Opinión

La mafia del himen

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 11 minutos

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Algodón satinado. Encaje de motivos florales. Perfecto para cama matrimonio tamaño queen. Conserva perfectamente las manchas de sangre. Fácil de enmarcar luego para decorar el salón. Compre ya su kit de noche de bodas y viva la experiencia de una auténtica prueba de virginidad de lujo. Envío gratuito.

Conforme el spot publicitario va desgranando las cualidades del producto, uno empieza a albergar dudas. ¿Decorar el salón con la sábana manchada de sangre? ¿No es un poco gore? Vale, en muchas sociedades tradicionales y no tan tradicionales, de Marruecos a Indonesia, esa sábana se exhibe en público al día siguiente de la boda, pero…

No. El spot es mentira. Mejor dicho: es un agudo resumen de la realidad creado por el siempre muy valiente movimiento marroquí feminista M.A.L.I. para ponernos frente al espejo, mostrar lo que ocurre a nuestro alrededor. Ese kit, con un expresivo logotipo de candado y llave, no se vende. Se venden otros muchos, en la vida real, incluidos los de sangre falsa para producir esas manchas que hay que exhibir. Pero sobre todo se vende el kit mental de convencer a todos, adultos y jóvenes, chicos y chicas, que lo de la virginidad es una virtud.

Estamos de acuerdo en que eso es una barbaridad y a falta de una petición internacional para firmar en contra, imagino que usted, lectora, al menos pinchará aquí para difundir la campaña. O aquí si prefiere inglés.

Bien. Ahora imagínese que usted es médico. En un país como Marruecos, digamos, donde esa prueba de virginidad es aún bastante habitual en los pueblos. En las ciudades, lo de airear la sábana por el balcón se reemplaza —a menudo solo se complementa— con algo más moderno, acorde al siglo XXI: un certificado clínico de virginidad.

Sin una firma en un papel que ponga que la niña es virgen, la familia no va a celebrar la boda

Usted es médico ginecóloga y le llega una familia, bueno, la madre y tal vez la suegra, con la hija casadera porque necesitan el certificado que exige la ley marroquí como requisito para la boda: confirmar que los contrayentes están bien de salud. Usted sabe, por supuesto, que el código civil no dice nada de la virginidad: el himen no le importa a la ley y muchísimo menos a la medicina. Sin embargo, la familia cree que sí: sin una firma en un papel que ponga que la niña es virgen no van a celebrar la boda. La suegra se niega. ¿Su hijo con una chica sospechosa? Jamás.

Usted tiene dos opciones. Bueno, tiene tres, pero vamos a descartar de antemano la tercera: que usted haga la exploración y ponga fehacientemente el resultado, incluida la posibilidad, estadísticamente bastante probable, que la chavala no esté virgen. Sabe que esto no es lo que quiere la familia y solo le va a joder la vida a la chica. Esto es Marruecos y aquí (a diferencia de Jordania, Palestina, etcétera) no la van a matar, pero una paliza se va a llevar y puede acabar en la calle arrojada a la prostitución.

Así que tiene dos posibilidades: hacer un paripé, correr las cortinas, descorrerlas y firmar un certificado de lavado blanco, todo en orden, ya pueden ir a la boda. O bien negarse y decir que esto no se hace, que lo de la virginidad es innecesario y que su ética médica le impide prestarse a estas chorradas patriarcales inventadas para mantener bajo amenaza constante a las mujeres. Lo de chorradas es un eufemismo, pero usted se muerde la lengua y no dice crimen.

Pero usted es una cabeza práctica y sabe perfectamente qué ocurrirá a continuación: la familia hará mutis por el foro y se dirigirá a otra consulta ginecológica para obtener ese informe. Y esperemos que ahí atienda un tipo pasota que firme sin mirar. No vaya a hacer pasar encima a la chica por una exploración. Y no vaya a ser un cabrón —estadísticamente no es probable— que encima ponga la verdad. Ya solo para evitar esa posibilidad, casi sería preferible firmar usted misma y ya. Si esto fuera Jordania, la firmita podría hasta salvarle la vida a la chica.

