Entrevista

Mathias Énard

«Hay algo de romanticismo en las revoluciones»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 14 minutos
mathias enard
Mathias Énard (Granada, 2018) | © Ilya U. Topper / MSur


Cádiz | Noviembre 2020

El nuevo libro de Mathias Enard (Niort, Nueva Aquitania, 1972) tenía que haber visto la luz en Francia en marzo, pero llegó la pandemia y trastocó todos los planes: el lanzamiento se pospuso para octubre, y ha acabado coincidiendo con el de la edición española. El banquete anual de la cofradía de sepultureros (Literatura Random House) no fue escrito pensando en esta situación, pero participa de algunas de las ideas que han circulado durante estos meses de crisis y confinamiento, como las virtudes del aislamiento o la vuelta a la naturaleza.

A través de una videoconferencia desde su casa de Barcelona, el autor de títulos como Zona o Brújula, que le valió el premio Goncourt, luce una barba más larga de lo habitual y se muestra tan cansado de esta situación de incertidumbre como todos. Y se resigna a que su novela alce el vuelo cuando las circunstancias lo permitan: “En Francia las librerías han vuelto a cerrar, así que mis libros están de nuevo encerrados. Estoy un poco abrumado por todo esto, pero es lo que hay”, se encoge de hombros.

¿Cómo ha vivido Mathias Enard el confinamiento, entre Francia y España?

En ambos países se han tomado decisiones muy distintas. Francia es un país muy raro, allí existe el famoso centralismo, según el cual no puede hacerse nada que no sea igual en todas partes. Eso tiene que ver con la historia del Estado, donde todo se decide en París. Ahora, en el confinamiento 2.0, se ha decidido que todos pueden ir a trabajar, pero nada más; trabajar y comprar lo que el gobierno decrete como imprescindible. La gente se convierte así en esclavos que solo conservan su fuerza de trabajo. Todo lo demás se les ha quitado. Es distinto de lo que se ha hecho en Alemania o aquí. Y me parece peligroso, porque da fuerza y peso a Amazon, el gran vencedor de esta coyuntura, y a las grandes cadenas de supermercados.

Bueno, en Francia he comprado libros en supermercados tipo Leclerc, ¿no se puede ya?

¡Imagínate, está prohibido! Solo se puede vender lo imprescindible. Incluso si el supermercado está abierto, la parte de los libros está sellada con barreras.

Tiene gracia que usted, que ha escrito sobre todo novelas muy viajeras (Venecia, Turquía, Marruecos, Siria…), saque justo ahora una que podríamos llamar doméstica. ¿Era el momento del viaje interior?

«Con el auge del teletrabajo está habiendo un éxodo urbano: internet está permitiendo volver al campo»

Para un viajero esta situación es horrible, lo reconozco. El sábado estaba en Vilnius, pero por internet, hoy estoy contigo en Cádiz, hace 15 días me tocó Estambul… Pero no es lo mismo que viajar, te lo puedo asegurar. Lo de los aviones puede ser más cansado, pero mucho más satisfactorio. Ahora solo podemos quedarnos en casa y engordar.

Pero antes de eso, ¿sintió que le tocaba mirar hacia su país, después de haber mirado tanto hacia fuera?

Sí, pensé que me tocaba volver a mi región natal a través de la literatura. Al final, en estos años, había explorado muchos temas, pero nunca Francia. Eso sí, sabía que para volver necesitaba un proyecto literario, para el cual encontré un narrador que me permitía introducirme e introducir al lector donde y como quería, un forastero, una especie de viajero a su manera… porque lo que muestra también es muy exótico, según se mire.

Claro, ese sueño de la Arcadia es también muy propio de los escritores, ¿no? Retirarse a la cabaña para escribir la obra maestra que no se puede escribir en la ciudad. ¿Le rondaba esa idea?

Bueno, ese deseo de salir de la ciudad siempre está ahí, y la pandemia lo ha hecho más fuerte. Con el auge del teletrabajo también está habiendo un éxodo urbano, no como el rural de los años 50 y 60 pero… Internet está permitiendo volver al campo. Y eso supone un gran cambio, y se produce en un momento en que somos más conscientes que nunca de nuestra relación con el Medio Ambiente y con los pueblos. Ahora lo vemos como una necesidad urgente y vital.

Alguna vez hemos hablado de Pierre Michon, que vive en un pueblo. ¿Hay otros escritores franceses que estén huyendo al campo?

Que hablen de pueblos sí, que vivan en ellos no recuerdo tanto… Obviamente Michel es uno de los conocidos, pero por ejemplo me impresionó una mujer llamada Marie-Hélène Lafon, que creció en un pueblo del centro de Francia rodeada de vacas. Ella lo llama ‘el primer país’, aquel donde sus padres se dedicaban a hacer queso antes de que soñara siquiera con convertirse en escritora. Aquí también hay gente que está en esa corriente de hablar cada vez más de la vida rural, como Gabi Martínez o el mismo Luis Mateo Díez, que acaba de ganar el premio Nacional de las Letras, y lleva muchísimo tiempo hablando del campo en sus libros.

