Católicos en tierras del islam
Darío Menor
Roma | Octubre 2014
Campanadas para la misa frente a la mezquita ¿Un sonido extraño entre las llamadas a la oración? Para nada. Hay católicos e iglesias en prácticamente todos los países de Oriente Próximo – menos en Arabia Saudí –, casi siempre desde tiempos inmemoriales. O mejor dicho, desde que la Iglesia Católica consiguió atraer a su bando a grandes colectivos de las Iglesias ortodoxas y asirias de Levante y Mesopotamia, allá por el siglo XVII y XVIII.
“Los cristianos no son extranjeros”, recuerda sacerdote Paul Karam, presidente de Cáritas Líbano y sacerdote maronita, la rama católica más antigua del Levante, documentada desde el siglo XVI. Los cristianos no sólo llevan ahí desde antes de que surgiera el islam sino que también “son propietarios de la tierra y promotores de la estabilidad. Tienen el derecho de vivir con justicia y en paz, como el resto de comunidades”, subraya.
Hoy, esta historia está en peligro de borrarse en pocos años. Bombas, atentados, secuestros… o simplemente una situación política tan convulsa que quien puede, emigra. Líbano se ha convertido en el mayor refugio para los sirios: acoge a más de 1,1 millones de personas. Cada vez más son cristianos, aunque al principio de la guerra civil, este colectivo era uno de los menos propensos a afiliarse a la rebelión armada.
«Detrás del conflicto de Siria, como dijo el Santo Padre, está la venta de armamento y los intereses financieros”
Por una parte, las familias cristianas solían formar parte de las capas más acomodadas de la sociedad siria, por otra, tras las primeras protestas cívicas brutalmente aplastadas, las mezquitas se convertían en lugar de reunión habitual de los opositores y el movimiento demócrata se fue tornando en teócrata islámico. La aparición del Estado Islámico de Iraq y Levante (ISIL) ha puesto la puntilla a las esperanzas de los cristianos que aspiraban a una futura Siria democrática con iguales derechos para todos.
Pero bombardear al ISIL no es una solución, porque esto va a suponer “un castigo a la población inocente, que es la que siempre acaba pagando la factura de las guerras”, opina Karam, durante un encuentro de los responsables de Cáritas de Oriente Próximo, celebrado en Roma en septiembre pasado.
El obispo Antoine Audo, presidente de Cáritas en Siria, tiene muy claro por dónde hay que empezar: “Se debe detener la venta de armas a los grupos implicados. Detrás del conflicto, como dijo el Santo Padre, está la venta de armamento y los intereses financieros”, explica Audo. El ISIL supuso al principio “una sorpresa” para los propios sirios, añade. Este y otros grupos yihadistas “son una creación” de poderes regionales e internacionales, quienes están marcando la agenda de los conflictos en la región, cree Audo.
«Debemos dar una lección a las potencias internacionales para que no se use más la religión y el fanatismo”
Coincide en el análisis Paul Karam: “Antes de ponerse a bombardear hay que pensar en quién creó el problema del ISIL y de otros movimientos fanáticos yihadistas. Quien los creó tiene la solución”. ¿Quién es? El sacerdote se niega a contestar y dice al periodista que éste “sabe bien quiénes son”. Muchos expertos apuntan a Qatar, Kuwait y Arabia Saudí, financiadores de numerosos grupos rebeldes sirios.
Audo cree que los cristianos, testigos de una convivencia multirreligiosa milenaria en la zona, han de tener ahora “la valentía” para convertirse en mediadores en el “conflicto político y religioso entre suníes y chiíes”, que a su juicio está en el origen de la guerra.
“Hay que ayudar a los musulmanes para que no tomen el camino de la muerte, sino el de la vida y el de la razón. Debemos dar una lección a las potencias internacionales para que no se use más la religión y el fanatismo para destruir un país”, propone Audo.
