Anna Maria Sciascia
«Mi padre vio en la guerra de España la lucha entre
el Bien y el Mal»
Alejandro Luque
Anna Maria Sciascia, hija del gran escritor siciliano Leonardo Sciascia (1921-1989) y Maria Andronico, atesora una gran cantidad de recuerdos sobre su padre, a quien vio escribir uno a uno, verano tras verano, libros que ya forman parte de la Historia de la Literatura, como El día de la lechuza, El contexto, Todo modo, Una historia sencilla, La desaparición de Majorana… Con motivo de un viaje de placer a Sevilla, en compañía de su esposo, Nino Catalano, cabeza visible de la Fundación Sciascia, M’Sur conversa con esta escritora -a la sazón autora de un libro sobre Pirandello, Il gioco dei padri-, sobre asuntos literarios y también personales del maestro de Racalmuto, sobre sus amigos y su amor por España. Y la invitamos a especular sobre qué pensaría Sciascia de la Italia de hoy.
¿Cómo era Sciascia? No el escritor, sino el hombre de familia…
El hombre Sciascia no se diferencia mucho del escritor Sciascia. Era una persona muy simple, con una vida muy ordenada. Él decía que vivía como el empleado del catastro, y yo digo siempre que nosotras éramos las hijas del empleado del catastro. Naturalmente, la atmósfera era diferente en casa.
¿Era un hombre de costumbres diarias, tenía sus horas de lectura y de escritura?
Normalmente tenía la vida organizada; escribía las mañanas hasta las once, luego daba un paseo, tenía amigos que frecuentaba a mediodía… En cada sitio mi padre tenía, cómo decirlo, como un Círculo de Racalmuto. En Caltanissetta tenía la Librería Sciascia, que frecuentaba a menudo; y en Palermo tenía la editorial Sellerio y el Borgo, que eran los dos sitios a los que más iba.
¿Una librería Sciascia en Caltanisetta?
En Caltanissetta sí, había una Librería Sciascia, pero no propiedad de mi padre, sino de Salvatore Sciascia, muy amigo de él. Digamos que los primeros pasos los dieron juntos. Yo digo siempre que no es un familiar, pero como si lo fuera, es como un tío mío.
Cuando ve en su memoria a Sciascia escribiendo, ¿lo recuerda volcado en algún libro concreto?
Digamos que el libro que recuerdo más, porque mi padre me hablaba mucho de él mientras lo escribía, es La recitación de la controversia de la controversia liparitana dedicada a AD. Hablaba tanto de él, todo el verano… Por tanto es un libro al que estoy, unida también porque me gusta, no sé si usted lo tiene presente…
«Nunca cerraba la puerta mientras escribía, todos podíamos entrar a molestarle»
Sí, este es un libro que no está traducido al español, pero por suerte encontré en Salina la única edición que parece encontrable hoy. Es un libro extraño dentro de su obra…
Sí, es un libro dedicado a [Alexander] Dubcheck, porque la situación de mi padre siempre la parangonaba a la de él. Es un libro muy espiritual, en el que se ve el lado religioso de mi padre. Para mí es, como dije, un libro muy importante. Pero también El día de la lechuza es un libro al que estoy unida. Cada libro va unido a una situación familiar, a un veraneo. Además, hasta La recitación…, todos los libros anteriores se habían escrito en la vieja casa de Noce, no la actual, que era la casa de las tías de mi padre, más pequeña pero también muy poética. Cuando éramos jóvenes nos gustaba leer siempre que podíamos estas referencias que eran, al fin y al cabo, pedacitos de nuestra vida real. Y aquí, cuando estoy en España, cada cosa que veo me recuerda a él, España es muy evocativa…
En todas las fotos de Sciascia aparece con un cigarro. ¿Qué tenía siempre a mano cuando escribía?