Algo curioso es la irrupción del humor en su narrativa, que apenas había asomado antes. ¿Era la mejor forma de acercarse al tema en cuestión, esa mirada antropológica en la que el protagonista bautiza a dos gatos como Nigel y Barley?

«Macron tiene fama de leído, con mucha cultura, pero no hace nada a favor del libro ni de la literatura»

Sí, es una novela de humor, al menos espero hacer reír a la gente. También hay cosas más graves y tristes en el libro, pero en efecto espero que el humor surja de los contrastes, por ejemplo entre las obsesiones de David y lo que nosotros vamos suponiendo. La intimidad y la sinceridad del personaje suscitan el humor, así como el hecho de que sea el peor antropólogo de la Historia, pero que al mismo tiempo tenga sueños de triunfo, como todo el mundo. Pero esto no es lo suyo. Lo importante es que el campo lo va a cambiar, va a pasar de observador a protagonista.

Una curiosidad: en los últimos tiempos, todos los escritores franceses que he entrevistado, desde Emmanuel Carrère a Philippe Claudel, mostraban cierta fascinación por el presidente Macron, por ser hombre culto, leído, brillante. ¿Usted ha cedido a alguna sugestión parecida?

Es verdad que políticamente Macron tiene fama de leído, con mucha cultura en muchos aspectos, pero no hace nada a favor del libro ni de la literatura, más bien al contrario. Ha nombrado a una ministra de Cultura nefasta [Roselyne Bachelot], que no tiene ni idea aunque, eso sí, le gusta la ópera. Aparte de eso, con esa idea de ley en contra del fanatismo islámico, que no se sabe qué significa, me parece peligroso. Son leyes culturales que van en contra de lo que habría que hacer para luchar contra el islamismo radical. Pero Macron es muy seductor, agradable y simpático, y es normal que los escritores olviden estos aspectos.

Por el islamismo iba a preguntarle, si Francia está dando pasos en la buena dirección para atajar el islamismo. Pero casi ya me ha contestado, ¿no?

Me temo que no se está haciendo nada bien, se está confundiendo la religión con la política de una forma muy extraña. Tú puedes ser musulmán y practicante sin querer ser un terrorista. Y pienso que la relación entre violencia de género y religión tampoco está demostrada. Ahora muchas mujeres musulmanas se proclaman feministas y enarbolan el velo como signo exterior de su voluntad… En fin, las cosas no son para legislar cómo tiene que pensar la gente, la República no puede imponerlo todo por la fuerza. Me parece una visión extrema de la laicidad.

Bueno, una cosa es que el velo sea un signo machista y otra que se pretenda legislar todo, como ocurrió con el debate sobre el burkini. ¿No hay otras vías más allá del decreto?

«El velo por supuesto es machista, pero no tiene por qué ser un peligro para la República»

Sí, y es cierto que esas cuestiones suelen desembocar en debates bizantinos. ¿Puede una mujer velada acompañar en una excursión fuera de la escuela? ¿Pondría en peligro la laicidad? Esas son las cosas que han llegado a discutirse. Seamos razonables. No hay nada en este signo de agresivo, aparte del proselitismo. A uno le puede gustar o no, por supuesto es machista, pero no tiene por qué ser un peligro para la República. Ahora el ministerio de Educación ha tachado a los estudiosos que investigan sobre el islam como ‘islamo-izquierdistas’. Los tipos analizan lo que está pasando y ven desde distintos puntos de vista cómo se puede cambiar la relación dañina que el islam tiene con el Estado francés, pero nada más. Y todo se mezcla con problemas sociales muy graves, no es lo mismo la vida en las afueras de París o de Lyon que en otros lugares, pero de nuevo la visión centralista francesa lo ve todo como una unidad.

A nadie se le escapa que el fundamentalismo islámico tiene poderosos medios de difusión y propaganda en Francia. ¿No debería preocuparnos?

Eso existe, pero es superminoritario. Lo que no se puede suponer es que toda la población musulmana de Francia se convierta en extremista o terrorista.

Estos días hemos asistido al aniversario de los atentados de Charlie Hebdo y al juicio de Bataclán. ¿Sigue abierta la herida en Francia?

Es una herida abierta que no para de volverse a abrir, de hecho ha habido más atentados, como la horrible historia de ese profesor decapitado. Es una amenaza muy real. Y contra ese terrorismo hay que luchar, sin ninguna duda, porque estamos viendo que hay una nueva campaña del ex Estado islámico, no solo en Francia, sino también en otros lugares de Europa, como lo que pasó en Viena…

¿Simpatiza con la vuelta a las sátiras del islam de Charlie Hebdo?

