Ferdinando Scianna
«La curiosidad es, de por sí, una aventura»
Alejandro Luque
Los vínculos entre fotografía y libros tienen en el siciliano Ferdinando Scianna (Bagheria, 1943) a uno de sus más activos estudiosos y practicantes.
Apadrinado por el gran escritor Leonardo Sciascia, con el que publicó su primer libro, Fiestas religiosas de Sicilia, no tardó en abandonar su isla natal para ejercer como reportero de L’ Europeo, primero en Milán y luego en París. En la capital francesa conocerá a Milan Kundera y a Cartier-Bresson, que le animó a presentar su candidatura a la agencia Magnum.
A partir de 1987, compaginó una intensa actividad en el campo de la moda y la publicidad con proyectos como El instante y la forma, Ciudad del mundo o Las formas del caos. También publicó libros de retratos de Sciascia –con quien también firmaría el ensayo Horas de España– y de Jorge Luis Borges. Por otro lado, Scianna ha desarrollado una importante faceta como crítico periodístico y fotográfico, así como organizador de foros de debate: el último, coordinado junto a Antonio Ansón para PhotoEspaña, llevaba por título precisamente Las palabras y las fotos.
Su última publicación hasta la fecha, Ética e fotogiornalismo (Electa), fruto de una reflexión largamente madurada, acaba de ver la luz en Italia.
Su maestro, Cartier-Bresson, hablaba de los buenos fotógrafos como ‘aventureros con ética’. ¿Qué cualidades deben acompañar a esos profesionales?
Henri Cartier-Bresson lo decía refiriéndose a Robert Capa. Y pienso que, como siempre en sus fulgurantes definiciones, tenía razón. Pero existen muchos tipos de reporteros. Y creo que la principal cualidad de un fotorreportero debe ser la curiosidad. La curiosidad es, de por sí, una forma de aventura: aventura mental antes que nada, y, para un cierto tipo de fotografía, a veces también física. Pero me refiero a una curiosidad compatissante, compasiva, la de un hombre que está interesado en la vida de los otros hombres. Y esto, sin duda, implica un posicionamiento ético. Por otra parte, el ejercicio de la ética es algo complicado, y por eso le he dedicado, después de casi medio siglo de oficio, una reflexión específica.
Hay un lugar común que afirma que una fotografía nunca miente, ¿hasta qué punto es cierto eso?
La única parte de verdad de ese lugar común reside en el hecho de que toda fotografía que no sea manipulada es siempre una representación de la realidad visible. Pero la fotografía muestra, no demuestra. Te enseña al muerto: el asesino lo ponemos casi siempre nosotros, los espectadores.
Recuerdo la polémica que suscitó una fotografía de Javier Bauluz, en la que se veían unos bañistas junto al cadáver de un náufrago. En la playa había mucha más gente, policía, equipos de la Cruz Roja, etc., pero ese encuadre era la metáfora perfecta de la indiferencia de Europa frente al drama del Estrecho. ¿Es legítimo hacer eso si la causa es buena?
Hay muchísimos ejemplos similares. Siento una gran desconfianza por la pretensión de justificar cuanto se hace con la motivación, o la excusa, de actuar por ‘una buena causa’. Para empezar, sería necesario estar seguro de que la causa en cuestión es de veras buena. Y, cuando así sea, no puede justificar el cinismo o la manipulación del espectador. Pero la foto de Bauluz era legítima porque mostraba un hecho.
Para mucha gente, la fotografía tiene algo de atentado contra la privacidad, y no hablo sólo de los paparazzi… ¿Dónde están los límites?
Cartier-Bresson decía que la libertad consiste en un sistema de reglas rigurosas que cada uno elige libremente. Era un discurso que se refería a la estética, pero lo considero excelente también para hablar de ética. No todo se debe fotografiar, no todo se puede fotografiar y no todo lo que se ha fotografiado se puede publicar sin tener en cuenta el contexto. Hay que estar contra toda censura tanto como a favor de la dignidad de todas las personas.
En prensa suele insistirse en la necesidad de ‘poner rostro’ a las situaciones dramáticas para conmover a la opinión pública. ¿Todos los rostros y en todas las circunstancias?
En cierto modo, creo que ya te he contestado con la respuesta anterior. En definitiva, la regla laica y cristiana de que no debes hacerle a nadie aquello que no deseas para ti debería prevalecer. Usar el elemento de la conmoción podría ser un gesto ético, pero también un gesto mercantil, o pornográfico. Soy partidario de examinar caso por caso.
¿Y cree que la extraordinaria difusión que proporciona internet y los medios masivos, hace más impúdico este arte? Me refiero a que antes una chica podía dejarse fotografiar, por ejemplo, “si no se enteraba su madre”, pero ahora cualquier imagen da la vuelta al mundo en un clic…
Opino que internet y las redes sociales son un síntoma de la actual situación histórica y cultural. Un gesto privado usado como gesto público cambia su naturaleza. El álbum de familia o el propio diario personal no son la misma cosa si los hacemos públicos. En su ansia de individualización y de protagonismo, la identidad se diluye paradójicamente en la masa, en la renuncia a la propia privacidad individual.
En su Sicilia natal hay un caso muy célebre, el del barón Von Gloeden y sus retratos homoeróticos de campesinos… ¿Podemos valorarlo desde el punto de vista ético, dejando a un lado la pacatería?
El barón Von Gloeden ejercitaba un privilegio económico y cultural. El tiempo lo absuelve por razones estéticas, pero la actitud moral resulta muy ambigua, por no decir reprobable.
Junto a sus trabajos, creo que las imágenes fotográficas de Sicilia más difundidas han sido las de Letizia Battaglia, donde abundan los muertos, las víctimas de la mafia… ¿Qué opinión tiene de ella y su labor? ¿Nunca le ha interesado a usted plasmar esa vertiente dramática de su tierra?
Siento una gran admiración por las fotografías de Letizia Battaglia, y por las de Franco Zecchin. Constituyen un extraordinario documento histórico, tan importante como las imágenes de Wegee sobre la Nueva York violenta de los años 30. Pero el muerto asesinado, siempre lo he creído, y lo pienso también para muchas fotografías de guerra, muestra, a veces con mucho mérito, la punta del iceberg de una situación social que se manifiesta platealmente en la violencia. Es el momento espectacular, y puede resultar útil en determinadas circunstancias. Pero me interesa mucho más la mirada que explora la parte sumergida del iceberg.
Como fotógrafo de Magnum, usted viaja por todo el mundo. ¿Cambia de algún modo su actitud según el lugar en el que esté, o la cultura que lo acoja?
Creo que la mirada de cualquier hombre, de cualquier fotógrafo o de cualquier escritor, viene determinada por la propia experiencia cultural, que sobre todo se forma en los años de la infancia y de la adolescencia. Ésa viene a ser una ‘visión del mundo’, si es que tienes una, incluidos los prejuicios. Y vuelve a salir, en las formas y en la elección de los contenidos, cualquiera cosa que mires o fotografíes, en cualquier lugar del mundo.