Orientalismo selecto
Ilya U. Topper
Paul Bowles
Puntos en el tiempo
Paul Bowles no tiene remedio. Quisiera uno decir Sir Paul, porque pese a que fue americano, estamos tentados de imaginárnoslo recostado ante una chimenea en su casa de Tánger, con alguna botella de aspecto exclusivo y una pipa tallada en madera de boj o algo por el estilo. Con una actitud de refinado ―y hasta agudo― observador, no sé si me entienden, que sin embargo no saldrá de sus casillas anglosajones. Un poco como el gobernador en la selva profunda de Malasia, retratado por Somerset Maugham, que cenaba todas las tardes vestido de frac y corbata y con cubiertos de plata.
Hay que reconocer que en el libro que nos ocupa, Puntos en el tiempo, Sir Paul se esfuerza. Lejos queda el pecado de juventud, ese Cielo protector, que tanto daño ha hecho. Daño no porque sea un libro mal escrito, que no creo que lo sea, sino porque generaciones de españoles lo compraban para ver cómo era Marruecos, sin darse cuenta de que este interesante retrato psicólogico de una pareja neurótica estadounidense está ubicado en un país desértico y peligroso que sólo por casualidad alguien confundió con Marruecos (o con Argelia, según los entendidos).
No, no: ahora, Paul Bowles se documenta antes de escribir sobre este país en el que lleva viviendo treinta años (al morir, superará el medio siglo). Y tiene la elegancia de citar sus fuentes en las notas finales: Jano el Cartaginés, Andrés de Espoleto, The Empire of Morocco, Eugenio María Romero,Times of Morocco, Archives Israélites, Edmondo de Amicis…
Ahora, Bowles se documenta antes de escribir sobre este país en el que lleva viviendo 30 años
¿Sorprende que no haya ningún marroquí, ninguna obra en lengua árabe entre las citadas? Debe de ser cierto lo que alguna vez apuntó Mohamed Chukri: excepto Jean Genet, que se lo tomó tan en serio que acabó estrellándose en una carretera marroquí, nadie de la alegre muchachada forastera afincada en Tánger intentó aprender árabe.
Esto no quita que Puntos en el tiempo sea un placer de lectura. Lo es. Cada uno de los fragmentos ―a veces muy breves: un tercio de las escasas 110 páginas en la preciosa edición de Alianza quedan en blanco, y el resto no es que esté densamente impreso― es una pequeña obra de arte, maravillosamente cincelada, pulida cual gema en el taller del escritor. Y las piezas se encadenan según un vago orden histórico, apenas intuido pero suficiente como para darle coherencia a la sucesión de imágenes.
Hay un aire al primer tomo de las Memorias de Fuego de Eduardo Galeano: Bowles reconstruye con apuntes sueltos de antiguas crónicas un paisaje primero mítico que poco a poco se va tornando en humano. Sultanes, frailes franciscanos, rabinos talmudistas, piratas y comerciantes, rebeldes y pícaros. Como un viajero que salta de piedra en piedra para cruzar el río del tiempo y arribar a la época moderna, así arriba Bowles de las barcas fenicias al Tánger de los americanos.
A Bowles le gusta más el Marruecos que coincida con los clichés de mujeres encerradas
Eso sí: las piedras en la corriente, estas fotos fijas de un Marruecos cambiante que el autor descubre, asimila y refleja son miradas de extranjeros. No es que sean equivocadas, no. Bowles escoge bien, y podemos dar por seguro que todo lo que cuenta en el libro es verídico. Los apuntes no están tomados del natural sino de una hemeroteca, pero coinciden con la realidad. El carácter del autor-recopilador se muestra en su decisión de escoger tal pieza de entre las muchas posibles, y no la contraria.
Así, Bowles va formando un Marruecos a su gusto, tan posible como el opuesto. Es probable que en determinado momento de la historia, determinadas familias de la alta burguesía de Fes no permitiesen a sus hijas ir por la calle con el rostro descubierto (que no les permitiesen ni ir a la mezquita ya es más excepcional). Evidentemente, también podría haber elegido hablar de las mujeres que fundaron la Universidad de Fes en el siglo IX o de las campesinas que no saben ni de velos ni de encierros.
Pero a Bowles, cabe colegir, le gusta más ese otro Marruecos, el que más coincida con los clichés orientalistas de mujeres encerradas, novias compradas y ejecuciones a espada limpia, el que más se asemeje a la imagen tenebrosa, salvaje, en una palabra, diferente de ese país. En definitiva, la más apta para asustar a las señoritas a la hora del té. En ese aspecto, Puntos en el tiempo cumple la misma función que El cielo protector. Sir Paul no tiene remedio.
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