Javier Cercas
«No puedes combatir el mal sin comprenderlo»
Alejandro Luque
Aunque en la rueda de prensa de los premios Planeta se mostró más serio que de costumbre, incluso un poco a la defensiva, Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) recupera su habitual amabilidad con los medios en la gira de promoción de la obra ganadora, Terra alta, que culmina en Sevilla. Ni rastro de cansancio en el autor de Soldados de Salamina, Anatomía de un instante, El impostor o El monarca de las sombras, que suele tomarse muy en serio esto de las entrevistas, y casi nunca echa mano de ideas precocinadas. Esta vez tampoco iba a ser una excepción.
Su protagonista en Terra alta, Melchor Marín, es lector de Víctor Hugo, en cartelera hay una película francesa titulada Los miserables… ¿Es un buen momento para volver sobre esas páginas?
Los clásicos siempre tienen cosas que contarnos hoy, no fallan. Y Los miserables, no cabe duda, es una de las grandes novelas de la Historia, dice muchas cosas. Es verdad que a nadie le dice tantas cosas como a Melchor Marín, que lee en esa novela su propia vida. Eso, por otra parte, es lo que nos ocurre con todas las grandes novelas. De te fabula narratur, dice Horacio. La historia habla de ti. De nosotros, de nuestra sociedad, del mundo que nos ha tocado vivir, no es retórica. Melchor es el mejor lector de la historia universal, porque leer le cambia la vida, le convierte en otra persona. Debo decir que para mí hay novelas más importantes que Los miserables, que leí a los 18 años. Luego he visto versiones, recuerdo aquella de Estudio Uno con Pepe Calvo haciendo de Jean Valjean. Pero para escribir esta novela me la he aprendido de memoria, con mucho gusto además, porque Melchor todo lo refiere a esa obra.
Pérez Merinero defendía en los primeros 80 que la figura del policía implacable de novela policiaca, que persigue el delito hasta el fin, es por naturaleza conservadora, reaccionaria. ¿Qué le contestaría Melchor?
«La ley es el único instrumento que tienen los pobres y los indefensos frente a los ricos y poderosos»
No estaría de acuerdo con Pérez Merinero, más bien todo lo contrario. No hay que olvidar una cosa, que la ley en democracia y en dictadura son cosas opuestas. En dictadura es fruto del pacto de unos pocos, mientras que en democracia –nos guste o no– es fruto del pacto entre todos. Y para Melchor es exactamente eso: él, que es un miserable, siente que la ley es el único instrumento que tienen los pobres y los indefensos frente a los ricos y los poderosos. Si no hay ley, ganan estos. Si hay ley, al menos tenemos algo a lo que agarrarnos. Y él va más allá, y dice: adonde no llega la ley, llego yo. Es uno de los temas esenciales de la novela. ¿Qué es la ley, para qué sirve? ¿Qué es la justicia, qué la venganza?
El personaje, ¿surge a partir del policía real de Cambrills?
La respuesta es no. Cuando Melchor ya se me había aparecido, y empezamos a conocernos —porque él nace de una parte de mí mismo que no conocía, y por eso me importa tanto— cuando estaba avanzada la escritura, en algún momento me pregunté, ¿quién puede hacer lo que hizo este tipo? Recordemos, Cambrills, agosto de 2017, cuatro yihadistas matan a una mujer, acuchillan a varias personas, van con cinturones explosivos, y un policía los mata a los cuatro en un minuto. En un momento determinado, dije: esto solo puede hacerlo Melchor. Tuve suerte, porque los escritores somos recicladores de basura, trabajamos con lo malo y con la oscuridad.
Así que una casualidad…
Era perfecto para mí, porque no sabemos quién es ese policía, su identidad fue preservada, así que yo podía inventármelo. Solo tenemos una fotografía de espaldas, recibiendo el aplauso de Puigdemont y no sé quién más. Creía que solo se me había ocurrido a mí, pero hace poco vi a Isabel Coixet y me dijo que ella pensó al ver la noticia que de eso Clint Eastwood hubiera hecho una película. Melchor es un tipo especial, está claro. Y ese es otro asunto al que le he ido dando vueltas, qué es un héroe. En mis libros hay distintos tipos de héroes: de la traición, falsos héroes… en el fondo es una reflexión sobre la virtud.