Café y cigarro, siempre. Interrumpía su trabajo por ir a por un café, que él siempre recalentaba. Ese café recalentado que no está muy bueno, pero a él le gustaba tanto. Él tenía mucha facilidad para la escritura, no corregía, era como si primero tuviese todo el libro escrito en la cabeza y después se sentara a escribir. No cerraba jamás la puerta mientras escribía, de hecho todos podíamos entrar a molestarle porque no decía nada. Mi hijo pequeño, cuando estábamos en el campo, siempre se sentaba junto a él a mirarlo mientras escribía, o peleaban por cualquier cosa y luego hacían las paces, y mi padre volvía a escribir. Nunca ha tenido ningún problema con nosotros, ni una sola vez nos dijo “silencio, que tengo que trabajar”. Era como si jugase con la máquina de escribir.
Sciascia era profesor de joven. Cuando usted empieza a estudiar Literatura, ¿él le guiaba con las lecturas, le indicaba el camino?
Mi padre me indicaba el camino, sí. Sin embargo, la hija heredera espiritual de mi padre es mi hermana, porque ella compartió con él muchos intereses. Mi hermana Laura ha sido profesora de Historia Medieval. Y a mí me daba indicaciones diferentes, yo era la hija a la que daba los libros de literatura femenina, del tipo Madame Bovary, Las ilusiones de Federico de Roberto, Los novios [de Alessandro Manzoni], Los miserables [de Victor Hugo], libros fundamentales para la formación. Los que para todos son estándar, como por ejemplo La cartuja de Parma [de Stendhal].
Ah, en Argentina han recogido todos los escritos sobre Stendhal de Sciascia en un libro que se titula Adorable Stendhal.
Sí, es mi madre quien lo ha preparado. Primero ha salido publicado en italiano en la editorial Adelphi y ella ha ido recogiendo todo lo de Stendhal. Es que mi madre siempre ha seguido todo lo referente a mi padre.
A menudo la familia del escritor no lee nada de éste. Pero su familia es la excepción, de hecho han sido los primeros lectores de sus libros. ¿Ha sido siempre así?
Sí, siempre. Mi madre ha sido su primera lectora, pero también todos nosotros lo hemos seguido siempre. Nuestra lectura no era excesivamente crítica, era una adoración lo que sentíamos por él. Y bueno, mi madre normalmente corregía los pequeños errores que él pudiera tener en el libro.
¿España estaba presente en su casa?
España para mi padre era amor.
Siempre se habla de Sciascia como un escritor muy apegado a Francia, obviamente; pero más allá del libro Horas de España no se conoce mucho su acercamiento a España. ¿Recuerda algo de lo que él hablaba sobre España, alguna música, algún libro, alguna estampa…?
La música no la escuchaba mucho pero sí había algunas óperas que le encantaban, que eran La Traviatta y Carmen, estas dos de forma particular. Y muchas veces, cuando se afeitaba la barba, cantaba algún aria de estas óperas.
Sciascia contaba que había intentado hablar con gente que había vivido la guerra en España, y para él era extraño que nadie quisiera hablar de ello. ¿Era diferente en Italia, en su país sí era fácil que la gente hablara de la guerra?
Cuando vinimos a España, nosotros éramos pequeños, llegamos a Barcelona. Y mi padre ha querido ir al Hotel Colón porque allí André Malraux había descrito una batalla de la guerra de España y él quería ver qué cosas había visto, desde qué lugar había contado todo eso. La guerra de España ha estado siempre presente para él, era “un mito”, como solía decir. Mi padre escuchaba cada mediodía, durante mucho tiempo, el Llanto por Ignacio Sánchez [Mejías]. Yo entonces era una niña y tengo que reconocer que era muy triste escuchar esto. Lo escuchábamos en un disco, leído por un actor italiano.
«Intentó traducir el primer capítulo del Quijote con un diccionario, pero fue imposible»
¿Y qué era para él la guerra de España?
