Javier Ruibal
«Mis canciones de amor son de amores en tránsito»
Ilya U. Topper
Al otro lado de tres mil kilométros de Mediterráneo, desde El Puerto a Estambul, aparece Javier Ruibal en la pantalla de Skype. A sus espaldas, un gran mapamundi; más lejos un par de guitarras en la pared. Es su vivienda en su tierra andaluza de toda la vida. Javier Ruibal (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1955) lleva ya 35 años en lo de la música: su primer disco, Duna, hoy inencontrable, salió al mercado en 1983. Siguieren Cuerpo celeste ((1986) y La piel de Sara (1989) hasta aquel redoble de tambor que fue Pensión Triana (1994), que lo consagró definitivamente… para un círculo de seguidores relativamente reducido. Esos seguidores que durante más de una década se preguntaban por el secreto de su no éxito en términos comerciales, el enigma de que el músico no fuera aclamado en estadios de toda España, y más aún tras la maravillosa Contrabando (1997).
Su música, esa inimitable fusión de flamenco, jazz, blues, melodías magrebíes y ecos clásicos fue inspirando a unos cuantos de su tierra – en la prensa inglesa citan a Radio Tarifa – pero Ruibal fue en cierto sentido un maestro siempre menos visible que sus epígonos. Con el nuevo siglo y Las damas primero (2001) y Lo que me dice tu boca (2005) y finalmente Quédate conmigo (2013), amén de un par de recopilatorios, el nombre de Ruibal se fue filtrando cada vez más al público, a veces más en el extranjero que en la propia España: no faltaban giras por Nueva York, Inglaterra, Suiza, Argelia e incluso Estambul.
Treinta y cinco años después de Duna, Javier Ruibal lanza otro disco más: Paraísos mejores, una experiencia tan emocionante como entonces.
La experiencia de sacar un disco en la segunda década del siglo XXI ¿es algo muy diferente a lo que era hace 20 años?
Es casi una proeza. Sobre todo desde que me independicé empresarialmente y creé un sello, una editorial, una productora, un estudio, todo eso exigió una inversión que se pone en juego cada vez que saco un disco. Con el disco anterior financio el nuevo. Estoy muy contento ahora, porque tengo disco nuevo, pero mi cuenta corriente está tiritando.
¿Y artísticamente? La gente antes apreciaba discos, ahora parece que más bien aprecia canciones: se escogen a menudo individualmente en las redes sociales.
«El vértigo no está relacionado con tener tantos seguidores, sino con tu propia coherencia»
Si yo hiciera obras monográficas, como si fuera una sinfonía, pues sí. Pero hago canciones, eso no lo puedo remediar. Con ese concepto de canción que está entre el cuento y el poema. Ese formato que requiere concreción, viveza musical y poética, brevedad y al mismo tiempo algo que te pida oírla de nuevo, requiere hacer canciones de tres o cuatro minutos, y muchas. Se corre el riesgo de lanzar en la red un puñado de cosas y que solo se oiga una o dos, si es que se oye. Pero yo confío mucho en los seguidores.
Que los tiene, nos consta…
La gente que busca encuentra. Y a quien me buscó y me encontró, espero no haberle defraudado. Alguno seguro que se habrá dado de baja… Cuando sale el disco, el que tiene un concepto más clásico de apoyar a un artista, se compra el disco. Y el que no, descarga algunas canciones pagándolas porque yo no las tengo en libre disposición, salvo cuando ya han pasado un par de años desde la publicación, que ya se pueden escuchar en Spotify.
Los de Cádiz recordamos la época en la que ser seguidor de Javier Ruibal era algo casi secreto, casi de iniciados, pero ya le hemos visto ocupar mesas de promoción en Madrid… ¿ha cambiado eso la vivencia de hacer música?