Hay más de una chica que se suicida por la noche de bodas. Antes de ella o después de ella o durante

Pero usted también es una cabeza pensante y sabe que la firmita lo mantiene todo como está. Mantiene la virginidad como concepto esencial para poder casarse. Es más: crea el concepto. Porque una cosa es que esta madre necesite por tradición exhibir la sábana manchada de su hija al día siguiente de la boda, como necesita atar un sujetador a un árbol sagrado para tener leche suficiente para un bebé, y otra cosa muy distinta es que usted, médico, ginecóloga, con toda la autoridad del siglo XXI que le confieren su bata blanca y su estetoscopio, confirme mediante diploma que sí, que ser virgen es una parte imprescindible de estado de salud de una mujer para poder casarse por primera vez.

Echar esta firma en el certificado no es un paripé inocente. Es ser cómplice de un crimen.

Ahora sí he dicho crimen. Porque usted sabe que, por supuesto, esta firma no sustituye lo de la sábana manchada. No altera en absoluto el curso del rito: la firma en el registro civil, la boda con bailes, la retirada de la pareja al dormitorio, los parientes en la puerta, metiendo prisa, no tenemos toda la noche, venga, va, dale duro, la aparición triunfante del novio con la sábana manchada, los gritos de júbilo de las mujeres, todas las mujeres de la familia: yuhú, el honor está a salvo, una madre llorando de felicidad por haber conseguido la única y suprema misión en la vida de una madre: casar a su hija virgen, y el alivio general: si esta es virgen, las demás hermanas aún por casar al menos no tienen mancha por proximidad y no tienen que rebajar el valor de las arras.

Hay más de una chica que se suicida por la noche de bodas. Antes de ella o después de ella o durante. No porque le falte el dichoso himen. Sino por no soportar el terror de ser sometida a una violación prácticamente en público. Ha habido incluso algún hombre que se ha suicidado: por ser obligado a violar.

Y ahora va usted, echa la firmita y hace el paripé de que todo eso está bien, es lo normal, es lo que dice la ley y la medicina.

No. No echa la firma. Le da el sermón a la familia: le explica que lo de la virginidad es una inmensa estupidez. Porque en primer lugar, se puede follar del derecho y del revés sin necesidad de tocar siquiera el himen. En segundo, una exploración no puede determinar nada, porque el himen puede desaparecer o mantenerse con o sin penetración, no se sabe. En tercer lugar, ¿no era el matrimonio un pacto de amor o al menos de conveniencia entre los contrayentes? ¿entonces qué más da ese detalle? ¿no hay gente que se casa con divorciadas y viudas? Y en cuarto lugar, la ley no lo contempla, por lo que usted, como médico, no puede incluirlo en el informe legalmente preceptivo de salud de los contrayentes.

Usted llama al Colegio de Médicos y propone una norma que vete emitir certificados de virginidad

La familia le escucha atentamente, asiente, hace mutis por el foro y acude a la consulta ginecológica de dos calles más allá. Usted descuelga el teléfono y empieza a llamar a todos sus colegas para decirles que ya está bien, que no se puede colaborar con una barbaridad machista como el mito de la virginidad. Llama al Colegio de Médicos y propone emitir una norma vinculante que vete a los colegiados emitir tales certificados. Funda una asociación para organizar manifestaciones ante el Ministerio de Salud y exigir una ley que prohíba terminantemente los exámenes de virginidad. Porque ya está bien. Y sin una ley nacional siempre habrá algún médico aprovechado que quiera ir por libre y sacarse pasta a costa de una tradición sangrienta y criminal.

