Hacia el hijo único (II)
Soumaya Naamane Guessous
Casablanca | 2011
Continuación de la columna Hacia el hijo único de Soumaya Naamane Guessous.
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Tener un único hijo no protege contra el estrés ni contra la ansiedad.
Una fuente de tensión para los padres es resolver quién cuida a los hijos en su ausencia. Cuando los padres pueden pagar a una criada, sufren menos. Pero el personal doméstico y su costo son cada vez más inaccesibles. Donde antes había un clan familiar ahora aparecen familias nucleares, ya que las parejas jóvenes toman la decisión de vivir solas con sus hijos.
Cuando la mujer trabaja, cuidar a los hijos se transforma en un problema. Si los padres de la pareja viven en la misma ciudad, el niño se queda con ellos cada mañana y se recoge por la noche. En las grandes ciudades, las distancias entre el lugar de trabajo, el hogar y los padres están tan lejos que los acompañamientos son caros y causan estrés. Si la pareja tiene coche, es menos costoso, pero sin coche es terrible. Algunas parejas dejan al niño en la casa de los padres de lunes a viernes y lo recogen el fin de semana. Podemos adivinar los efectos de esta inestabilidad sobre el niño.
Las parejas cuyas familias no viven en la misma ciudad sufren mucho. El número de guarderías privadas es insuficiente para cubrir las necesidades, las guarderías de calidad están abrumadas y tienen listas de espera de uno a dos años, y el precio es muy alto en comparación con los medios de los padres. La falta de las guarderías públicas o de espacios equivalentes en las empresas donde trabajan los padres también contribuye a la necesidad de decidirse por el hijo único.
Hay guarderías improvisadas por mujeres en los barrios pobres que cuidan a varios niños
A veces, el niño se deja en la casa de una vecina a cambio de una remuneración. Hay guarderías improvisadas por mujeres en los barrios pobres que cuidan a varios niños en condiciones que no se ajustan a los estándares de higiene y pedagogía. Mientras que el niño necesita un espacio adecuado, con niños de su edad, para su desarrollo, pasa el día con adultos no cualificados y se somete a dos tipos de educación: «No tengo otra opción que dejar a mi hijo en la casa de una vecina. Esto no es ideal porque su mentalidad está lejos de la mía. Adquiere malos hábitos y lo tengo que regañar para darle una educación que se corresponde con mis ideas”, dice Nadia, secretaria ejecutiva.
Muchos niños se desestabilizan aún más cuando los padres se ven obligados a dejarlos en la casa de diferentes personas, según su disponibilidad: «El pobre, desde su nacimiento daba vueltas de casa a casa. Y aun así me alegro de que tengo familia para dejarlo con ella».
A partir de los estudios primarios, al niño ya no se le puede ir mandando de una parte a otra, de los abuelos maternos a los paternos, las tías y los vecinos. Aquí surge el problema de quién lo cuida a la espera del regreso de los padres: «Nada es fácil para nosotros. Vivimos en un país moderno, pero con pocas ventajas y muchas desventajas. Mi hijo nos está esperando en la casa de los vecinos, tienen cuatro hijos y no puede hacer las tareas hasta que llegue a casa. No le daré las llaves de la casa porque temo por su seguridad. Estoy abrumada, me deprimo. Nunca tendré otro hijo».
Cuando la madre está trabajando, la tarea que la espera por la noche, en casa, pesa: «La limpieza, las comidas, la ropa y el planchado, el tiempo que debo asignar a mis padres y suegros, el seguimiento de la escolarización de mi hijo… Nunca tengo tiempo para respirar. ¿Qué haría con un segundo hijo?»
Tener un hijo único: ¿egoísmo o realismo?
Las parejas aspiran a vivir por sí mismas, a existir como personas y no solo como padres
Tener otro hijo puede ser una opción, pero es raro entre parejas que dan prioridad a la calidad de vida. La mayoría de los padres se ven obligadas a limitarse a un solo hijo por razones económicas, pero también porque las parejas aspiran a vivir por sí mismas, a existir como personas y no solo como padres. Los hombres y las mujeres tienen actividades no profesionales y aspiran a tener tiempo libre para el ocio: «Un niño requiere tiempo y disponibilidad moral y física por lo menos durante los primeros 10 años de su vida. Los padres y especialmente las madres se sacrifican hasta que sus hijos se vuelvan autónomos. Hay que seguirlos, supervisarlos y controlarlos, especialmente durante la adolescencia. Si tengo un segundo hijo, arruinaré mi vida y la de mi pareja”. El aumento en la edad del matrimonio es otro argumento: «Me casé a los 32 años, mi marido tenía 37. Cuando nuestra hija terminara sus estudios, tendré 56 años. No me veo cuidando a otro hijo con sesenta años. A esa edad, me gustaría descansar y disfrutar de la vida”.