Mientras tanto, Cáritas trabaja a todo gas en Líbano para aliviar la situación de los refugiados, ya que “el Estado libanés no está asumiendo bien la responsabilidad de esta crisis”, según Audo. Los bombardeos de Estados Unidos incluso intensifican la llegada de refugiados. “En los últimos días han llegado a Líbano más de 400 familias iraquíes, en su mayoría cristianas”, advierte el sacerdote.
En Iraq, el drama cristiano se lleva desarrollando desde hace años. La guerra iniciada en 2003 ya ha dejado más de 100.000 muertos y ha obligado a exiliarse a cuatro millones de iraquíes. Ahora, la presencia cristiana se ha reducido ya a una fracción mínima de su antiguo esplendor. Algo especialmente conmovedor en este país, el único que ha conservado un gran y vibrante colectivo cristiano que habla arameo, la lengua de Jesucristo.
La preocupación de la Iglesia Católica por Iraq se hizo patente cuando, en 2007, el Papa Benedicto XVI creó cardenal a Emmanuel III Delly, hasta 2012 Patriarca de los caldeos, la comunidad cristiana iraquí de rito oriental y fiel a Roma. Su sucesor, Luis Rafael I Sako, nombrado patriarca a inicios de 2013, natural del Kurdistán y anterior arzobispo de Kirkuk, ya ha sido recibido por dos Papas: Benedicto XVI y Francisco. Estima que los caldeos cifran entre 800.000 y un millón en todo el, mundo. “En Iraq, los cristianos pueden ser hoy casi medio millón, pero no hay una cifra exacta. No contamos con estadísticas”, acota. Aparte de los caldeos, que son mayoría, en el país viven también algo más de 100.000 asirios y grupos menores de otras ramas.
“La gente en Iraq es sencilla y amigable. No se hacen distinciones, están acostumbrados a la convivencia, a ir juntos a la escuela o al trabajo. Aunque en algunos lugares hay fundamentalistas islámicos”, señala a M’Sur Luis Rafael I Sako en la primera visita a Roma. Niega que haya persecución religiosa. “Ya no se dan estos casos. Sigue habiendo asesinatos de caldeos, pero son por motivos políticos. Se mata a gente para hacer ver que no hay seguridad o como venganza”, opina.
«Cuando estalla una bomba mata tanto a los musulmanes como a los cristianos”, insiste el patriarca caldeo
Sigue así la línea de Emmanuel III, quien durante su visita de 2009 también negó que su comunidad sufriera una persecución religiosa: considera que está corriendo la misma suerte que “sus hermanos musulmanes”, pese a que poco más de un año antes había sido secuestrado y asesinado el arzobispo caldeo de Mosul, Paulos Faradj Rahho. “No hay diferencias entre nosotros. La violencia y las bombas nos afectan a todos. Cuando estalla una bomba mata tanto a los musulmanes como a los cristianos”, insistió Delly.
“El futuro es muy oscuro”, admite, sin embargo, Sako. “Si continúan las bombas y los ataques, no habrá cristianos en el futuro”. Matiza: “Es algo que no sólo ocurre con los cristianos. La ‘intelligentzia’ se va, lo que empobrece a Iraq, cuya principal riqueza es la gente que tiene iniciativas. Si todos se van, tal vez quedaría una minoría de cristianos, pero sin apenas impacto en el país”, reflexiona.
Sin miedo
Se nota: “He sido rector del seminario desde 1997 hasta 2001. Entonces tenía 65 seminaristas mayores. Ahora hay alrededor de 20. Toda la Iglesia está yéndose, también los jóvenes”, observa Sako. Personalmente no tiene miedo, asegura. “Nunca. A mí nadie me ha amenazado nunca, pero tengo miedo por los otros. Cuando hay una explosión, enseguida pienso en las personas que pueden haber muerto o resultado heridas”, dice. No le ha influido el ascenso al cargo máximo de la Iglesia Caldea. “Ahora tal vez sea más peligroso, pero no tengo miedo. Yo nunca he llevado guardia. Voy con mis sacerdotes o solo. Yo mismo conduzco y voy de una ciudad a otra visitando las parroquias”, relata el eclesiástico.