No. Te da un poco más de sosiego, te sientes más acompañado, pero no hago consideraciones de ‘Ya soy un valor consolidado’, porque tú tienes la consistencia que tiene tu última entrega. Si ha llegado a mucha gente y es querida, un puñado de esas canciones se quedan seleccionadas en el gusto particular de cada uno. Pero aquí seguimos en el alambre, andando como el funambulista, esa inestabilidad sigue. Creo que incluso la sienten los creadores con más repercusión. Porque es un vértigo que no está relacionado con tener tantos seguidores, sino con tu propia coherencia: saber si lo estás haciendo mejor que en la última entrega, si estás aportando novedades o si estás pisando otra vez el mismo plano.
¿Y cómo se consigue hacer las cosas cada vez mejor?
El criterio es hacer las cosas como dice Caballero Bonald, al que cito constantemente, porque me parece una referencia de sabiduría en la creación: escribir con esmero y con un criterio de excelencia. No entregar nada en lo que no te hayas empleado realmente a fondo, y cuando cierras, firmas el poema, la canción, es porque sabes que has hecho todo lo posible para que sea de la mejor factura.
Decir Javier Ruibal es decir un estilo inconfundible: sigue siendo decir Pensión Triana. ¿Cómo se consigue durante tres décadas seguir siendo fiel a un estilo propio, pero sin autoplagiarse?
«Cuando ves que estás copiándote o repitiendo algo, un pasaje musical, una idea, procura descartarla»
En la vida hay que saber quererse. Hay que saber perdonarse y hay que saber estimularse. Hay que encontrar el equilibrio entre el ego exultante y ese lado un poco pesimista que puede haber en uno… No sé cómo explicarlo. El estilo ha ido conformándose al manejar unos materiales, que son: una música originariamente folclórica, en el sentido de popular, como es la música andaluza, que abarca mucho más que el flamenco. Y sobre ese contexto, como si fuera un lienzo, pintas con colores que vienen de otras culturas y otra música, que me han llegado de discos, radio…
¿Así se puede seguir siempre?
Eso se sigue repitiendo, porque sigo con la misma curiosidad de entonces: oigo a una cantautora mexicana que se llama Laura Murcia, que me inspira muchísimo, y que apenas tiene diez canciones publicados, oigo a Alberto Alcalá, que ya tiene unos discos y tiene algo de mi estela, porque por crianza es posterior a mí. Oigo a algún músico de jazz nuevo, que me sigue provocando entusiasmo. Es cuestión de permanecer abierto, respetarte a ti, pero también ser exigente contigo.
¿En qué consiste ser exigente?
Cuando ves que estás copiándote o repitiendo algo, un pasaje musical, una expresión o idea que ya dijiste, procura descartarla. Para eso puedo llegar a ser incluso enfermizo: no, no, este verso recuerda a aquel, aunque no diga lo mismo, pero fuera, se descarta. O ese pasaje musical, esta secuencia melódica, ya está en medio de otra canción, no la voy a usar. ¿Por qué? Porque ya está ahí, eso ya lo dije. Eso te provoca una limitación pero te obliga a buscar nuevas propuestas.
Aparte de usar música andaluza, usted ha hecho también canciones muy flamencas. Nunca ha tenido acusaciones de intrusismo como las que ahora se lanzan tanto en las redes sociales con el asunto de Rosalía?
[Silencio] El miedo lo tenía. Pero como también tenía mucho respeto procuraba no banalizar el hecho de usar el flamenco en mis composiciones. La banalización, hacer las cosas para salir del paso… eso no. Yendo con respeto y avisando desde el principio, porque lo he dicho una y mil veces: no soy un flamenco, porque no me formé como tal, no me sé todos los cantes ni todo los toques, pero soy muy buen aficionado y me gusta mucho, e igual que me influyó Celentano en su día, o Lennon, o Paco de Lucía, uno se deja influir y dibuja sugerencias, coloridos, tonalidad…. Volviendo a Caballero Bonald: con la máxima entrega. Y tuve la suerte que los flamencos que más admiraba me acogieron muy bien y me dieron siempre un: Tú eres de los nuestros.