Los yihadistas que cometen atentados siempre acaban igual. ¿No nos quedamos sin una parte importante del relato al eliminarlos?
Evidentemente.
Hace poco le pregunté a Philippe Lançon, y me dijo que a él ese relato no le interesaba nada…
«Es más importante conocer a los verdugos que a las víctimas: ¿Por qué se han convertido en eso?»
Philippe es amigo mío. Pero a él no le puedes pedir que se interese por eso. A las víctimas no debemos pedirles que entiendan a los verdugos, porque eso las destruiría. No po-de-mos. ¡Pero: los que no somos víctimas tenemos el deber de conocer a los verdugos! ¿Sabes por qué? Porque es la única forma de combatirlos. Tú no puedes combatir el mal sin comprenderlo. A mí lo que me interesa realmente, y se lo diría a Philippe, es entender precisamente por qué estos chavales fueron capaces de cometer esas barbaridades. Eso me fascina. Yo he intentado entender a un falangista. Hace poco me encontré al director de un medio y le pregunté cómo habían publicado el artículo de un supuesto historiador que decía que “Javier Cercas blanquea el falangismo”, o el fascismo. Yo ya contesté a ese sinvergüenza, que vive aquí en Sevilla, por cierto, aunque es extremeño de origen. En fin, la gente no quiere que entiendas.
¿Equiparan entendimiento con connivencia?
En ese caso era pura promoción personal, pero en general no ven que entender es lo contrario de comprender, es darte las armas para poder combatir. Con las víctimas hay que estar a muerte, pero es más importante conocer a los verdugos que a las víctimas. Claro que son hijos de puta, pero ¿por qué se han convertido en eso? El chico que atropelló a 19 personas en la Rambla… yo he leído muchísimo sobre eso, y no descarto meterme en ese asunto, aunque me parece muy pronto. ¿Qué decía todo el mundo al que entrevistaban? Que era un chaval maravilloso. No puede ser él, es imposible, repetían. ¿Qué pasó en la cabeza de este chaval?
¿Qué?
Obviamente, vino un adulto y le comió el coco. Pero, ¿cómo? Eso es lo que necesitamos saber, y la gente no quiere. Prefieren pensar que las buenas personas hacen el bien, y las malas el mal. ¡Mentira! Las buenas personas pueden hacer el mal. Y eso es muy complicado de explicar. “Todos los franquistas son unos hijos de puta”. No. Lo que hay que saber es por qué hicieron eso.
Algunos incluso creían que estaban del lado bueno de la Historia…
Ahí está, pero la gente no quiere eso, quiere tranquilidad. Y están también quienes pretenden aprovecharse de todo eso. Si tratas de entender a un falangista, tú eres otro. Y no te digo si es un yihadista. Porque somos burros, la burricie tiene un poder extraordinario. Y la bestialidad, y la maldad.
Cuando vino con Las leyes de la frontera, me decía que identidad y religión tenía que guardársela uno en casa. No parece que le hayan hecho mucho caso en Cataluña, ¿verdad?
Al contrario. ¿Por qué? Porque identidad y religión son armas de destrucción masiva, y si las usas políticamente, pasa lo que pasa. La democracia consiste en que tú puedes tener la identidad que quieras y la religión que quieras, nadie te las tiene que imponer y nadie debe usarlas políticamente.
Un artículo suyo, La traición, ponía el acento en un hecho que parece muy evidente, pero que sorprendentemente no habíamos leído antes. ¿Estaba usted solo en esa reivindicación?
«Cuando vienen mal dadas las cosas, los intelectuales se callan»
La increíble repercusión que tuvo ese artículo se debió sencillamente a que eso lo sabía todo el mundo. En Cataluña, los intelectuales no quieren quedar mal. Savater dijo: “Somos como putas”. Y cuando vienen mal dadas las cosas, los intelectuales se callan. George Orwell, que sabía de qué iba la cosa, porque conoció la guerra, dijo: “Where is good people when bad things happen?” ¿Dónde está la buena gente cuando ocurre lo malo? Es una pregunta retórica: la buena gente, o está haciendo cosas malas, o está callada. Muy poca es la gente que da un paso adelante, y entre ellos no están los intelectuales [risas]. Orwell fue uno, Camus otro… Habas contadísimas. Y eso que la situación catalana no es comparable a una guerra, o a lo que ocurrió en el País Vasco. Pero la cobardía hace milagros.