El momento en el que había existido una evidente división entre el Bien y el Mal, el momento en el que la división entre Bien y Mal había estado clara. Había tomado consciencia de tantas cosas. Es lo que decía en las pequeñas parroquias. El papá joven que yo recuerdo es el de Las parroquias de Regalpetra, cuando se habla de la guerra de España… Aquellas eran palabras verdaderas, sentidas, y me las transmitió así.
En otra conversación, usted me habló del cuento titulado El antimonio, ¿era el más apreciado por Sciascia?
Sí. Recuerdo que cuando yo lo leí me dio una impresión tremenda. Parecía como si mi padre hubiera vivido aquella experiencia de primera mano. Y cuando le pregunté a mi madre, me dijo que efectivamente este relato ya lo había contado uno que había vuelto de trabajar en España, mi padrino de Racalmuto. También recuerdo que uno de los traductores de los libros de mi padre era de Eslovenia, había hecho leer a su mujer este libro mientras lo traducía, y cuando después mi padre viajó a ese país, la mujer esperaba que mi padre no tuviese una mano, como el protagonista… También yo, su hija, cuando lo leía, me daba la impresión de que lo había vivido él. Es bonito ese cuento.
Él habla también del Quijote… Intentó traducir el primer capítulo con un diccionario, pero no fue posible. En todo caso, leyó esta obra más de una vez. ¿Os hablaba en casa de Cervantes, qué decía sobre él?
Sí, hablaba de este libro siempre, para él era una grandísima obra.
Es posible que también fuera a visitar La Mancha…
No lo sé. Sé que una de las veces que ha viajado con mi madre vinieron a España. Era un viaje organizado, en autobús, sobre los años 50. Y han visitado muchos sitios, pero no sé si concretamente La Mancha fue uno de ellos.
¿Cuáles eran los amigos españoles de Sciascia?
[Jorge] Guillén y también Rafael Alberti, que vivía en Roma y con el que mi padre tiene una preciosa fotografía, creo que obra de [Ferdinando] Scianna. Compartían las mismas ideas. Y con Guillén mantuvo una correspondencia muy densa, pero no he leído nunca ninguna de esas cartas. Creo que están en la fundación, en Racalmuto, porque todas las cartas de mi padre ahora están allí.
¿Y otros amigos españoles?
Pues un poeta español que fue sacerdote, Gonzalo Álvarez [García], y que con el tiempo se volvió casi tan italiano como nosotros. Al principio se escribieron muchas cartas mi padre y él. Recuerdo que cuando este joven cura español llegó a Racalmuto a mí me resultó fascinante, porque en Italia los curas iban vestidos de curas y en cambio este no, sino que venía con camisa y pantalones y con una cruz. Hubo entre ellos una gran amistad, lo quisimos mucho pero con el tiempo esta amistad acabó porque aquel hombre escribió un libro prácticamente contra mi padre. Un libro que se publicó en italiano [Ho parlato male di Garibaldi, Una critica a Leonardo Sciascia]. Este cura después dejó la vida religiosa, mi padre le ayudó muchísimo a encontrar un trabajo en Italia, y también le ayudó mucho económicamente. Y luego pues no sé, con el tiempo se estropeó esa amistad. La gratitud puede resultar tan pesada en la vida…
¿Qué decía?
El libro que escribió fue muy desagradable, convertía la generosidad de mi padre en otra cosa. El argumento que él defendía en el libro era que cuando él dejó el sacerdocio mi padre no lo estimaba como antes. Todo gira en torno a esta reflexión. Algo que resultaba extraño porque, según él, mi padre había crecido con unas tías muy religiosas, y no había sido así, puesto que las tías de mi padre eran absolutamente laicas y no iban jamás a la iglesia.
Cuando llega a España a visitar la Semana Santa de aquí, habla de la diferencia entre esa fiesta austera de Sicilia y la fastuosa de España. ¿Cómo era su religiosidad, era una religiosidad mística, íntima…?