¿Y qué piensa de la polémica que hay ahora?
En el flamenco, el intrusismo descarado no se perdona. Pero lo vocacional que pueda tener alguien que se acerca al flamenco y vaya haciendo cosas es bien recibido, salvo por gente muy cerrada que no admite nada. Y Rosalía… su única obligación ahora es ser feliz con lo que hace. No va a dejar de existir el flamenco jondo porque exista Rosalía ni al revés. ¿Me explico? Tenemos que intentar hacer las cosas que más nos gustan y como nos gustan. A mí me acogieron siempre muy bien, y sigo con el criterio: respetando se puede llegar a cualquier lado. Sin respeto, no.
A la acusación de apropiación cultural que se le hace a Rosalía por no ser gitana, creo que usted ya ha respondido con una canción de su último disco, la de ‘La geisha gitana’, que dice: Ahora nacen los flamencos en donde les da la gana… en alusión a Japón.
«Seguir pensando que Latinoamérica es un producto de España es algo narcisista y tontorrón»
Hice esta canción por dos cosas: movido por la simpatía por aquellos otros que como yo se acercaron al flamenco con vocación y estímulo, y luego por la ternura que me inspira gente de una cultura tan distante, cómo se apasionan con el flamenco, pero ya no solo con la música sino con lo cultural flamenco, que va desde el tapear, el trasnoche, a la peña… todo una manera de saber esperar que el cante o el baile surja, estar hasta las tantas, es todo un ceremonial. Y he visto a flamencos japoneses que son impresionantes. Impresionantes. Con lo cual aproveché para romper una lanza por ellos y decir a los puristas: no seamos tan puros, tan puros, que a lo mejor nos convertimos en infumables.
¿Hacer un concierto en directo hoy, en la época de Instagram, también es distinto que hace veinte años? ¿Está la gente más pendiente de documentar lo que vive que de vivirlo?
Antes, los protagonistas eran los artistas. Ahora, todo el mundo se siente protagonista de su vida particular, y no me parece mal, ¿eh? Pero hay una oleada de exceso, en la que todo el mundo se hace la foto al pie de la muralla china, o fotografía el plato que está comiendo, o saca un pequeño vídeo de tu concierto. Llegaremos al hastío, terminaremos de cansarnos de eso. Lo único que me da rabia es cuando graban con un móvil que graba mal, ponen un vídeo que suena mal y eso invita poco a ir a verte al próximo concierto.
Pero la interacción entre el público y el músico, ¿eso no ha cambiado?
La gente que viene a oírme prefiere estar conmigo, porque el disco ya se lo ponen en casa o en el coche. Hay cosas que a mí no me suceden, no aparecen miles de personas con el teléfono grabando. No ser más masivo perjudica la divulgación, pero prefiero un público que asista a un acto de intimidad.
Recordamos la época en la que ver un concierto de Javier Ruibal, salvo que fuese uno grande, era un dúo de guitarras: Ruibal con Antonio Toledo, Ruibal con Tito Alcedo. Ahora usted suele salir en los directos con su hijo Javi Ruibal a la batería y un grupo de dos o tres músicos… ¿Ha cambiado eso su forma de hacer música?
No. Yo creo en la canción lo mismo cuando la canto solo como cuando la canto en un dúo o un sexteto. Afortunadamente, es lo que me permite vivir: que yo pueda ir a tocar en un formato muy pequeño, valerme con mi guitarra solo, o ir con una gran banda. A mí no me excita mucho más una cosa que la otra. Cuando podemos, hacemos la fiesta a lo grande, pero cuando no, la hacemos reducida, pero con las mismas ganas.
En este último disco, usted canta con el brasileño Chico César, con el dominicano Juan Luis Guerra… ¿Desde Cádiz, América sigue siendo la costa más cercana, más que, por ejemplo, Marruecos?
Y más que Europa, también. Esto ha sido siempre mi placer: acercarme a sus sonoridades. Y no solo como gaditano, que somos de aluvión, gente ecléctica, sino como individuo me gusta mucha esta vertiente que tiene nuestra lengua y nuestra…
¿…?
…iba a decir nuestra cultura, pero no. Nuestra conculturalidad. Porque aquello es otra cosa. Si seguimos pensando que Latinoamérica es un producto de España, algo narcisista y tontorrón estamos diciendo. América, Latinoamérica, es una entidad en lengua española absolutamente autóctona, que hay que estudiar y de la que hay que aprender. Si no, estamos siempre con lo de la madre patria y bah, estupideces. Y de Chico y Juan Luis, qué voy a decir, que son artistas espléndidos, con una profundidad poética grande, que me gusta mucho, pero al mismo tiempo con una riqueza musical muy grande.
¿Tener ambas cosas no es tan frecuente?
Son artistas que escapan de esa etiqueta antigua de cantautor de poca música y mucha letra, de muy buen poema, pero con una musiquita para salir de paso. Eso ya no se da tanto, cada vez los cantautores son mejores músicos también. Esas dos canciones que canto con ellos son un poco conmemoración de mis 35 años o más de mi paso por la música, para darme el gusto de contar a mi gente que uno tiene complicidad y amistad y cariño con artistas muy notables de otros lugares.
El disco termina con ‘Perla de la Medina’, una canción del disco Contrabando (1997) pero cantada ahora en árabe. Esto no es algo frecuente en la música español.
Es algo absolutamente infrecuente. Salvo Lole, de Lole y Manuel, no conozco a ningún artista español que haya cantado en árabe. Puede ser, pero lo desconozco, María del Mar Bonet, que es muy mediterránea. Pero no lo sé.
¿Y por qué es tan raro hacerlo? Por distancia geográfica no será.
«En un tiempo en el que se demonizan los países de lengua árabe y religión islámica hay que hacer señales»
Porque vivimos en un mundo compartimentado, en el que las limitaciones geográficas se convierten en rasgos de identidad peligrosos. Solo por los avatares de las distancias tan insuperables antes, Babel se incrementó en lugar de reducirse. Yo no sé hablar árabe, pero qué excitante la idea: una canción que habla de un posible amor entre una musulmana y un cristiano… No es que mi misión en la vida sea esta, pero está muy bien de vez en cuando hacer un guiño de afecto y de cordialidad con una cultura y una manera de estar en la vida que también fueron nuestros en cierto tiempo. En un tiempo en el que se demonizan interesadamente los países de lengua árabe y religión islámica, para que se asocien a violencia y abuso, hay que hacer señales, y yo aporto esto: cantar en árabe la ‘Perla de la Medina’.
Un tiempo en que, para sopresa de muchos, un partido de ultraderecha ha ganado escaños en Andalucía. ¿Nos revelamos más racistas de lo que pensábamos?
El porcentaje que ha votado esto es un cachito. ¿Por que ha votado eso? Porque el mensaje de que inmigración igual a delincuencia ha corrido como la pólvora. ¿Y quién ha encendido esa mecha? La propia derecha que se suponía democrática, europeísta, por supuesto firme en cuestión de fronteras pero no xenófoba, no racista, dejó correr esa idea. Políticamente todavía adolecemos de mucho desconocimiento, hay cierto cretinismo político aprovechado por esta opción tan antifeminista, radical, tan neofascista. Era previsible que ocurriera pero no en la medida en que ha ocurrido. De todas formas, éramos la rareza en Europa, y ya no somos la rareza: en todos los países de Europa han aparecido radicales.
¿A qué se debe ese proceso?
