‘Cruzados’ por necesidad
Lluís Miquel Hurtado
Tel Tamer (Siria) | Marzo 2015
Los yihadistas casi han vaciado Tel Tamer, un apacible pueblo a la orilla del río Khabur. A medio camino entre Raqqa, la capital del Estado Islámico, y Qamishli, el mayor núcleo kurdo, la aldea queda justo en la línea de frente entre las zonas kurdas y las yihadistas. No pertenece a ninguno de los bandos: es cristiana.
Hay vecinos dispuestos a morir para defender este bucólico tapiz verde con casas blancas, con su minarete junto a su campanario. Como Devid, bautizado allí hace diecinueve años, un chaval con la mirada asustadiza y un traje de camuflaje, que seguiría siendo pintor de brocha gorda si no fuera por el ataque del Estado Islámico (ISIL).
“Me enrolé en los Guardianes del Khabur por necesidad», reconoce Devid. Su padre es un mando de esta guerrilla formada por cristianos, pobremente armada pero respaldada por las milicias kurdas, las Unidades Populares de Protección (YPG/J). Cuenta con los típicos fusiles de asalto y alguna ‘dushka’, la ametralladora pesada de fabricación soviética popular también entre las brigadas kurdas.
«No menos de doscientos ‘daesh’ nos atacaron por sorpresa a las dos de la madrugada en Tel Nasri»
Tel Tamer es la mayor villa del Área del Khabur, un tramo de ribera a lo largo del río homónimo con 35 aldeas cristianas asirias en el noreste de Siria. Desde 2011 el Gobierno y los alzados se disputan la zona, que linda al norte con Rojava o Kurdistán Occidental, el territorio administrado por los kurdos gracias a un tácito acuerdo de no agresión con Damasco. La guerra se desarrollaba más al oeste, en la zona de Alepo, pero cuando a inicios de 2015 los yihadistas del ISIL irrumpieron en la zona, los habitantes recurrieron a los kurdos para hacerles frente. Ahora frenan la expansión del ‘califato’ yihadista.
En un cuarto rústico, bajo una virgen de escayola, un san Jorge metálico y un Cristo crucificado pintado en un plato, Devid recuerda con pavor la llegada del ISIL al Khabur, que provocó 3.000 desplazados. La organización armada secuestró a 220 vecinos.
«No menos de doscientos ‘daesh’ -acrónimo árabe del ISIL- nos atacaron por sorpresa a las dos de la madrugada en Tel Nasri», relata. «Iban vestidos con uniformes del YPG/J y gritaban «¡heval!» («¡compañero!» en kurdo) para confundirnos. Rodearon nuestra ‘dushka’ hasta llegar a los cinco metros. Sólo podíamos disparar a tientas hacia donde oíamos decir ‘heval’ con acento extranjero. Por suerte repelimos aquel asalto, que duró hasta las seis de la madrugada».
«Asad nos traicionó. Han bombardeado Tel Tamer tres veces y no han atacado una sola vez al Daesh»
Devid se muestra muy decepcionado con el presidente sirio Bashar Asad, que durante los últimos años se intentó perfilar como garante de los derechos de las minorías religiosas frente a la oleada de islamismo suní radical que empezaba a expandirse en el lado de la oposición, una estrategia que le granjeó el apoyo de una importante parte de los colectivos cristianos del país. Pero Devid ya no le cree. “Nos traicionó”, denuncia. «Hace tres años un avión del régimen destruyó la iglesia de Tel Nasri y mató un civil. En los últimos días han bombardeado Tel Tamer tres veces y no han atacado una sola vez al Daesh», lamenta el miliciano asirio.
Abandonados por Damasco, a los cristianos asirios no les quedó otra que arrimarse a los kurdos. Rojava, autonomía proclamada unilateralmente en 2012, les permite cierta reivindicación política y cultural. Aun así los cristianos enfatizan su deseo de organizarse por su cuenta. Para ello han creado instituciones como el Consejo Militar Siriaco y las patrullas policiales Sutoro, y tratan de recuperar el uso vernáculo del siriaco, una versión moderna del arameo. Incluso las matrículas de los coches del Sutoro están rotulados en este alfabeto.
El arameo sigue siendo la lengua litúrgica de los cristianos asirios, pero ha sido reemplazado en la vida diaria por el árabe levantino en casi toda la comunidad cristiana de Siria, salvo tres pueblos cercanos a Damasco, mientras que en el norte de Iraq está aún muy vivo y se enseña en colegios y universidades de Erbil.
Todos estos esfuerzos buscan evitar que se consume el tercer éxodo de la comunidad asiria en menos de un siglo. El recuerdo está vivo entre los cristianos del Khabur. Hace justo cien años, una campaña genocida perpetrada en las postrimerías del Imperio Otomano – paralela a la deportación y exterminio de los armenios, pero mucho menos conocida – hizo huir a Iraq a muchos cristianos asirios de sus tierras en Hakkari, el actual extremo sureste de Turquía. En 1933 la masacre de Simele, a manos del reino iraquí en el norte del país, los volvió a desplazar. Muchos acabaron asentándose en Tel Tamer.
Los 140 Guardianes del Khabur están repartidos por las trincheras de la orilla norte del río, apostados junto a unidades del YPG/J. El ISIL sigue amenazando al sur. Desde lo alto de una colina, en la que ondea la bandera rojiverde kurda al lado de la asiria, estrellada en azul y rojo sobre un fondo blanco, se avistan las posiciones yihadistas. De tanto en tanto, fuego de mortero impacta en las inmediaciones. A veces, los francotiradores también prueban suerte.