Era laico.
¿Qué era Dios para él?
Esta es una pregunta muy difícil de responder. Él siempre decía, como [Georges] Bernanos, a quien citaba siempre, que no se puede ser siempre creyente. Decía “yo a esa hora en ese momento he creído ciegamente en Dios”.
¿Y a usted y a su hermana les dio una educación religiosa: bautismo, comunión… etc?
Sí, sí. La primera comunión sí. Con todas estas cosas religiosas mi padre pretendía que fuéramos una familia normal, y de hecho también mis hijos han seguido esta línea. Mi hijo mayor, Fabrizio, ha hecho la primera comunión en Racalmuto porque allí el cura era amigo nuestro y no nos preparaba esas celebraciones tan largas y pesadas. Ha hecho la primera comunión y mi padre le ha acompañado cuando fue a confesarse. Recuerdo que cuando Fabrizio era pequeño, mi padre se sorprendía de que el niño no supiera el Padre Nuestro.
Sciascia es un hombre que ha vivido una Italia dura, que ha conocido el fascismo. Me pregunto cómo llega a tener este sentido democrático y abierto de las cosas, viniendo de una Italia así de negra y oscura…
Pues lo tuvo gracias a las lecturas. Siempre buscaba los libros que le pudieran indicar el camino. No sé cómo pero de forma instintiva sabía elegir las cosas apropiadas. Creo que tenía una dote natural, una intuición.
“Al llegar al Parlamento me he dado cuenta de que el poder no está en el Parlamento, sino en otro lugar”, dijo
Tenía una mirada muy crítica. Nunca aceptaba nada antes de preguntarse sobre ello, de cuestionarse dos veces las cosas.
Era una persona que se acercaba y que veía la realidad actual de una forma muy clara. También de adolescente era así. La hermana de mi padre recordaba que cuando iba a hacer el examen conocido como concorso magistrale, le preguntó a mi padre “Leonardo, ¿qué tema crees que pondrán?” y él adivinó el tema que le pusieron, porque era muy atento a la realidad que lo rodeaba. Después, cuando me tocó a mí, mi padre se equivocó en su predicción [risas].
¿Cuál era su defecto principal, lo que le hacía humano frente a ese carácter casi divino que tiene para quienes lo admiramos?
El no ver el mal en los otros. Y es cierto que esto es algo maravilloso, pero lo hacía frágil. Mi padre, mientras no se le demostrara lo contrario, no juzgaba mal a nadie.
Cuando se mete en política como diputado del partido comunista, ¿cambió la vida de la familia?
Cuando se presentó al partido comunista, no. Fue una experiencia que quizás le sirvió para ver las cosas tal y cómo eran. Él dijo en una entrevista: “Al llegar al Parlamento me he dado cuenta de que el poder no está en el Parlamento, sino en otro lugar”. Él quiso vivir esta experiencia y cuando se presentó por segunda vez con los radicales, mi hermana y yo estábamos muy disgustadas, de hecho no lo votamos. No queríamos que hiciera más política, porque la primera vez, cuando se presentó con los comunistas y lo dejó, se había quedado mal con todas las discusiones y las críticas, y más tarde fue atacado por los periódicos comunistas.
Los días del asesinato de Aldo Moro debieron de ser duros. ¿Cómo los recuerda?
Yo vivía con mi padre, porque él trabajaba en Catania, y tanto mi primer hijo como yo vivíamos con mis padres. Fue un asunto muy dramático y toda la familia lo vivimos de forma muy cercana. Mi padre, cuando escribió El caso Moro, estaba muy compenetrado con los hechos. Después de la muerte de Moro, vino a vernos su hija, María Fida, y nos contó sobre su hijo y la relación de Aldo Moro con su nieto Luca. Y mi padre se sentía muy cercano a la figura del Moro abuelo, porque en aquel periodo, como digo, yo vivía con mis padres y en casa estaba también mi hijo Fabrizio. Aunque no tenía simpatía con el hombre político Moro, sí la tenía desde el punto de vista humano. La historia de Moro la seguíamos todos también en prensa, con mucha atención. Para mí los días del asesinato de Moro fueron días fueron inolvidables. Y cuando hace dos o tres años se estrenó una película sobre Moro y todo lo que pasó, fuimos a verla al cine pero yo me tuve que salir de la sala. Me sentía realmente mal. Lo he vivido como una historia familiar.