Cuando llega a casa y coge el periódico para relajarse, por supuesto se cisca un rato en las académicas europeas que arremeten contra la reciente ley francesa que prohíbe las pruebas de virginidad, asegurando que esa ley es un “intento de estigmatizar y criminalizar a la población musulmana a través de la relación entre hombres y mujeres”. Será que nunca han visto a una chica desangrada tras su noche de bodas. Y se pregunta cómo deben de tener la cabeza para creer que así defienden a la población musulmana. Asignándole a “los musulmanes” las prácticas más espantosas del patriarcado.

Cierto, se las asignan ellos mismos. Sus jeques. Cuando el Parlamento de Jordania debatió abolir el artículo 340 que preveía rebajar la pena a quien matara a una mujer de su familia “al hallarla en la cama con alguien”, el Frente de Acción Islámica (el partido de los Hermanos Musulmanes) se opuso. Sabiendo que el islam prohíbe estrictamente matar a nadie, salvo ejecución tras juicio formal. No importa: penalizar este tipo de asesinatos, argumentaba el Frente Islámico, llevaría a la depravación de la sociedad al acabar con el efecto disuasorio que la amenaza de muerte tiene sobre la vida sexual de las mujeres. Y luego dicen estigmatizar.

Si solo fueran los islamistas, todo sería más fácil. He dicho arriba que lo de la sábana manchada se practica de Marruecos a Indonesia, pero eso es pasando por zonas balcánicas, la cristianísima Armenia y la India hindú. Ademas de venir en la Biblia: Ved aquí las señales de la virginidad de mi hija. Y extenderán la vestidura delante de los ancianos de la ciudad. Y donde no hay sábana, poco cambia. Creer que la virginidad no forma parte de las tradiciones cristianas europeas, esa religión que inventó la figura de la Virgen, es no haber leído a Lorca.

¿Quizás no fuera tan mala idea lo del servicio público de salud británico de hacer reconstrucciones de himen?

Se acabó, pues. Prohibición. La familia que quiera un diploma tendrá que recurrir a certificadoras clandestinas. Las habrá: la demanda crea oferta. Y probablemente estas no tendrán ánimo para echar una firma y ya: explorarán, dirán hasta la verdad, para demostrar su destreza. Estropearán unas cuantas bodas, arrojarán a unas cuantas chicas al arroyo. Primero, usted pensará que total, poca pena me da anular bodas con un tipo que solo busca virginidad. Mejor para la chica. Luego se encuentra con alguna que acaba como prostitutas y lo duda. Cuando lee la noticia del primer asesinato de una chica por haber sido hallada estropeada en un examen de virginidad clandestino —ocurrirá en Francia, donde el islamismo ya campa a sus anchas— empieza a pensar que quizás no fuera tan mala idea lo del servicio público de salud británico de hacer reconstrucciones de himen a las chicas que lo pidieran. Previene crímenes.

¿Previene crímenes?

Pagar a la mafia el pizzo, el dinero de extorsión, también previene crímenes: mientras pagas, no te matan. Así de sencillo. Firmar certificados de virginidad, hacer reconstrucciones de hímenes, vender por internet ampollas de sangre falsa, casarse virgen, todo eso tiene un nombre: pagar religiosamente la tarifa de extorsión a la mafia del patriarcado.

Rebelarse tiene un precio. Cuesta sangre. Porque la mafia no claudica ante la primera ley que se promulgue. Pero esto no puede ser una excusa para seguir colaborando con la mafia. Facilitar a las chicas que sean perfectamente felices en un matrimonio arreglado con un hombre contento de haber comprado la mercancía en perfecto estado —así lo llaman— es ser cómplice de la amenaza contra todas aquellas que no quieren este futuro. Es venderle la munición al sicario que empuña la pistola. Ojalá fuese un símil.

Rebelarse tiene un precio. Pero el precio que las mujeres pagan —en sangre— por mantener las cosas como están es mucho mayor.

No firme.
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© Ilya U. Topper |  Especial para MSur ·  20 Febrero 2020

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