“En Iraq hay un grupo cristiano a favor del régimen de Damasco y otro que apoya a la oposición”
Aparte de las comunidades locales, también debe pensar en los caldeos que han emigrado a todas partes del mundo. “Una opción es pedir a las Iglesias locales que formen a sacerdotes en la liturgia caldea y en nuestras costumbres para atender a los emigrantes”, reflexiona. Aunque la Iglesia caldea comparte dogma con la católica, mantiene los ritos asirios y dice misa en arameo.
“Los sacerdotes que conocen lenguas y han estudiado se van del país. ¿Qué es lo que queda? Me duele que todo esto empobrezca a Iraq. Antes de nada hay que reforzar la Iglesia madre, para que haya vocaciones y se pueda mantener. Con el tiempo, estos caldeos emigrados tendrán que integrarse en las Iglesias locales y en sus nuevas sociedades”, esboza Sako una visión de futuro.
El patriarca no quiere comparar la situación actual con la de la dictadura de Sadam Husein. “No es justo decir que antes estábamos mejor. Como estamos ahora es una consecuencia de lo que ocurría antes. Iraq es un país muy rico, pero todo el dinero ha servido sólo para comprar armamento y para usarlo en las cuatro guerras que hemos sufrido en las últimas décadas”, recuerda.
“Antes, la prensa era toda del Estado; ahora hay televisiones, diarios y páginas en internet donde se puede criticar al Gobierno. ¿Quién podía criticar a Sadam Husein?”, pregunta el sacerdote. “Antes, la gente estaba esclavizada, no se podía viajar, todos debían ser miembros del partido. Ahora hay muchas formaciones políticas. Los mismos cristianos tienen ocho partidos políticos”, detalla. Señal de salud democrática pero también del “impacto fuerte” de la guerra del país vecino: “En Iraq hay un grupo con el régimen de Damasco y otro que apoya a la oposición”, admite.
Lo que hace falta es “formar a la gente en una nueva cultura de libertad”, indica Sako. “La libertad no quiere decir caos: hay que tener en cuenta al prójimo. Pienso que será posible si el Gobierno, la prensa, las mezquitas y las iglesias forman a la gente para que entienda que la violencia no es una forma de lograr reformas”, propone.
Pero nadie garantiza que alguien vaya a escuchar a los cristianos. “En nuestra tierra impera una estructura tribal. Hay árabes, turcomanos y kurdos, y cada uno con sus propias milicias. Nosotros tenemos el sentimiento de haber sido olvidados y de estar aislados. Somos un objetivo fácil que puede ser atacado a cualquier hora. Con los otros grupos es más difícil, porque cuentan con el respaldo de su tribu, de su milicia y de su partido”, analiza el patriarca.
Busca consuelo en Roma. “La cercanía y la solidaridad de nuestras hermanos cristianos en Occidente puede ayudarnos para perseverar. Visitar a estos cristianos que sufren es un apoyo muy importante. Al igual que, cuando alguien, por ejemplo, es secuestrado por ser cristiano, es importante que se hagan manifestaciones. Nos ayuda toda defensa de los derechos humanos”, insiste.
“Hay que empezar por Jerusalén: debería convertirse en la capital internacional de las tres grandes religiones”
Aunque el Kurdistán iraquí, la única región estable de Iraq, se ha convertido en refugio para cientos de miles de cristianos de todo el país – muchos congregados en Ankawa, un barrio de Erbil – , Luis Rafael I matiza que “aunque hay más seguridad en el Kurdistán, y se han construido algunas poblaciones para acoger a los cristianos, también falta trabajo y hay problemas en el campo educativo, debido a la lengua diferente”. En todo caso se opone a una eventual independencia de Kurdistán, su tierra natal. «Lo sensato es tener un país unido, aunque sea con una federación o con una confederación de territorios. Es mejor que la división, que supone la muerte”.