¿Fue El caso Moro uno de los libros más difíciles de escribir para Sciascia?
Sí, quizás sí, porque estuvo muy unido a este libro. De todas formas los libros de mi padre siempre provocaban polémica. Tal vez este de Moro con mayor intensidad, porque hablaba de una persona que había muerto hacía poco tiempo de aquella manera tan dramática.
Pienso en algunos amigos italianos de Sciascia: Vincenzo Consolo, por ejemplo, que era un amigo suyo y frecuentaba su casa. ¿Qué recuerdos tiene de él?
Recuerdo la primera vez que vino a Caltanissetta, creo que porque mi padre lo había votado en un premio literario y él había venido a conocerlo. Nosotros acabábamos de llegar de Yugoslavia cuando apareció en casa este joven escritor que era muy tímido. Mi padre lo había invitado a almorzar y nos daba mucha ternura de que fuera así de tímido e indefenso. Tenía que volver a su casa y entendimos rápidamente cómo era. Consolo era de los que decía en casa “vuelvo mañana”, pero nunca regresaba. De hecho en Caltanissetta se quedó cuatro o cinco días y lo daban por desaparecido en su casa. [risas]
¿Y Lucio Piccolo?
A Picolo lo conoció gracias a Consolo. Ellos dos eran muy amigos y un día Consolo le dijo a mi padre si quería conocer a Lucio Piccolo, y fuimos a Capo d’Orlando a conocerlo. Recuerdo que era una casa muy oscura, hacía mucho calor, había un silencio tremendo, y él que estaba en aquella habitación tan oscura… Todo era muy extraño.
Hablando de Lucio Piccolo… Algunos escritores han dicho que Il consiglio d’Egitto di Sciascia era el anti Gattopardo. ¿Era Sciascia tan contrario a Lampedusa como tantos han asegurado?
Creo que pensaba que Los virreyes [de Federico de Roberto] había sido escrito antes y que ya había un libro de ese estilo, pero que era una lectura agradable. Y para nada odiaba a Lampedusa, la verdad es que mi padre nunca odió a nadie.
Gesualdo Bufalino…
Con Bufalino la amistad fue más fuerte, porque ambos descubrieron que tenían mucho en común. Vivían los dos en diferentes pueblos de Sicilia, pero de jóvenes hacían las mismas cosas y se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común. Él venía mucho a casa, parecía dar clases cuando hablaba, tanto es así que mis hijos siempre permanecían muy atentos cuando él nos visitaba.
“La muerte de Pasolini fue muy dolorosa para mi padre, lloró mucho por él»
Sí, lo he visto en un documental y me parecía que tenía algo hipnótico.
Sí, Bufalino hablaba muy bien. Cuando murió mi padre, mis hijos eran pequeños y para ellos fue un trauma no tener más a su abuelo cerca, no poder dirigirse más a él. Entonces llamaban a Bufalino por teléfono. En mi casa existía la costumbre de tener a menudo discusiones literarias, porque mi hijo mayor, Fabrizio, decía que el mejor escritor del mundo era Poe y en cambio Vito decía que lo era Stevenson. Y dos días antes de la muerte de mi padre, estando ya bastante mal, Vito seguía preguntándole: “abuelo, ¿quién es mejor Stevenson o Poe?”
¿Italo Calvino era un buen amigo suyo también?