¿No hubo quien aprovechara la ocasión para respaldarle, ya que usted sí había dado el paso?
En privado sí, algunos. Pero en público no. Para qué nos vamos a engañar, las cosas son así. Y de las cosas malas se aprende más que de las buenas. Es un cliché, pero es verdad. Este libro no es un libro sobre el procès, pero no existiría sin la crisis catalana, y en particular sin lo que ocurrió en otoño de 2017, que fue el momento álgido, mucho más duro que este. Amigo mío, yo nunca había pensado que vería y viviría lo que vi y viví. Yo y todos. Que una de las sociedades más prósperas y privilegiadas del mundo se podía partir por la mitad. Josep Fontana, el patriarca de los historiadores catalanes, filoindependentista, habló de un clima prebélico.
¿No hay precedentes?
Nunca se me había pasado por la cabeza que se pudiera hacer una agresión tan brutal a la democracia en nombre de la democracia, arremetiendo con todo. Winston Churchill, que derrotó al fascismo en Europa, dijo. “Los próximos fascistas se llamarán a sí mismos antifascistas”. ¡Toma frase! Muy inteligente, de una gran lucidez. Yo sin lo que ocurrió aquellos días… Aquello me cambió. Al final les tendré que dar las gracias, necesitaba renovarme como escritor. Corría el riesgo de convertirme en un imitador de mí mismo, y eso es la muerte de un escritor. Aunque puedas vivir muchos años y te den premios, estás muerto. Pero lo bueno no sirve para nada, la felicidad es muda. Cuando vienen mal dadas, es cuando puedes escribir.
En la novela asoma también la Guerra Civil, aunque muy escondida. Ahora que con la exhumación de Franco hemos vuelto a hablar de dos Españas, ¿hasta cuándo durarán esas discusiones?
Lo primero que hay que decir es que nosotros no somos tan diferentes a los demás. Cuando yo era joven pensaba que los españoles teníamos una particular dificultad con nuestro pasado: no es verdad. Todo el mundo tiene dificultades con su pasado, personas y países. En nuestro caso, la diferencia es que nuestro pasado traumático es más reciente. En Alemania, en Italia, la guerra acaba en el 45. La Guerra Civil española no acaba en el 39, como dicen los libros, no duró tres años, duró 43, porque la dictadura es la continuación de la guerra por otros medios. Acabó en el 75, en el 78 o en el 81, para mí. El pasado traumático está más cercano, la digestión todavía dura, pero el pasado, y sobre todo el pasado del que hay memoria y testigos, no ha pasado todavía: es una dimensión del presente, sin la cual el presente está mutilado.
¿Vivimos en el pasado?
Mis libros, desde Soldados de Salamina, los concibo como una especie de lucha contra esa idea tóxica y falsa que yo llamo la dictadura del presente, según la cual el presente es solo ahora, y el pasado algo que está ahí, en los archivos, aunque haga dos meses de lo ocurrido. La pregunta es qué hacemos con ese pasado. Lo de reabrir heridas es una solemne memez: lo que hay que hacer con el pasado es a) conocerlo en toda su complejidad, no inventarnos un pasado alternativo y edulcorarlo. Y b), comprenderlo, que no significa justificar. Y todos los países, todos, han tenido dificultades con eso. A ver si dejamos de ser tan narcisistas.
¿Es hora, pues, de sacudirnos el fatalismo?
«Si conoces tu herencia y la comprendes, puedes manejarla; si no, es ella la que te maneja a ti»
“España, condenada al cainismo”, ¡vete a la mierda! No somos más cainitas que los otros, todos los seres se matan desde que el mundo es mundo. La democracia más antigua del mundo, la británica, está sumida en su peor crisis por su incapacidad de digerir su peor pasado. No han sido capaces de digerir que ya no son imperio, y que en las colonias se hicieron barbaridades. Los alemanes, efectivamente, se ponen como ejemplo, y seguramente son los que mejor lo han hecho en Europa. ¿Cuándo empezaron? En los años 70, treinta y pico años después de la guerra, ¡y todavía no han acabado! El Franquismo acabó en el 78, ahora vivimos en una democracia, imperfecta, sí, pero lo es, y mejor que muchas, mejor que Estados Unidos, y que Francia, y que Italia, y que Japón, según The Economist. Pero en otros sentidos, el Franquismo no quedó atrás. Como dice Faulkner en Réquiem por una monja, “Past is not dead”. El pasado no ha muerto, ni siquiera es pasado. Y tenemos que seguir lidiando con él.
