Crítica

El cachondeo como arma de guerra

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos

¿Y ahora adónde vamos?
Dirección: Nadine Labaki

Género: Largometraje
Guion: Nadine Labaki, Rodney Haddad, Sam Nessim
Intérpretes: Nadine Labaki, Layla Hakim, Claude Baz Moussawbaa, Yvonne Maalouf, Antoinette Noufaily, Julian Farhat, Ali Haidar
Produccción: Les Films des Tournelles
Duración: 110 minutos
Estreno: 2011
País: Líbano
Idioma: árabe levantino [doblaje francés, subtítulos en castellano]

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Esta película no está basada en hechos reales.
Ojalá.

Así empieza la película colombiana Golpe de Estadio (Sergio Cabrera, 1998) y así podría empezar Y ahora adónde vamos de la actriz y realizadora libanesa Nadine Labaki. Véamos: Un pueblo libanés perdido en el monte, con la mitad de los vecinos cristianos y la otra, musulmanes. Dos cementerios, lado al lado. Una mezquita y una iglesia, casi pegadas una a la otra. Y una enemistad histórica. O tal vez no tan histórica, sino alimentada por los enfrentamientos de Líbano, allí abajo, fomentados, a su vez, por tensiones geopolíticas. La guerra civil libanesa ha sido, no lo olvidemos, el ejemplo de cómo enfrentar a vecinos a través de una espiral de violencia que va subiendo: yo mato a tu hermano, tú matas al mío, hasta acabar en la hecatombe.

El pueblo sin nombre de Labaki ha vivido esto; hay muchas viudas, un recuerdo doloroso y armas enterrados en alguna parte que pueden volver a sacarse en cualquier momento. Llevamos años en paz, pero quién sabe. Basta una chispa, una pelea de chiquillos por una gorra, un destrozo accidental en la iglesia, una gamberrrada en la mezquita, un puñetazo, para volver a sacar las tensiones, la violencia, la muerte.

La violencia es cosa de hombres: se creen menos hombres si no pueden pegar puñetazos. A las mujeres, viudas, madres de hijos enterrados en aquel cementerio, a ambos lados del camino, la violencia los espanta. Y se juntan en un objetivo común: nunca más.

Nadine Labaki, conocida por su maravilloso filme Caramel (2007) narra en este filme coral una fábula antibélica. Una unión de mujeres contra el ánimo vengativo y pendenciero de los hombres. Como suele ocurrir en las fábulas, la moraleja se impone a la historia. Las mujeres, como colectivo, se van uniendo contra los hombres, como colectivo también: aquí no hay mucho lugar para perfiles personales o evoluciones de carácter. Las escenas, por lo general breves, funcionan como elementos de una secuencia hacia el objetivo: impedir el enfrentamiento.

Lo que los guionistas se han ahorrado en fluidez, lo han invertido en diálogos centelleantes

Este enfoque da al filme un aire que se podría llamar activista, más centrado en la idea que en la narración. Al mismo tiempo imprime a la cinta un ritmo rápido, que va bien con su tono humorístico, con toques de comedia de Berlanga: meter a una compañía de bailarinas eróticas ucranianas en un pueblo de la montaña libanesa se acerca por momentos a la astracanada, aunque sin perder nunca el hilo. Y hay que reconocer que lo que los guionistas se han ahorrado en fluidez de trazo y construcción de caracteres, lo han invertido doble en diálogos centelleantes, con gracia y chispa. (“Pero qué flacas son. Con una teta nuestra podríamos alimentar media Ucrania”).

Nos dejamos envolver por la risa, el ingenio y el alborozo que dominan la obra, por tristes que sean los motivos —porque la violencia está cada vez más cerca, ya toca, ya hiere— y acabamos perdonando las costuras abiertas que dejan en cierto momento un regusto a falta de verosimilitud. La llegada de una televisión al pueblo, mejor dicho, la hazaña de conseguir por fin señal para el aparato, es celebrada —así arranca la película— con cierta ironía como la entrada en el siglo XXI, transmitiendo la idea de un caserío apartado del mundo y atrapado en épocas pasadas. Aunque luego no falta ni agua corriente ni luz eléctrica en las viviendas (Líbano es un país desarrollado).

Es la risa, es el cachondeo de las mujeres lo que constituye su arma definitiva contra la guerra

Pero estos detalles —o la pregunta de qué vivirá un pueblo tan aislado donde a nadie se le ve trabajando— no le quitan atractivo a la cinta. Tampoco lo hace este toque de buena voluntad que es la amistad que une a sacerdote cristiano e imam musulmán frente a los elementos más belicosos de su grey. También aquí cabría añadir un sentido: ojalá.

Lo que sí deja un regusto un poco pobre es el final: precisamente porque el final es tan bueno, porque estos últimos cinco o diez minutos, el golpe definitivo de las mujeres para imponerse al conflicto sectario de una vez por todas, son de tal envergadura, arrojan al público la cuestión de las guerras religiosas de medio oriente con tanta valentía, que uno deseara que fuesen algo más que el título y el final del filme: desarrollar este argumento un poco más bien habría merecido algunos de los minutos dedicadas a ucranianas en bikini o lentejuelas.

Precisamente porque el final es tan bueno, convierte el filme de Labaki en una obra menor: menor frente a la obra maestra que habría podido ser esta comedia semiligera. Aunque con tanto sufrimiento que ya tenemos en la vida real en Líbano, tampoco viene mal una comedia. Y —eso no lo olviden— es la risa, es el cachondeo mediterráneo de las mujeres lo que constituye su arma definitiva contra la guerra.

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