Opinión

Diez años de complicidad

Nuria Tesón
Nuria Tesón
· 7 minutos

opinion

 

Una década. Un año tras otro, un mes tras otro y un día tras otro. De la euforia de la victoria y la ilusión del cambio en enero y febrero de 2011 a la depresión de las certezas y la decepción del abandono. Egipto hizo caer a Mubarak. Antes había sido Ben Ali, en Túnez, y después llegaría Gadafi, ejecutado en Libia. El mundo lo celebró y los gobiernos occidentales se apresuraron a congratularse, a ponerse del lado del vencedor, a reunirse con los jóvenes a los que deseaban poner rostro, a los que querían felicitar, a los que deseaban llevar a plenarios en las mejores universidades de sus países, a congresos internacionales de institutos de estudios estratégicos en París o Washington. Les tendieron la mano, pero, ¡ah!, nunca sabe la derecha lo que hace la izquierda.

Las primeras elecciones libres vieron a un islamista ascender a la presidencia. Los embajadores se reunían con los representantes de los Hermanos Musulmanes; Mohamed Morsi hablaba en el pleno de Naciones Unidas; se firmaban acuerdos y se hacían negocios. Un año después, los observadores internacionales se callaron mientras los generales hacían caer al islamista. Fue su avaricia de poder y su perpetuación de las estrategias del régimen de Mubarak, en parte. También el hecho de que a los uniformados no les gustara que poco a poco la estructura de poder y el control económico generado durante décadas de dictaduras militares se les fueran de las manos. Abdelfatah al Sisi, el «dictador favorito» de Donald Trump, llegó al poder y ha sido elegido dos veces frente a oponentes de paja mientras la oposición real era (es) encarcelada y acosada.

Biden mantiene Egipto como uno de los principales aliados, pero ¿a qué precio?

Los jóvenes que se reunieron con aquellos diplomáticos europeos y estadounidenses han sido arrastrados por el fango mediático bajo control absoluto del nuevo régimen. Desprestigiados cuando menos, torturados y encarcelados en los casos más extremos. También abusados sexualmente, como ocurrió con muchas activistas y aún sigue ocurriendo a través de los denominados ‘test de virginidad’, por ejemplo.

Joe Biden llega a la Casa Blanca con el legado histórico de mantener Egipto como uno de los principales aliados en la región. Necesario para la estabilidad con Israel. Fundamental para lo que sigue considerándose la lucha contra el terror. Y para contener la inmigración. ¿Pero a qué precio? Asesinatos extrajudiciales denunciados por organizaciones de derechos humanos, desapariciones forzosas, exilio…

Pocos esperan que mucho cambie en las políticas que desde Washington azuzan el avispero de Oriente Medio, en el que Egipto es el ariete. Durante aquellos días de protestas, el entonces vicepresidente Biden declaraba en una entrevista en la PBS que Mubarak era un «aliado» y que no le denominaría «dictador», subrayando que debía establecerse un diálogo entre el Gobierno y los manifestantes. Diálogo. Durante los 18 días de protestas, fueron asesinados al menos 1.000 manifestantes. Mubarak fue absuelto y murió sin que sus víctimas conocieran justicia el pasado febrero. Diez años después, hay unanimidad en que la impunidad es mayor y Egipto nunca vivió tiempos peores. Y las miradas se centran en Occidente como cómplice necesario.

El bloguero y analista egipcio Wael Eskandar habla de los diplomáticos occidentales como ‘mercenaries in suits’, mercenarios con traje. Firman contratos millonarios en armas y material de espionaje sin respetar las exigencias de la normativa europea que demandan que haya pruebas de que no van a ser usadas contra civiles ni para vulnerar los derechos humanos. La sociedad civil egipcia lo percibe como una carta blanca a los desmanes del régimen.