Por otra parte, en el esquema tradicional, la mujer, trabaje o no, cuida la casa y sus hijos, mientras que el marido tiene una vida independiente. Las parejas modernas tienen una vida en común, comparten actividades fuera del hogar: «Si tengo un segundo hijo, no podría disfrutar con mi emarido, salir por la noche, viajar. Me niego a sacrificar a mi marido y los buenos momentos que puedo compartir con él».
Si los argumentos de los hombres se refieren sobre todo a los medios financieros, los de las mujeres también aluden a su salud, su bienestar, su juventud, que puede verse afectada por un segundo hijo: «La madre tiene más carga que el padre. La mujer moderna lleva una gran responsabilidad y cuantos más hijos tiene, más se olvida de sí misma y se convierte en una máquina al servicio de su familia”.
La carrera laboral de las mujeres, otro argumento a favor del único hijo: «Una mujer debe tener disponibilidad para tener éxito en el trabajo. Es una elección. Mi trabajo es importante para mí. Tengo viajes que me satisfacen porque descubro países y culturas. Con un niño ya me cuesta. Para mi equilibrio y el de mi pareja, no tendré otro».
Muchas parejas con visión de futuro, incluso entre las clases pobres, hacen proyecciones de futuro: «Tengo 39 años», dice un jefe de una empresa. Cuando mi hijo tenga su bachillerato, tendré 50. Creo que a esta edad debo pensar en mi jubilación y empezar a vivir tranquilamente, en lugar de tener otro hijo y de ocuparse de su educación…”
Limitarse a un hijo es una decisión que se hará cada vez más común, por mucho que lo lamentan la mayoría de las parejas y su entorno.
«Mis suegros me están acosando para tener un segundo hijo con el pretexto de que Dios proveerá»
«Siempre he soñado con una gran familia. Quería tener dos niñas y dos niños, ¡pero la realidad me obliga a limitarme a un niño! Mi marido y yo lo lamentamos, pero no tenemos otra opción”. Las parejas ya no cultivan la creencia de que los niños nacen con un pan bajo el brazo, aunque su familias, sí: «Mis suegros me están acosando para tener un segundo hijo con el pretexto de que Dios ya nos dará con qué mantenerlo. Se ofrecen a ayudarme. Pero lo más difícil no es criar a un bebé, sino acompañarlo hasta la edad adulta”.
Lo que les duele a estos padres es el deseo del niño de tener un hermano o hermana: «Me conmueve cuando mi hija de 6 años me pregunta por qué no tiene una hermana como sus amigas». También está la angustia de perder al único hijo: «Es mi obsesión», dicen varios padres.
A esto se suma el temor a la pérdida de la solidaridad familiar y el cuidado de los ancianos: «Si tuviéramos dos o tres hijos, estaríamos tranquilos. Con un solo hijo, me pregunto quién nos cuidará en la vejez. Además, las familias numerosas tienen su encanto y constituyen una red de solidaridad social”.
Todo ello lleva a una intensa frustración de las parejas que no pueden cumplir su sueño frente a las restricciones de la realidad: «Sé que me arrepentiré más adelante», dice una doctora, “pero humanamente y materialmente no puedo asumir la responsabilidad de otro hijo”.
El trabajo de las mujeres es en parte responsable de la rápida disminución de la tasa de fecundidad. Pero a esto se agrega el hecho de que nuestra sociedad ha entrado en una era de consumo masivo y la multiplicación de necesidades que rompe todo presupuesto. Todos los jóvenes son unánimes en la opinión de que la vida se ha vuelto demasiado difícil y demasiado costosa: «Se requieren muchos recursos en este mundo moderno para vivir cómodamente. Incluso con pocos medios, nos vemos obligados a estar en sintonía con los tiempos; de lo contrario estamos marginados y nuestro hijo tendrá desventajas en comparación con los niños de su edad. Eso afectaría a su desarrollo”.
Mucho antes de considerar el matrimonio, hombres y mujeres jóvenes están ansiosos por la educación de sus futuros hijos. Los más atrevidos deciden de antemano no tener más de dos hijos, independientemente de su sexo.
Por lo tanto, la tasa de natalidad continuará cayendo, a menos que la política educativa mejore y las parejas ven que, mediante las reformas, necesarias, se les garantizarán servicios e infraestructuras acordes con la modernidad en la que Marruecos está entrando cada vez más. De lo contrario, pronto afrontaremos las muchas desventajas del envejecimiento de la población.
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© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Famille · 2011 | Traducción del francés: Amine Zekraoui
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