Opinión

Pensando desde el Mediterráneo sur

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 11 minutos

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Una lectura de Testamento insolente de Albert Memmi

 

En 2020, entre tantas victimas de la pandemia, dos personalidades francesas han fallecido de vejez: Gisèle Halimi y Albert Memmi. Los dos nacidos en Túnez, ella una figura histórica de la lucha feminista, él contra el colonialismo. (Sobre Halimi, prometo escribir pronto.)

Albert Memmi, fallecido con cien años cumplidos, fue un escritor prolífico, investigador universitario, poeta y novelista (de su ultimo trabajo publicado en 2009, Testamento insolente, sacamos apuntes y citaciones en esta columna). Su primera obra, publicada en 1953, una novela, fue prologada nada menos que por Albert Camus. Pero saltó a la fama con su ensayo Retrato del colonizado, precedido del retrato del colonizador, publicado en 1957 con prefacio de Jean-Paul Sartre.

Su denuncia del colonialismo, entonces inaudita, amplificada por el apoyo de Sartre, le trajo gran fama entre intelectuales y políticos árabes. Fue amigo del líder tunecino Burguiba: estaba sentado a su lado en un evento donde la bomba colocada bajo su asiento no explotó. El palestino Edward Said lo alabó como ejemplo de intelectual occidental pasado al bando de los orientales. Pero, según Memmi, se equivocaba: tunecino, hijo de artesano y de madre bereber, hablando el árabe de los judíos de Túnez, dice que ha recorrido un camino inverso hasta ser escritor de expresión francesa, sin jamás renegar de su tierra.

Memmi demuestra que la colonización ha cambiado profundamente al colonizado, pero también al colonizador

Buteflika, presidente de Argelia, escribió el prefacio de una edición argelina del “Retrato del colonizado” (edición pirata y expurgada de los prefacios de Sartre y del autor) donde reprochaba al autor haber dejado su país de nacimiento. Mejor haría en interesarse en por qué tantos escritores han tenido que huir de Argelia y otros países descolonizados, le contestó Memmi.

El Retrato del colonizado no es un panfleto, es una descripción que abre paso a un análisis con ambición teórica. Memmi demuestra que la colonización ha cambiado profundamente al colonizado, pero también profundamente al colonizador: ha creado un dúo, unido en una relación de dependencia donde el colonizador ha impuesto su dominación.

Ese ensayo provocó fuertes reacciones en la izquierda donde aun dominaba la idea de que la colonización tenía buenos aspectos, por ser francesa e ilustrada. El Gobierno era socialista y conducía la guerra contra el alzamiento independentista en Argelia, con Mitterrand como ministro de justicia y con el apoyo del partido comunista desde la oposición.

Desde finales del siglo XIX, cuando Jaurès y Hugo aplaudían “el derecho y el deber” francés de “civilizar los pueblos inferiores”, la izquierda era colonialista. En contra estaba Clémenceau, clasificado como de derecha: “No intentemos disfrazar la violencia con el nombre hipócrita de civilización. ¡No hablemos de derecho, de deber! La conquista que usted preconiza es el abuso puro y llano de la fuerza (…) para apropiarse del hombre, torturarlo, extraer su fuerza para beneficio del pretendido civilizador.” (Intervención parlamentaria de 1885… los discursos de Clémenceau son para enmarcar).

Al aplaudir “el derecho y el deber” francés de “civilizar los pueblos inferiores”, la izquierda era colonialista

La izquierda reprochaba a Memmi legitimar los nacionalismos reaccionarios: para los pueblos colonizados la autentica liberación solo podía ser de clase y no nacional. Pero detrás de ese aparente antinacionalismo estaba el amor a Francia-potencia imperial que halagaba al ego colectivo (Napoleón declaraba el pueblo francés “pueblo más grande del Universo”).

También estaba la negación de la realidad: la adhesión de los pueblos colonizados a los nacionalismos independentistas unía entonces a todas las clases sociales, y era obviamente irreversible.