Sí, pero la amistad que hubo entre ellos fue más por correspondencia, por cartas. Cuando era pequeña, mi padre me hablaba más de Pasolini, de sus cartas, quizás con Pasolini la amistad fue mayor.
En uno de sus escritos, Sciascia decía que fue a ver el último largometraje de Pasolini y que la impresión fue muy dura. Lo decía triste, con dolor…
Lo decía con dolor. Decía, en efecto, que no había sido capaz de ver la película. Y luego cuando murió Pasolini dijo que después de aquella película no podía haber hecho otra cosa que morir. La muerte de Pasolini para mi padre fue muy dolorosa, lloró mucho por él.
La muerte de Bufalino, muy distinta, fue también trágica.
Bufalino murió ya estando muerto mi padre, pero para la familia fue muy duro, porque sobre todo mis hijos estaban muy unidos a él. Cuando falta una persona tan querida como lo fue mi padre para nosotros… Cuando murió mi padre, yo tuve una enorme sensación de pobreza. No lo podía entender. Yo he sido la menos culta o la menos interesada por la literatura de la familia, mi madre y mi hermana estaban más familiarizados con el mundo literario; pero para mí escuchar a mi padre era como tomar conciencia de todo aquello que no entendía. Me bastaba sólo con estar cinco minutos escuchando lo que decía… yo podría haber hecho críticas de autores que ni siquiera conocía ni había leído. Mi padre me daba una sensación de riqueza, le preguntaba cualquier cosa y en seguida me daba una explicación con poquísimas palabras.
¿Por ejemplo?
De joven, cuando me presenté a un concorso magistrale, una vez llevaba un libro de un americano y no entendía muy bien algunos apartados del libro. La chica con la que yo estudiaba tenía un hermano filósofo y se lo comentamos, pero cuando nos lo explicó todavía lo entendía menos. Después recurrí a mi padre y él con dos palabras me lo aclaró todo. Para mí esto era muy importante, tenerle ahí, y lo mismo ocurría con mis hijos: me gustaba la idea de que tuvieran a su abuelo cerca para que pudiera explicarle con poco lo que no entendieran, una situación difícil, o la literatura, la filosofía, la Historia. Con él todo estaba al alcance de la mano.
Hablemos de cine, ¿le gustaban las películas que se hacían de sus libros?
No, las veía con distancia, como algo diferente de los libros. Las veía todas, estaba al tanto de todo lo que se hacía. Quizás las que más le gustaban eran las de Francesco Rosi. Pero no se molestaba si comprobaba que eran diferentes del libro. Con el teatro, sin embargo, no le pasaba igual. No me acuerdo con qué obra fue, si con El archivo de Egipto o con La controversia…, cuando la vio salió muy disgustado del teatro porque era algo que no tenía absolutamente nada que ver con el libro que él había escrito. Y eso que él de joven había jugado a ser director de escena en el teatro de Racalmuto.
¿Cómo fue la relación de Sciascia con Renato Guttuso, el gran pintor comunista? Fue una relación política pero también artística, ¿no?
Fue una relación artística. Mi padre amaba el arte. También le gustaba mucho Emilio Greco, que era un escultor de Catania. Todos los artistas eran amigos de mi padre, lo fueron por ejemplo Mino Maccari, Giorgio De Chirico… mi padre amaba el arte en todas sus expresiones. Cuando yo era pequeña, en Racalmuto, recuerdo que encargaba algunos dibujos y los compraba.
¿Y Guttuso cómo era con vosotros?
Era muy cariñoso. Una persona siempre disponible para cualquier cosa, simpático.
Creo que hay un momento ideológicamente en el que Guttuso tuvo una controversia con él.