Macron aseguró que la venta de armas a Egipto «no estaría condicionada por los derechos humanos»

Por si había dudas, Macron las despejó durante una reciente visita de Sisi a París. El presidente francés aseguró que la venta de armas a Egipto «no estaría condicionada por sus desacuerdos sobre los derechos humanos». La excusa es no debilitar la lucha contra el terrorismo de Egipto. Añadió que era más efectivo mantener una «política de diálogo que un boicot». Diálogo. La realidad del país, donde hay más de 60.000 prisioneros políticos, deja en evidencia que la «diplomacia discreta», en materia de derechos humanos, como la denominó la titular de Exteriores española, Arancha González Laya, a su paso por El Cairo, no obtiene resultados.

No contento con presentarse en la rueda de prensa aludiendo a que ambos habían sido elegidos democráticamente, el presidente francés condecoró a Sisi con la Legión de Honor, la más importante del país. Dos italianos devolvieron el galardón como protesta aludiendo al asesinato (del que se acusa al régimen egipcio) de Giulio Regeni, un estudiante de doctorado secuestrado en la plaza de Tahrir el 25 de enero de hace cinco años, torturado y asesinado.

«Me dirijo a los diplomáticos extranjeros como los opresores y cómplices en los crímenes de Egipto contra los egipcios», escribía Wael Eskandar después de que los líderes de la Iniciativa Egipcia por los Derechos Personales (EIPR) fueran arrestados tras una reunión con diplomáticos extranjeros. «Les pido que respeten los valores que a menudo profesan y que no sean hipócritas. Me dirijo a ellos como los opresores que hipócritamente cantan canciones ensalzando los derechos humanos mientras financian y proporcionan lo necesario para esa represión».

«Me dirijo a los diplomáticos extranjeros como opresores y cómplices en los crímenes de Egipto…»

Desde la llegada de Sisi al poder, Francia ha sido el principal proveedor de armas a Egipto. Aviones Rafale, buques de guerra e incluso los blindados que se apostan en cada esquina y cercan la plaza de Tahrir estos días son franceses.

Con un valor de 290 millones de euros gastados, Egipto es el principal comprador de armamento a Alemania y uno de los tres principales importadores de armas del mundo. También se ha colocado en estos últimos 10 años en el podio de los mayores carceleros de periodistas. Y de ejecutores: las condenas a muerte se han multiplicado exponencialmente. Entre 1981 y 2000, se condenó a la pena capital a 709 personas: 249 fueron ajusticiadas en ese periodo de casi 20 años.

Solo en 2017, los tribunales egipcios, tanto civiles como militares, emitieron un total de 375 condenas a muerte, según la Iniciativa Egipcia por los Derechos Personales (EIPR) y el Centro Adalah para Derechos y Libertades (ACRF). En estos momentos, hay al menos 2.340 personas condenadas a muerte, según las mismas fuentes.

Estados Unidos proporciona 1,3 billones de dólares anualmente a Egipto. Trump retuvo 195 millones, pero finalmente fueron desbloqueados a pesar de que ninguna de las condiciones relativas a derechos humanos se cumplió. En julio de 2020, el todavía candidato Joe Biden tuiteaba su alegría al conocer la liberación de Mohamed Amashah y afirmaba que «arrestar, torturar y exiliar activistas» o «amenazar a sus familias es inaceptable».

«Estamos en nuestro derecho de exigirles que no participen en nuestra represión. Se benefician de nuestra miseria, incluso cuando fingen preocuparse», subraya Wael Eskandar. A muchos les gustaría que fuera cierta la afirmación con la que cerraba dicho tuit el hoy nuevo presidente de Estados Unidos: «No más cheques en blanco para el dictador favorito de Trump». La experiencia les indica lo contrario. «Si de verdad les importa, deberían usar el peso de sus negocios y políticas para detener la miseria de los egipcios».

Sus palabras, explica, llegan después de haberse reunido con muchos de ellos, a los que considera amigos. «Digo esto por respeto y honestidad hacia los individuos con los que hablo, pero, sobre todo, lo digo por respeto a los represaliados».

·

·

¿Te ha gustado esta columna?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos