Reportaje

La memoria armenia

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 17 minutos
Conmemoración del genocidio en Taksim, Estambul (24 Abr 2011)
Conmemoración del genocidio en Taksim, Estambul (24 Abr 2011)

Estambul | Abril 2015 |

“Por supuesto me siento discriminado”. Rober Koptas, periodista y destacado intelectual de Estambul, no tiene pelos en la lengua. Es una de las voces más conocidas de la comunidad armenia de Turquía, que se estima hoy en unas 50.000 personas. No hay cifras oficiales, porque jurídicamente, los armenios son ciudadanos como todos los demás.

En realidad, “desde 1923 hay una discriminación contra quienes no son musulmanes, no sólo contra los armenios”, sabe Koptas. “Los armenios no pueden ser altos cargos; podemos ser soldados pero no llegar a oficial. No hay gobernadores armenios, ni siquiera se puede ser un cargo bajo del funcionariado. No está escrito en ninguna parte, pero funciona así”.

“Mucha gente creen que los armenios son sucios o que no son de fiar. Es la falta de educación, de lectura: piensan que armenios, judíos y griegos son enemigos”, dice Selin Y., experta en mercadotecnia en Estambul. Personalmente nunca se ha sentido tratada como enemiga, pero sabe de amigos que sí. “Mi apellido no llama la atención”, añade, pero prefiere no verlo impreso, por delicadeza hacia ambos bandos.

Ser armenio en Turquía es una doble presión: entre traidor a la patria y traidor a la propia comunidad

Porque ser armenio en Turquía significa vivir bajo una doble presión. Por una parte es la sensación de pertenecer a un colectivo traidor de la patria. Por otra, es sentirse traidor a la propia comunidad si una no cumple con fervor las normas prescritas para preservar su identidad. Selin lo ilustra: “Para elegir pareja, una se siente muy limitada; es raro que haya un matrimonio de amor porque no somos tantos para escoger. Yo no vivo así, pero tengo amigos que dicen: ‘Nunca me voy a casar con un turco, así que hago mi vida con alguien de quien no estoy enamorada, pero al que mi familia acepta y con quien puedo tener hijos armenios’. Es más, normalmente a quienes no son armenios, ni siquiera los percibes como posible pareja”, relata.

Si una rompe el tabú y se casa con un turco, “hay familias que dicen: ya no eres mi hija, no eres mi hijo. Aunque luego, una vez que haya nietos, lo van aceptando. Por cierto, a los turcos les pasa lo mismo. Pero entre nosotros, incluso estaba mal visto antes que nos casáramos entre armenios ortodoxos y católicos”, recuerda.

Buscar marido es una importante tarea de las jóvenes armenias, obligadas a casarse dentro de la comunidad para no acarrear vergüenza a su familia. Y por supuesto, llegando virgen al matrimonio. “Uy, en eso no somos nada mejores que los turcos”, dice una joven armenia. “Y encima, como nos conocemos todas, estamos todo el rato de cotilleo. Terrible”. Para gran parte de la juventud turca de clase media liberal, de denominación musulmana, la cuestión de la virginidad está ya muy superada, sólo hace falta mantener las apariencias ante los padres. La anonimidad de Estambul ayuda, pero ser de una minoría es un lastre añadido.

Buscar marido es una importante tarea de las jóvenes armenias, obligadas a casarse dentro de la comunidad

Por eso no falta quien recurre a la diáspora, buscando pareja en Estados Unidos o Francia para cumplir con las obligaciones sociales, observa Selin. Está en contra. “Es importante preservar la cultura, pero parece que hay gente que al casarse no busca un compañero de vida sino a alguien con quien perpetuar la ‘especie’”. Por otra parte, en un matrimonio mixto aceptar que los niños hablen armenio también puede ser un trago difícil para un turco, cree.

Eso sí, legalmente no hay impedimento, porque a la hora de registrar una boda, la administración no toma en cuenta la religión, si bien esta figura en el carné de identidad: musulmán, cristiano o judío, sin opción a dejar la casilla en blanco. Quien quiere, tiene derecho a cambiarla mediante una simple solicitud. “En los pasaportes de mis padres aún ponía ‘armenio’”, cree Selin, “pero ahora sólo dice ‘cristiano’ y se se planifica eliminar ese dato también, que es lo que debería hacerse”.

En un punto, figurar como cristiano – el obvio apellido armenio hace el resto – tiene una ventaja: al igual que la minoría griega, los niños armenios tienen derecho a enseñanza en su idioma materno, dentro de su red de escuelas propias de la comunidad, un privilegio garantizado desde la fundación de la República en 1923 únicamente a estos dos colectivos. También hay prensa, con dos diarios históricos y el semanario bilingüe Agos como buque insignia.

Agos adquirió una fama especialmente relevante en enero de 2007, cuando un adolescente mató de un tiro al redactor jefe, Hrant Dink, en la puerta de la redacción. El entierro multitudinario galvanizó parte de la sociedad turca, forzada a enfrentarse al concepto del nacionalismo violento. Desde entonces, cada 19 de enero, decenas de miles de turcos marchan hacia el edificio de Agos, exigiendo que la Justicia encuentre a los verdaderos culpables de un crimen en el que el joven asesino fue poco más de un peón. La frase de las pancartas – “Todos somos armenios” – habría sido impensable una década antes.

“Hrant era armenio, socialista, escritor, pensador. Una pérdida para la humanidad”, recuerda Selin. Resalta el papel del intelectual en la “búsqueda de la paz entre dos etnias que han vivido juntas siglos”. Hrant, recuerda, “hablaba desde su identidad socialista, humanista, no armenia. Con su muerte trágica se ha convertido en un mito. Un mito que da esperanza”, concluye. Pero el día que lo mataron “como ciudadano, turco, laico, la política del gobierno me dio miedo”, recuerda.

«Muchos no pueden decir que son armenios: hay miedo, y ese miedo tiene bases históricas”

Ahora Koptas, que ocupó durante unos años el puesto de Dink en Agos, sigue una línea similar. “Personalmente no tengo miedo”, asegura. “Trabajo, escribo, estoy feliz con mi oficio, en los medios y los círculos académicos podemos publicar, no oculto mi identidad armenia. Pero vete a otros barrios… hay muchos que no pueden decir libremente que son armenios. Tienen miedo a que se les pegue, a perder su trabajo, a que les maldigan. Eso se lleva en la familia. Hay miedo, y ese miedo tiene bases históricas”.

El genocidio. Las masacres de armenios de 1915 en toda Anatolia. Oficialmente fue una deportación masiva hacia Siria para evitar que la población armenia se aliara con el ejército ruso que acosaba la frontera caucásica del Imperio otomano. La decisión se tomó tras la derrota otomana en la batalla de Sarikamis en enero de 1915, en la que milicias armenias combatieron en el bando ruso. O eso dice la versión turca, porque en realidad, la gran mayoría de los contingentes armenios en el ejército zarista venían de la Armenia caucásica bajo dominio de Moscú, mientras que los armenios anatolios combatían lealmente en las filas otomanas, asegura Rober Koptas.

En abril de 1915, milicias armenias locales defendieron su barrio en la ciudad de Van durante semanas contra las tropas otomanas, hasta la llegada del ejército ruso. El mismo mes, Estambul dio la orden de solucionar el problema y enviar a todos los armenios a Siria. Si la intención era exterminarlos por el camino, o si los cientos de miles de muertos – 500.000 según Turquía, 1,5 millones según las estimaciones más habituales – fueron “daños colaterales” sigue en debate. Pero Anatolia se quedó sin una sola aldea armenia. Hoy existe una en toda Turquía: Vakifli, en la provincia meridional de Hatay, a tiro de piedra del Mediterráneo.

Los libros de texto no dedican ni una palabra a las masacres; sólo media frase a la deportación

Esto no se estudia en el colegio en Turquía. “Mucha gente cree que no han muerto más de dos o tres, o incluso le echa la culpa a los armenios”, dice Selin. Los libros de texto no dedican ni una palabra a las masacres. Una foto de un “bandolero armenio con el ejército ruso” acompaña un párrafo en el que se puede leer que los armenios de Anatolia oriental vivieron durante siglos en paz en el Imperio otomano, que no interfería en su cultura o religión, pero que a finales del siglo XIX, Rusia e Inglaterra los incitaron contra las autoridades otomanas con la promeso de un Estado independiente. “Durante la I Guerra Mundial, los armenios se rebelaron contra el Imperio otomano, uniéndose a los rusos en el frente del Cáucaso; tras esta rebelión, los armenios fueron deportados a las regiones del sur del país”, concluye la sección.

No faltan versiones más llamativas: el centro de investigación Yeni Türkiye (Nueva Turquía), privado pero inaugurado este mismo mes por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, denuncia como “calumnias” la versión del genocidio y asegura en un folleto: “Sí, existieron de hecho “masacres armenias”: las que fueron cometidas por bandas armenias, incitadas por potencias extranjeras, y cuyas víctimas eran turcos y kurdos musulmanes”.

Por eso sorprendió la declaración de Erdogan, entonces primer ministro, el año pasado, cuando habló de una tragedia “inhumana” y un “dolor compartido”. Palabras que parecían indicar una descongelación histórica, pero contrastan con sus duras denuncias del sermón del papa Francisco que describió las masacres como “generalmente consideradas el primer genocidio del siglo XX”. La tensión diplomática – nota de protesta escrita para el nuncio en Ankara, llamada a consultas del embajador en el Vaticano – indica hasta qué punto falta una reconciliación de Turquía con su propia Historia. O ni siquiera con la suya propia, porque la República de Turquía se fundó en 1923, ocho años después. ¿Por qué esa necesidad de negación?

Porque los personajes al cargo en las postrimerías del Imperio otomano pertenecían a la corriente política que fundó la República, responde Koptas. “Las familias son las mismas”. Además, “la propiedad de los armenios pasó a manos del Gobierno turco y fue distribuida a los ciudadanos. De ahí que la mayoría de los turcos temen que aceptando el genocidio, se tengan que pagar indemnizaciones, que podrían suponer una enorme carga para el país”.

«Para mí, la tierra no tiene valor. Es con las personas con las que hay que reconciliarse”

Selin confirma: “Dicen que aceptar el término de genocidio obliga a pagar indemnizaciones, devolver propiedades… No sé si jurídicamente es cierto”. ¿Debería hacerse? Ella duda. “Quizás sería justo, pero han pasado los años, ya otros viven allí… Para mí, la tierra no tiene valor. Es con las personas con las que hay que reconciliarse”. Tampoco le da valor a la polémica palabra. “Pero negar algo que ha ocurrido, eso es trágico. No es honrado”.

El temor a las indemnizaciones es poco realista, cree Koptas, porque no es imaginable que Turquía sea forzada a aceptar reclamaciones, más allá de que cualquier armenio puede exigir sus derechos individuales, si posee los documentos históricos de propiedad, algo que ya ahora es posible, relata el dibujante armenio-francés Charles Berberian.

“Incluso hay armenios que hacen reclamaciones territoriales en el este de Anatolio, muchos se lo creen, aunque tampoco es realista», agrega Koptas. «Lo que debería haber es una reconciliación, no un castigo contra Turquía. Ni los armenios pueden pedir todo, ni Turquía puede negar todo. Los turcos no deben sentirse derrotados por reconocer el genocidio.»

¿Es imprescindible llamarlo así? No, concede Koptas. “La primera vez que se usó el término es en 1949. Hasta entonces, los armenios pudieron vivir sin esa palabra. Lo importante es que se reconozca lo que pasó y se den pasos hacia una verdadera democracia turca y una reconciliación. Si el uso de la palabra «genocidio» aborta este sueño, no la usaré. Si ayuda, lo usaré, porque por supuesto era un genocidio. Eso es seguro”.

«Los pasos positivos del AKP eran para caer simpáticos a la Unión Europea, no eran sinceros”

La tensión se inscribe en el ambiente caldeado por las elecciones generales del 7 de junio, señala el periodista. “Estoy seguro que el AKP usará este discurso antipapa, antiarmenio para aumentar sus votos. Porque las políticas de Erdogan se basan en la polarización tanto dentro del país como fuera, siempre creando enemigos, creando ‘otros’ y estando rotundamente en contra de algo. Dentro puede ser el CHP (el partido socialdemócrata) o los kurdos, fuera pueden ser Israel o el Papa”, analiza.

Llama la atención el giro del AKP, el partido islamista en el poder desde 2002, que en los últimos años escenificó una mayor integración de las minorías, pero ahora parece cortejar a los sectores más nacionalistas. A Selin no le sorprende: estos pasos positivos “eran para caer simpáticos a la Unión Europea, era cara al extranjero; no eran sinceros”.

Ahora es el HDP, el movimiento kurdo mutado en partido de la izquierda liberal de toda Turquía, el que se hace portavoz de las minorías. E incluso el CHP, el partido socialdemócrata cuyas bases son en parte nacionalistas moderadas, ha saltado la barrera: su lista por Estambul la encabeza una candidata armenia. Es un paso histórico, aunque Koptas duda si marca un cambio profundo.

Entre la población kurda, por otra parte, el reconocimiento del genocidio es sincero, asegura el periodista. “Conocen la historia mejor que los turcos. La mayoría de las masacres ocurrieron en zonas kurdas y la memoria se sigue transmitiendo en las familias. En Batman o Diyarbakir te pueden contar: aquí mataron a los armenios, en la orilla de este río… Más de una vez, cuando voy allí, vienen personas para decirme que sus propios abuelos mataron a armenios allí, me piden perdón, a veces lloran”.

Las bases del movimiento kurdo, que saben lo que es sufrir la negación de la propia identidad por parte del Estado, “están aún más abiertos a hablar de esto que el propio partido, porque éste está vinculado a la burguesía kurda que está fundada sobre las propiedades y el dinero de los armenios, y eso no les es fácil de aceptar”, añade Koptas.

De todas formas, para una reconciliación histórica “no estaría mal que también se aceptara la parte de responsabilidad de los países occidentales: los alemanes estaban allí. La presencia de los británicos, el acuerdo Sykes-Picot, la I Guerra Mundial no era culpa de los otomanos”, resume. “Turquía no es el único país con manos sucias. Reconocerlo dejaría claro que no se trata de una conspiración occidental contra Turquía”, recomienda.

Desde 2010, cada 24 de abril se colocan claveles rojos y velas en Taksim, en memoria del genocidio

El cambio social está en marcha: “Hace 20 años, nadie en Turquía, ni académicos ni periodistas, aceptaban que hubiera un genocidio; ahora la mayoría de los intelectuales sí están dispuestos”, señala. Desde 2010, cada 24 de abril se colocan claveles rojos, velas y carteles en armenio, turco y kurdo en Taksim, la céntrica plaza de Estambul. El AKP respaldó ese proceso mediante su glorificación del pasado otomano, donde todas las religiones estaban reconocidos como colectivos equivalentes, las ‘millet’. El paraguas del islam, que otorga reconocimiento y protección a cristianos y judíos resultó más integrador que el nacionalismo laico basado en la “turquicidad”, en la que los armenios sólo podían ser un cuerpo extraño. “Pero el modelo otomano no es un ideal para el mundo de hoy, no se basa en la idea de la igualdad. Es discriminatorio, sólo más suave que el otro”, advierte Koptas.

Considerar a los armenios como inferiores está arraigado, pese a los buenos discursos. “Me llamaron georgiano y, aún peor, me llamaron armenio”, dijo Erdogan aún en 2014. Su adversario, Kemal Kiliçdaroglu, tuvo el mismo reflejo cuando le puso una denuncia por “injurias” a un periodista que sostenía la ascendencia armenia del político socialdemócrata. “Si, juridicamente, armenio es un insulto”, se ríe Selin. “Es tragicómico”.

Pese a las presiones, la comunidad armenia no está en peligro. “Después del éxodo de las décadas 1950-60, nos quedamos pocos, unos 40.000, pero no me consta que haya familias que quieran irse. Los griegos emigran más; ellos tienen Grecia. Para nosotros, Armenia no es lo mismo, no conozco a nadie que quiera ir a vivir allí. Nuestra patria es Turquía”, asegura, rotunda, Selin.

«No conozco a nadie que quiera ir a vivir a Armenia. Nuestra patria es Turquía”

El movimimiento es en sentido contrario: hay decenas de miles de inmigrantes recientes de Armenia en Turquía, muchos de ellos indocumentados. Erdogan puso la cifra al nivel de la comunidad histórica al hablar este mes de “cien mil armenios, entre nativos e inmigrantes”. Pero son dos colectivos netamente distintos. “No hay integración, por diferencias de cultura, idioma, quizás de clase… los inmigrantes no han tenido un buen impacto en el colectivo armenio”, admite Koptas. Ya el idioma es una barrera: los dos dialectos armenios, el anatolio (occidental) y el oriental del Cáucaso tienen diferencias obvias.

“Ellos ocupan trabajos menores: cuidan a ancianos, son ‘canguros’, conozco a quienes viven con la familia que los emplea. Pero no hay una buena relación”, confirma Selin. “No es porque sean menos educados: vienen de buenos colegios, tienen más estudios que nosotros, saben hasta de ópera… pero son distintos. Son como rusos o centroasiáticos. Otra manera de ver el mundo. Nosotros somos más europeos, más franceses…” busca una explicación.

Y no es por vivir en Estambul: “Antes de 1915, Anatolia, llena de griegos y armenios, era muy cosmopolita”. Ahora domina una cultura monolítica turco-suní. Aunque parte de la población tiene ascendencia armenia. “Hay familias que por miedo se han convertido al islam y se han turquizado, cambiaron el apellido, y en dos generaciones ya no lo saben”. Más de uno ha descubierto una abuela armenia, y cuando lo ocurre a un votante de la derecha nacionalista, el choque psicológico puede ser profundo, relata Selin el caso de un conocido.

Pero redescubrir el pasado armenio de Turquía es un proceso ya imparable. En 2013, una exposición de fotografías históricas mostró a los visitantes la amplitud del cambio étnico. “Dime tu pueblo y te enseñaré una foto de tus antiguos vecinos armenios” retaba uno de los organizadores a los visitantes. No fallaba. Es la historia con la que Turquía se tiene que reconciliar.

¿Te ha gustado este reportaje?

Puedes colaborar con nuestros autores. Elige tu aportación