Ellas fueron esclavas (III)
Soumaya Naamane Guessous
Casablanca | 1998
[Continuación de la columna del 10 y del 22 de junio. Lea la primera parte · segunda parte]
Las mujeres esclavas hacían todas las tareas del hogar, así como la costura, el bordado, el tejido de alfombras y mantas de lana… Un gran número de ellas eran niñeras y los niños a los que criaron y mimaron las querían y respetaban. Hoy todavía podemos encontrar muchas ancianas, antiguas esclavas liberadas, que conservan recuerdos dolorosos y, en muchas ocasiones, secretos que guardan por pudor, por vergüenza, por culpabilidad. Siguen estando muy unidas a las familias y, sobre todo, a aquellos que han visto nacer y que han llevado a sus espaldas, aquellos a quienes vigilaban mientras sus madres dormían tranquilamente.
No todas las esclavas eran negras, pero la mercancía llegaba esencialmente desde África negra
Al contrario de lo que sucedía en América, en nuestro país, las mujeres estaban más solicitadas que los hombres y se vendían a un precio mayor por realizar las tareas más ingratas, tanto de día como de noche. No todas las esclavas eran negras, pero en Marruecos, la mercancía llegaba esencialmente desde África negra, transitando por el sur del país y se componía principalmente por personas raptadas durante las razzias, ataques sorpresa a pueblos, principalmente al alba.
Otros comerciantes actuaban en pequeños grupos y raptaban a los niños cerca de los pozos o en los pastos. Las esclavas blancas, una mercancía muy preciada, se vendían a un alto precio o se regalaban a los alto cargos (cabecilla, jefe de tribu). Los eunucos se vendían más caros que las esclavas blancas y solo los más ricos podían adquirirlos, aquellos que disponían de un buen harén. Los negros eran los más baratos. La juventud, la belleza, la fuerza física y la corpulencia aumentaban el precio. En cuanto a las mujeres, se buscaban otras cualidades: la destreza, la finura, pero también la sensualidad.
Se consideraba a la esclava negra como cálida y esta podía calentar al señor durante las largas y frescas noches de invierno. El calor que desprendía su cuerpo era considerado como una terapia contra todas las enfermedades que provienen de l’bard, el frío y, sobre todo, la impotencia sexual.
Era costumbre cambiar los nombres de las esclavas; poco importaba su identidad de origen
A cuántas niñas y adolescentes llamó Sidi para que le masajearan los pies antes de sufrir sus caprichos: con la esposa solo hacía el amor según las conveniencias. Con la esclava, daba rienda suelta a sus fantasías. Además, era costumbre cambiar los nombres de las esclavas. Poco importaba su identidad de origen, porque una vez compradas, se convertían en propiedad de los señores. En principio, todos los hombres se llamaban Mbarek, y las mujeres M’Barka (o el diminutivo Mbirika) que significa amuleto. Con menos frecuencia, la esclava se llamaba Mass’ouda (aquella que da felicidad) o Oum Elhkir (portadora de prosperidad), Oum Elhosne (portadora de bondad), Oum El’id (portadora de festejo), Marzaqua (aquella que da opulencia).
Se suponía entonces que la esclava daba suerte; algunas fueron rechazadas por las señoras, a quienes les parecía que tenían una cara o una mirada triste. Otros nombres, más románticos, estaban destinados a las mujeres, lo que desvela la importancia del papel que interpretaron en el erotismo: Nour-Esbah (fulgor del día), Chems-Edha (sol de la mañana), Fath-Ezhar (apertura de las flores), El-Yasmine (el jazmín cuyo aroma está vinculado a la sensualidad), El-Yacoute (el rubí), Marjana (el coral), Oud-El-Ward (tallo de rosa), Mask-Ellile (almizcle de noche), Zaïna (hermosa), Anebar (ámbar), Johra (perla), Zohra (azahar), Zaumroda (esmeralda), Gamra (luna llena), Nejma (estrella), Oude-Ennade (barra de incienso), Saultana (reina). Es evidente que las señoras, honradas, tenían nombres bastante más nobles: los de sus madres y no los de las compañeras sexuales.
Dicho esto, muchos señores fueron respetuosos con las esclavas, consideradas como criadas y no como concubinas. Las esposas poderosas y atentas vigilaban ellas mismas a los esposos para que no tuvieran intenciones para con la esclava.
“Vigilaba de cerca a mis dos esclavas porque me negaba a que mi marido, un seductor, las tocara»
Algunos señores mantenían relaciones sexuales con las esclavas a espaldas de la esposa. “Vigilaba de cerca a mis dos esclavas porque me negaba a que mi marido, un seductor, las tocara. Un día, en el hammam, descubrí que una de ellas estaba embarazada. La expulsé de inmediato de la casa, a escondidas de mi marido. A su vuelta, le dije que se había escapado.”
No todas las esposas estaban dispuestas ni eran cómplices de los maridos. Pero su opinión importaba poco frente a las costumbres y la fuerza de los hombres. Son muchos los esposos que se arrimaban a las esclavas a espaldas de las esposas. A propósito de esto, pienso en una historia de yin (genios) que me contó una tía cuyo tío vivía en Fez: “Había una casa que estaba atravesada por un río y como la esclava trabajaba hasta tarde por la noche, fue tocada por los yin. Por la noche, se ponía guapa, se perfumaba y se encerraba en una habitación para recibir allí a su amante. El yin le regalaba bonitas joyas que encontraba por la mañana, al despertar, bajo su almohada.” Esta versión fue aceptada por la familia, pero está claro que el yin era Sidi, que se colaba en la habitación de Dada por la noche, mientras que Lal·la roncaba tranquilamente.