Ayer oí una entrevista con Jorge Drexler y comentó que el que va a un lugar debe poner de su parte también para aprender a querer ese sitio, para degustarlo, disfrutarlo, para amigarse, no para desnaturalizarse pero sí para estimularse. Creo que uno de los grandes defectos que ha tenido Europa es que ha descuidado el hecho de que se produzcan guetos, cuando tendría que haber buscado la manera d integrar. Creo que no se le puede exigir al que viene que no se atrinchere y se meta en un gueto si no se le ofrecen las opciones suficientes. Pero también creo que el que viene, y tiene razón Drexler en eso, tiene que venir en un estado esperanzado y abierto, no en balde si has venido es porque no tenías ciertas oportunidades que ahora tienes. Gózalas, disfrútalas, sé parte de ellas, no te aísles y te limites a sacar tu tajada económica de tu presencia en este país.
¿Responsabilidades en ambos lados?
Son muchos factores. Pero desde luego, la mecha que ha encendido eso es la derecha supuestamente democrática que ha dejado que corra el binomio inmigración igual a delincuencia. O llamada masiva: nos van a quitar todo lo nuestro. No es verdad. Se sabe por estudios que para mantener el propio sistema – un sistema con el que yo cada vez discrepo más, pero bueno – qué porcentaje de inmigración necesitamos exactamente para poder mantener nuestros niveles de vida para nosotros y para los que vengan. Y falta mucha gente, muchísima gente. Porque no tenemos natalidad suficiente.
Un dato que se dice poco en campaña.
Es deplorable lo que ha pasado, es injusto, vamos a ver cosas muy tristes y muy feas, y hay que defenderse contra estos maximalismos totalitarios en los que solo se pretende que volvamos a la Edad Media. Porque tanto se critica si el pañuelo islámico… si la mujer en su casa… y luego sale esa gente que solo quiere volver al tiempo de Isabel La Católica y a la Inquisición. No entiendo nada. No se combate el mal con otro mal.
No sé si es la primera vez que en un disco suyo sale una canción de carácter tan acusadamente político como es ‘Cuenta conmigo, compadre’, azotando la corrupción. ¿Ya era hora de tener una canción política o qué le ha llevado hasta allí?
«Los políticos se convierten en empleados del Ibex 35 y el mundo financiero»
Me ha llevado hasta allí la indignación. Y no es una canción contra los políticos sino contra los sinvergüenzas. Hubo un tiempo en el que ciertos políticos dignificaron el término, el oficio. El político es un tipo que tiene que ser de utilidad pública. Si no, será un filósofo u otra cosa. Pero se ha convertido en una especie de gueto laboral en el que ellos se lo guisan y se lo comen, y mientras están ahí dan mordidas al dinero público y al dinero privado: yo te doy tal licencia y tú me das tal dinero para mí. Eso es sinvergonzonería, es abuso.
Al margen de las ideologías…
Yo puedo entender que una persona sea conservadora y tenga sus devociones, su criterio sobre la propiedad privada. Lo que no entiendo es que se convierta esto en un nuevo espacio para el abuso. Ya hicimos retroceder en la medida de lo posible, un capitalismo brutal a un capitalismo menos brutal. No: ahora estamos con un capitalismo tan brutal como el que teníamos pero encima con la coartada de que hay elecciones y democracia. Y los políticos se convierten en empleados del Ibex 35 y el mundo financiero. Están solamente para gestionar que el sistema no caiga y el Estado pueda endeudarse con los bancos para hacer cosas. Han dilapidado todo el patrimonio nacional, el que hubiera, han saqueado todo, lo han privatizado todo, ¿y ahora qué nos queda? Solo ir al banco y pedir un crédito.
¿Qué más queda?
Creo que tiene que haber una redignificación del término. Lo vemos en algunos lugares con un campo más reducido, pero yo lo quiero a nivel nacional y a nivel planetario. Ya en ‘Los huérfanos de la Pensión Triana’ [Quédate conmigo, 2013] señalé a la seudoizquierda, a los que se convirtieron en empleados del banco que les daba el crédito para que fueran a las elecciones. Así que menos Oh, el pueblo tiene razón. No no: usted lo que tiene que hacer es gestionar el bienestar de las personas.