«Los desplazados me llaman cada día para preguntarme cuándo volverán»
A resguardo de los tiros, Kaldo, responsable político de los Guardianes del Khabur, teme que el ISIL acabe expulsando a la diáspora a los pocos asirios que quedan en Oriente Medio. «Los desplazados me llaman cada día para preguntarme cuándo volverán», cuenta con tono amargo. «Estoy luchando aquí justo para lograr eso». Mientras, confiesa que la diáspora está brindando una ayuda crucial: dinero, ayuda humanitaria y difusión de lo que acontece.
En las inmediaciones de la colina se asienta la iglesia de Santo Tomás. Sus paredes vigorosas han soportado los bombardeos. No hay párroco ni misa. Los únicos feligreses que se adentran en ella hoy visten ropa militar y lucen cruces tatuadas o colgantes del mismo símbolo. «Estamos aquí para defender nuestros pueblos, no para atacar», insisten. Remacha Devid: «El objetivo del Daesh es destruir el cristianismo. El nuestro, devolver aquí la paz».
De Asad a la égida kurda
El poder político kurdo que desde el inicio de la revolución controla Rojava, el noreste de Siria, se ha convertido en una especie de escudo de protección para las minorías frente a la hegemonía islamista que empieza a reinar en el bando opositor. Así lo atestigua Kanis Hani, un cristiano armenio, empleado municipal en Kobani, la ciudad kurda asediada durante meses por el Estado Islámico.
“En estos tres años que existe el Cantón de Kobani, nadie puede decir ‘yo soy musulmán, tú eres cristiano’” asegura Kanis. “Algo asi se castigaría porque la religión es cosa de cada uno, la tierra nos pertenece a todos”, insiste el armenio, cuyos abuelos llegaron desde Turquía en 1938 y fueron muy bien recibidos por los kurdos, según dice.
La imaginería islamista de las brigadas rebeldes no presagia una convivencia de cristianos y musulmanes
No es sólo el Estado Islámico el que asusta a los cristianos. Incluso en las zonas que no están bajo control del ‘Daesh’, la imaginería islamista que se ha ido apoderando de todas las brigadas rebeldes, incluidas las tildadas de “moderadas”, no presagia nada bueno para una futura convivencia de cristianos y musulmanes. Los dirigentes de la Coalición Nacional Siria (CNFROS), conocida como Etilaf en árabe, el cuerpo que representa la Siria opositora en el mundo diplomático, sigue insistiendo en la necesidad de construir un país sin discriminación étnica o religiosa. Pero no tiene mucho predicamiento entre activistas locales o refugiados.
Por una parte, a la Etilaf le resta credibilidad el abierto apoyo de Arabia Saudí y Qatar, dos de los países wahabíes más radicales del mundo, con ideologías no tan lejanas del propio ISIL. También se cree que sus estructuras están dominados por los Hermanos Musulmanes, cuya visión política es religiosa. Por otra, la Etilaf no tiene prácticamente poder sobre las brigadas que combaten en Siria y que se arriman a quien les proporcione armas y dinero. Y llevar barba espesa y exhibir un comportamientos islamista es prácticamente condición.
Frente a este panorama, muchos cristianos preferían el régimen de Asad, que nunca fue laico pero sí es multirreligioso: todos los grupos cristianos en Siria – algo menos del 10 por ciento de la población – tienen derecho a utilizar sus propios códigos canónicos para asuntos de boda, divorcio o herencia, y el código penal del país no muestra influencias de la charia islámica.
Vender alcohol o consumir abiertamente en restaurantes o terrazas es legal para todos los ciudadanos, algo facilitado también por el hecho de que los alauíes, la minoría a la que pertenece la propia familia de Asad, no reconoce las normas de la charia islámica y no rechaza el alcohol. Desde el gobierno nunca se ha insistido en códigos de vestimenta ‘decente’ para las mujeres y no era en absoluto fácil distinguir por la calle a cristianas, alauíes y musulmanas.
Bajo Asad “no querían que los cristianos crecieran en el país”, dice Kanis, armenio
Entre la población musulmana suní se mantenía incluso la impresión de que los cristianos en el fondo eran unos privilegiados, porque, tal vez gracias a contar con una importante diáspora en el extranjero, aparentaban estar sobrerrepresentados en los niveles altos de la sociedad: eran comerciantes, intelectuales, profesionales respetados. En Damasco no se podía encontrar un barrendero cristiano, o eso se decía entre los musulmanes.
Pero estas ventajas sociales ya no cuentan para muchos cristianos de Siria que ahora reniegan del régimen y se arriman al poder kurdo. Kanis Hani incluso asegura que los cristianos “estaban muy mal en épocas de Bachar Asad”. “El régimen del Baath estaba muy vinculado al islam y quería un país puramente islámico”, asevera, una visión al menos sorprendente para un partido que se fundó en los años cuarenta inspirado por el cristiano sirio Michel Aflak y el suní marxista Salahaddin Bitar, que ha sido dominado por los alauíes en las últimas décadas y siempre predicaba la unidad árabe, nunca la islámica. Aún así, Kanis señala que bajo Asad “no querían que los cristianos crecieran en el país”.
En todo caso, el neto planteamiento laico del partido dominante de Rojava, el PYD, ha convencido rápidamente a los cristianos y la administración kurda ha adquirido para ellos un rol de potencia protectora. Una consideración que incluso se extiende a la figura de ‘Apo’, es decir Abdullah Öcalan, el fundador de la guerrilla kurda de Turquía que también es venerado como ideólogo por el PYD sirio, pese a llevar encarcelado en Turquía desde 1999.
“Cuando Öcalan introdujo algunos métodos socialistas en el área, los cristianos se aliviaron; vieron que no había ninguna diferencia religiosa. Cada uno puede seguir su fe, pero la religión asunto de cada uno, no del país en el que viven”, concluye el armenio.
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