Crítica

Crónica loca de una seria Turquía

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos

¿Has visto luciérnagas alguna vez?
Dirección: Andaç Haznedaroglu

Género: Largometraje
Guion: Yılmaz Erdoğan
Intérpretes: Ecem Erkek, Devrim Yakut, Engin Alkan, Merve Dizdar.
Produccción: Netflix
Duración: 113 minutos
Estreno: 2021
País: Turquía
Idioma: turco [subtítulos en castellano]

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Estamos en 1951. Turquía está a punto de entrar en la OTAN. Nace la niña Gülseren. La casa es grande, una mansión con fachada de madera, al estilo otomano, da a un jardín. Aquí viven tres hermanos: el bonachón Nazif, hombre de la casa, marido de Iclal y padre de la bebé, y sus hermanos menores Hazim, comunista, y Kürsat, islamista. Los tres no parecen tener mucho los pies en la tierra: es la joven hermana Izzet, cuarta de la fratría, la que tiene que alertarlos para que busquen una partera ya.

Izzet será buena compañera de Gülseren cuando la cría crece. Y crece más de la cuenta, para gusto de algunos, al menos en lo que al cerebro se refiere. Del colegio la expulsarán apenas adolescente, no por tener malas notas sino por ser demasiado inteligente y demasiado lenguaraz. No hay profesora que la aguante. La intentas meter en cintura y te responde que le das pena ya que lloras en el baño porque tu marido te pone los cuernos. Y encima sabe multiplicar en un instante en la cabeza cualquier número con cualquier otro, por largos que sean. Así no se puede.

Su madre la quiere matar, zapatilla en mano. Menos mal que Nazif la adora: ¿Me compras un helado, papá? Y expulsada y todo, el padre le compra un helado y le da un abrazo. Y ella saca la linterna del bolsillo en el jardín de la casa y hace señales, y entonces aparecen: las luciérnagas. Solo las ve ella, claro.

La niña está loca, decide la madre y intenta casarla. Pero la niña sabe arreglárselas, no te preocupes, Izzet, tú déjame a mí. En la pedida de mano formal se inventa que está divorciada dos veces y ha invitado al primer ex al segundo viaje de novios y de paso a otro amante para posar desnuda para unas fotos de luna de miel. Así no hay quien se case, claro. Las escenas son hilarantes: en la primera media hora de la película, ustedes no se aguantarán las carcajadas.

La directora, Andaç Haznedaroglu (Te amaré toda la vida, The Guest) convierte la vida de la niña Gülseren en un hilo rojo para seguir la historia de Turquía. Pero precisamente no porque Gülseren evolucione igual que el país: todo lo contrario. Turquía es demasiado seria y no se ríe de las coñas de la niña. Gülseren siempre está fuera de onda, sea con comunistas, sea con islamistas, siempre es la loca, el país avanza a trompicones, y siempre a contrapelo de ella.

Si eres mujer y no te sometes a las reglas, te quedas fuera: eres la loca

En parte es por su sexo. “Qué castigo es haber nacido mujer, papá.” Y eso que a Gülseren no la fuerzan a someterse a nada: tiene carta blanca de su padre. Pero la mirarán mal. Siempre. Si eres mujer y no te sometes a las reglas, te quedas fuera. Eres la loca. Porque Gülseren no está loca para nada. Solo es demasiado inteligente como para no ver los barrotes.

No es que la sociedad trate mucho mejor a los chicos tampoco. Su tío Hazim, el joven y alegre comunista, pasa más tiempo en la cárcel que en casa; vienen a detenerlo a veces horas después de soltarlo (en eso, Turquía no ha cambiado, curiosamente). Veli, el colega del barrio que escribe en las paredes Abajo el imperialismo y grita Hombro con hombro / contra el fascismo (este lema tampoco ha cambiado) tiene enfrente a los fascistas con pistolas. Son los convulsos años 70, y las chicas visten como si esto fuera el Mayo 68 de París: en parte lo es. Solo con más disparos.

El Mayo se apaga, viene el golpe de Estado del 80 y hasta a Kürsat, el islamista, le toca prisión. La mansión de la familia, tan solariega antaño, se convierte poco a poco en casa de una familia venida a menos, en una sombra de lo que fue, dispersa la fratría, salvo una madre que se resiste a morir. Solo las luciérnagas siguen ahí. Para quien sepa verlas. Solo las sabe ver Gülseren.

Setenta años que han pasado como si no pasaran: la Estambul de los 60 no era tan distinta a la de hoy

Andaç Haznedaroglu cuenta la historia en formato de flashback de una vieja Gülseren entrevistada en nuestra época por un periodista que se ha enterado de su capacidad de multiplicar, pero en lugar de demostrar su capacidad, ella insiste en sacar un álbum de fotos. Medio siglo de Turquía, setenta años que han pasado como si no pasaran: la Estambul de los sesenta no era tan distinta a la de hoy. Si algo ha cambiado es que entonces, hasta los ochenta, no hubo mujeres veladas. Alguna señora que llevara el embozo negro otomano, sí. Pero ni siquiera cuando llevan a la adolescente Gülseren a ver al imam exorcista —ya adivinarán lo que monta la niña con el mejunje que le proponen— las mujeres se tapan el pelo: no saben aún que eso lo exigiría, años después, su religión.

Notarán que el filme avanza un poco a trompicones: desarrolla las escenas a fondo, alarga los diálogos un poco más de lo imprescindible —aunque ninguno llega a hacerse cansino— y luego salta a otro momento, como pasando páginas del álbum sin detenerse. En parte es sin duda debido al origen de la película: antes de llegar a la pantalla fue una obra de teatro del dramaturgo y cineasta Yilmaz Erdogan (Manzanas agrias, 2016), que también firma el guion. Y muchas escenas, sobre todo las del principio, tienen ese carácter de sketch humorístico, de comedia teatral con juegos de palabras (que, me temo, solo funcionarán en turco), intercambios de ingenio como un rápido ajedrez verbal.

En esa narrativa de saltos también se integra lo que a usted, lectora, quizás le pueda parecer un fallo narrativo: que Gülseren se case (le durará ocho meses) y que pase por encima de ese episodio sin importancia (no nos enteramos ni del nombre del marido) en menos tiempo del que necesita para enterrar libros prohibidos con su tío comunista. ¿Una chica tan rebelde y de repente pasa por el aro? No parece casar con el carácter de la protagonista. Pero una cosa la puedo asegurar: sí casa con la realidad. La realidad es así, de Marruecos a Siria y Turquía: casi todas las chicas rebeldes prueban alguna vez si lo de casarse no podría ser una solución aceptable (spoiler: no, nunca lo es). Porque nacer mujer, papá, es tanto castigo. Cuando una es inteligente y ve los barrotes. Y más allá, las luciérnagas.

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