Recuerdo un día de 2003, en plena invasión de Iraq, usted y Juan José Téllez dieron un recital bajo el lema de No a la guerra. Dijo entonces que tal vez un artista no debería hacer panfletos pero si los tiempos corrían así de mal, pues “tendrán panfleto y panfleto”. ¿Seguimos en tiempos del panfleto?
Sí, es necesario. Lo que no puede hacer uno es poner toda su creatividad al servicio de la consigna y la reclamación. Eso tampoco. El hecho puntual de ‘Cuenta conmigo, compadre’ es el escándalo de la suplantación… ya incluso de las licenciaturas universitarias, ya estamos tocando fondo. Aunque esto es un mal menor respecto al hecho de invadir países para hacer un negocio primero de venta de armas y luego de reconstrucción de los destrozos de esas propias armas, porque ese es el negocio de la guerra. La guerra era muchísimo más sangrante, valga la expresión.
En aquel concierto del No a la guerra, usted cantó ‘Boca de rosa’: habla de la base militar de Rota pero arranca en un puticlub, como algo normal. Y qué decir de ‘Pensión Triana’, una casa de putas de toda la vida. Ante el enorme debate sobre la necesidad de abolir la prostitución por la explotación que supone ¿aún se puede representar como algo normal en una canción?
«La prostitución es la separación radical de sexo y amor»
Es desgraciadamente normal. No ha cambiado nada. La prostitución existió siempre. Porque existió el machismo, porque existió la sociedad patriarcal. No hay otra. A la mujer no se le respeta nunca, nada. No hace falta que sea prostituta. No se la respeta, no se le da el lugar que se debe, ni culturalmente, ni social o laboralmente, tampoco. Todo eso no va a cambiar mientras uno no interiorice que tiene un montón de bagaje machista que se tiene que ir quitando de encima. Si empiezas por no ejercerlo tú con tu pareja, con tu gente más inmediata, el proceso es imposible.
¿Tiene una postura respecto a la abolición?
Aquí me parece que se habla mucho, se habla, se habla. Lo que no hay es un consenso frontal contra la violencia de género, contra el abuso, contra las leyes que permiten la desigualdad de las mujeres. Se llegan a ciertas pequeñas leyes de horarios compartidos, padres y madres pueden hacer la crianza igual. Eufemismos al fin y al cabo. No se va a lo esencial. Y lo esencial tiene que cambiar persona a persona.
Entonces, sus canciones…
Estas canciones… bueno, hay que leer a Plauto como en tiempos de Plauto, y ‘Pensión Triana’ como en el tiempo en el que se hizo, cada cosa tiene su contexto. Lo importante es: esta reflexión que estamos haciendo ahora entonces no nos lo habríamos hecho. Me alegro de que esto suceda: plantearnos si aquello que dijimos estaba mal. No dar por hecho de que esto es así. Fue así, pero se puede cambiar.
Hubo un tiempo en el que era normal que un adolescente se iniciara en el sexo con una prostituta, que es lo que narra ‘Pensión Triana’.
Claro, pero también por un defecto de educación, por unos rituales asumidos por gente que a su vez… Si tú a tu hijo lo llevas de putas es porque fuiste putero y a ti te enseñaron hacerlo así y tú sentías pánico absoluto, un miedo absoluto de no saber qué hacer con una mujer, cómo tratar a una mujer en cuanto a su sexualidad. Es separar sexualidad de amor. Ahí es donde se produce el disloque: la prostitución es la separación radical de sexo y amor. ¿Por qué sigue? Porque el varón prefiere no complicarse la vida. Es mejor pagarse a una puta que tener una novia ¿no?. Creo que es un defecto absolutamente de nosotros, es culpa de los hombres, en la medida que nos toca.
