Francesca Sanna
«Los niños entienden el problema de los inmigrantes mejor que los políticos»
Alejandro Luque
Sevilla| Noviembre 2016
Lo primero que llama la atención en Francesca Sanna es su aspecto juvenil, en contraste con la madurez de su trabajo artístico. Nacida en Cagliari (Cerdeña) en 1991, tras acabar sus estudios universitarios se trasladó primero a Alemania y después a Suiza para continuar con su formación en el mundo del diseño. Allí se graduó con honores en el Máster en Diseño de la Escuela de Lucerna de Arte y Diseño en 2005.
Su gran salto lo dio Sanna al publicar en el sello inglés Nobrow su libro debut El viaje, una fábula sobre las migraciones que le ha valido la prestigiosa Medalla de Oro de la Sociedad de Ilustradores de Nueva York (2016). En España, este exquisito y revelador trabajo ha visto la luz en Impedimenta, y recientemente fue presentado en la Fundación Tres Culturas de Sevilla.
Usted nació en Cerdeña. ¿Tiene que ver esta cuna mediterránea con su trabajo?
Bueno, en general Cerdeña no es un lugar de llegada de migrantes del norte de África. Pero creo que algo hay, siento siempre una gran nostalgia de casa: cuando trabajo, cuando pienso sobre qué quiero escribir, tengo siempre presente el lugar de donde vengo. Hay detalles en el libro que tienen que ver con Cagliari o con lugares reconocibles. Ese helicóptero gigante de la última página es como los que veo a menudo en mi ciudad. Todo tiene un significado.
¿Se hizo artista en Italia, o en Suiza?
«Quería explicar que las migraciones pueden ser horribles, como la guerra, y traté de acercarlas»
En Suiza. Siempre he hecho esto, pero sin haberme marchado fuera nunca habría pensado que podría llegar a ser un trabajo. Y no solo por haberme formado en Suiza. Tal vez habría sido artista igual si me hubiera quedado en Italia, no lo sé, pero este sentimiento de distanciamiento y de nostalgia que anima mi trabajo, no lo habría tenido si me hubiera quedado allí.
Usted ha contado que empezó el proyecto de El viaje cuando visitó un centro de acogida de refugiados. ¿Qué la llevó allí?
Sí, era parte de mi master. Teníamos que encontrar un “área de búsqueda”, y yo escogí el tema de los refugiados, porque se hablaba mucho en Italia sobre ello desde hacía muchos años, y me parecía que en Suiza era un tema relativamente nuevo. Fui a centros de acogida en ambos países. Sabía que buscaba algo, pero no estaba segura de qué. Hablé con varios grupos de personas en diversas situaciones, y todo fue saliendo a partir de charlas de café.
Tengo entendido que el trabajo empezó como proyecto virtual e interactivo. ¿No era la idea hacer un libro, entonces?
Era un libro, pero digital. Quería explorar la posibilidad de trabajar con las imágenes, el diseño y la ilustración mezclada con nuevas formas, para que los niños pudieran usarlo en la tablet. Pero cuando acabé mi estudio, hice una versión impresa, y me di cuenta de que me gustaba más a mí, y le gustaba más a los niños, así que decidí seguir adelante con el libro.
¿Usted se siente de la generación digital?
No, cuando nací aún no estaba muy extendido el uso de internet. Soy del tiempo en que el módem hacía aquellos ruidos, hiiiiiiiiiiiiiiiiii, cuando se caía el teléfono de casa y caía también internet. Tengo un sobrino de seis años que ya no se puede hacer una idea de eso, del antes y el después.
Decidió titular su libro El viaje, sin hacer alusión al drama de los inmigrantes. ¿Quería quitar dureza al relato?
La idea era que la tragedia no resultara lejana. Quería explicar que las migraciones pueden ser horribles, como la guerra, pero sabía que es muy difícil pensarlo como una historia propia, nuestra, cercana a nosotros, cuando leemos sobre ello en los periódicos. Traté de acercarla, contra que se trata de un viaje que puede ocurrirle a cualquiera.
¿Hay un riesgo de banalizar la tragedia cuando se hace arte con ella? ¿La belleza puede distorsionar el mensaje?
«Quienes han vivido la tragedia no tienen el velo de piedad con que nosotros lo contemplamos»
No lo sé, lo que he notado es que el punto de vista de quien ha vivido estas tragedias es distinto. Son sucesos traumáticos, pero lo asumen como parte de su propia vida, no tienen el velo de piedad con que nosotros lo contemplamos. Cada día me preguntaba por qué lo estaba haciendo, es difícil meterse ahí cuando no es tu historia. Por eso hablé con tanta gente, necesitaba encontrar un punto de vista interno de la cuestión.
¿Siempre supo que quería hacer un libro para niños? ¿Eso exige cambiar mucho el tono?
No, no lo decidí así. Hubo un momento en que pensé que sería más interesante conversar con niños sobre esto. De alguna forma, todos los niños están expuestos a este tema, oyen hablar de ello en televisión, ven imágenes, y conviene explicarles cómo es la situación.
¿Resulta difícil, o lo pillan a la primera?