Sí, al final discutieron por un tema de un interrogatorio parlamentario, fue por [Enrico] Berlinguer. Y no volvieron a hacer las paces. Fue un gran disgusto. Mi padre citó a Berlinguer en el Parlamento para aclarar un tema, y Berlinguer lo negó todo. Entonces mi padre llevó a declarar a Guttuso y declaró a favor de Berlinguer. Además, más tarde Guttuso hizo una declaración para un programa de televisión en la que decía que mi padre le había pedido que declarara a su favor porque tenía una mentalidad mafiosa, una cosa tremenda. [risas] Pero mi padre se disgustó mucho a la muerte de Guttuso, y si alguno le hablaba mal de Guttuso, se molestaba mucho. Porque en la amistad mi padre era muy intenso. Ahora va a salir en Italia un libro de correspondencia entre mi padre y un escritor calabrés que se llama Mario La Cava, y en ella queda de manifiesto de qué manera para mi padre la amistad era algo sagrado.
Una vez, cuando entrevisté a Consolo, le pregunté por qué a Sciascia no le amenazaron como sí han hecho actualmente, por ejemplo, con el escritor Roberto Saviano. Y él me dijo que en los tiempos de Sciascia los abogados no leían las novelas y hoy día sí. ¿Cree que esta respuesta es acertada, está de acuerdo con el razonamiento?
Creo que la literatura que hace Roberto Saviano es muy distinta a la que hacía mi padre. Los personajes de las obras de mi padre no son fácilmente identificables, es más literatura que otra cosa, según mi opinión. Mientras que la literatura de Saviano es una literatura de denuncia, cruda, indica quién es el capo de la mafia de aquí o de allá, por lo tanto la gente puede sentirse nombrada en sus obras.
“Ante la Italia de hoy sentiría vergüenza, pero quizás diría que no hay nada que hacer»
Sciascia sabía que el mafioso, como personaje literario, podía llegar a ser más fuerte incluso que decir el nombre de alguien concreto.
Sí, además aquella época era diferente, entonces se podía negar la existencia de la mafia. El otro día estuve mirando las cartas que él había escrito a Calvino cuando estaba por salir El día de la lechuza, unas cartas que ha conseguido y con las que ha trabajado Paolo Squillacioti para publicar ahora tres volúmenes de la editorial Adelphi sobre la obra de mi padre, y que después nos ha enviado a mí y a mi hermana. Y veo que mi padre, no sé con qué propósito, hablando de la recensión de L’Unità dice “se me caen los brazos”… Era otro mundo donde se fingía, había silencio. Cuando en 1963 se representó por primera vez en teatro El día de la lechuza en Catania, un momento de grande emoción para todos, cuando salía en escena la esfera política se producía un gran silencio, la gente bajaba la voz. El mundo ha cambiado mucho.
Cuando Sciascia escribe El honorable y habla de la corrupción política, sostiene que Sancho Panza, el personaje del Quijote, era un modelo político perfecto. Porque sale de la política con el mismo dinero que cuando llegó. Me pregunto qué pensaría Sciascia de la nueva política que ha llegado con los años ochenta: Berlusconi, la corrupción…
Quizás vergüenza, pero se habría resignado y habría dicho: “Es así, no hay nada que hacer”.
Sciascia y Jorge Luis Borges creo que solo se vieron en Roma; sin embargo, hay una lectura muy intensa de Sciascia sobre Borges. ¿Recuerda algo especialmente que a su padre le gustara de este escritor argentino?
Sí, pienso que toda la literatura de Borges le gustaba. Después de aquel encuentro, sin embargo lo que más le cautivó fue que Borges había visto en Waterloo una victoria, mientras que para él fue una derrota. Esto creo que le hizo un poco pedazos [risas], porque mi padre tenía debilidad con Napoleón.
Creo que a Sciascia encuentra en Borges un humor muy inteligente, irónico, fino. ¿Recuerda lo que hablaron cuando se encontraron en Roma?
No, no recuerdo mucho, pero en la revista L’Espresso salió publicada una entrevista, le recomiendo que la busque.
En el momento actual, ¿cuál es el lugar real de Sciascia? Creo que en la literatura italiana es un clásico pero ¿y en la vida italiana, está presente o tiene un lugar lateral?