¿Y cómo se quita uno este bagaje?
Hay que corresponsabilizarse, procurar ser más respetuoso. Hoy por hoy probablemente no escribiría ‘Pensión Triana’ ni ‘Boca de rosa’ de la misma manera. Aunque en ninguna de las dos… Se habla del Pekín, que es el puticlub de Rota, y de la Pensión Triana como de paisajes en los que ocurren otras cosas. En ‘Pensión Triana’, en medio de un paisaje de toreros que se van de putas, yo tengo una pasión, estoy totalmente enganchado a soñar una historia de amor con una mujer que vive ahí. Es lo que me salva un poco, aunque… Hagamos consideraciones como esta, que es muy importante. No seguir acometiendo todo desde el lado de dominio, que es nuestra tradición, donde manda el hombre.
En sus canciones, cuando habla de amor, siempre habla también de sexo y viceversa ¿me equivoco?
Es que las dos cosas van implícitas. La excitación sexual es solo excitación sexual, pero también tiene que haber algo de ofrenda, de ofrecimiento: lo poco o mucho que yo pueda hacerte gozar, prefiero hacértelo gozar a ti, que te amo, con quien tengo sentimiento de complicidad, incluso de hermandad, de humanidad.
¿Es por eso que en sus canciones de amor hay un toque a menudo sensual, de hablar del cuerpo?
«Si un amor se acaba, según ese concepto, uno pierde una propiedad. Y eso es repugnante y peligroso»
A mí me gusta el cuerpo presente [risas]. En esto del amor, la sensualidad, la piel, el tacto, el sexo puro, es lo único que puede distanciarnos de la pornografía: amo tu sexo como te amo a ti. Si no, sería: para unas cosas eres tú, para otras es tu cuerpo. No. Está todo relacionado. Esas cosas que pongo en las canciones me las digo a mí mismo. No son pequeños juguetes poético-musicales, son pequeños autorretratos. Fotografío mis carencias, mis estímulos, mis deseos, los pongo ahí y se lo cuento a los demás. Y como uno no es extraterrestre, vale para casi todo el mundo: los que me siguen se sienten reflejados.
Hace poco hubo otro debate en las redes sobre si Amaral era machista o no, y hubo quien reflexionó sobre si la típica canción de amor eterno, al dar a entender que el fin de una relación amorosa es el fin del mundo, ¿no consolidaba una equiparación peligrosa de amor y muerte?
Si uno pierde un amor, ¿se muere? Eso no. Si un amor se acaba, según ese concepto que hay que combatir, uno pierde una propiedad. Y eso es altamente repugnante y peligroso. La mayoría de mis canciones de amor son de amores en tránsito, amores que fueron y ya no están. Pero lo que queda de ellos es algo exultante, algo profundo y hermoso. Es renunciar al hecho posesivo sobre la persona amada a cambio de seguir conservándoles un lugar predilecto en tus recuerdos emocionales. Ahora, la tragedia que se pinta en el amor eterno, un destrozo, como que uno se va a morir…
¿Esa no la ha cantado nunca?
También en alguna canción lo habré hecho. Pero otra dice: Guárdame tus pasos por mi vida y la tarde en la mirada, y toda la mar detrás. Y el poniente en la cintura, si pude quererte más, guárdame también la duda…. Me quedo con lo esencial: sigue tu camino, si todo es tránsito. Sigue tu camino, no me hace infeliz, que ya no queramos estar juntos porque lo que haya entre nosotros ya no es exultante y bello, pero no perdamos lo bello que fue, lo poco o mucho que hubo, eso hay que guardarlo porque ahí conforma uno su sentimentalidad, se fortalece y puede considerar: soy una persona que ama, o soy un aprendiz de amante.
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© Ilya U. Topper | Especial para M’Sur
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