En 2004, medio siglo después, Memmi publicó Retrato del descolonizado arabo-musulmán y alguno más. Describe y analiza el desastre social y político en los países nacidos de las independencias, atrapados en el circulo infernal corrupción/pobreza/tiranía. La figura del colonizado analizada en 1957 se ha transfigurado en una trinidad: el descolonizado, que sigue viviendo en su país “liberado”, el inmigrante que se va a vivir al antiguo centro imperial, y el hijo del inmigrante.

El dúo colonizador/descolonizado ha mutado, pero sigue la relación de dependencia y, arriesga el autor, la carencia del descolonizado. Los hijos de inmigrantes plantean, en la dinámica irresuelta del dúo, un desafío inaudito a las sociedades antiguamente colonizadoras.

Memmi veía que el islamismo radical se ha propuesto una guerra total contra los demás musulmanes

Memmi enmarca el auge religioso integrista en una reacción frente al desastre económico y político y un intento de revertir la interdependencia de las sociedades. Los primeros lideres de las independencias tienen su responsabilidad: el liberal Burguiba cubrió su país de mezquitas, el progresista Ben Bella prometió lanzar una bomba atómica sobre Israel. Así tapaban sus vergüenzas ante las desigualdades y la corrupción. Memmi veía que el islamismo radical se ha propuesto una guerra total incluso en contra de los demás musulmanes y consideraba la posibilidad de un cataclismo histórico, parecido al fin del imperio romano.

Memmi hace de la dependencia o necesidad del otro un concepto estructurador para explicar el comportamiento humano, abarcando desde la relación entre individuos hasta las relaciones entre civilizaciones. Dentro de la dependencia incluye la necesidad material del otro y el deseo, marcando la importancia del imaginario. Todo su trabajo teórico parte de observaciones, sean de la sociedad colonial, de la condición de judío, de mujer, de inmigrante, pero también de las figuras del alcohólico, del enamorado, del creyente o del militante político… para, tanteando, forjar conceptos generales del comportamiento humano en sociedad: los dúos, la necesidad y la tentación de dominar, la dependencia, la identidad y la “heterofobia”…

Memmi no era solo un observador, un “viajero inmóvil” (titulo de un ensayo suyo). Su trabajo es un compromiso contra el colonialismo, contra el racismo, a favor de la igualdad de las mujeres, contra la dictadura de las identidades, contra las religiones.

Recuerda como, en Túnez, “nos quitábamos recíprocamente nuestra entera humanidad al reducir nuestro vecino a ser el tendero “árabe”, “el judío”, o “el sastre”, “el europeo”, “el rumi” (cristiano). (…) Si debemos constatar y a menudo respetar las diferencias, es preciso tener el valor de cuestionarlas cuando son nocivas y peligrosas. Una de las tareas de este nuevo siglo será de conciliar las legitimas singularidades con el universalismo que por fin se esboza.”

Fino conocedor de las sociedades del mundo árabe, pensaba que bien harían en adoptar de occidente la libertad de conciencia, la libertad e igualdad de las mujeres, la ciencia, la libertad de creación, las garantías democráticas.

Memmi era miembro de honor de la histórica ONG antirracista MRAP. Sus estudios y teorías sobre el racismo le habían dado gran prestigio, inspirando la definición del racismo recogida por la UNESCO. Pero al publicar en 2004 el “Retrato del descolonizado” vio como su propia organización lo denunciaba en términos casi insultantes y tuvo que dejarla.

Esa izquierda denunciaba toda critica a los países “liberados” como una traición racista e imperialista

Otra vez se topó con la izquierda. Esa izquierda ya no era colonialista: aún no se calificaba de “decolonial”, pero ya luchaba contra la “islamofobia” y denunciaba toda critica a los países “liberados” como una traición racista e imperialista. El secretario general del MRAP, franco-argelino, reclamaba una ley contra la blasfemia porque denunciar la religión sería racismo antimusulmán y lideró la candidatura del partido comunista francés en unas elecciones regionales.

