gas natural, siguiendo el ejemplo de Israel, Líbano y Chipre. Está claro que extraer gas no es rentable si cada buque perforador debe ir acompañado de dos fragatas. Que es lo que está ocurriendo. Si se negocia —algo en que se implican a fondo países como Alemania y España—, el gas mediterráneo podría ser una excelente fuente de energía segura, barata y estable no solo para Turquía sino para toda la Unión Europea: por fin nos libraríamos un poco de regímenes como los de Argelia, Libia o Azerbaiyán.

El proletariado griego seguirá pagando los sueldos de los ingenieros franceses

Pero cada vez que las negociaciones están alisando un poco las olas —lejos aún de una negociación de verdad, pero indicando un primer paso— ocurre algo que vuelve a dar al traste con el intento. A veces algo tan nimio como un comunicado marítimo de que tal día se harán ejercicios de tiro en tal islote. Convenientemente airado por la prensa, subrayando que aquel día es casualmente el festivo nacional del enemigo, sirve para volver a desencadenar protestas, movimientos de buques, maniobras militares en zonas “delicadas”. Con buques de guerra franceses en el lado griego, ondeando la tricolor.

En el lado turco, la exhibición de fuerza tiene motivos: una negociación seria no le daría a Turquía opciones de perforar donde ahora tiene los buques, al este de Creta. La provocación, en cambio, da oportunidad de sacar pecho como la gran potencia marítima del Mediterráneo oriental, y en geopolítica, para tener presencia hay que mostrarla. Luego, esa presencia puede ser un chip negociador para cualquier otra concesión. Y además, a los votantes ülkücü les gusta.

No sé con qué argumentos le convencieron al Gobierno griego de jugar los mismos faroles. Desconozco el tráfico de llamadas telefónicas entre París y Atenas. Solo me sé el resultado: el 12 de septiembre, por fin, el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, anunció al mundo que Grecia comprará a Francia 18 cazas Rafale, cuatro fragatas con helicópteros, armas antitanque, torpedos y misiles por valor de miles de millones de euros. ¡Bingo!

En esta guerra de disparos al aire, Turquía se gasta mucha más munición que Francia

El juego de incitar a los enfrentamientos le ha funcionado a Macron. El proletariado griego seguirá pagando los sueldos de los ingenieros franceses. Lo lleva tiempo haciendo; es lo que se llama crisis bancaria en el sur de Europa.

El tercer frente es el Cáucaso, donde Turquía apoya con toda su fuerza —especialmente con sus aeronaves armadas no tripuladas, los Bayraktar TB2: también entiende de fabricar y vender armas— a Azerbaiyán en su guerra con Armenia. Por supuesto, Macron se ha salido de la estudiada neutralidad de Europa, que pide a ambos bandos un urgente alto el fuego: ha calificado el conflicto de agresión de Azerbaiyán. Que probablemente tenga razón (Armenia no tenía motivo para revolver el status quo que le confiere el control de Alto Karabaj) es accidental: cuentan los gestos. Y el gesto por una parte le acarrea simpatías de la bastante influyente comunidad armenia en Francia, cosa que no es decisiva pero tampoco nunca viene mal a un político que quiere ganar elecciones, y por otra tensa un poco más la relación con Turquía y le da más motivo a Erdogan para arremeter contra Macron. Que es lo que le interesa a Macron.

Porque en esta guerra de disparos al aire, Turquía se gasta mucha más munición que Francia. La credibilidad internacional de Erdogan ya es baja, y cada flamígero discurso sembrado de alusiones a la salud mental de su homólogo la socava un poco más. Lo último ha sido pedir a la ciudadanía boicotear los productos franceses porque Macron —y gran parte de la nación francesa— defiende la libertad de expresión por encima de cualquier concepto sagrado, así sea el culo del profeta. Sacrilegio. A boicotear Francia. Pero un boicot nunca es bueno para los negocios. Y entre un país de la eurozona y otro cuya moneda ha perdido un tercio de su valor en ocho meses, ya me dirán quién sale peor parado.

Esto no es un combate de lobos: es una pelea de gallos, ronda tras ronda, picotazo tras picotazo

No es que del boicot se note gran cosa en Turquía, donde la gente intenta sobrevivir a esa pandemia económica que es la ausencia de turismo (felices los tiempos en los que calificábamos el turismo de pandemia). Así que sigamos. Un banderillazo más, a ver si el toro vuelve a embestir. ¿Hay algo más turco que los Lobos Grises? ¡Quedan disueltos!

Quedarse callado ante eso es difícil para el Gobierno turco: el MHP es socio de coalición del partido de Erdogan, el AKP; como se enfade su líder, el viejo Devlet Bahçeli, el Ejecutivo se queda sin mayoría parlamentaria. Desde que Erdogan vio en 2015 fracasar sus intentos de formar un frente islamista-kurdo y tuvo que recurrir al movimiento ultranacionalista de Bahçeli, ha quedado de cierta manera rehén del la extrema derecha turca. Probablemente, al islamista Erdogan la mitología del lobo le parezca de lo más pagano, pero esos lobos se han convertido en su última línea de defensa. Por eso es ahí donde los francotiradores de Macron dirigen los disparos de munición trazadora.

Curiosamente, de momento todo parecer haberse quedado en la amenaza de “severas represalias” por parte del Ministerio de Exteriores. Eso fue el miércoles. Queda por ver si los estrategas turcos están todavía rompiéndose la cabeza para ver qué represalias exactamente pueden anunciar a lo grande —clausurar el Galatasaray FC no parece lo más popular— o si se han dado cuenta ya de que esto no es un combate de lobos en el que se gana agarrando por el cuello al adversario: es una pelea de gallos, ronda tras ronda, picotazo tras picotazo. Y basta con mirar la curva del valor de la lira para ver quién está perdiendo todas las plumas.

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© Ilya U. Topper | Especial para MSur

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