El punto principal es que no se puede dejar solo al niño con esta historia, hay que acompañarlo un poco, con imágenes, el texto… Pero cuando he tenido encuentros con ellos he visto que entienden mejor el problema de los inmigrantes que los políticos italianos, por ejemplo. Chicos de 7, 8 años, que, después de una hora de conversación, te hacen unas preguntas fantásticas.
Me interesa especialmente el modo en que explica el concepto de “frontera” a los chicos.
La frontera es uno de los elementos del libro que tal vez resultaban más difíciles de explicar, como también la figura del traficante, ¿qué es un traficante y por qué hace lo que hace? En los encuentros que he tenido hasta ahora, no ha sido tan difícil explicar qué es una frontera –ven el muro en el libro, y entienden el concepto de límite– como explicar por qué existen las fronteras. Esto para los niños es bastante incomprensible, e incluso probando a decirles que cada nación tiene sus límites, es increíblemente difícil hacerles entender por qué no todos pueden pasar de un lado a otro del muro. Algunos de ellos me han contado qué han visto por la tele a esas personas que trataban de superar un muro o de pasar ocultos una frontera, y esto muestra que los niños están expuestos a estos asuntos y tienen siempre un montón de cosas que preguntar al respecto. Es uno de los momentos de la historia que más preguntas suscita, y al final les queda la sensación de no haber entendido bien cómo funciona el mundo de los adultos.
¿Puede explicar el enfoque estético de El viaje?
«Me gusta el tamaño distinto de las proporciones en función de la acción, para crear tensión»
Es un proyecto, como dije, para la escuela, realizado durante un año. Después de documentarme hube de decidir la paleta de colores que emplearía. Los colores tienen una evolución en la historia, de oscura a clara, según lo que va ocurriendo. Luego es importante la diferencia de escala, me gusta mucho, el tamaño distinto de las proporciones en función de la acción, para crear tensión. Hay elementos muy, muy grandes, y otros pequeños, pequeños. Había que tomar muchas decisiones, en fin.
Y no solo la figura humana le sirve para contar la historia…
Exacto.
Imagino que ha leído muchas cosas de migrantes. ¿Quién ha contado mejor el tema en Italia?
En los últimos dos años han salido muchas cosas. Cuando me puse manos a la obra con el libro, era muy difícil encontrar cosas interesantes. Ahora, por ejemplo, muchos fotógrafos han hecho proyectos personales sobre el aspecto humano de la migración. No recuerdo el nombre de uno [Tyler Jump] que mostraba, con la gente que escapaba de la guerra, qué llevaban en sus bolsas al huir. Esas son las cosas que más me interesan.
En cine también se han rodado muchísimas cosas.
Sí, como Fuocoammare, es de los que mejor lo han hecho, muestra la situación de Lampedusa desde el punto de vista de una ciudad entera, eso es lo bonito. Los documentales que vi antes de que la crisis se volviera europea eran muy interesante, giraban en torno a la integración, sobre qué sucede después de que una persona llegue a un nuevo país.
¿Cómo es su relación con Italia, hoy?
«La famosa fuga de cerebros es otro modo de ser migrantes»
Es algo complicado. Vivo en Zurich, voy a Italia cada vez que puedo, mis amigos siguen allí, pero yo no puedo trabajar en las mismas condiciones que me ofrece Suiza. No pienso en volver. Esto, en mi opinión, es una pena, son muchos los jóvenes que han tenido que marcharse. La famosa fuga de cerebros es otro modo de ser migrantes.
En España la ilustración está ganándole mucho espacio al cómic. ¿Cree que compiten por el mismo territorio?
No soy una gran experta, pero no creo que compitan. Lo que odio es cuando meten en el mismo saco el cómic y la ilustración, porque yo por ejemplo no soy capaz de hacer cómics. Me encantan, los leo, los he estudiado, pero es un lenguaje visual completamente distinto, y el público de uno y otro son también distintos.
¿Cuáles son sus autores de cómic favoritos?
«No soy capaz de hacer cómics. Me encantan, pero es un lenguaje visual completamente distinto»
En Italia, Zerocalcare, es un grande. Y Gipi. Lo vi una vez en un festival de cómic, como visitante. Era un buen momento para parecer una persona seria, pero me comporté como una niña, “¡ayyy, adoro tu trabajo!” [risas] ¡Un poco de discreción! Ah, y tengo la casa llena de tebeos de Igort, porque mis padres lo leen mucho.
¿Qué opina de quienes piensan en la ilustración como territorio femenino?
Odio eso, estoy trabajando de hecho en el tema de la gender e-quality, porque a todos los niveles, cuando te metes en una clase, la mayoría de los estudiantes son mujeres. Y sin embargo, a nivel profesional, atiendes a los ilustradores de éxito, y todos son hombres. No sabría decir por qué. Por otro lado, la ilustración parece ir siempre más ligada a la infancia, tal vez eso haga que se meta a tantas mujeres en esa categoría…
Usted es un caso de mujer joven y exitosa.
¡No! [risas] Sé que soy una excepción. Desgraciadamente, ocurre en todos los campos. Todavía debemos recorrer un camino muy largo para alcanzar mayor visibilidad.
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