La izquierda ya no quiere “civilizar” al descolonizado. Considera que las conquistas sociales y libertades conseguidas en Francia no son para todos, por ser blancas y occidentales. Sigue viendo al colonizado ayer, a las tres figuras del descolonizado hoy, como un ser infantil, y sigue sin importarle un bledo la opresión de las mujeres. Y sigue negando con discursos y descalificaciones la realidad que no cabe en su ideario.

El gusto por la verdad, la investigación para entender la realidad, están en el corazón del trabajo de Albert Memmi. Su ambición de joven era ser filosofo, pero vio como la filosofía francesa era un gran ejercicio de egocentrismo, un concurso generalizado de escritura opaca e incomprensible entre autores que preferían la idea a la realidad. “El imaginario echa sus raíces en la naturaleza, no es independiente de ella al contrario de lo que afirman algunos colegas, probablemente porque, trabajando sobre el imaginario, quieren creer y hacer creer que es superior a la realidad.”

Profesor de universidad, se enfadaba con la influencia de Barthes o Lacan (que critica con virulencia). Sus alumnos se creían obligados a escribir como ellos, de tal forma que nadie se pudiera enterar. Memmi, al contrario, siguiendo quizás sin saberlo la senda de Machado, se ha esforzado en escribir de forma clara y legible para todos.

El placer sexual es la trampa puesta por la naturaleza para llevar el hombre y la mujer a procrear

Confiesa que, de volver a empezar, estudiaría primero el comportamiento animal, sumamente esclarecedor para el comportamiento humano. Así pues, el placer sexual —y todo lo que culturalmente se genera en torno al amor, la seducción, la feminidad, absolutamente central en la humanidad— es, según Memmi, la trampa puesta por la naturaleza para llevar el hombre y la mujer a procrear. “Temo no estar al gusto del día relacionando la sexualidad con la procreación”, dice.

La capacidad de procrear es lo propio de la mujer, la procreación siendo la condición misma de continuidad de la especie humana. Memmi nota que esa inmensa tarea recae exclusivamente en las mujeres, por lo que la legítima liberación de las mujeres debería abrir une debate para reconocer el enorme peso de la procreación. Y darles a las mujeres todas las ventajas que se merecen en cambio de ese inestimable servicio a la humanidad.

Memmi, que no vivía en tiempos de Twitter y de la “cultura de la cancelación”, también se arriesgó a interesarse en la homosexualidad. Vecino del viejo barrio judío parisino del Marais, ha visto como en una década su barrio pasó a ser el centro gay-capitalista que toda capital occidental debe hoy tener. Defensor absoluto de la libertad sexual entre personas en capacidad de consentir, consideraba que vivir como si las mujeres no existieran podría, de ser una norma mayoritaria, plantear serios problemas sobre las condiciones de la procreación.

Acabando de reflexionar, en su Testamento insolente, sobre la humanidad, se dice “orgulloso del genio humano, y de pertenecer a esa especie agitada, conquistadora, a pesar de que es a menudo odiosa y peligrosa.” Considera fallido de antemano todo proyecto político que pretenda acabar con las diferencias, pero sí considera factible que la Humanidad se proponga acabar con la violencia.

Memmi aconseja vivir esforzándose en conocer y entender las cosas sin temer la verdad, viviendo en la sabiduría, camino de la serenidad. Al fin y al cabo, es un filosofo. Pero en la tradición de los griegos como Epicuro, rehuyendo a quienes pretenden montar una teoría perfecta y total del universo. “De nada sirve, dice, preguntarse constantemente ‘¿Adonde vamos?’: probablemente la respuesta sea: ‘A ningún lado’. Somos los viajeros del azar, al menos aprovechemos el viaje.”

Después de toda una vida trabajando para conocer y entender las sociedades humanas, se daba cuenta que, en el Túnez de su infancia, observándolo bien, ya estaba todo. Así pues, Albert Memmi, intelectual francés libre, iconoclasta y arriesgado, explorando toda su vida otras orillas, nunca dejó de ser ese chaval judío árabe del mediterráneo sur, corriendo por las animadas callejuelas de su barrio.

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© Alberto Arricruz |  Marzo 2021 · Especial para M’Sur

 

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