Paolo Fresu
«A veces hago un concierto normal y me dicen que sueno sardo»
Alejandro Luque
Para muchos aficionados, el nombre de Cerdeña es sinónimo del de Paolo Fresu (Berchidda, 1961), trompetista y fliscornista que lleva casi cuatro décadas haciendo de todo, y todo bien: 350 discos grabados, 80 con él como solista o líder de banda; colaboraciones con otros monstruos del jazz como Dave Holland, Joe Abercrombie, Richard Galliano, Trilok Gurtu, Uri Caine, Ralph Towner, Gil Evans Orchestra, Toots Thielemans, Omar Sosa, Carla Bley, Steve Swallow, Dave Douglas…
Además, tiene en su haber una docena larga de bandas sonoras, así como varios libros como Música dentro o In Sardegna -donde cuenta la fabulosa gira que organizó, rodeado de amigos, para actuar durante 50 días en 50 puntos diferentes de su isla natal para celebrar su 50 cumpleaños- y el mérito de organizar cada año el festival Time in Jazz.
«Las dificultades siempre ayudan. Cuando todo va bien uno no se esfuerza tanto»
El artista inauguró recientemente la Semana de Cine del Instituto Italiano de Cultura, y allí concedió a MSur unos minutos antes de su prueba de sonido junto con el acordeonista Daniele Di Bonaventura. Allí comprobamos que Fresu es casi tan elocuente como conversador que con su trompeta en los labios.
Se habla a menudo de su origen humilde, del hecho de que no se lo pusieran fácil cuando, estando en el conservatorio, peleó para poder estudiar jazz. ¿Las dificultades ayudan, o es un mito?
Las dificultades siempre ayudan. Especialmente creo que fue importante empeñarme en estudiar jazz, como dices, en un momento en que no estaba demasiado bien visto. Siempre es importante salvar dificultades, empezando por vivir en una isla aislada, como Cerdeña. Cuando todo va bien uno no se esfuerza tanto, y luego tal vez no haya resultados…
¿Por qué a Wynton Marsalis o a Brad Mehldau, por ejemplo, no le preguntan nunca por la identidad, y a usted en cambio sí?
Bueno, Cerdeña es un lugar especial, que posee una cultura muy antigua que se mantiene en el presente. Es una de las regiones italianas que ha preservado cierto concepto de tradición, de lengua propia… Es una identidad que no existe, por ejemplo, en Milán. Un montón de gente ha pasado a lo largo de los siglos por una isla relativamente pequeña. Por todo ello, la gente de allí se reconoce como sarda. Un sardo se encuentra con otro, y hay una afinidad instantánea. No creo que Marsalis se reconozca como algo más que americano.
«No hay que destinar las creaciones al museo, sino tratar de estar en el presente»
A propósito de tradiciones, su libro Música dentro se abría con una cita de Mahler: “La tradición es la salvaguarda del fuego, no la adoración de las cenizas”…
Esa es la quintaesencia del pensamiento moderno, dinámico, postivo, no solo hay que preservar el pasado, sino llevarlo al futuro. No destinar las creaciones al museo, sino tratar de estar en el presente. El pasado no es necesariamente mejor que el presente, y hay que ser consciente de que de entre los músicos de hoy deben salir los nuevos Bach, los nuevos Beethoven, los nuevos Coltrane. Solo sumando el conocimiento del pasado a la energía del presente hay futuro. Soy partidario de preservar la memoria, respetarla, sin dejar de caminar hacia delante y experimentar, experimentar siempre. Juntar sonidos, personas, cosas que no se han encontrado antes.
¿Ha tenido miedo alguna vez ha experimentar demasiado, a pasarse de la raya?
No, en absoluto, nunca he tenido ese miedo. No estás haciendo el quinto piso de una casa, es solo un concierto: si va mal, te vas a casa y al día siguiente tratas de hacerlo mejor, vuelves al punto de partida, nada más. Como te decía antes, yo he hecho dos tipos de cosas, por un lado proyectos arriesgados, y por otros trabajos que estaban cerca de la memoria y la etnografía, por ejemplo con coros tradicionales sardos.
