Opinión

¿Mañana, quién se ocupará de nosotras?

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 7 minutos

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Hubo un tiempo en que los hijos
eran una seguridad para los padres y una garantía para su vejez. Pero los tiempos han cambiado, invertir en descendencia ya no es rentable. El encanto de la sabiduría ya no vende.
“No le hemos salido caro a nuestros padres. La escolarización era gratuita y de calidad. Hoy la vida es dura para los padres jóvenes. ¡Y los niños se han vuelto tan desagradecidos!”, se lamenta un padre.

¿Ingratitud u obligaciones de una dura realidad? Antes, los hijos casados vivían con sus padres o sus suegros. El número de hermanos era elevado. Las familias tenían asistentas leales que, casadas, estaban presentes para ayudar en todo momento. Los vecinos eran solidarios. Las mujeres, a cargo del hogar, podían proporcionarle ayuda a cualquier persona de su entorno que la necesitara.

La nuclearización de las familias ha afectado a la solidaridad. Ya no hay tiempo para atender a los padres

La nuclearización de las familias ha afectado a la solidaridad. Las parejas apenas encuentran tiempo ni medios para encargarse del hogar. Las distancias han aumentado, sobre todo en las grandes ciudades; los horarios de trabajo son restrictivos; los gastos y las necesidades se han disparado y… ¡las mujeres trabajan! “Imposible ver a mis padres entre semana, llego a casa sobre las siete y media de la tarde. Los sábados toca limpieza, hacer la compra, ir al hammam (los baños tradicionales)… y los domingos hay que descansar, salir a la calle. ¡El tiempo que se dedica a los padres y a los suegros es corto!”, se queja Amina.

La situación se complica cuando los mayores enferman. “Mis padres están en cama. Antes de ir a trabajar, por la mañana, me paso para lavarlos y cambiarles los pañales. Por la tarde, lo mismo. Llego a mi casa sobre las nueve. Mis hijos están desatendidos, la situación me supera, estoy agotada, mi matrimonio se rompe, me siento culpable…”, nos cuenta una Maria sin aliento. En efecto, el cuidado de los padres recae generalmente en las hijas. “A mis hermanos les toca la parte buena. Llaman por teléfono, ponen dinero, dan consejos y critican”, continúa Maria.

La gran mayoría de nuestros ancianos apenas sabe leer y escribir y el 80% no tiene jubilación

Y cuando el padre o la madre viven con la pareja, la carga para la mujer es muy pesada, sobre todo si trabaja. La tensión con el marido se intensifica. Los problemas económicos se multiplican. Sin asistencia, el coste de los cuidados es exorbitante. Los menos pudientes no pueden afrontar los gastos. A menudo se abandona al enfermo a su suerte, sin medicamentos. Los más “afortunados” se arruinan en clínicas.

La gran mayoría de nuestros ancianos es analfabeta o apenas sabe leer y escribir, no cuenta con ahorros ni con asistencia médica en caso de enfermedad. El 80% no tiene jubilación y, si la tiene, esta es irrisoria. Las viudas reciben pensiones ridículas y viven a costa de sus hijos, que también pasan necesidad. Quienes viven en zonas rurales se encuentran en una precariedad más acusada, pero se benefician de la ayuda física de los suyos, que viven bajo el mismo techo. Nuestras personas mayores viven con angustia, con tristeza. Cuando están enfermas carecen de cuidados. Si están hospitalizadas, la asistencia que reciben es lamentable. Si están en casa, viven en la esquina de una habitación oscura esperando la muerte.

El dinero: la clave

En Occidente, las personas de la tercera edad enfermas reciben cuidados gratuitos en casa y se les proporciona asistencia para aliviar a las familias. ¡La profesión de asistente geriátrico no existe en nuestro país! Las familias más acomodadas contratan enfermeros tanto de día como de noche. ¿Cuántos marroquíes pueden asumir estos gastos? “Mi padre padece Alzheimer desde hace cinco años. Tiene demencia. He dejado mi trabajo para cuidarlo. Apenas puedo alimentar a mis hijos”, se lamenta Hasna.

En Occidente, las personas mayores siguen teniendo una vida activa: sillas de ruedas eléctricas, andadores financiados por la Seguridad Social… las aceras y los autobuses están adaptados para las personas con discapacidad, los establecimientos públicos están equipados con rampas y ascensores para facilitar su acceso. Las actividades de ocio para la tercera edad están garantizadas: viajes, centros culturales, abonos de transporte, descuento en los espectáculos… Hoy las personas mayores de 60 años representan más del 10% de la población (3,4 millones). ¡En 2050 serán más de 10 millones! Los marroquíes viven más años. La esperanza de vida para los hombres es de 73 años y de 79 para las mujeres.

¿Qué será entonces de nosotros?

En las casas benéficas hay precariedad de las infraestructuras y falta personal cualificado

Las dificultades a las que se enfrentan las familias y el abandono de las personas mayores por parte de los suyos han dado lugar a la aparición de casas benéficas por todo el país. La demanda es mucho mayor que la oferta. Cuentan con el respaldo de la Institución Nacional de Derechos Humanos de Marruecos y de la Entraide Nationale (institución pública que promueve los servicios sociales), y están gestionadas por asociaciones. Iniciativas encomiables pero con grandes inconvenientes: estos lugares acogen personas mayores con enfermedades físicas o mentales, con discapacidad, abandonadas por la familia o por los hospitales.

Pero también reciben a niños necesitados, a madres adolescentes, a enfermos mentales, a señoras mayores viudas o que han sido expulsadas del hogar por sus esposos… y a la precariedad de las infraestructuras y de las instalaciones se suma la ausencia de personal cualificado: médicos, enfermeros, fisioterapeutas… ¡los empleados se ocupan de la limpieza y de los residentes! A pesar de la buena voluntad de sus responsables, estos lugares siguen siendo tristes asilos donde esperar la muerte, con dificultades económicas y con voluntarios que no pueden dar más de sí.

Dice el dicho: “Cuando la carne se pudre los suyos se encargan”.

Una sociedad que respeta a sus ciudadanos se preocupa de que estos partan con dignidad

¿Los nuestros? Tenemos dos o tres hijos, ocupados, viviendo a veces en otra ciudad o en otro país. La solidaridad entre vecinos ha desaparecido. Las asistentas escasean y, en cualquier caso, no quieren ocuparse de personas mayores. No hay centros de acogida, no hay profesionales para acompañarnos. Ni siquiera los que disponen de medios pueden vivir la última etapa de su vida con tranquilidad.

Ali, de 81 años, nos dice: “Tengo hemiplejía desde hace cinco años, así que tengo previsto –y puedo permitírmelo– ingresar en un centro especializado. Si lo hiciera, estaría mejor atendida, mi familia se sentiría más aliviada. Podría volver a mi casa de vez en cuando. Soy una carga pesada. He perdido mi dignidad. Que Dios me ayude”.

La Fundación Tahar Sebti acaba de crear un curso de formación para acompañantes de personas adultas y/o dependientes. ¿Cuántos podremos pagar sus servicios a tiempo completo? ¿Serán suficientes para nosotros? En Rabat hay una residencia de ancianos privada. En Marrakech se está llevando a cabo otro proyecto. ¿Podremos permitírnoslo? ¡Que Dios nos ampare!

Es el Estado el que tiene que implicarse. Una sociedad que respeta a sus ciudadanos se preocupa de que estos partan tranquilos y con dignidad. Hoy los liquidamos después de haber acabado con su juventud.

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