Si las esposas podían estar atentas respecto a las tentaciones de los maridos, a veces cerraron los ojos cuando sus hijos, atormentados por la pubertad, calmaban sus ardores en las entrañas calientes de las esclavas. De ahí el testimonio púdico de Dada Fath-Azhar: “Sidi me llamaba a veces para lavarle y masajearle los pies, al igual que su hijo, hasta el día que lo comprendí y me negué a obedecer al hijo. Me quejé a Lalla, quien montó un escándalo a su hijo al explicarle que “mezclarse” con su padre era un pecado.” Dada Fath-Azhar tuvo tres hijos. Me atreví a preguntarle quién era el padre. Guardó un silencio absoluto. Prácticamente me echó. Había tocado un punto muy sensible y la abandoné con una sensación de asco y culpabilidad. La había herido profundamente.
“Llevo el nombre de mi padre, pero me siento un extraño en mi familia. Tengo estudios pero soy todavía el intruso»
Los padres no siempre reconocían a los hijos de las esclavas como suyos. Muchos de estos hijos solo obtuvieron su verdadera identidad a la muerte del señor/padre. Algunas familias tuvieron la generosidad de reconocer a sus hermanos y hermanas y les dieron su parte de la herencia. En muchas ocasiones, los hijos de la esclava viven infravalorados por su entorno, incluso después de haber sido reconocidos oficialmente. Decimos que los Oulad lakhdème (hijos de las esclavas) seguirán siendo siempre esclavos. Ellos mismos, sabiendo su procedencia ilegítima, se sienten reducidos frente a su familia. La pertenencia a una antigua esclava, raza inferior, no era precisamente un motivo de orgullo en una sociedad que ha conservado su desprecio por esta clase de seres humanos: “Llevo el nombre de mi padre, pero me siento un extraño en mi familia. Tengo estudios pero soy todavía el intruso, producto de una unión degradante”, dice A., 58 años, funcionario superior.
En muchas familias, entre las más ricas, piadosas y honradas, los oulad lakhdème nunca han sido reconocidos. Hoy siguen viviendo en su familia como antiguos criados a los que llaman para los trabajos pesados a cambio de una retribución.
Otros niños cortaron los lazos con su familia, por el rencor de no haber sido reconocidos o después de ser expulsados por los herederos. Son muchos los que ni siquiera quieren escuchar hablar del hermano o de una hermana descendiente de la esclava. L’khadem es un ser inferior: ¡reconocer tener un vínculo de sangre con su descendencia perjudicaría a muchas personas muy respetadas hoy en día en nuestra sociedad!
«Yo quería que mi familia me reconociera y hablar de ello sin vergüenza, pero ellos pensaban en la herencia»
Khaddouj, 50 años, vendedora ambulante: “Ni mis hermanos ni mis hermanas me reconocieron. Me expulsaron junto a mi madre después de la muerte de su padre. Mientras que yo quería que mi familia me reconociera y hablar de ello sin vergüenza, ellos pensaban en la herencia. Son ricos, tienen puestos importantes. La casa de su padre es un palacio y su apellido es muy conocido. Yo vivo en una habitación con mi marido y mis cinco hijos. Ya no quiero volver a verlos. La mujer de mi hermano me echó en el momento en que le dije que mi madre había fallecido y que no tenía dinero para enterrarla. Mi hermano me ha prohibido llamar a su puerta. Cuando le recordé nuestro vínculo de sangre, me respondió que mi madre era una prostituta. Sin embargo, ella llegó a su casa con 7 o 10 años. Solo salió de ella a su muerte. Su señor la quiso mucho, pero no hizo nada ni por ella ni por mí. ¡Qué Dios lo maldiga!”
Khaddouj y muchos otros hijos de la vergüenza forman parte de una cultura que hoy parece escandalosa. Son muchos los que nacieron en el silencio y que vivieron y murieron en la indiferencia. Su único error fue que sus madres fueron raptadas, vendidas y explotadas hasta lo más íntimo por hombres bárbaros e ingratos.
El comercio de esclavos continúa en muchos países, entre ellos Mauritania y Sudán
Pero si el fruto de estas injusticias continúa sufriendo, ¿ha sido la esclavitud definitivamente abolida? ¿Han dejado los seres humanos de ser raptados para ser dominados o satisfacer los deseos bestiales de sus señores? La Organización Internacional del Trabajo estima que actualmente hay 250 millones de esclavos en el mundo. El comercio de esclavos continúa en muchos países, entre los cuales están Mauritania y Sudán.
En Marruecos, la esclavitud fue oficialmente abolida a principios de siglo y los últimos zocos de esclavos habrían desaparecido sobre los años treinta. Sin embargo, algunos comerciantes continuaron ilegalmente con el comercio, pero hoy, la venta de esclavos ha desaparecido totalmente. ¿Podría aventurarme a decir, prudentemente, que hoy en día la suerte de algunas sirvientas recuerda a veces a la esclavitud?
© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Femmes du Maroc · Dic 1998 | Traducción del francés: Alejandro Yáñez
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