¿Y cómo?
Con la herencia buena casi siempre sabemos qué hacer, pero, ¿y con la mala? ¿La escondemos, la edulcoramos? “Todos éramos antifranquistas” ¡Tócate los cojones! ¿Inventamos eso, o afrontamos la realidad? Vivimos con esa herencia, somos nuestros antepasados, lo que hemos sido. Si conoces tu herencia en toda su complejidad, y la comprendes, puedes manejarla. Si no, es ella la que te maneja a ti. Y eso es lo que nos está pasando. Repetimos muchos de los errores que cometimos en los años 30.
Eso iba a preguntar. ¿La representación de la ultraderecha en el Parlamento es un síntoma de esa digestión mal hecha?
Evidentemente. La crisis de 2008 solo se puede comparar con la de 1929, que provoca la aparición o consolidación de los totalitarismos en Europa. Aquí lo que ha provocado es el nacimiento o consolidación de eso que llamamos nacionalpopulismo, que no es fascismo, sino una máscara posmoderna del fascismo. Y tiene manifestaciones diversas, la más diversa es Trump, pero está el Brexit, Salvini, Le Pen, los Kaczynski en Polonia… la primera manifestación en España de nacionalpopulismo fue la crisis catalana, luego salió Podemos, y ahora viene Vox. Lo raro es que no hubiera salido antes, si ya estaba en toda Europa, salvo Portugal e Irlanda… y llegará. La gota que ha colmado el vaso, lo que ha hecho cristalizar todo, ha sido la crisis catalana. Si pones a un tío en un lado con un garrote, al otro lado va a aparecer otro. Es impepinable. A ver ahora qué hacemos con eso.
En Cataluña no faltó ni discurso supremacista, ¿cómo ha sido asumido eso?
«Eso que ha escrito Torra, un 5% lo escribió un candidato de Le Pen y lo echaron del partido»
Sin ningún problema, porque nosotros somos buenos. Y como lo somos, el fascismo no existe, el supremacismo tampoco… Ahora ha salido un anuncio de Ada Colau, ¿lo has visto?, contra la violencia de género, en la que los que hablan castellano son los machistas, y uno que les reprende es el que habla catalán. ¿Qué te parece? Porque ya se sabe que los españoles somos todos fascistas y machistas, y los catalanes en cambio, todos buenos. ¿A eso cómo lo llamas tú? Y esto es una broma comparado con lo que escribió Torra, que es un profesional. Me lo dijo Philippe Lançon: “Eso que ha escrito Torra, un cinco por ciento lo escribió un candidato de Le Pen y lo echaron del partido”. Y no lo dijo en un artículo, sino en montones. Y no cuando era jovencito, sino hace dos días. Y ahí sigue, porque esto es un movimiento progresista y democrático, ¿y qué más?
¿Se atreve de hacer un pronóstico de cómo seguirá la historia catalana?
En Terra alta, la acción principal transcurre en el año 2021, y nadie habla de la crisis catalana, lo cual significa que igual se aparece el Espíritu Santo y todo se arregla.
Hace poco entrevisté a Jaume Sisa y me dijo que los catalanes pasaban por un trastorno temporal, pero las aguas volverían a su cauce.
A Jaume Sisa lo escucho siempre, porque siempre tiene razón. Va de tío que no se entera, y se entera de todo. Pero no; creo que esto va a tardar. Es muy sencillo: dividir una sociedad es muy fácil, pero volverla a unir es complicadísimo. Dividir se tarda, con los medios adecuados, una semana, un mes. Medios de comunicación y un gobierno dispuesto a ello. Siempre fue así. Afortunadamente, no hemos llegado a la sangre. Esto históricamente se resuelve con guerras, pero por fortuna vivimos en una democracia, y por fortuna vivimos en Europa. Eso que la gente dice, “Europa, ¿para qué sirve?” Para impedir una guerra, y para millones de cosas más. Si no, esto hubiera acabado muy pero que muy mal. En fin, hay que tener paciencia…
Y suerte.
Y suerte.
·
© Alejandro Luque | Especial para M’Sur
¿Te ha interesado esta entrevista?
Puedes ayudarnos a seguir trabajando
Donación única | Quiero ser socia |