La libertad de expresión en general es una forma de lucha, pero también la cultura de una forma más amplia. Hay que hacérsela llegar a los excluidos de ella, la gente más pobre y la que necesita más saberes, sean musulmanes o no. Necesitamos más inversión en cultura y enseñanza y conocimiento. Así también se combate el fundamentalismo.

A propósito de los últimos incidentes en el Sahara, es curioso que la izquierda, que se considera por lo general antimilitarista y antinacionalista, no duda en defender la lucha armada emancipadora de pueblos como el saharaui o el kurdo. ¿Hay una contradicción ahí?

«Jóvenes europeos van a luchar con los kurdos: la utopía militarista es un romanticismo también de izquierdas»

Sí, de hecho en Francia la izquierda, y en concreto el partido socialista histórico, no eran especialmente pacifistas. Esa proyección de las Fuerzas Armadas no es exclusiva de la derecha. Mira a Trump por ejemplo, el presidente más populista de extrema derecha, es el único que no ha declarado una guerra. Estamos en un mundo un poco al revés, ¿no? Hay algo de romanticismo en esto también, la idea de levantamiento de los pueblos y las revoluciones. Los kurdos son un buen ejemplo. Aunque no se cuente, han ido muchos jóvenes europeos a luchar junto a ellos, mientras al otro lado de la frontera, a un kilómetro, otros europeos luchaban con el Daesh. La utopía militarista es un romanticismo también de izquierdas, sí.

Ya que lo ha mencionado, ¿brindó por la caída de Trump?

Brindaré con champagne el día de la investidura de Biden. Vamos a ver qué puede montar ese señor de pelo fluorescente. De momento parece que se dedica a jugar al golf, mejor así.

¿Se atreve a hacer un pronóstico de cómo cambiará Oriente Medio con el nuevo presidente?

No me atrevo, la verdad. Supongo que estarán más presentes y espero que se vuelva al terreno diplomático, reforzando el multilateralismo. Y veremos qué pasa con Irán, uno de los grandes temas, si se levantan esas sanciones tan dañinas y se recupera el equilibrio en Oriente Medio. Irán, de una forma u otra, tiene que volver al juego global. Es siempre un peligro aislar a estos países, porque así se refuerza el nacionalismo y el extremismo. Y eso solo puede perjudicar a todo el mundo, como hemos visto en Corea del Norte. No olvidemos que Ali Jamenei, el líder supremo de Irán, tiene 81 años, y a lo mejor no es eterno. Veremos qué puede pasar. Hay que prepararse para un cambio más abierto, más democrático… o no.

De momento, ¿no es una buena noticia que Irán esté en las noticias por tener un joven campeón de ajedrez, y no por otros asuntos?

¡Exacto! No he visto las partidas, pero dicen que es realmente bueno. Y sí, va a haber que jugar muchísimo ahí, y por todos lados.

No quiero acabar sin preguntarle por su experiencia como guionista del cómic Tomar refugio con Zeina Abirached. Usted, acostumbrado a novelas extensas, ¿cómo llevó eso de ceñirse al bocadillo?

«En una novela, el producto lo decides de la A a la Z. El cómic se parece más al cine, trabajas con imágenes»

Fue una experiencia muy bonita e interesante. Ahora tengo dos proyectos de cómic de otro tipo, más bien de ciencia ficción, que me gustaría poner pronto en marcha. A ver si lo consigo. Es otro tipo de escritura, sí. En una novela, el producto lo decides de la A a la Z. El cómic se parece más al cine, trabajas también con imágenes y tienes una distancia que puede ser bastante agradable. El oficio de escribir es bastante solitario, además, mientras que con un dibujante el diálogo es constante.

Es curioso que casi al mismo tiempo que su cómic, salió otro sobre Annemarie Schwarzenbach. ¿Qué ha supuesto esta figura para usted?

La tomé hace mucho como guía, y me ha acompañado siempre, me gusta mucho. En Francia se ha sacado todo lo que quedaba inédito en su legado, creo que en España aún quedan cosas por traducir. A mí siempre me ha gustado mucho esa escena en Afganistán, cuando estalla la II Guerra Mundial. Esa escena la podía contar de muchas maneras, en cómic, en novela, en poesía. Sabe que el mundo que ha dejado atrás no volverá nunca a ser el mismo. De hecho, ella misma no sobrevive a la guerra, muere en el 42. Me impresiona eso.

La última vez que hablamos, me dijo que tenía entre manos una novela histórica. ¿La ha aparcado para sacar adelante El banquete anual de la cofradía de sepultureros?

No sé, tengo tantos proyectos… Ahora tengo ganas de encerrarme en mi cabaña de campo para escribir. Una novela o una gran saga que sería mi vuelta al mundo árabe, u otras cosas que tengo por ahí, más modestas, que no tienen nada que ver. No sé por cuál empezaré, pero sí que con un buen encierro rematas cualquier novela.

© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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