En esto coincide con su predecesor. Iraq es un solo país, desde el norte hasta el sur”, insistió Emmanuel III Delly en 2009. “Igual que no debemos hablar de diferencias entre cristianos y musulmanes, tampoco debemos hacer distinciones geográficas”, remachó. Respecto a qué puede hacer la Europa cristiana por los iraquíes, el viejo patriarca se limitó a responder: “Rezad por nosotros”.
La raíz del conflicto
Aparte de rezar, lo que se puede hacer es atacar las raíces del conflicto, opina, por su parte, el padre libanés Karam. Pide una implicación a fondo de la comunidad internacional para llevar a la región “la paz y la justicia”, y propone comenzar por la madre de todos los conflictos de la zona, el palestino-israelí: “Hay que empezar por Jerusalén; debería convertirse en la capital internacional de las tres grandes religiones”.
“A la primera oportunidad, los cristianos tratan de irse de Gaza, normalmente a algún país árabe»
Efectivamente, la presencia cristiana en Tierra Santa es histórica. Entre los católicos, aquí dominan los melkitas, una rama de la Iglesia grecoortodoxa que se pasó a Roma en 1724. Cuando se pinta el conflicto palestino como una lucha entre judíos y musulmanes, se olvida a menudo que una parte pequeña pero importante del pueblo palestino es cristiana –tan activa como el resto: la mayor oleada de atentados en la historia del conflicto fue obra del PFLP, dirigido desde su fundación en 1967 por el marxista George Habash, de familia cristiana – y que esta parte sufre exactamente las mismas restricciones y humillaciones por parte de Israel que el resto.
Lo saben bien los 136 católicos de la Franja de Gaza, cuyo párroco es Jorge Hernández Zanni, un argentino de 38 años. “Es una cárcel enorme en la que te puedes mover, comprar, vender y casarte. Pero nada más, ahí se termina. No puedes salir. No se puede soñar. No se puede pensar en unas vacaciones o en cumplir un sueño. Eso es algo tremendo”, afirma Zanni, quien fue recibido en agosto por el Papa Franciso en Roma, tras permanecer en Gaza durante toda la intervención armada israelí del verano. “Los jóvenes no tienen sueños, no pueden proyectar su vida o tener objetivos. Eso es una enfermedad, es la muerte de la generación futura”, se lamenta.
Una muerte lenta. Si en 200 había unos 3.000 cristianos palestinos en Gaza, ahora quedan 1.300. “A la primera oportunidad los cristianos tratan de irse de Gaza, normalmente a algún país árabe para mantener su identidad, como Egipto y Jordania. Es un deseo común porque no hay un futuro para nadie. En Gaza la tasa de paro es del 80 por ciento”, indica Zanni. La presencia de grupos islamistas no mejora la situación. Los cristianos “sufren como los musulmanes en la guerra y en el asedio, pero viven también más dificultades dentro de Gaza por ser cristianos”, reconoce.
Con todo, lo peor fue la guerra. “La parroquia estaba en medio de combates cuerpo a cuerpo. Luego se retiró el Ejército de Israel, pero continuaron los bombardeos. No podíamos rezar con la comunidad porque no se podía salir de las casas”, recuerda Zanni. “Pudimos ayudar abriendo una de las dos escuelas que tenemos y que dependen del Patriarcado latino de Jerusalén. En ellas estudian más de 1.000 alumnos. Durante la guerra albergamos a unas 1.200 personas, dándoles techo, agua y alimentos y gracias a Cáritas abrimos una pequeña enfermería para los heridos”.
El sacerdote recuerda que “Jesucristo se refugió en Gaza cuando estaba escapando de la muerte, cuando era un bebé”. “Debemos seguir, aunque seamos pocos, para custodiar Tierra Santa”, concluye.