Creo que muchos le quieren ignorar. Muchas veces se han emitido imágenes sobre Aldo Moro y nunca se habla del libro de Sciascia. Todavía a día de hoy no se habla de su libro. Fue un hombre incómodo para muchos, peligroso, no se podía hablar de él. Ahora se debe ignorar o tal vez quieren que se vuelvan a explicar las cosas que él dijo. Y esto no es algo de buen gusto para mi familia. Porque una familia que quiere corregir las cosas de un gran escritor, aunque sea un escritor familiar, resulta patética. La familia no puede decir gran cosa. Quien podría hacerlo, no lo hace, y para mí, en medio de esta época que vive Italia, esto no se entiende. No existe una voz competente que se alce y ponga las cosas en su sitio. Sí, está Saviano, pero es un caso particular, no hace como mi padre cuando, por ejemplo, en un artículo puntualizaba la situación nacional. Con todas las cosas que están pasando en Italia se necesitaría una voz fuerte. Una figura que cuestione lo que ocurre no existe.
[Interviene Nino Catalano] Sciascia ajustaba cuentas con el mundo católico, con el fascismo, con la ciencia, con todos estos grandes temas. No era tanto el estilo crónica, él hablaba de todas las carencias, de las desilusiones. Ahora es diferente, no existe una persona que trate estos temas. Él participó en la Comisión Moro, quiso dar su opinión, se mostraba activo en la política…
La relación de Sciascia con su isla, Sicilia, es una relación de amor pero de un amor muy crítico, exigente. Ni contigo, ni sin ti. ¿Cómo se vive esto en la isla?
Cuando murió mi padre, yo sentí cómo la gente se involucraba. Fue publicado incluso en muchos periódicos: “Sicilia se quedó pobre”. Por eso yo creo que mi padre es muy amado en general, aunque haya momentos en los que quieran que se le olvide. Se lo he dicho muchas veces a mi marido y a mis hijos: desde pequeña he estado segura de haber tenido un papá especial y estoy segura de que también mi padre tendrá siempre un sitio. Y no me afectan las críticas, son como una picadura de un mosquito, no hacen nada. Es cierto que no me gusta cuando leo ciertas cosas o cuando le veo apartado de algo, pero no pienso mal de las personas que lo escriben; pienso “pobres”, porque a él no se le podrá nunca excluir. Ha habido un profesor que ha excluido a mi padre de un libro de Literatura italiana, y sinceramente pienso que eso forma parte del mundo de este profesor, pero no del de mi padre.
¿Se conocían Camilleri y Sciascia?
Sí, se conocían. Camilleri hizo para la televisión italiana una película sobre un cuento de mi padre: Un western de la mafia, y lo hizo muy bien, a mi padre le gustó mucho. Se conocían, se estimaban, pero no era una amistad como la que tenía con Consolo.
¿Sciascia es un best-seller italiano?
Para mí sí. Sus libros se compran, siempre se solicitan y se han traducido a tantos idiomas. He estado siempre convencida de que sería siempre así, desde que nací. Un escritor fascinante pero también un hombre fascinante. No lo digo yo porque soy su hija, sino que lo dicen también todos los que le conocieron. Era el mismo a los 360 grados. No era de una manera algunas veces, y otras veces de otra; él era siempre el mismo.
¿Cómo invitaría a los lectores españoles que aún no hayan leído a Sciascia a hacerlo?
Los que no conozcan a Sciascia podrán encontrar en sus libros el amor y una afinidad fortísima. Recuerdo que en los años sesenta nos fuimos de vacaciones a París a casa de Dominique Fernández, que nos había dejado las llaves de su apartamento y también los servicios de su asistenta española, una chica española. Y mi padre quería siempre que esta chica se sentara con nosotros y le explicaba cómo era España. Para mi padre España era emoción.