A menudo, escuchándole, uno piensa que su sonido es genuinamente sardo, pero no sabría explicar por qué… ¿Usted tiene respuesta?
La verdad, no. Sé que a veces hago un concierto normal y me dicen que sueno sardo. Entonces yo pienso, “¡pero si no he hecho nada!” Supongo que es algo que va conmigo y que no puedo esconder. Está en lo que digo, en lo que hago y en lo que toco. Seguramente es un sonido distinto de Marsalis, y el suyo es distinto del mío. Será el resultado de las cosas que hemos vivido, digo yo. El jazz además, que es una música improvisada, se presta mucho a echar mano de esas referencias inconscientes, que vienen de tu tradición.
Una vez le oí decir que el jazz “es una palabra vacía”. ¿Qué quería decir con eso?
«El jazz es una palabra demasiado corta, surgida en un siglo que transcurrió muy deprisa»
Debería aclarar que cualquier palabra que digamos puede ser una palabra vacía, podemos poner una palabra detrás de otra y que el resultado sea un discurso vacío. Todas las palabras hay que llenarlas de sentido. Jazz es una palabra difícil de asir, de fotografiar. Es una palabra demasiado corta, surgida en un siglo que transcurrió muy deprisa. ¿Qué quiere decir la gente que dice que no le gusta el jazz? El jazz puede ser todo. ¿Quiere decir que no le gusta Louis Armstrong, Pat Metheny, Keith Jarret…? La palabra quiere decir un montón de cosas muy distintas. ¿Y a quien no le gusta la música clásica? ¿No le gusta Monteverdi, Alban Berg, Wagner, Stravinsky? Puedes decir “no me gusta Wagner”, pero poco más…
Italia viene dando excelentes músicos de jazz de un tiempo a esta parte. ¿Qué falta para que termine de romper, de llegar al gran público?
Falta una estructura, una columna vertebral. Pero las dificultades del jazz no son distintas a las de la música italiana en general, no hay más que ver lo que pasa en televisión… Ha habido cierta voluntad política, pero no basta. Y también es cierto que mucha responsabilidad de que el jazz no sea hoy una música unida en mi país es de los artistas, que por un lado son muy solitarios, y por otro se pasan la vida viendo a los otros con ciertas reticencias. Falta la consciencia de que esta música es un lenguaje importante para la cultura italiana. Faltan ocasiones, financiación, promoción en la tele, en la radio, se escribe poco de jazz. Mira Francia, allí hay radios que pasan jazz todos los días, y premios como el Django d’Or, que tuve el honor de recibir. Falta mayor presencia, como tiene el cine…
Bueno, usted es de los músicos que han colaborado asiduamente con los directores, desde Ermanno Olmi a Stefano Landini, Ferdinando Vicentini Orgnani o Costanza Quatriglio.
«Cine y jazz son lenguajes cercanos, ambos nacidos en el siglo XX»
Cine y jazz son lenguajes cercanos, ambos nacidos en el siglo XX. Se parecen en toda una serie de aspectos, incluso en la dificultad que están viviendo. Pero lamentablemente es imposible pensar en un David de Donatello [los principales premios de la Academia de Cine italiana, equivalentes a los Oscar de Hollywood o los Goya españoles] para el jazz. Hay premios David para el mejor actor, el maquinista, el fotógrafo, el guionista… Pero para la música, aparte de para el pop y del Festival de San Remo, no existen reconocimientos. Creo que debería haber la misma atención que para el resto de las artes.
¿Por qué se le sigue negando el pan y la sal?
Hoy la relación entre contenidos e importancia del lenguaje está construido en función de los números. Dicho de otro modo: el pop vende mucho, el jazz poco. Pero las cosas han cambiado: yo hago un festival de jazz en mi pueblo [Time in Jazz] que reúne a 35.000 personas cada día. Y en L’Aquila hicimos uno benéfico que metió a 60.000… Eso demuestra que público hay: solo tenemos que llevarlo.
La pregunta invitada de…
Daniele Di Bonaventura
Paolo, me temo que esta es una pregunta que te ocupará demasiado tiempo responder, pero: ¿De dónde sacas la energía para hacer tantas cosas?
¡Porque me gusta!
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