Magreb sin cristianos
Si la presencia de los cristianos es ininterrumpida en el Levante, desapareció del Magreb hace ya muchos siglos, aparentemente poco después de la llegada del islam, según los historiadores, aunque las leyendas locales de Marruecos aseguran que duró hasta hace unos 400 años. En todo caso, al oeste de Egipto, con su importante población copta, no quedaban cristianos autóctonos cuando el colonialismo europeo introdujo de nuevo la fe católica en las tierras de San Agustín. Las conversiones han sido muy escasas y prácticamente todos los fieles son europeos o, desde hace pocos años, inmigrantes de Nigeria, Costa de Marfil, Camerún o Ghana.
«Si un marroquí quiere convertirse al cristianismo perderá su trabajo, el contacto con su familia… será la muerte social”
Al arzobispo de Rabat, Vincent Landel, presidente de Conferencia Episcopal Regional del Norte de África, no le hace falta levantar el tono para sacudir las conciencias de los europeos a propósito de la inmigración. “Hay un cierto egoísmo por parte de los occidentales frente a las personas que vienen del África subsahariana”, denuncia con voz queda durante una reunión celebrada en junio en Roma. Eligieron Italia “para que a los obispos libios les resultara más fácil desplazarse”. Sin éxito: “Al final no pudieron abandonar su nación por motivos sociopolíticos. Es la primera vez que ocurre. Muestra las grandes dificultades políticas que está pasando actualmente la región”, señala Landel.
“La nuestra es una conferencia de obispos de naciones musulmanas donde todos o casi todos los cristianos son extranjeros. En países como Marruecos no hay cristianos locales, la ley no lo permite. En Argelia y Túnez hay unos pocos, pero la inmensa mayoría son extranjeros”, resume. Si bien la letra de la ley marroquí no prohíbe las conversiones y sólo penaliza la misión si se ofrecen incentivos, en la práctica se trata como si fuera ilegal. “No puedes tener la nacionalidad marroquí si eres cristiano. Hay libertad de culto para los cristianos extranjeros, pero los marroquíes sólo pueden ser musulmanes», dice Landel, pasando momentáneamente por alto la hoy minúscula pero muy respetada comunidad judía marroquí. Pero es cierto que quien nace musulmán, no puede dejar esa fe. «Si alguien quiere convertirse al cristianismo perderá su trabajo, todo el contacto con su familia y ni siquiera podrá venir a la Iglesia. Será la muerte social”, denuncia el arzobispo.
“Varios inmigrantes me pidieron que los bendijese, porque al día siguiente iban a intentar saltar la valla de Melilla»
“En Marruecos, con una población de 32 millones, hay 30.000 católicos de 81 nacionalidades distintas”, detalla Landel. “Es una Iglesia muy particular: una mezcla constituida en buena parte por personas que vienen del África subsahariana, pero también de Europa, Asia y América”. Ahí está su principal labor pastoral: “En una misa que celebré hace poco en Marruecos, varios inmigrantes me pidieron que los bendijese, porque al día siguiente iban a intentar saltar la valla de Melilla. Uno de ellos me dijo que había cruzado 15 veces y que 15 veces lo habían devuelto a Marruecos. Y seguía intentándolo”, recuerda. “Los españoles deberían ponerse en el lugar de estar personas” exige, “y debemos reflexionar frente a este drama humano para ver qué podemos hacer como Iglesia”.
La primavera árabe no ha afectado a los cristianos en el Norte de África, cree. “Para la mayoría de cristianos en Marruecos, Argelia o Túnez no ha cambiado nada. Siguen siendo extranjeros, como antes”. “Cuando se reformó la Constitución, en Marruecos se planteó incluir la libertad de conciencia y de religión, pero el Gobierno tuvo que dar marcha atrás porque los extremistas musulmanes pidieron su supresión”, recuerda Landel. Pero matiza: “En Túnez, en cambio, la Constitución sí que contempla la libertad religiosa y de conciencia. Es un país musulmán que ha llegado a ese punto. ¿Por qué no lo iba a hacer también Marruecos?” El único fallo: la realidad cotidiana de Túnez tampoco corresponde a su Carta Magna…
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